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domingo, 4 de octubre de 2009

LA VIDA DE SHARF PRADO ELLIOTT

PRÓLOGO


Soy, Sharf Prado Elliott.                                                        

Me duele la cabeza y estoy aburrido ¡muy aburrido! ¡tanto! que os voy a contar mi vida os guste o no. Y no por que la considere especialmente interesante, “o sí”. Simplemente, no se me ocurre otra cosa mejor que hacer.

Me siento en el deber de comunicaros, que la historia de mi vida puede herir la sensibilidad de todo aquel que sea especialmente sensitivo “ya me entendéis”.

Por otra parte quiero dejar muy claro, que cualquier parecido con la realidad, podría tratarse de una simple coincidencia, “o no”. Después de todo, a veces tengo la sensación de ser solo un personaje ficticio.

Cada vida es una aventura, y en éste caso, para narrar la mía de la forma más comprensible que se me ocurre, lo haré de manera cronológica.

Así pues, comenzaré a escribir sobre mi Padre, ya que según el orden previo establecido, a él es a quien corresponde tal honor.







MIS RAICES


Mi Padre se llamaba Jaime Prado Losada; nació el 6 de abril de 1.932, en la calle Alcalde Sáinz de Baranda “en pleno centro del Barrio de Salamanca de Madrid”.

Los padres de mi Padre se llaman, Adolfo Prado Serrano y Mª Elena Losada Cifuentes. Los dos nacieron en Madrid “por supuesto” al igual que sus padres y los padres de sus padres, “de lo cual se jactan continuamente”.

Su hermana “Mª Rosa” nació en el 34, y cinco años más tarde llegó Ernesto, “el lumbrera de la familia”.

Rosa está casada con Jesús Pérez García, que para desgracia de Mª Elena, no nació en Madrid si no en Albacete. Tienen dos hijas; Cristína que nació en el 58, y Yolanda, que lloró por 1ª vez el 5 de mayo del 60.

Ernesto sucumbió a los encantos físicos de Esperanza Martínez Montero “ocho años más joven que él”, y pese a no ser del agrado de Mª Elena “por ser su familia de condición humilde”, ésta aceptó el matrimonio ya que al menos sus orígenes eran madrileños, y sobre todo, para dejar de oír cada día los ruegos entre lloriqueos de su Ernesto. El hijo de ambos se llama Adolfo “Adolfito”, y nació el 17 de noviembre de 1.970.

Con el servicio militar cumplido, mi Padre comenzó la carrera de arquitectura, y en agosto del 55, después de aprobar tercero con excelentes notas, se marchó al Canadá para disfrutar de unas merecidas vacaciones, “según le dijo a sus padres”.

Se instaló en Fort Nelson, un pueblecito de menos de cinco mil habitantes en el Distrito Regional de Northern Rockies, al NE del estado de British Columbia. Desde allí escribió a sus padres para comunicarles que había decidido prolongar las vacaciones durante algún tiempo no definido, y así poder conocer mejor las blancas montañas de las Rocosas.

Éstos le respondieron rápidamente ordenándole que volviera a casa de inmediato, o tendría que atenerse a las consecuencias. Por su parte, mi Padre, haciendo gala de su carácter tozudo, espontáneo y aventurero, hizo caso omiso de la mencionada orden, consciente de las secuelas que tal decisión le podrían ocasionar.

Ése fue el último contacto que mi Padre tuvo con los suyos.

Una de las aficiones de mi Padre, eran los idiomas. Hablaba y escribía correctamente español, ingles y francés. Se colocó de contable en una serrería, y como además era un manitas, hacía trabajos por su cuenta a domicilio; carpintería, fontanería, electricista, etc.

Vivía de alquiler en la casa de una pareja de ancianos de origen francés, a los que su Señor no tuvo el detalle de concederles la bendición de la descendencia. Quizás por eso agradecían tanto la compañía de mi Padre y le trataban como a uno más de la familia, “si no fuese por el fútil detalle del alquiler”.

El paisaje era de color blanco excepto en el verano o poco más. La temperatura entre los 15º en verano y los -30º en invierno. Las montañas, más altas cuanto más lejanas. Y la vista más hermosa para él “obsesiva se podría decir” hacia el NO, en la dirección del Territorio de Yukon.

Mis Padres se conocieron en el verano del 56, coincidiendo con las fiestas del pueblo.

Mi Madre se llamaba Anik Elliott Young. Nació en Alaska en marzo del 36, y vivía con su tío materno Bill Young en un rancho a las afueras de Fort Nelson. El resto de la familia de mi Madre había muerto en Alaska a causa del Holocausto del Pueblo Haida.

Bill Young es un viejo jefe del pueblo Haida. Al quedarse solos él y mi Madre, éste decidió establecerse en Fort Nelson dedicándose a la cría de caballos y ganado vacuno.

En octubre de ese mismo año, mi Padre pidió permiso a Bill Young para poder visitar a mi Madre, pero no lo obtuvo hasta febrero del año siguiente. Bill Young y mi Padre hicieron pronto buenas migas, y el 12 de septiembre de 1.957 mis Padres se casaron por el rito de la Iglesia Católica y se quedaron a vivir en la casa del rancho.

El viaje de novios decidieron aplazarlo “de momento”.

Mi Padre dejó de trabajar en la serrería para hacerlo en el rancho junto con Bill Young, mi Madre y Christopher “un ingles solitario de cierta edad, cansado de viajar sin rumbo determinado desde que llegó al Canadá en busca de la fortuna que nunca encontró”.

Christopher llegó al pueblo en enero del 50, entró en la tienda de Rick Moranis a pedir trabajo y allí coincidió con Bill Young. No necesitaron esforzarse mucho para llegar a un acuerdo, y como Christopher tenía la maleta hecha, realizadas las compras marcharon juntos al rancho.

La cancelación del viaje de luna de miel, a penas duró nueve meses. El 6 de junio del 58, mis Padres marcharon hacia el NO en la dirección del Territorio de Yukon.

La obsesión de mi Padre por las blancas montañas del NO, venía ya de muy atrás, “desde que tan sólo era un adolescente”. No se más al respecto, pero a tenor por el equipamiento con el que partieron del rancho, es obvio que tenía las ideas muy claras; cuatro caballos, una tienda de campaña, algunas herramientas de carpintería y labranza, una romana, dos Winchester del 66 calibre 44 con sobrada munición, dos cuchillos de caza con puño de asta de ciervo, un botiquín de primeros auxilios, ropas, telas, calzados, libros, cuadernos, lapiceros, un calendario perpetuo, mecheros de pescozón, dos lámparas de aceite, un rollo de mecha, los cacharros más imprescindibles para una casa, jabón, varios sacos de sal gorda, azúcar, patatas, aceite de origen animal, sebo, algunas especias y algo de comida “por nombrar lo más relevante”, dan buena muestra de que no pensaban volver en 15 días.

Durante el día solían cazar algún animal pequeño que tuviese la desventura de cruzarse en su camino. Por la noche hacían una hoguera, y se turnaban para dormir en la tienda de campaña con el fin de proteger a los caballos y a ellos mismos del ataque de lobos, osos, y pumas principalmente.

A unos 140 Km. de Fort Nelson, llegaron al río Liard, y desde allí continuaron hacia el SO en dirección contraria a sus aguas. Siempre según la “curiosa” intuición de mi Padre.

Tres días más tarde, siguieron el curso de un riachuelo que bajaba desde el N. La pendiente era mayor a medida que avanzaban, y el torrente iba formando un barranco cada vez más angosto. La dificultad para seguir subiendo por el barranco con los caballos era tan grande, que hubiesen desistido de no ser por el total convencimiento por parte de mi Padre, de que ésa era la ruta a seguir.

A los 14 días de tan singular marcha, mi Padre exclamó ¡mira Anik, ahí está, ése es el lugar!; las montañas cubiertas por espesos bosques de coníferas, se separaban arqueándose ante su vista al mismo tiempo que se suavizaban las pendientes de sus laderas, dando lugar a la formación de un valle cubierto por abundantes hierbas, y en el que las calmadas aguas del riachuelo tomaban anchura a su antojo.

Al fondo, el singular talle de la montaña indicaba a mi Padre el lugar donde debían construir su hogar. La montaña limitaba el valle en su parte N, y parecía estar hecha con el propósito de partir en dos el cauce del riachuelo para darle forma de i griega. Por la ladera que tomaba dirección NE, discurría el cauce de menor caudal y con pendiente más suave; pero también más continua gracias a la presa construida no muy lejos de allí por una familia de castores. Por el contrario hacia el NO, el cauce de mayor caudal “no regulado”, había formado un profundo barranco que soportaba las fuertes embestidas del torrente en época de deshielo.

El lugar elegido para la ubicación de la casa se encontraba a 60 m en dirección S desde la base del escarpe, allí donde las coníferas habían desistido en su avance hacia el valle. Desde ése punto hasta la confluencia de los dos riachuelos, un amplio espacio triangulado daba vida al principio del gran sueño de mi Padre.

La madera necesaria la tenían allí mismo, y aunque cansados por el largo y agotador viaje, ése mismo día comenzaron a trabajar en la construcción del hogar donde pasarían su eterna luna de miel.


Vista de la montaña escarpada que delimita mi valle en su zona Norte.














LA GRAN QUIMERA


No realizaron la casa de manera fortuita. En la mente de mi Padre se encontraban escrupulosamente memorizados y ordenados, todos y cada uno de los pasos a seguir para su correcta ejecución. Tenía las herramientas, materia prima y conocimientos necesarios para realizar una de las partes de su gran sueño, y quería terminarlo cuanto antes.

El ensamblado de las maderas lo realizaron básicamente con espigas y cuñas “no utilizaron ni un solo clavo”. El adobe que emplearon para el relleno de huecos entre maderas, tanto en las paredes como en el suelo, techo y tejado, lo fabricaron a base de hervir una mezcla de tierra, hierbas leñosas secas, resina y agua. El tejado lo protegieron colocando pequeñas planchas de madera tratada con sebo y superpuestas a modo de tejas.

La fachada principal de la casa mira al S. Entre el techo y el tejado, el desván “una cámara de aire que se calienta cuando se enciende la chimenea”. Al tejado le dieron una inclinación de 45º y caída de aguas hacia N y S. La casa está elevada respecto al nivel del suelo 0,90 m, y bajo ella, otra cámara de aire la aísla del frío invierno. La puerta de entrada “en el extremo E de la fachada principal”, tiene un pequeño rellano sin cubrir al que se accede mediante 4 escalones. La barandilla y pasamanos del rellano y escalones, fuertes y redondeados.

Al entrar en la casa, la cocina “limitada al frente por una pared que la separa del cuarto de baño”. La encimera, desde la pared E hasta la chimenea, “ubicada justo en el centro de la vivienda”. Bajo la encimera y junto a la chimenea, un espacio reservado para la madera seca, y a continuación, armarios hasta la pared.

La chimenea, construida con piedra lisa que traían de la base del escarpe, y con el mismo adobe que para el resto de la casa pero sin resina. Su cara principal en forma de chaflán, y sus laterales coinciden con la encimera de la cocina y la puerta de acceso al baño.

La entrada al baño, estrecha a consecuencia del espacio ocupado por la chimenea. A continuación y a la derecha, el lavabo “es decir, la palangana” y un espejo rectangular algo justo de tamaño. Después el inodoro “consistente en un banco de madera con agujero y tapa redondos”, y al fondo la ducha “un barreño con regadera regulable acoplada en el centro de su base, y sujeto a una cuerda que se desplazaba mediante un sencillo sistema formado por dos poleas, dos piñones y una manivela”.

Los desagües del inodoro y ducha, fueron conducidos “mediante medias cañas de madera” hacia una fosa séptica excavada detrás de la casa.

En la pared N, junto a la puerta del cuarto de baño, otra puerta permite el acceso a la despensa, donde se almacena la comida. Consiste en una pequeña habitación jabalconada con pequeños agujeros en las paredes laterales cubiertos por telas finas. Ésta habitación siempre esta fría debido a su ubicación. En el exterior y debajo de su voladizo, una pequeña puerta da acceso a la cámara de aire que se halla bajo la casa “donde se guardan las herramientas”. En el rincón opuesto a la puerta del aseo, la romana “capaz de pesar hasta 100 kg.”.

En la pared que da al valle, frente a la encimera, una mesa de cocina rectangular y una silla en cada extremo. Junto a la chimenea, dos sillones con balancín, y entre ellos una pequeña mesa redonda de una sola pata con la base muy pesada. Y al fondo, la cama con una mesita a cada lado.

La parte transparente de las ventanas, de metacrilato. Una en el lateral de la cocina, otra en el aseo, y la mejor de todas por sus vistas, la que da al valle, ubicada a la altura de la chimenea.

Entre la puerta del baño y el chaflán de la chimenea, una escalera anclada al suelo y techo, permite el acceso al desván desplazando una tapa cuadrada y ligera de peso.

El sueño de mis Padres “o mejor dicho, el de mi Padre compartido por mi Madre”, era vivir en aquellas tierras dependiendo de ellos mismos en la medida de sus posibilidades.

Antes de terminar el mes de Junio, ya habían plantado las patatas en un pequeño huerto “frente a la futura casa” que rodearon con una valla cuajada para protegerlo de los animales. La tierra la abonaban con la basura de los caballos, y a mediados de septiembre, las paredes principales, suelo, techo y tejado, estaban ya terminados.

Los caballos eran un cebo exquisito para los lobos, osos y pumas principalmente, por lo que necesitaban vigilancia continua. Como no querían depender de ellos y por otra parte ya no tenían que transportar ni manipular más troncos de gran tamaño, decidieron guiarlos a través del angosto barranco que conducía al río Liard. Una vez allí, los dejaron sueltos con la esperanza de que volvieran al rancho. Mi Madre escribió cuatro cartas para Bill Young “todas iguales”, y las colocó entre la silla y la mantilla de cada caballo. En ellas contaba con detalle cómo les había ido, pero sin especificar el lugar en el que se encontraban.

Hasta entonces se habían alimentado de ensaladas, caldos, patatas y pequeños animales cazados dentro del mismo valle. Pero las nieves se acercaban, y debían cazar algún animal de mayor tamaño para llenar la despensa y poder pasar el duro invierno sin salir de la casa.

Recogieron las patatas del huerto y salieron de caza siguiendo la ruta de los castores. Cada uno iba armado con un Winchester y un cuchillo de caza. El mayor peligro para ellos eran los lobos, a los que oían a menudo y veían de vez en cuando; incluso en alguna ocasión tuvieron que efectuar algún disparo para ahuyentarlos. A los cuatro días volvieron a casa con 60 kg. de carne seleccionada de un wapití; solomillo, patilla sin hueso, lomo, tapa, cadera y sebo de la zona que rodea a los riñones. También recogieron bayas silvestres, frambuesas, y setas comestibles y alucinógenas “gracias a que mi Madre era una experta en el tema”. Todo esto lo transportaban en una especie de camilla formada con una pieza rectangular de cuero, amarrada a dos palos que apoyaban sobre sus hombros protegidos con hombreras de piel de castor.

Parte de la carne la cortaron en tiras, la golpearon y la dejaron secar al sol. Después, las tiras de carne seca las mezclaron con ácidos de zumos de frambuesas y las sumergieron en grasa. El resto de la carne la sazonaron. Las setas comestibles fueron vistas y no vistas, y las alucinógenas las cortaron en láminas y las dejaron secar en la despensa.

Con la casa terminada a falta de interiores y la despensa llena, por fin estaban preparados para afrontar el frío invierno que se les avecinaba. Invierno que por otra parte estoy convencido de que fue el más corto y “pasional”, de sus vidas.

Realmente fue ése un invierno en el que mis Padres estuvieron más unidos que nunca. Se unían cuando se duchaban y se frotaban con las manoplas de baño, cuando se lavaban los dientes con una mezcla de carbón de leña pulverizado, sal machacada y jugo de la sanguinaria de canadá, cuando trabajaban la madera y cuando descansaban. Se unían cuando fregaban con brochas de pelo de caballo los platos y vasos de aluminio, los cubos, barreños y pucheros de latón, los cubiertos de acero inoxidable, las sartenes y parrillas de acero no aleado. Cuando lavaban la ropa, cuando mi Madre cocía hierbas aromáticas y flores en agua, tapando el recipiente con una tela saturada de grasa, y después de evaporarse el agua, rascaba la grasa de la tela para hacerse su perfume. También cuando cocinaban, cuando comían y cuando reposaban la comida. Cuando añadían leña a la chimenea, cuando conversaban, cuando bebían, cuando leían, cuando se acostaban y hasta cuando dormían. Claro que, por suerte o desgracia “hay lanzas mas largas que otras”.

Mi Madre medía 1,56 m y pesaba 55 kg.. Tenía la tez blanca y los ojos de un marrón tan oscuro que parecían negros. El pelo azabache, fuerte, liso, largo y suelto. Sus colmillos “saltones y terminados en punta” enloquecían a mi Padre. Los labios carnosos y el cuerpo con formas discretamente redondeadas. De carácter emocional pero serio. Culta y humilde, inteligente, constante, paciente y respetuosa con la naturaleza en el sentido más amplio de la palabra. Hablaba francés, ingles y español, aunque sólo el francés lo escribía correctamente. Católica no practicante, y por encima de todas las cosas, locamente enamorada.

Mi Padre medía 1,86 m y pesaba 82 kg.. Tenía los ojos verde oscuro, la piel morena, el pelo negro, fino, liso y peinado hacia atrás. Los labios finos, el cuerpo de complexión atlética y la barba sin afeitar desde que salieron del rancho. De carácter enérgico y siempre seguro de sí mismo; inteligente, orgulloso, respetuoso y educado; emprendedor, aventurero, romántico y enamorado de mi Madre hasta la médula.

Los dos estuvieron de acuerdo desde el principio en no tener hijos hasta pasados dos o tres años, al igual que en no usar protección en sus uniones. Por ese motivo sólo las completaban durante el periodo menstrual más los dos días siguientes a éste. No es que se echasen atrás en el resto de las uniones, es simplemente que preferían otros métodos más románticos y menos traumatizantes.

Sin embargo las cosas no salen siempre conforme a lo previsto. A primeros de febrero sospecharon que mi Madre podría estar embarazada, y en marzo, ciertos síntomas se lo confirmaron. El 18 de marzo del 59 “coincidiendo con el cumpleaños de mi Madre”, lo celebraron por todo lo alto no trabajando, y demostrándose su amor a cada momento como si de dos adolescentes se tratara. El 6 de abril celebraron el cumpleaños de mi Padre, de la misma manera.

El nuevo estado de mi Madre, había provocado en ellos una ilusión que jamás habían imaginado. En el mes de mayo terminaron la casa, la cuna, cuatro caballitos de madera y la ropita para el bebé. El valle cambió de color blanco a verde. Plantaron las patatas ya a primeros de junio, y comenzaron a explorar territorios siempre claro está, con sus chicos amarillos “dos Winchester del 66 apodados por las tribus amerindias como Yellow Boy por su marco dorado”, y sus cinturones de caza, donde alojaban entre otras cosas los cuchillos y varios trozos de setas alucinógenas por si sufrían algún percance doloroso.

En primer lugar marcharon hacia el E. Al bajar las montañas, los abetos daban paso a los álamos, abedules y alerces. Los abundantes arroyos y riachuelos que atravesaban los bosques, favorecían una vegetación tan variada como espesa. Cazaron marmotas, zorros y conejos. También recogieron plantas de la sanguinaria de canadá con rizoma incluido.

A continuación recorrieron las montañas del S hasta llegar al río Liard. Allí descubrieron una zona de pinos piñoneros. Pescaron salmones, cazaron martas y conejos, y recogieron piñones.

En agosto decidieron parar las expediciones “de momento”, pues mi Madre “ya de siete meses”, no estaba para muchos trotes. No obstante, eran conscientes de que en el mes de septiembre, mi Padre tendría que salir a cazar algún animal de mayor envergadura para poder llenar la despensa y pasar el invierno “mi Padre era de buen comer”.


Ruta de los castores.






Angosto barranco que os lleva desde el río Liard hasta mi valle.







Las blancas montañas del NO.














DESTINO ALEATORIO


Desde Junio hasta Septiembre suele nevar muy poco “nunca llueve”. El periodo de las nieves comienza normalmente en Octubre. El lobo de Alaska es uno de los lobos de mayor tamaño “75 kg. los machos y 60 kg. las hembras, aproximadamente”, y están muy bien adaptados para correr por la nieve. Precisamente con la llegada de las nieves es cuando su comida más escasea, y por lo tanto el momento de mayor peligro para el hombre. Además, las temperaturas bajan en aquellos lugares hasta -30º y -40º con bastante regularidad, por lo que salir de caza en invierno suponía poco menos que un suicidio. Mis Padres lo sabían perfectamente, y por eso querían tener la despensa llena antes de octubre. Por otro lado, si llenaban la despensa demasiado pronto, la temperatura no era lo suficientemente baja como para conservar la carne en buenas condiciones.

Recogieron las patatas durante la primera quincena de septiembre, y en la madrugada del 17 del mismo mes, mi Padre “Jaime Prado Losada” con 27 años a sus espaldas y cargado de proyectos por realizar, marchó de caza por la ruta de los castores. Habían previsto que en tres o cuatro días, mi Padre estaría de vuelta. Pero el destino “siempre tan aleatorio” les jugó una mala pasada, y al segundo día de su partida, una prematura ventisca de nieve, cambió el color de sus vidas.

Cinco eternos y sufridos días consiguió mi Madre aguantar en la casa esperando el regreso de su esposo, hasta que finalmente la angustia de la espera le venció, y pese a su avanzado estado de gestación, con los primeros rayos de luz del sexto día partió en busca de mi Padre.

Seguía nevando, pero sin viento. Mi Madre era una buena rastreadora, pero la nieve había tapado cualquier rastro que mi Padre hubiera podido dejar. Después de ocho horas andando por la ruta de los castores y sin encontrar ningún indicio sobre el paradero de su esposo, comenzó a sentir dolores de parto, pero aún así, decidió seguir con la búsqueda.

Dos horas más tarde y ya con poca luz, los dolores eran casi insoportables. Tomó un trozo de seta y continuó buscando, “ahora un lugar donde refugiarse”.

La noche llegó, y se vio forzada a tomar otro trozo de seta para no desmayarse. Sabía que si perdía el conocimiento antes de encontrar un refugio, moriríamos los dos.

Abrió los ojos. Los dolores habían remitido, estaba sentada en una losa de piedra y su espalda reposaba sobre una pared terrosa. Otra gran losa de piedra la protegía de la nieve. Era una pequeña oquedad natural que no recordaba cómo ni cuando la había encontrado. Tenía las piernas separadas y estiradas.

Abrió los ojos. Notó la presencia de alguien a su lado, oía su respiración, la oscuridad era total.

Abrió los ojos. A su derecha, una loba recostada sobre su lado izquierdo y tocando a mi Madre con sus patas encogidas, descansaba plácidamente sin dejar de mirarla. En el pequeño espacio que quedaba entre la loba y mi Madre, un bebé mamaba de uno de los pezones de la loba.

Abrió los ojos. Sus brazos y su pecho me protegían del intenso frío. El suelo del improvisado refugio estaba limpio de placenta y de cualquier otro resto del parto. Yo también estaba limpio, y con el cordón umbilical cortado y machacado como lo hace una loba, pero ésta ya no estaba.

Al amanecer, mi Madre decidió abandonar la búsqueda de su esposo y volver a casa. Estaba agotada, aturdida, dolorida y preocupada por mi Padre, pero sobre todo, preocupada por darme calor con su cuerpo y sus ropas.

Dejó de nevar, y después de varias horas de camino, observó lo que sin duda eran las huellas de mi Padre en dirección a la casa. Sus ojos brillaron de alegría y su cuerpo recuperó repentinamente la fuerza que creía haber perdido. Estaba impaciente por ver a su esposo y que éste viera por primera vez a su hijo. Que lo tomase entre sus brazos y lo sintiera en su piel como lo estaba sintiendo ella. Por fin había llegado el invierno que tanto habían deseado he imaginado.

Según avanzaba mi Madre en dirección al valle, las huellas de mi Padre se apreciaban con mayor claridad. Algo más tarde comenzó a distinguir entre la nieve restos de sangre. Al vislumbrar el valle las pisadas eran muy recientes, y aligeró la marcha con la ilusión de verle caminando hacia la casa. Eufórica de alegría, corrió todo lo que pudo gritando su nombre. Al verle sus rodillas flaquearon. Mi Padre estaba tumbado boca abajo a poco más de 40 m de la casa, junto a uno de los troncos que él mismo había cortado para construirla.

Le dio la vuelta. La nieve sobre la que reposaba estaba teñida de rojo. Mi Padre abrió los ojos y la miró. A penas podía mantener la mirada y el vaho que salía de su boca era casi inapreciable. Tenía heridas por casi todo el cuerpo, algunas de ellas muy profundas “por las que ya no sangraba”. Sólo el amor que sentía por mi Madre y la necesidad de volver a verla, le habían mantenido con vida de forma científicamente inexplicable.

Mi Madre le incorporó la cabeza con una almohada de nieve y le descubrió el pecho. Me recostó sobre su torso “piel con piel”. Colocó las manos de mi Padre sobre mi espalda, y nos tapo con su abrigo. Yo le babeaba el pecho, y a él, se le cristalizaron los ojos.

Oscurecía cuando mi Madre volvió a tomarme en sus brazos. Los ojos cristalizados de mi Padre seguían abiertos. Ella me llevó a la casa y me acostó en la cuna.

Cubrió el cuerpo de mi Padre con una manta. Anteriormente había recuperado de su cinturón, el cuchillo de caza ensangrentado “el rifle se había perdido”. Ayudada por la luz de las dos lámparas, comenzó a taparlo colocando sobre él con escrupuloso cuidado “como si no quisiera hacerle daño”, los cantos rodados que traía desde el riachuelo, utilizando la carretilla de madera que mi Padre había construido “le parecía ayer mismo”.

Al terminar de cubrir el cuerpo, se arrodilló, y abrazando las piedras se relajó lo suficiente como para poder llorar y pensar qué hacer con nuestras vidas. Tendríamos que quedarnos al menos hasta el próximo verano. Marcharse en esa estación del año, hubiese supuesto la muerte segura de los dos “por frío o por los depredadores”.

Durante los tres primeros meses de mi vida, le di muy poco que hacer a mi Madre. Me limitaba a dormir y a tomar de su pecho cada ocho horas. Mi tamaño era más bien reducido, los ojos de tonos azules y grises claros, la piel morena y el pelo negro y lacio. Nunca lloraba y mi actividad era prácticamente nula, por lo que mi Madre comenzó a preocuparse “aunque no tenía experiencia propia, sabía que aquello no era normal”. Sin duda debieron ser los tres meses más tristes y aburridos de su vida.

Por suerte para ella “estoy convencido”, el aburrimiento duró poco. A partir del cuarto mes, mi comportamiento cambió de manera considerable. Disminuían mis horas de sueño a la vez que aumentaba mi actividad con una progresión desenfrenada. Mis ojos fueron tomando matices amarillos y verdes. Comencé a jugar con mis cuatro caballitos de madera, y hacía tonterías típicas de bebé. Tantas, que incluso hice sonreír a mi Madre en alguna ocasión.

Con cinco meses ya gateaba, sólo dormía por la noche, y mal pronunciaba algunas palabras en francés “el idioma en el que me hablaba mi Madre”. A la hora de tomar el pecho, me despachaba rápidamente como si se tratase de algo obligado. Quería terminar cuanto antes para poder seguir con lo que más me gustaba, gatear e intentar andar. Mis tonterías eran más continuas, y poco a poco mi Madre fue aprendiendo a disfrutar de su hijo.

La cuna se me quedó pequeña antes de cumplir los siete meses, y por las noches me pasaba a la cama de mi Madre para dormir junto a ella. Al principio se empeñaba en llevarme de nuevo a la cuna, pero en cuanto que ella se dormía, yo insistía. Agotada por el sueño ella cedió, y yo gané mi primera batalla.

Por aquel entonces, la preocupación de mi Madre por mí, se debía a que me estaba convirtiendo en un bebé hiperactivo. Si por la noche la cuna se me quedaba pequeña, ya os podéis imaginar durante el día, por lo que finalmente ésta terminó en el desván antes de lo previsto. Por si fuese poco, comencé a coger o intentar coger cosas, que mi Madre no veía. También observó que en la oscuridad mis ojos tomaban matices amarillos refulgentes, y de un verde más oscuro cuanto mayor era la claridad. Mi Madre estaba confusa, y a su mente le vino el recuerdo de aquella loba que “según ella” me amamantó nada más nacer. De aquella época no guardo ninguna fotografía.

Antes de finalizar el mes de mayo, el valle tornó a su color verde indicando el inicio del verano “aquí las primaveras y los otoños son tan cortos que no vale la pena nombrarlos”. Mi vocabulario era ya lo suficientemente extenso como para poder entendernos, “aunque con cierta dificultad”. Resultó que yo veía cosas tan pequeñas que mi Madre no era capaz de ver. De igual manera, mis sentidos de olfato y oído estaban ya mucho más desarrollados que el suyo. Respecto al tema de los colores, la desigualdad era todavía más desproporcionada. Yo no sabía explicarlo aún, pero mi Madre sabía que el mundo de colores que yo veía, tenía poco que ver con el suyo. Obviamente mi desarrollo no era normal, aunque también era verdad que todas las anomalías eran positivas. Aparte de las mencionadas, seguía sin llorar, nunca me ponía enfermo, y me negaba a probar otra cosa que no fuese la leche materna.

Anik “así le gustaba que la llamase” no paraba de reír cuando me veía correr y saltar. Decía que corría y saltaba como un pato porque parecía que me iba a caer a cada momento.

El primer día que me dejó jugar fuera de la casa, estuve corriendo y saltando sin parar durante dos “cortas” horas. Disfrutaba tanto, que paré con desgana cuando ella me lo pidió para darme de comer. El ejercicio al aire libre hizo su efecto. Aquél día, mi Madre consiguió que comenzara a tomar algo más que leche materna. Me dio a probar su comida después de masticarla. De ésa época, si guardo alguna fotografía, aunque de mala calidad.

“En un principio”, la previsión de mi Madre era la de regresar al rancho a primeros de Julio “al faltar mi Padre, ya no tenía sentido seguir allí”. Se había construido una mochila porta bebé, para poder llevarme con cierta comodidad durante la quincena que calculaba duraría el viaje. Sin embargo cuando llegó el momento, la indecisión se adueñó de ella de tal manera, que terminó por aplazarlo hasta el año siguiente. La felicidad que advertía en mis ojos cuando me veía correr por los alrededores de la casa, y el pensar que abandonar aquellas tierras suponía de alguna manera renunciar definitivamente al gran sueño de mi Padre, fueron sin duda las excusas perfectas para tomar tan insólita resolución.

Por las noches al acostarnos, se dejaba llevar por el llanto cuando me creía dormido “lo hacía de manera reprimida para evitar despertarme”. Anik dormía boca arriba, y yo de lado “entre su costado y su brazo”, acerrado a su pecho izquierdo como el bebé que todavía era “me gustaba sentir el calor de su piel, y ver en la oscuridad sus hermosos colores”. Me acostaba siempre en el mismo lado de la cama, para que el cuerpo de mi Madre me protegiera del calor directo de la chimenea.

Mi vocación por correr era ya obsesiva a la edad de once meses, y a mi Madre le resultaba imposible tenerme retenido en la casa durante el día “salvo para la hora de comer”. Asomada a la ventana que da al valle o sentada en el escalón que da al rellano de la escalera, y con el Winchester cargado “siempre a su lado”, no me quitaba la vista de encima en prevención de los posibles y lógicos peligros que pudieran surgir.

Uno de mis juegos preferidos era el de perseguir a los insectos, sobre todo a los saltamontes. Cuando conseguía cazar alguno, lo soltaba de nuevo para volver a cazarlo.

El 16 de agosto antes de acostarnos, Anik me dijo que al día siguiente saldríamos a cazar por la ruta del E. Aquella noche no pude pegar ojo. No podía dejar de pensar que en pocas horas, me iba a convertir en un gran cazador de feroces animales salvajes.


Peligro en la nieve.


















LOS COLORES DE LA VIDA


Al amanecer salimos de la casa en dirección E como estaba previsto. Anik portaba el rifle, el cuchillo de caza y la mochila para cuando me cansase de andar “aunque yo estaba convencido de que no la iba a necesitar”.

Al bajar las montañas y entrar en los bosques de álamos, abedules y alerces, el paisaje cambió por completo. Hasta ése momento para mí sólo existían los abetos de las montañas y la hierba del valle. Toda esa nueva y variada vegetación, contenía tal cantidad de nuevos colores y olores, que tardé bastantes minutos en adaptarme a ellos.

Anik me cogió de la mano, y se paró mientras me indicaba algo. A unos 60 m, una marmota ajena a nuestra presencia, roía unos tallos de hierbas duras. De repente un ruido atronador me sorprendió “era la primera vez que oía un disparo” No pude ver la bala, pero sí su estela violeta entrando y saliendo del cuerpo de la marmota, y a ésta elevarse despedida hacia atrás varios metros sobre los matojos. Salí corriendo hasta el lugar donde se encontraba, y al llegar me puse a gatas junto a su cuerpo con la intención de jugar con ella “pero la marmota no se movía”. Sus colores se ondulaban al compás que perdían el brillo y desaparecían con rapidez. El azul, el magenta, el rojo y el amarillo, hasta quedar un fino estrato opaco de éste último que apenas podía ver debido a la luz del día. Los grandes ojos negros de la marmota estaban completamente abiertos “pero no miraban a ninguna parte”, y por su boca entreabierta salía una espuma blanquecina manchada de sangre que mojaba su denso pelo.

De repente, una insólita y desagradable sensación de frío, recorrió mi cuerpo erizando todos los poros de su piel, y algo que subía desde el estómago comenzó a oprimirme el pecho y a taponarme la garganta dificultándome la respiración. Mi mandíbula comenzó a temblar de manera incontrolable, y unos súbitos espasmos, terminaron por provocar que mis ojos y mi voz cedieran al llanto.

Mi Madre me tomó entre sus brazos para consolarme, y con sus incesantes besos intentaba secar las lágrimas que el llanto me provocaba. Dejó pasar unos minutos, me limpió la cara con su pañuelo, ató la marmota al cinturón, se colocó la mochila sobre su pecho y me instaló en ella.

El viaje de vuelta fue rápido “o al menos así me lo pareció”, pues todavía suspiraba cuando llegamos a la casa. La verdad es que me pasé todo el viaje abrazado al cuello de mi Madre, y aunque la imagen de la marmota no se me iba de la cabeza y no entendía lo que en realidad había pasado, el calor de la piel de mi Madre me tranquilizaba sobremanera. Ella estaba sentida por mi dolor, pero paradójicamente también alegre, pues su hijo había llorado por primera vez.

Anik necesitó varios días para conseguir hacerme entender lo que había sucedido “durante los cuales no salí de la casa”. Pero gracias a su paciencia y sobre todo a su natural forma de explicarme el sentido de la vida, al cuarto día comencé a comportarme como el mismo pato al que ella estaba acostumbrada a ver. Gracias a mi primera experiencia como cazador, comencé a entender algunos significados de aquellos extraños colores que Anik no veía.

Salimos a dar un paseo hasta la tumba de mi Padre. Me explicó que murió allí mismo, el 24 de septiembre de 1.959 “al día siguiente de nacer yo”, justo después de verme y sentirme entre sus brazos durante apenas un instante, y que murió desangrado a causa de las heridas que le causaron los lobos, ayudados por una súbita ventisca de nieve. Rellenamos con tierra los huecos que quedaban entre las piedras que formaban el túmulo, y plantamos en ellos las hierbas aromáticas que Anik arrancaba con buen cepellón para asegurar su agarre.

El barro que utilizaron en la construcción de la casa, lo habían recogido de una zona del riachuelo de los castores, formando un vado poco profundo que aprovechábamos como si de una gran bañera al aire libre se tratase. Para Anik, sus aguas siempre estaban muy frías, y sin embargo a mi juicio, tenían la temperatura perfecta. Antes de salir nuevamente de caza, nos dimos unos cuantos baños. La corriente del agua en el vado era mínima, y Anik aprovechó para enseñarme a nadar a estilo braza “que era el que ella conocía”, eso sí, mi Madre se limitaba a explicarme la teoría “la práctica era para mí”. El agua apenas le llegaba hasta las rodillas, y ella no tenía ninguna intención de que eso cambiara.

Durante el resto del verano, continuamos saliendo de caza por las rutas del E y S “las menos frecuentadas por lobos y osos”. Decidí que de momento lo más sensato, sería autodegradarme la categoría hasta la de aprendiz de cazador. Solía entretenerme masticando la dulce resina del abedul, y de vez en cuando ya era yo quien localizaba a las presas “normalmente dirigido por mi sentido del olfato”.

En algunas ocasiones, Anik le cortaba el cuello a la presa y guardaba su sangre en un recipiente “la sangre frita estaba riquísima”, y siempre, después de abatido el animal, me quedaba junto a él acariciándolo y observando con embeleso la pérdida de los colores de su vida.

En una de nuestras batidas, Anik se resbaló cuando bajábamos por una ladera con desnivel pronunciado. Rozó el filo de una roca, y se produjo un corte profundo en la zona media lateral del muslo izquierdo por el que sangraba abundantemente. Su cara enrojeció y no paraba de resoplar y sudar. Los colores que surgían de la herida, eran brillantes, largos, destellantes y con matices intermedios rojo y magenta “igual que los de las heridas de los animales que cazábamos, pero mucho más definidos”. Se realizó un torniquete con una tira de cuero de su pantalón, limpió la herida con el pañuelo empapado en su orina, y nos fuimos a casa todo lo rápido que pudimos.

Cada 15 minutos se aflojaba el torniquete, y transcurridos 30 segundos lo apretaba de nuevo. Al llegar, lo primero que hizo fue tomar un trozo de seta. Después abrió el botiquín, se limpió nuevamente la herida con alcohol, “chilló”, preparó la aguja y la sutura de algodón, y se colocó entre la dentadura un trozo de cuero enrollado.

Como la herida era bastante profunda, inicialmente se dio ocho puntos interiores, “sudaba y babeaba sin parar al mismo tiempo que sus muelas machacaban el cuero con tal intensidad, que apunto estuvo de ceder a la presión el rollo de piel curtida”. Después, con otros tantos puntos exteriores, consiguió finalmente unir ambos bordes de la herida hasta consolidarla. Se tomó otro trozo de seta, me dijo que no saliera de la casa, se acostó, y se durmió.

Al día siguiente, después de 18 horas durmiendo y pronunciando palabras que yo no entendía, se dio una ducha de agua sin calentar, untó la herida con una pomada preparada a base de rizomas pulverizados de la sanguinaria de canadá, me dio el pecho, se tomó un trozo de seta, se acostó, y se volvió a dormir.

Tardó varios días en volver a andar sin la ayuda de una silla. Durante ese tiempo, Anik me adiestró en una nueva afición “la de lanzar piedras todo lo lejos y certeramente que pudiera”. Resultó que me gustaba casi tanto como correr y saltar, y para mayor regodeo, lo mismo me daba lanzar con la derecha que con la izquierda “al igual que me sucedía con las piernas a la hora de saltar”.

Ese año, el invierno se adelantó y nos tuvimos que apresurar a recoger las patatas en los primeros días de Septiembre por temor a que se helaran.

Una mañana, mientras Anik estaba en el cuarto de aseo, con la ayuda de una silla me subí a la encimera. En una de las lejas estaba el bote con las setas. Cogí un trozo, observé los colores que irradiaba su materia “amarillo, rojo, magenta y azul”, y decidí comérmelo. Seguí husmeando en los otros botes, y al poco tiempo, me di cuenta que de la espalda me estaban saliendo unas enormes alas blancas. Las agité un poco y me elevaron unos centímetros sobre la base de la encimera. Aquello era fantástico, me sentía más fuerte que nunca y además podía volar.

En ese momento, Anik apareció por el chaflán de la chimenea y me lancé volando hacia ella para que viese lo que podía hacer. Desde entonces tengo ésta cicatriz en la ceja izquierda.

Durante ese invierno comencé a leer y a escribir. Las hojas de los cuadernos eran blancas, y los lápices del 3 ½, “con mayor proporción de arcilla y menor de grafito”, para alargar al máximo su duración. Como me daba lo mismo escribir con cualquiera de las dos manos, y Anik me dejaba elegir, decidí hacerlo con las dos. Un lápiz en cada mano “el cuaderno abierto y centrado”, y a escribir con una u otra, eso sí, cada mano tenía su propio estilo de escritura.

En invierno Anik sólo me dejaba salir de casa media hora aproximadamente “dependiendo de la temperatura que hiciese”, justo antes de la comida. Según ella hacía mucho frío como para estar más tiempo fuera de casa, y me abrigaba tanto, que lo que conseguía era hacerme pasar calor. Además, con tanta ropa, apenas me podía mover.

Desde mis primeros meses de vida, mi Madre me había estado haciendo un seguimiento de la fontanela anterior palpando con cuidado sobre ella para no lesionarme, y comenzaba a preocuparse porque no se cerraba. Un día se atrevió a apretar un poco, y se dio cuenta de que los cuatro huesos estaban perfectamente unidos, lo que sucedía es que mi cráneo estaba hundido justo en ese punto, y no se notaba porque tenía bastante pelo desde que nací y el hueco tampoco era exagerado.

A mediados de Mayo, a penas quedaba nieve en el valle. Según las temperaturas iban subiendo, Anik me permitía jugar fuera de casa durante más tiempo. Antes de terminar el mes, a mi Madre se le retiró la leche, y como consecuencia del consiguiente retiro, yo me quedé sin mi alimento más suculento. Por otra parte mi dentadura ya estaba completa, y podía permitirme comer prácticamente de todo.

Anik decidió celebrar mi cumpleaños por adelantado el día 1 de Junio de cada año, para que no coincidiese con la fecha de la muerte de mi Padre, que “según ella” fue el siguiente al de mi nacimiento. Mis padres fueron muy minuciosos desde que salieron del rancho con el seguimiento de las fechas, sirviéndose para ello con la ayuda de un calendario perpetuo. Cada uno anotaba todas las noches algo en su diario, y Anik seguía ejerciendo dicha costumbre.

Todos los años coincidiendo con la retirada de las nieves, comenzábamos a preparar el mantillo para abonar el huerto. Traíamos barro del vado, lo extendíamos y lo dejábamos secar. Cuando estaba seco lo machacábamos con cuidado, para no matar a las lombrices, extendíamos la mitad y formábamos el primer substrato. El segundo substrato lo formábamos añadiendo hojas, hierbas, restos de comida vegetal y virutas de corteza de abeto, y al tapar todo con el resto del barro seco machacado, quedaba formada la tercera capa. Lo regábamos y lo tapábamos con pieles dejando pequeños espacios sin cubrir para su aireación. Una vez al mes removíamos el mantillo, controlábamos la humedad y lo tapábamos nuevamente. Antes de plantar las patatas se abonaba el huerto con el mantillo del año anterior.

El 1 de junio del 62 para celebrar mi tercer cumpleaños, Anik me regaló un balón más o menos esférico realizado con piel de vaca y relleno con hierbas secas apretadas. Fue un regalo genial, a los caballitos de madera ya no les quedaban patas por el desgaste de tanto correr sin herraduras. Ahora me tocaba desgastar el balón a base de pelotazos, y comencé en el mismo momento que Anik me lo entregó.

Como ya era mayor “según yo”, convencí a mi Madre para que me construyera mi propia cama. La colocamos perpendicular a la suya, con la cabecera pegada a la pared O. Insistí en que mi cama fuese más alta que la suya, para de esa manera poder observar sus colores en la oscuridad de la noche desde una mejor perspectiva.

Mi Madre todavía lloraba algunas noches antes de dormirse, y después, a menudo, sus colores se alteraban inesperadamente durante ese estado de reposo en el que perdía toda su actividad consciente y capacidad de movimientos voluntarios. Por más que lo intentaba, no conseguía entender el significado de esos cambios tan bruscos en los colores de su vida. Anik me explicó que seguramente se debían a las pesadillas que a veces sufría, pero como por aquel entonces yo no sabía por propia experiencia lo que era soñar, tampoco me servían de mucha ayuda sus razonamientos.

Anik confeccionó unos pantalones cortos de cuero para cada uno, que nos servían de bañador. Ella era muy pudorosa con la zona de su cuerpo más íntima, y quería que yo también lo fuese. El sentido del pudor me lo explicó de forma tan natural, que lo entendí perfectamente y no he tenido nunca dudas a ese respecto. Ése verano conseguí que mi Madre se sentara en el vado para jugar conmigo dentro del agua. El momento del baño en nuestra piscina particular era cada año más divertido, y cuando no salíamos de caza, la diversión acuática estaba asegurada.

Dábamos una batida una vez por semana, sin alejarnos mucho del valle “10 o 15 Km. todo lo más”. Iniciábamos la marcha al amanecer, y por la tarde ya estábamos de vuelta. Seguíamos cazando sólo por las rutas menos peligrosas “las del E y S”. Mi sentido del olfato era con diferencia el más desarrollado, y por eso, solía ir yo por delante de Anik localizando a las presas siguiendo el rastro de su olor, bueno, por eso, y porque al ir yo delante, ella me tenía controlado en todo momento. Nunca cazábamos aves, y cuando localizábamos algún nido de perdiz, sólo cogíamos los huevos cuyo embrión todavía no estaba formado. La selección la hacía yo fijándome detenidamente en sus colores y escogiendo aquellos por los que a través de los poros del cascarón exclusivamente emergía el color amarillo brillante “dato inequívoco de que el cigoto todavía no se había segmentado”.

Ese verano, se me ocurrió comenzar una nueva afición “la de subirme a los abetos”. Los primeros días “cómo no”, Anik no quería que lo hiciese por si me caía, pero una vez más, terminó por ceder ante mi insistencia y extremada habilidad. Ella siempre estaba conmigo en esos momentos, y como nunca me caía, poco a poco fue perdiendo el miedo a verme subir y bajar por los abetos como si fuese una ardilla humana “me decía”.

La madera que sobró de los abetos que cortaron mis Padres para la construcción de su morada, la trocearon y la apilaron en la parte trasera de la casa. Había tanta, que me parecía suficiente como para avivar la lumbre de nuestra chimenea durante todos los inviernos que pudiesen soportar nuestras vidas.

Bajo el apilado de las maderas se escondían ratoncillos con los que jugaba persiguiéndolos, aunque en realidad no se bien quién jugaba con quién, sobre todo si tenemos en cuenta que siempre terminaba enojado debido a los continuos quiebros que ellos me hacían cada vez que se les antojaba. Lo único que de alguna manera me reconfortaba, era el comprobar que cuanto mayor era mi irritación, más disfrutaba Anik.

Algunas noches durante el crepúsculo, Anik oía el aullido de los lobos del O. Yo oía sus sesiones corales todos los días y noches del año, y comenzaba ya a distinguir sus diferentes tonos individuales.


Sanguinaria de canadá.










Mi valle en verano con las montañas del O. al fondo.

















ADOLESCENCIA INSÓLITA


Mi Madre tenía por costumbre, medirme y pesarme el día que celebrábamos mi cumpleaños. Toda mi ilusión era la de llegar a ser más alto y más fuerte de lo que era mi Padre. Al medirme, hacía una marca con el cuchillo en la pared O “entre la romana y mi cama”, y al lado anotaba la altura y el peso, comprobando así la diferencia entre un año y otro.

El 1 de junio del 70, Anik marcó 1,57 m y 57 kg. “un centímetro y 2 kg. más que ella”. Mi peso era excesivo en relación a mi volumen, Anik dedujo que tenía que ser debido a mis carnes tan apretadas y mi estructura ósea más fuerte de lo normal. A mis 11 años ya era más alto y más fuerte que mi Madre, pero todavía me faltaba mucho para superar los 1,86 m de mi Padre.

Ese día Anik me regaló algo muy especial, “el mazo”.

Mi Padre construyó el mazo, como herramienta de defensa para el caso de tener que luchar contra animales salvajes cuerpo a cuerpo. Pero cuando llegó el momento de utilizarlo, no le resultó práctico debido a su excesivo peso.

El mazo está construido con acero no aleado. Su cabeza tiene forma de piñón de caja de cambios. El mango está soldado a una bola del mismo metal con diámetro superior, y forrado con piel de vaca. Ésta bola tiene un agujero en su eje perpendicular al del mango, y por él, atraviesa una cinta de cuero que sirve de asa. La longitud total del mazo es de 40 cm. y pesa 5 kg. .

Anik adaptó la parte delantera de las patas de mis pantalones para transportarlo con “comodidad”. Sin embargo, yo prefería llevarlo fuertemente empuñado con una u otra mano, hasta el punto de convertirlo en una poderosa y eficaz prolongación de la extremidad que lo manejase. El “excesivo” peso del mazo no supuso para mí inconveniente alguno, por lo que a la edad de 11 años, entendí cumplido el objetivo de ser más fuerte y resistente que mi Padre.

Practicaba los golpes con los troncos secos, imaginando que eran fieras salvajes y asestándoles mazazos desde todas las posiciones que se me ocurrían. Combinaba la práctica del mazo con la del lanzamiento de piedras, en la que ya era lo suficientemente certero como para matar pequeños animales, “en los bolsillos de mi cinturón de caza, siempre llevaba varias piedras seleccionadas que recogía de cualquier riachuelo”.

Durante el transcurso de nuestras habituales batidas estivales “en las que nos limitábamos exclusivamente a la caza menor”, casi siempre era yo quien localizaba a la presa “mediante el olfato”, y a continuación, la mataba con mis piedras. Lanzaba primero con la derecha, y si fallaba, repetía con la izquierda “que era la más certera”. Si después de errar con el primer lanzamiento, la presa decidía hacer un quiebro, ella misma me lo indicaba con la alteración de sus colores justo antes de realizarlo, por lo que muy pocas veces volvía a fallar.

La experiencia del día a día, me ayudaba a entender cada vez mejor esos “extraños” colores que según mi Madre sólo yo era capaz de ver. Si algún animal estaba enfermo o preñado, también me lo indicaba con sus colores, y automáticamente dejaba de ser una presa para nosotros.

Anik ya me había ofrecido hacía tiempo la posibilidad de disparar, pero yo no quería saber nada del rifle porque me resultaba demasiado ventajoso e injusto.

Seguía subiendo a los abetos que ocupaban el espacio entre la casa y el escarpe. Llegaba hasta las ramas más altas que podían soportar mi peso. Desde allí “a unos 30 m de altura”, pensaba que algún día me lanzaría desde la loma del escarpe hasta los abetos, y sería como volar durante algunos segundos. El salto no era demasiado largo “unos 15 m en caída oblicua”, pero no lo haría hasta tener la suficiente seguridad en mi mismo.

Anik ya me dejaba correr por todo el valle, siempre que dejase un margen mínimo de seguridad hasta los abetos de unos 50 m. Ella me observaba desde la casa, casi siempre sentada en el escalón que da al rellano y con el rifle sobre sus piernas.

Normalmente, me dedicaba a recorrer el perímetro de mi particular zona de recreo “unos 8 Km. aproximadamente”. La anchura del riachuelo durante su zigzagueante recorrido por el valle, varía entre los 4 y 10 m, y uno de mis desafíos era el de conseguir saltarlo algún día por su zona más ancha, aunque para eso todavía me quedaba bastante, pues por aquel entonces, mi salto máximo longitudinal no pasaba de los 7 m. “que según me decía Anik, ya era más de lo normal”.

No solía ir muy rápido, me gustaba más la resistencia. En una hora daba de dos a tres vueltas al valle, y durante la carrera cuando veía una buena piedra en el suelo, me lanzaba a por ella volteándome y lanzándola apuntando al centro de algún tronco de abeto, al mismo tiempo que me levantaba y seguía corriendo “todo ello sin soltar el mazo con la otra mano”. La idea era la de prepararme, para llegar algún día a convertirme en un gran cazador como el que me decía Anik que había sido mi Padre.

En mi piel no se formaban gotas de sudor nunca “por mucho ejercicio o calor que hiciese”. En verano sólo vestía pantalón “cortado justo por la parte superior de las rodillas”, calcetines y botas.

Ese año, desde que comenzó la floración, las abejas se sintieron especialmente atraídas por mi olor corporal, y cuando pasaba alguna de ellas cerca de mí, se posaba en mi piel como si yo fuese una flor. A los 8 o 10 segundos se caían como si estuviesen drogadas, y permanecían en ese estado entre 20 y 30 segundos, si cuando se recuperaban seguían estando a mi lado, se volvían a posar sobre mi piel y esta vez caían a los 4 o 6 segundos, casi siempre muertas. Para mi fortuna, a ninguna le daba por picarme. Al llegar a casa, Anik me pedía que me quedase junto a ella durante un rato. Según decía, mi olor corporal había cambiado últimamente, y le relajaba más que cualquier infusión o masaje.

Hacía ya cuatro años que el azúcar se nos había acabado, y desde entonces en el mes de Mayo partíamos hacia el E con dos cubos para recoger la sabia del arce. Con el berbiquí hacíamos una pequeña perforación en la corteza, por la que introducíamos una espiga en forma de media caña, y debajo colocábamos el cubo “bien alto”. En el mes de Julio recogíamos los cubos y con la sabia preparábamos jarabe de arce “o azúcar de arce si la hervíamos más”.

En la madrugada del 3 de Agosto, tuve mi primera emisión nocturna. Orgulloso, desperté a Anik y se lo dije. Me preguntó si había soñado y le contesté que no, “seguía sin soñar”…
(Anik) – Enhorabuena Sharf, ya te estás haciendo un hombre, ahora lávate y vuelve a la cama.

Ese asunto ya lo habíamos tratado hacía tiempo “con toda naturalidad”. Mi Madre no le dio mayor importancia “o al menos, eso me pareció”, pero para mí supuso un acontecimiento muy especial.

Cuando corría por el valle, a veces me paraba un rato en el extremo S y me recreaba mirando a mi Madre sentada en su escalón. Ella a penas podía ver mi silueta “decía”, mientras que yo a esa distancia de 2,8 Km., disfrutaba contemplando el brillo de sus ojos.

Mi cerebro tomaba medidas continuamente sin previa orden, al igual que lo hacía informándome de la hora “aproximada” a cada instante. El sistema nervioso somático, había traspasado esos poderes al autónomo o vegetativo, y yo no podía ni quería evitarlo.

El interés por recorrer la zona O, aumentaba en mí día a día, y no paraba de pedírselo a Anik. Ella no quería, porque en aquellas montañas más altas era precisamente donde abundaban más los lobos y los osos. Aburrida “supongo” por oír continuamente la misma tarantela, terminó accediendo, y en la segunda semana de agosto partimos de caza hacia las altas montañas.

Salimos de casa como siempre con los primeros rayos de luz, y a las pocas horas ya había cazado una marta. Seguía el rastro de un zorro, cuando de repente comenzó a posarse sobre mi cuerpo un ejército de abejas...
(Anik) – ¡No te muevas Sharf! “gritaba mi Madre mientras nerviosa, disparaba al aire sin ningún resultado positivo”.

Me tapé la nariz y boca con las manos para poder respirar, y cerré los ojos. En pocos segundos tenía miles de abejas tapando mi cuerpo, y provocándome un calor insoportable que me hacía sudar exageradamente. Enseguida empezaron a caer las primeras, y a continuación las demás hicieron lo mismo a destajo. Cuando se recuperaban se ponían a la cola para seguir con el festín “eran tantas que mi cuerpo se les quedaba demasiado pequeño como para saborearme todas a la vez”. Anik seguía gritándome que no me moviera, pero no disparaba “ya había vaciado los quince cartuchos que contenía el depósito tubular del Winchester”. Felizmente a los pocos minutos, pude abrir los ojos y ver la tremenda montaña de abejas muertas o moribundas, que me estaban tapando las piernas casi hasta las rodillas.

A 5 m de distancia, un panal construido en el hueco de unas rocas, se había quedado sin obreras. Por fortuna el panal era pequeño “3.000 o 4.000 abejas”, y lógicamente aproveché la ocasión para cortar con el cuchillo de Anik, los trozos de panal que no contenían polen o abejorros. Mi Madre prefería no acercarse a las abejas, porque sus picaduras le producían serias inflamaciones dolorosas. Anik ya se había acostumbrado durante ese verano a verme de vez en cuando con alguna abeja sobre mi piel, y sabía lo que pasaba a continuación, pero de todas formas se llevó un buen susto, “y yo también”.

El propóleo que tapaba las celdillas lo preparó Anik para usarlo como cicatrizante, la cera la mezcló con resina de abeto y fabricó goma de mascar, y la miel estaba especial, sobre todo untada en lonchas de patata bien asadas.

A la semana siguiente marchamos dirección NO, siguiendo el curso del riachuelo que bajaba desde esas altas montañas. El terreno era abrupto, y comenzó a calentar el sol sin haber percibido el olor de presa alguna. Me paré al observar en el fondo del riachuelo unos destellos amarillos que me produjeron curiosidad…
– ¿Ves esos destellos?
(Anik) – ¿Cuáles?
– Esos, ¡en el fondo! “señalando con mi dedo el lugar”.

Pero Anik no conseguía verlos por más que se fijaba. Me descalcé y me introduje en las aguas para ver de qué se trataba, eran chinitas muy pequeñas y sólo pude coger unas cuantas. Cuando mi Madre las vio me dijo que eran pepitas de oro y me instó a coger más.

El resto del día lo dediqué a esa labor, y de vuelta en casa, Anik confeccionó 10 bolsas de cuero para rellenarlas con las pepitas hasta que pesasen un kg.. Teniendo en cuenta que en cuatro horas había recogido 70 gramos, supuse que tardaría bastantes años en llenar las 10 bolsitas.

Ese invierno comencé con el aprendizaje del español y el francés. Anik me ayudaba en la medida de lo que podía, y así al mismo tiempo aprovechaba para ponerse al día con esos lenguajes que ya hacía tiempo que no utilizaba.

Para acostarnos, la única prenda que vestíamos eran unos calzones que Anik confeccionaba con telas suaves. Ella se tapaba hasta el cuello con la sábana y una o dos mantas, yo sólo con la sábana, y no por frío si no por pudor “en invierno la chimenea estaba siempre encendida, caldeando la casa más que suficiente como para que yo no sintiese frío en ningún momento”.

Todas las noches, mientras Anik dormía, yo aprovechaba la oscuridad para disfrutar de los colores de su cara “los del resto de su cuerpo quedaban retocados al mezclarse con los de la ropa”. Hasta entonces creía que se trataba de una especie de nube translúcida “casi transparente” que rodeaba su cuerpo, al igual que sucedía con los colores de cualquier materia. Sucedió que una noche, de forma casual mientras los observaba, mi Madre sufrió una de sus ya escasas pesadillas, y fue en ese momento cuando me di cuenta, de que en realidad lo que yo veía, eran hilos de colores luminosos rectilíneos e independientes entre sí, tantos y tan juntos que parecían formar un solo bloque. Surgían de su piel en dirección perpendicular a su base, por lo que en ocasiones se cruzaban y mezclaban sus matices.

A continuación, acostumbraba a salir de la casa y sentarme en el rellano para recrearme con los colores que la oscuridad de la noche proveía al valle. Al mismo tiempo, me esforzaba en tratar de identificar la infinidad de olores, que ya por entonces era capaz de percibir. Poco antes del alba, era cuando me acostaba para dormir.

Una fría noche de Enero, me encontraba sentado en el rellano tapado con una manta, cuando vi por primera vez en el valle a un grupo de lobos.

Se hallaban al O, justo al otro lado del riachuelo, a unos 60 m. Eran cuatro. El lobo alfa, por sus colores y apariencia, debía tener de 4 a 5 años. Permanecía “cauteloso” más adelantado que los demás, y sus ojos cobrizos no dejaban de mirarme fijamente “sin pestañear”. Cerca de él, pero algo más alejado, otro macho poco más joven y de pelo negro en su totalidad, hacía lo mismo, pero éste “más airado” me mostraba con furia contenida su poderosa dentadura. Los otros dos “de menor rango” se movían de un lado para otro esperando instrucciones.

Yo los veía perfectamente en aquella oscura noche sin luna, al igual que ellos a mí “sin duda”. Llevaba tanto tiempo esperando que me sucediese algo así, que a penas me lo podía creer. Conocía bien sus olores y sus aullidos, pero hasta entonces solo los había visto a gran distancia.

Me levanté, baje los escalones y anduve unos metros en dirección al lobo alfa sin dejar de provocarle manteniéndole la mirada. En realidad, el que más me preocupaba era el lobo negro, pues sus colores indicaban claramente que estaba deseando atacarme, y si no lo había hecho ya, era por que esperaba la orden del lobo alfa. Finalmente, alfa “que era más templado y más sabio que beta”, decidió no arriesgarse a atacar a un humano, y cruzaron el valle algo más alejados de la casa.


Lobo Sabio. 








Lobo Negro.






Ruta del NO, poco antes de llegar a mi valle.











Uno de los rápidos de la ruta del NO.






Riachuelo con pepitas de oro.















EL VALOR DE LOS SENTIDOS


Todos los inviernos Anik me decía, que al próximo verano nos iríamos al rancho para que yo pudiera tener una vida normal, como la del resto de los jóvenes de mi edad. Pero aunque ella intentaba disimularlo, yo sabía por sus colores, que para Anik su vida estaba en el valle, con los recuerdos de mi Padre y junto a su tumba, y siempre terminaba convenciéndola para que lo aplazase un año más. Lo hacía por ella, y seguramente sobretodo por mí. En realidad no podía imaginarme mejor vida que la que ya tenía allí junto a mi Madre, y no sentía ninguna necesidad de estar con nadie más.

En el mes de Febrero, los graznidos de una pareja de cuervos jóvenes que decidieron anidar en uno de los roquedales del escarpe, animaron la “a veces” excesiva tranquilidad del valle. La hembra era muy recelosa, sin embargo el macho no tenía reparos en acercarse a la casa, sobre todo desde que le lanzaba trozos de comida, que no dudaba en coger y llevárselos al nido.

Cuando salía a correr por los alrededores de la casa, el cuervo volaba sobre mí a gran altura durante todo el tiempo que yo estaba fuera. Me parecía que le gustaba ver como me entrenaba corriendo, saltando, lanzando piedras y destrozando con el mazo los troncos secos. A veces me subía al abeto más próximo a su nido para poder observarlo, pero dejé de hacerlo porque la hembra se asustaba y lo abandonaba hasta que yo me iba.

El 12 de marzo del 71, salí a correr sobre la nieve como todas las mañanas. Llevaba un rato ya haciendo mis ejercicios, y el cuervo todavía no sobrevolaba la zona de entrenamiento.

Paré y miré a mi alrededor, pero no le veía por ninguna parte “ni tampoco le oía”. Extrañado por su inusual ausencia, me dirigí hacia el nido “supuse que quizás se habían marchado” y cuando por fin los vi, sentí que un frío y desgarrador sentimiento de tristeza, arrancaba de cuajo parte de mi ser.

Estaban los dos en la base del escarpe. La hembra había perdido sus colores “apenas le quedaba la fina capa amarilla que permanece hasta después de la muerte”. Al acercarme a ellos, el cuervo echó a volar y se posó sobre una rama alta del abeto más próximo.

Alojé el cuerpo de la hembra en mis manos, y lo observé detenidamente para tratar de averiguar la razón de su muerte. Por el interior de su cloaca, quería asomar la cáscara de un huevo de color verde con manchas pardas y grises, que debido a su excesivo tamaño, no pudo expulsar y le causó la muerte.

La enterré allí mismo, y coloqué una gran losa de piedra lisa sobre su tumba para evitar que fuese pasto de cualquier carroñero. Subí al abeto más próximo al nido, y comprobé que estaba vacío. No me sentía con ánimo para seguir fuera de la casa y encaminé mis pasos en esa dirección. Miré atrás. El cuervo picoteaba la losa con reiteración, visiblemente ofuscado “parecía negarse a aceptar la pérdida de su compañera”, y temí que algo así me pudiera ocurrir a mí alguna vez.

A los pocos días, cuando ya había perdido toda esperanza de volver a sentirme acompañado por la presencia del cuervo, éste apareció en el valle sobrevolando mi zona de entrenamiento. Supongo que decidió quedarse con mi compañía como un mal menor. Por la razón que fuera, le gustaba seguirme a todas partes cuando salía de la casa, y como a mí también me agradaba su presencia, decidí ponerle un nombre. El único problema era, que no se me ocurría ninguno. Anik me propuso algunos, pero no me convencían. Al final llegué a la conclusión, de que como se trataba de un cuervo, le llamaría Cuervo.

El 1 de junio, para celebrar mi casi 12 cumpleaños “como a mi Madre le gustaba decir”, recibí el regalo más esperado por mi parte desde que tenía uso de razón, “el cuchillo de caza de mi Padre”.

A partir de ese verano, comenzamos ya a cazar por todas las rutas.

Anik tomaba tisanas de yemas de abeto endulzadas con miel, para calmar un catarro que arrastraba desde el mes de febrero, y del que no se recuperó hasta bien entrado julio. No obstante, aunque aparentemente recuperada, había algo extraño en su conducta que no conseguía entender y que me mantenía confundido y preocupado. No se bañaba en el vado, y nunca se descubría el pecho ni para tomar el sol. Tenía mala cara y estaba triste, me decía que debido al catarro que había pasado, pero sus colores no coincidían del todo con sus palabras.

Cuervo fue tomando confianza, sin prisa y sin pausa. Le repetí mi nombre hasta la saciedad, y conseguí que lo pronunciara. “Sar”, algo así más o menos se le entendía. En el momento en el que él pronunciaba mi nombre, yo levantaba la mano para indicarle que le había oído, y a continuación, estiraba el brazo sujetando con firmeza entre mis dedos un trozo de carne, que Cuervo se apresuraba a coger en pleno vuelo demostrando su extraordinaria pericia en ese noble arte. Si no tenía hambre, no me llamaba.

A mediados de septiembre, Anik comenzó a utilizar el camisón para dormir “por primera vez, al menos desde que yo tenía uso de razón”. Según ella, lo hacía simplemente para no acatarrarse de nuevo, y de no haber tenido la facultad de poder ver los colores de su vida, probablemente me lo hubiese creído. Pero por desgracia, el conjunto de los matices, brillo, estabilidad y longitud de esos extraños colores, me obligaban a continuar receloso de sus palabras.

La chimenea alberga un tubo de hierro de 30 cm. de diámetro, embutido en su lateral con una inclinación de 45º para cumplir con la función de torva. La parte que sobresale por encima de la encimera tiene tapa de rosca, y la que baja coincide sobre una parrilla de hierro con separación entre varillas de 10 cm. . Ésta parrilla, se puede adaptar a las paredes de la chimenea a tres alturas distintas para poder regular la intensidad de la lumbre. De esa manera, las brasas que se colaban entre las varillas de la parrilla, producían una temperatura constante, y evitaban que tuviésemos que levantarnos durante la noche para añadir leña.

En mi “casi 13 cumpleaños”, Anik marcó 1,75 m y 75 kg. . Alentado por mi progresión, me aventuré a pronosticar que a los 15, ya habría superado la altura de mi Padre.

Mi Madre seguía sin bañarse fuera de casa, y sin quitarse la camisa para tomar el sol. Hostigada por mis continuas preguntas sobre el mismo asunto, en otra ocasión me dijo “además de lo de la precaución para no volver a acatarrarse”, que como yo ya era mayor, le daba vergüenza que le viese el pecho. Aquella explicación, no tenía ningún sentido lógico por ser contraria a todo lo que hasta entonces me había inculcado, y desde aquel momento, las pocas dudas que tenía a ése respecto se me disiparon. De todas formas me sirvió de poco, pues por mucho que yo insistía con mis preguntas para saber la verdad, ella se mantenía empecinada en repetir lo mismo.

En una de nuestras batidas por la ruta del E, seguíamos el rastro de un ciervo de cola blanca. Localizada la presa, Anik se preparó para disparar…
– ¡Espera, no dispares!
(Anik) – ¿Qué pasa?
– Está enfermo, tiene un tumor en el costillar izquierdo que le está provocando mucho dolor.
(Anik) – ¿Le dejamos entonces?
– ¡No!, me gustaría curarlo.
(Anik) – ¡¿Pero qué dices…, qué pretendes, que lo llevemos al veterinario más cercano?! “me contestó Anik en tono sarcástico”.
– ¡No, no, que va!..., quiero hacerlo yo.
(Anik) – ¡Ah, pues no sabía que eras experto en extirpar tumores! “continuaba con su ironía”.
– Sabes perfectamente que veo los colores de las zonas afectadas por alguna enfermedad, lo único que tengo que hacer es extirparle esa zona y quedará sano.
(Anik) – ¡Vaya, que fácil!, ¿Tan seguro estás?
– He visto ya muchos animales heridos, enfermos y moribundos, conozco esos colores perfectamente.
(Anik) – Venga vale, de acuerdo, ¿y cómo piensas hacerlo?, porque si no le disparo, ya me contarás cómo le vas a coger.
– Muy sencillo, lanzándole una piedra al tumor y caerá desmallado por el dolor.
(Anik) – Tienes mucha imaginación Sharf, pero bueno, aunque lo consiguieras, aquí no podrías hacerlo porque no tenemos los útiles para darle los puntos, tendríamos que llevarlo a la casa, y ese ciervo debe de pesar unos 120 kg. y tiene más fuerza que tú.
– Le daré setas para dormirlo y lo llevaré en los hombros.
(Anik) – Tienes casi 13 años y pesas 75 kg. ¡¿estás de broma, acaso se te ha olvidado que estamos a unos 20 Km. del valle?!
– Sé que lo puedo hacer Mamá, confía en mí.
(Anik) – Bueno pues nada, todo tuyo “accedió Anik, asumiendo una vez más la tozudez que me hacía digno hijo de mi Padre”.
El ciervo pastaba a unos 130 m de nuestra posición. Anik se quedó allí “esperando el desenlace de lo que supongo entendía como un capricho infantil”, y yo me fui acercando al cérvido, despacio, muy despacio.

Me paré a 60 m temiendo que el aire me delatara. decidí lanzar directamente con la izquierda, ya que si fallaba, no tendría una segunda oportunidad. Por fortuna para mí, el lanzamiento fue certero, y el pobre ciervo calló desmayado a causa del dolor. Corrí todo lo rápido que pude hacia él, le introduje un trozo de seta por la garganta y le até las patas dejando las cuatro juntas. El ciervo estaba tumbado sobre su costado derecho. Me tumbé, y pasé mi cuerpo por debajo del suyo y por encima de sus extremidades “atadas”, para que al levantarme, el animal quedara sobre mis hombros y bordeándome el cuello con sus patas “sabía que lo más difícil sería conseguir colocar al ciervo sobre mis hombros”. Con el primer impulso conseguí apoyarme sobre la rodilla izquierda, y con el segundo logré levantarme, manteniendo el costado derecho del ciervo sobre mis hombros. Tan mal me lo había puesto Anik, que me resultó más fácil de lo que yo pensaba.

Durante el camino de vuelta, Anik le tuvo que suministrar dos trozos más de setas, porque si se movía me hacía perder el equilibrio, y mientras ella lo hacía, yo aprovechaba para descansar sentándome en alguna piedra que tuviera la altura idónea, pero sin bajar al ciervo de mis hombros en ningún momento, ya que si lo hacía, no tendría fuerzas para subirlo de nuevo.

El viaje de vuelta se me hizo duro “muy duro”, pero lo conseguí. Mi Madre se lo creía porque lo había visto, y aún así, le costaba asimilarlo.

La noche se había apoderado del valle en su totalidad. Con la ayuda de unas cuerdas, inmovilicé bien al ciervo en la parte trasera del exterior de la casa “en la zona más oscura”, unté mi cuchillo con esencia de trementina “que obteníamos de la sabia de los abetos”, y con firme seguridad en mí mismo, comencé a cortar. Anik miraba atónita sin mediar palabra.

Gracias a la oscuridad que me brindaba la noche, podía ver los colores de la vida del ciervo en todo su esplendor. Las zonas sanas, emitían hilos de luz rectos, estables, brillantes y con matices amarillos, verdes, cyan y azules. En el caso del área enferma, el brillo había desaparecido, los matices intermedios cambiaban a rojizos y magenta, y la longitud de sus hilos variaba al ritmo de los latidos de su corazón. Los filamentos luminosos de las zonas doloridas sanas, también variaban longitudinalmente y tenían matices intermedios rojos y magenta, pero los distinguía perfectamente del resto, porque éstos mantenían todo su brillo. Anik continuó a mi lado en todo momento, y me ayudó asesorándome a lo hora de darle los puntos de sutura.

A la mañana siguiente, el ciervo parecía encontrarse bien. No obstante lo mantuve retenido junto a la casa, hasta que se estabilizó la longitud de sus colores. Tres días después, no le quedaba ningún rastro de dolor. Le solté la cuerda, y salió corriendo como si nada hubiese pasado. Me sentí plenamente satisfecho por haber conseguido sanar al ciervo, y esperaba recibir algo así como alguna enhorabuena por parte de mi Madre. Pero por alguna razón que no conseguía entender, Anik se mostró extrañamente reservada.

Una vez más, habíamos aplazado el viaje al rancho hasta el próximo verano. Anik cada día estaba más rara, y aunque yo sabía que me ocultaba algo, todo intento por mi parte para averiguarlo, resultaba inútil. Ella siempre respondía que se encontraba bien, y que no había nada por lo que preocuparse.

Antes de acostarnos, nos solíamos sentar en los sillones con balancín frente a la chimenea, y mi Madre me contaba anécdotas sobre la vida en el rancho, mientras contemplábamos las tres fotografías con marco que ocupaban la repisa de nuestra peculiar estufa. En el centro, la de mis Padres el día de su boda, a la izquierda, ellos en compañía del Abuelo Bill y Christopher, y a la derecha, el Abuelo Bill en sus tiempos de jefe Haida.

El 7 de octubre, durante nuestra habitual velada nocturna, Anik se mostraba nerviosa “algo inusual en ella”. Me estaba contando una aventura de adolescentes acontecida en Fort Nelson, y cuando mencionó a la amiga que le acompañaba, se echó a llorar.

Me miró a los ojos con semblante desolado, y a continuación, se levantó y caminó hasta el oscuro rincón de su mesilla sin decir palabra. Se secó las lágrimas con las manos y continuó hablándome…
(Anik) – Tengo que decirte algo Sharf “yo seguía sentado en el sillón, mirándola fijamente a los ojos intrigado por la situación”, estoy enferma “me decía al mismo tiempo que se descubría el pecho”, te lo he estado ocultando porque estaba convencida de que no tenía curación, pero desde que curaste a aquel ciervo “dejó de hablar, e inclinó la cabeza dirigiendo su mirada hacia su seno derecho”.

Al ver los colores que hasta entonces con firme empecinamiento me había estado ocultando, un tremendo dolor de cabeza fue seguramente, lo que me libró de perder el conocimiento a causa de la conmoción que sufrí en ése instante…
– ¡¡¡Anik!!! “me levanté sujetándome la cabeza con las manos, para evitar que me estallara a causa del dolor”, pero ¡¿por qué no nos hemos ido al pueblo para que te curen los médicos? ¿por qué has esperado hasta ahora para decírmelo? ¡en pleno invierno! ¿acaso tienes tantas ganas de reunirte con Papá que no te importa dejarme sólo?!

La cabeza me dolía cada vez más, sentía unas punzadas en su parte superior que apenas me permitían mantener la razón, y las rodillas me flaquearon de tal modo, que terminaron por hincarse en el suelo. Sumido en la desesperación y el ahogo que me provocaba el sentimiento de impotencia, bajé la cabeza y lloré mi aflicción.

Comprendí que todo mi mundo giraba a su alrededor, y sin ella, si le pasase algo.

No, no podía ser, mi vida sin Anik no tenía ningún sentido…


Mi amigo Cuervo.









Cuervo y su pareja volando junto al escarpe.











Ciervo de cola blanca, recuperándose de la cura.
















BUENA SUERTE, MALA SUERTE


(Anik) – ¡Sharf por favor, cálmate, déjame explicarte! “oía las palabras de mi Madre, pero apenas podía entenderla debido al tremendo dolor que me aguijoneaba la cabeza con implacable saña”, ¡esto es lo mismo que le pasó a mi amiga, es cáncer de mama, y la medicina hoy en día no tiene el remedio para curarlo, pero tú si puedes, tú puedes quitarme toda la zona afectada porque tienes la capacidad de verla, los médicos lo único que pueden hacer es, alargar quizás mi angustia durante algún tiempo!
– ¡Pero Mamá, tú no eres un ciervo! si hubiese salido mal lo del ciervo, lo habría sentido, pero ya está, sí, tienes razón, yo veo que tienes una zona enferma y que te produce dolor, pero no sé hasta dónde llegan sus raíces ¿acaso pretendes que me ponga a cortarte trozos de carne afectada, así como si fueses cualquier animal? ¿y si las raíces llegan al músculo? ¡o aún peor! ¿y si llegan a las costillas, o al pulmón? ¿Qué hago, sigo cortando?

Anik se acercó a mí y me ayudó a incorporarme…
(Anik) – Hijo, sé que lo que te estoy pidiendo puede parecer una locura, pero créeme, lo he meditado mucho y no te lo hubiese propuesto si no estuviese totalmente convencida de que puede salir bien ¡de que vá a salir bien!, lamento muchísimo ponerte en ésta situación, y si te lo pido es precisamente porque eres toda mi vida, y se que yo la tuya también, porque quiero que sigamos juntos durante todo el tiempo que sea posible ¡créeme Sharf! aunque sólo tienes 13 años, tu personalidad es más madura que la de muchos adultos, y no me cave duda de que estás preparado para afrontar cualquier situación por dura que sea.

El dolor de cabeza remitía, si bien mucho más tardo de lo urgido. Intentaba asimilar lo que me decía Anik “lo que estaba pasando”. Estábamos abrazados, empapados en llanto y sudor. Anik me ayudó a tumbarme en la cama, puesto que mis rodillas todavía flaqueaban a causa de mi penoso trémulo estado.

No podía quitarme de la mente los colores del pecho de mi Madre. El bulto bajo la areola, y la zona afectada que abarcaba desde la parte superior de ésta, hasta 4 cm. por debajo. Anik se quedó a mi lado, y me dormí.

Al despertarme, ya era de día. Había dormido durante 10 horas seguidas “más que nunca, que yo recordase”. La cabeza no me dolía, y podía razonar con claridad. Anik estaba desayunando…
(Anik) – Buenos días Sharf ¿quieres tomar algo? “se dirigió a mí con la más absoluta naturalidad”.
– No gracias, ya sabes que yo con la comida del medio día tengo bastante “hice lo posible por mantenerme a su altura”.

Me lavé, salí de la casa en busca de aire fresco, y me dispuse a analizar la situación con calma. Anik ya había tomado su decisión, ahora me tocaba a mí.

Tenía pocas opciones, “Anik había resuelto quedarse en el valle, independientemente de lo que yo decidiera”. Si no le extirpaba el tumor, me quedaría junto a ella “por supuesto” hasta que el mal acabase con su vida “probablemente en pocos meses, y cada vez con más dolores”. Si por el contrario decidía arriesgarme a ejercer de cirujano, podía provocar que muriese antes de tiempo, o conseguir curarla y poder continuar con nuestras vidas según lo teníamos planeado.

Cuanto más me esforzaba por resolver el dilema, más difícil se me hacía decidirme por una de las dos opciones. El pensamiento que más me mortificaba, era el de la posibilidad de que Anik pudiese morir a causa de mi intervención, “¡si eso ocurría!”.

Abatido por el agobio que aquél callejón sin salida me provocaba, opté por tomar el camino más fácil. Si eso sucedía, yo me iría con ella.

El la noche del 9 de octubre del 72, apagué el fuego de la chimenea y tapé todas las ventanas con mantas para conseguir la máxima oscuridad posible.

La cama de Anik al igual que la mía, estaba construida con cuatro fuertes patas, dos largueros y varios travesaños unidos entre sí a base de espigas para evitar su retorcimiento. El colchón de mi Madre consistía en dos mantas, y el mío en una.

Lijé bien los travesaños de la cama de Anik para que se acostara directamente sobre la madera, y realicé en ellos unos agujeros que me sirvieron para atar con cintas de cuero todo el cuerpo de mi Madre “brazos, cabeza, tronco, piernas”, cintas por todas partes con el fin de que no pudiera moverse por mucho que quisiera.

Yo podía ver el brillo de sus ojos en aquella umbra, y ella también veía los míos “porque a mayor oscuridad, más se me tornaban hacia matices amarillos y tonos refulgentes”.

Ya no había más que decirnos. Le di un trozo de seta, y un beso en la mejilla. Estaba tranquilo “debía estarlo”, no podía permitirme el lujo de las emociones. Cuando sus colores me lo indicaron, comencé.

Fui cortando despacio. Afortunadamente, la zona afectada estaba muy bien definida y poco extendida. A decir verdad, todavía al día de hoy no entiendo cómo conseguí mantener la calma en todo momento “la única explicación lógica que se me ocurre es, que en realidad no fuese consciente en ese momento del peligro que implicaba lo que estaba haciendo”. No tuve que llegar a la axila, ni hasta el músculo “por poco”. El efecto de la “anestesia” remitía, y Anik comenzó a sentir dolores. Le di otro trozo de seta. Sus ojos se clavaron en los míos, “esperé en silencio” y al ceder sus párpados, cosí según ella me había indicado. Al terminar “el costurón”, unté la zona afectada con pomada de rizoma. Solté las cintas de cuero a excepción de las que inmovilizaban sus muñecas y tobillos, y me senté a su lado para observar sus colores.

A la mañana siguiente, cuando despertó, me miró y se echó a reír…
– ¿Qué pasa, por qué te ríes?
(Anik) – Porque cada día te pareces más a tu padre.
– ¿Estás bien, cómo te encuentras, te duele algo?
(Anik) – Estoy mejor que nunca, suéltame anda, y deja que te abrace.
– Eh, eh, tranquila, que te acabo de quitar medio pecho.
(Anik) – Bueno, pero el otro medio lo sigo teniendo, ¿verdad?

Su recuperación fue total en todos los sentidos, a sus 36 años, recobró la vitalidad que había perdido cuando tan sólo tenía 23. Me decía, que aquella experiencia había sido como volver a nacer pero sin olvidar lo vivido “una especie de segunda oportunidad”, y comenzó a comportarse como una adolescente “más como mi compañera de juegos, que como mi Madre”. El propóleo hizo que la herida cicatrizase rápidamente, aunque mi falta de experiencia con los puntos de sutura, derivó en una cicatriz risueña.

Algunas noches, seguía viendo a la manada de Lobo Sabio cruzar el valle “así decidí llamarle, por la prudente conducta que mostraba hacia nosotros”. No ocurría lo mismo con su compañero de cacerías “de inmediato inferior rango” Lobo Negro, cuya agresividad aumentaba progresivamente con el paso del tiempo “me lo indicaban sus colores y su lenguaje corporal, mirándome fijamente a los ojos sin dejar en ningún momento de mostrarme sus incisivos”.

Como ya me había leído todos los libros, y Anik quería seguir con mi educación lectiva o formal, se le ocurrió jugar a mantener conversaciones cambiando el idioma de vez en cuando a nuestro antojo, y el que se equivocaba, perdía.

Al principio nos partíamos de risa por el lío tremendo que nos hacíamos. Nos equivocábamos tanto, que ni llevábamos la cuenta sobre quién ganaba o perdía. Pero a los pocos días la balanza se fue desequilibrando a mi favor. Anik se irritaba y salía corriendo a por mí para darme pescozones en la cabeza, y yo me tenía que tirar al suelo, retorcido por las carcajadas que me producía la situación.

Ese invierno se me antojó más corto que los anteriores. A los dos nos gustaba oír más que hablar, y pasábamos largos ratos escuchando las voces del valle desde alguna ventana, o fuera de la casa si el tiempo lo permitía.

Tanto cambió la actitud de mi Madre, que hasta me pidió que para el día de su cumpleaños le regalase algo. Sinceramente, aquello fue todo un reto para mí, pues la capacidad de mi actividad imaginativa, era más bien escasa.

El 18 de marzo, salí de casa antes de que Anik se despertara, y regresé con una flor. Mi Madre seguía durmiendo, pero yo no podía esperar más y la desperté para darle su regalo. Cuando abrió los ojos y vio la flor, saltó de la cama y se abalanzó sobre mí sin previo aviso. Perdí el equilibrio, me caí al suelo de espaldas golpeándome la cabeza contra la mesita de la chimenea, la flor voló, y sentí las rodillas de Anik hundirse en mi estómago…


Rizoma de la sanguinaria de canadá.









SENTIMIENTOS AMBIGUOS


– ¡Lo siento Mamá! no sabía qué regalarte, y ya sabes que yo no.
(Anik) – ¡Calla bobo! pero si ha sido el mejor regalo que me podías haber hecho.
– ¿Sabes que estás un poco loca? me podías haber hecho daño.
(Anik) – ¡Venga ya Sharf ¿daño, dices?!

Comprendí que en realidad, lo único que le importaba era el hecho de que le regalase algo, y se alegró tanto al recibirlo, que reaccionó como si fuese una cría. En su mente tenía una mezcla de sentimientos afectivos, que le había sumido en un mundo de fantasía propia de la niñez, y a consecuencia de ello se desinhibió de responsabilidades, y me impuso inconscientemente el papel de su protector, trasladándome así todas las competencias en relación a nuestra seguridad, puesto que no concebía que nada ni nadie pudiese conmigo.

En mi “casi catorce cumpleaños”, Anik marcó 1,78 m y 80 kg., y aunque con la lógica decepción, comencé a aceptar la posibilidad de no superar la altura de mi Padre. En realidad ya no me importaba tanto, sin darme cuenta había mermado en mí ése interés, por aquél entonces ya tenía otras prioridades.

En aquella sobremesa, nos reíamos recordando nuestra primera aventura con las abejas. Mi Madre no paraba de hacerme preguntas sobre datos que ella no recordaba, y yo le contestaba con tanta naturalidad como rapidez…
(Anik) – No consigo entender cómo puedes tener tanta memoria, siempre recuerdas hasta el más mínimo detalle de todo, me quieres explicar de una vez cómo lo haces.
– No te puedo aportar nada nuevo, como ya te he dicho en otras ocasiones, es algo involuntario, cuando quiero recordar algo, no tengo que esforzarme en absoluto, simplemente lo recuerdo como si se tratase de una sucesión de fotografías, no tiene ningún truco ni mérito.
(Anik) – Entonces, entre fotografía y fotografía, quedarán espacios que no recuerdes ¿nó?
– Pues supongo que sí, pero esos espacios de tiempo deben de ser tan cortos, que no tengo capacidad para percibirlos.
(Anik) – ¡Ya! y dime ¿te va bien así, o preferirías no recordarlo todo?
– No sé que decirte, no tengo ni idea de cómo me iría si yo fuese de otra manera.
(Anik) – Tienes razón, ha sido una pregunta tonta.

De vez en cuando, Cuervo se posaba sobre la base del marco de la ventana para llamar mi atención. Unas veces porque tenía hambre, en cuyo caso pronunciaba mi nombre, y otras simplemente para husmear, pero jamás pasaba a la casa, y yo tampoco le animaba a ello. Decidí por su bien que no se acostumbrase demasiado al trato humano, de echo, yo nunca le tocaba. Porque le caía bien, por interés, o por ambas cosas, el caso es, que siempre me seguía a todas partes

Con la gracia del verano, la renovada vitalidad de Anik provocó en sus colores los matices más hermosos que yo había visto jamás. Tomaron tal intensidad y brillo, que su esplendor me inducía a mirarlos una y otra vez como si fuese un tonto, y por más que los observaba, no encontraba ni rastro de matices rojo o magenta “señal inequívoca de que su salud era buena”.

Cada año me esforzaba más en ampliar las dimensiones del vado que formaba nuestra piscina particular, y ese mes de Julio fue tan caluroso, que sus aguas ni tan siquiera para Anik se mostraron frías.

Por primera vez, mi Madre se sumergió en ellas y pude verla nadar. Dentro del agua Anik era para mí como un juguete, un peso pluma que yo manejaba a placer según ella me pedía o insinuaba mediante acciones infantiles que me hacían sentir mayor.

Seguíamos saliendo de caza una vez a la semana, y durante el resto de los días pasábamos largos y divertidos ratos dentro del agua. Para mí aquello era muy especial, porque ya hacía tiempo que había descartado la posibilidad de que algo así pudiera suceder.

Cuando Anik se cansaba, salíamos del agua y nos tumbábamos en la hierba a tomar el sol, o nos sentábamos en troncos de madera a la sombra de una rústica pérgola que construí ése mismo verano…
(Anik) – Vaya un calor que hace, no recuerdo un verano tan caluroso en toda mi vida “comentó sentada en su rudimentario taburete”.
– ¿En el pueblo tampoco?
(Anik) – ¡Que va! si yo creo que debemos de estar a unos 20º, esto no es normal, ni siquiera trabajando en el rancho en pleno verano había tenido nunca tanto calor, ¿Sabes qué, Sharf?
– Dime.
(Anik) – Estoy pensando, que como ya tienes casi 14 años, y eres casi un cazador profesional, y casi más alto que tu Padre, y casi más fuerte que un oso, y casi más rápido que un puma, y casi más resistente que un lobo y casi.
– ¡Bueno ya, ¿me quieres decir de una vez, qué pasa con tanto casi?!
(Anik) – Pues que he pensado, que a partir de ahora te voy a llamar, Casi.
– ¡Ah sí! que buena idea la tuya, pues, ¿sabes qué?
(Anik) – A ver, dime.
– ¡No, nada! que, digo yo, que, como ésa cicatriz que tienes ahí, parece una boca que sonríe, y además, eres así como, ¡un poco india!, a partir de ahora te llamaré, Pecho Sonriente “puso su cara de mala y salió corriendo a por mí, dejé que me alcanzara justo antes de llegar al vado y caímos los dos al agua, donde nos dimos unas cuantas zambullidas mientras nos vengábamos el uno del otro.

Aquel fue un verano realmente muy especial. Por fin, las pesadillas nocturnas de mi Madre pasaron a la historia, ya no tenía ningún reparo en cazar por cualquiera de las rutas posibles, y se sentía tan segura y tan feliz, que incluso cuando veíamos “a cierta distancia”, algún animal peligroso “ya fuesen lobos o incluso los mismísimos osos grizzly”, en lugar de disparar al aire como era su costumbre, se limitaba a disfrutar de su presencia o incluso a ignorarlos.

Uno de los mejores momentos para ella, era cuando me veía correr detrás de las ardillas, subiendo y bajando de los pinos, “casi” como si yo fuese una más. Nunca las pillaba, ni tampoco era esa mi intención. Simplemente lo hacía para pasar un buen rato, sobre todo a causa de las risas de Anik.

Por supuesto, seguíamos recogiendo pepitas de oro, pero no porque saliésemos en su busca expresamente. Siempre que en nuestro camino convergíamos con algún nuevo tramo de los muchos arroyos que franqueaban nuestro característico enclave, me fijaba ya de manera inconsciente. Si las veía, “bien” y si no, “tan felices”.

Tampoco ese mes de agosto nos fuimos al rancho. Nuevamente nos propusimos hacerlo al año siguiente, pero ésa vez de verdad “o al menos eso queríamos pensar”.

Hacía ya mucho tiempo que Anik había desistido en su empeño, para que yo comiese tres veces al día igual que ella. No obstante, pese a que yo sólo comía una vez “al medio día”, a mí me gustaba acompañarla en esos momentos, aunque sólo fuese con mi presencia.

Estábamos sentados a la mesa de la cocina. Anik tomaba uno de sus caldos nocturnos…
– Entonces ¿sigues sin recordar nada de tu vida en Alaska?
(Anik) – ¡Qué va!, si yo sólo tenía 3 años cuando el Abuelo Bill me trajo al rancho, ¿qué quieres que recuerde a esa edad?
– Ya pero, con esa edad, supongo que algún recuerdo deberías tener ¿no te parece?
(Anik) – Ya se que tú recuerdas cosas, hasta de cuando tenías meses, pero eso no es normal en el resto de las personas, de todas formas, sí hay gente que tiene recuerdos de cuando tenían menos de 3 años, aunque sean confusos, pero en mi caso el recuerdo más antiguo que tengo y aún así muy ambiguo, es el del viaje de Alaska al rancho, alguna imagen imprecisa, pero nada que pueda entender, quizás mi mente no quiera recordar, ¡vete tú a saber!
– ¿por qué lo dices, por lo que pasó con el resto de tu familia?
(Anik) – Sí claro, a veces pasa, es, como si fuese un escudo o algo así que nuestro cerebro crea por su cuenta para defenderse de las cosas malas que te suceden.

Mi Madre ya me había hablado de aquello en algunas ocasiones. Según lo que el Abuelo Bill y algunas otras personas conocidas le habían contado, aquello fue un Holocausto a causa de la tuberculosis y un Genocidio que camuflaban en las llamadas “Escuelas Residenciales Indias”. Parece ser, que el binomio Iglesia Estado, creó una doctrina de supremacía de la Cristiandad Europea que concebía un solo credo “todo aborigen, mujer, hombre o niño que se resistiera a su propia aniquilación cultural o a la confiscación de sus tierras, debería ser exterminado”. En teoría, tanto la Iglesia Protestante como la Católica, crearon esas Escuelas para educar a las gentes “incivilizadas”, pero en realidad servían para favorecer el exterminio sistemático de los Pueblos Aborígenes “hambre, palizas, latigazos, silla eléctrica, violaciones, abortos a las niñas que quedaban embarazadas”, y después, quemaban las pruebas en hornos de incineración. Ni siquiera el hecho de que el Padre de Anik fuera francés, pudo evitar que murieran todos menos el Abuelo Bill y ella…
– ¿Sabes qué?, me da más miedo el pensar que algún día tendré que relacionarme con otras personas, que enfrentarme a cualquier animal de los que hay por aquí.
(Anik) – No te preocupes por eso Sharf, ya veras como te integras en la sociedad sin ningún tipo de problema.
– Eso espero, por cierto, estas botas también se me están quedando estrechas.
(Anik) – No me extraña, tienes los huesos más recios que he visto en mi vida, mañana mismo las arreglo para que te vengan bien, ¡ah! y acuérdate también que mañana hagamos el jabón, que ya sólo falta preparar las cenizas y hervirlas.

El día era soleado, Cuervo nos observaba desde la seguridad de una rama alta, yo recogía pepitas de oro, y Anik disfrutaba de la naturaleza a sus anchas tumbada cómodamente en el suelo con la cabeza apoyada sobre sus manos entrelazadas.

El riachuelo discurría por un angosto y empinado barranco, y el fuerte aire que ascendía desde el valle, nos deleitaba con todos los penetrantes olores de sus hierbas…
– Esto ya está, las que quedan son demasiado pequeñas y no las puedo coger.
(Anik) – Querrás decir, que no las puedes ¡casi coger! ¿nó?
– ¡Ya empiezas! ¡mira que voy a por ti!
(Anik) – ¡Uy, perdona! que ¡casi! hiero tu ¡casi! sensibilidad.
– ¡Ahora verás!

Anik, con su rifle en mano, salió corriendo montaña arriba y yo comencé a perseguirla. Ella me lanzaba trozos de ramas secas, al mismo tiempo que seguía subiendo la montaña ayudada por el aire que nos acompañaba en la misma dirección. Yo reprimía mi carrera para prolongar un poco más el juego, y Cuervo volaba sobre nosotros animándome al repetir mi nombre sin parar...
(Cuervo) – ¡Sar! ¡Sar! ¡Sar!

Levanté el brazo para indicarle que ya le había oído, pero él seguía animándome a correr más rápido. Cuando noté por sus colores que Anik comenzaba a cansarse, aligeré el paso para darle alcance…
(Anik) – ¡Nunca me pillarás! “me gritaba Anik, mientras desaparecía al bordear unas rocas enormes.
– ¡Cómo que no! si ya estoy ¡¡¡NÓÓÓÓÓ…..!!!

Los graznidos de Cuervo, llamaron mi atención. Me llevé las manos a la cabeza para intentar aliviar el tremendo dolor que sentía, y al abrir los ojos, vislumbré el cielo estrellado de una noche despejada y sin luna. Quise incorporarme, más el dolor se agudizó de tal manera, que me hizo perder de nuevo el conocimiento.

El sol comenzaba ya a calentar mi cuerpo al recuperar de nuevo la conciencia, y como consecuencia de esa recuperación, me vi forzado a comprobar que el dolor de cabeza perseveraba en el tiempo “aunque con menor intensidad”. En ese mismo instante, un fuerte e inconfundible olor a oso macho grizzly, saturó mi olfato.

Conseguí incorporarme con inusitado esfuerzo. Cabizbajo, oía a Cuervo cerca de mí picotear en el suelo, y totalmente desorientado intenté mirar a mi alrededor. Al levantar la vista, el bosque entero comenzó a girar sobre mi vertical forzándome a descubrir el amargo sabor del vómito, y a tumbarme de nuevo hasta que el mareo y el dolor remitieron por completo.

El crascitar de Cuervo era continuo durante la culminación del sol, me levanté, y frente a mí, el cuerpo inerte de un enorme oso grizzly, tapizaba el suelo como si de un trofeo se tratase.

Su cuerpo estaba intacto “a excepción de varias heridas recientes, producidas con toda probabilidad por algún otro oso”, y los restos ensangrentados de su cabeza “salvajemente machacada”, se encontraban esparcidos en un radio de unos 6 m; trozos de piel, huesos, carne y masa encefálica que Cuervo picoteaba escogiendo a su capricho. Mi cuerpo y mis ropas también estaban cubiertos por los mismos restos, al igual que el mazo “asido por mi mano izquierda”.

Intenté recordar, para poder entender aquella situación. El riachuelo, las pepitas de oro, Anik…
– ¡¡¡Anik!!! “grite angustiado, al mismo tiempo que la buscaba con el arrebato que me producía la incertidumbre sobre su suerte”.


¡Maldito oso grizzly!














FUTURO INCIERTO


Estaba allí mismo, a unos 9 m a mi derecha, camuflada entre unos matorrales…
– ¡Anik! ¿qué ha pasado, estás bien? ¡Anik! ¡¡Anik!! ¡¡¡Nooo Mamá, Nooo, despierta por favor, despierta, no me dejes Mamá, Mamá!!! ¡¡¡¿por qué, por qué?!!! “le preguntaba una y otra vez, sin obtener otra contestación que no fuese el vacío que sentía dentro de mí”.

Deseaba abrazarla con todo mi ser, incorporarla y obligarla de inmediato a recuperar los colores de su vida, y sin embargo, la conmoción me anquilosó de tal manera, que ni siquiera conseguía llegar a tocarla. Su cuello estaba quebrado, los ojos “abiertos y secos” encarados al sol, y su volteado pecho reposaba sobre el terreno. Tenía heridas desgarradas en ambos lados de la cabeza, y una fina capa de color amarillo sombrío que emergía de su piel, me indicaba que los colores de su vida le habían abandonado hacía ya muchas horas.

Me quedé arrodillado junto a ella hasta la puesta del sol, sin pensar en nada “creo”. La tomé entre mis brazos, y miré a mi alrededor antes de emprender el camino de vuelta a casa.

El rifle estaba destrozado. Varios fragmentos de la culata, la palanca de acción, el gatillo y el marco dorado, se encontraban junto a los restos de la cabeza del oso. El cañón y su depósito tubular, no los vi.

Cuervo me observaba desde su rama, y la manada de Lobo Sabio, hacía lo propio desde una distancia de a penas unos 20 m “en esa ocasión, ignoré por completo a los lobos”.

Me dirigí al valle sin ninguna prisa “deseaba que mi tiempo se detuviera al igual que lo había hecho el de Anik”. Enterré su cuerpo junto al de mi Padre formando un único sepulcro, y me quedé allí abrazado a sus piedras llorando su ausencia “sin el desahogo del llanto”.

Por la mañana entré en la casa, cerré la puerta, abrí todas las ventanas, y me tumbé en mi cama. Mis ojos miraban sin ver, mis oídos no escuchaban, ausente de mi entorno, esperaba, no sabía qué…
(Cuervo) – ¡Sar!

Cuervo estaba en su ventana preferida “la que da al valle”, no recuerdo si me había llamado más veces “la luz del día era ya escasa cuando le presté atención”, le di un trozo de carne de la despensa, y se marchó mostrándome su elegante vuelo rectilíneo. Me acosté de nuevo y seguí esperando.

Mi vida se había quebrado el 7 de septiembre de 1.973, y los trozos que quedaban “privados de toda ilusión”, eran incapaces por si solos de tomar medida alguna…
(Cuervo) – ¡Sar, Sar, Sar…! “Cuervo repetía mi nombre sin parar desde su ventana, camuflado entre la oscuridad de la noche”.
– ¿Qué quieres Cuervo? vete a dormir.
(Cuervo) – ¡Sar, Sar, Sar…! “insistía Cuervo hasta el punto de comenzar a enervarme”.

De pronto me di cuenta. Ésta era la segunda ocasión en la que Cuervo me reclamaba reiteradamente. La primera fue hacía apenas dos días, cuando salí corriendo detrás de Anik montaña arriba. En aquel momento di por hecho que se divertía animándome, pero en realidad no me estaba animando sino advirtiendo del peligro al igual que ahora. El olor a lobos inundaba la casa, y no me había dado cuenta debido a esa especie de letargo que me mantuvo desprevenido hasta ese instante.

Superado el estado de inactividad casi absoluta en el que me encontraba, salté de la cama y me dirigí presto hacia la ventana. Frente a la casa, los ojos de Lobo Negro me miraban fijamente desde apenas 9 m de distancia, y otros tres lobos de menor rango, esperaban órdenes varios metros detrás de él. Recordé que aquél día, cuando vi a la manada de Lobo Sabio esperando a que yo me marchara para devorar los restos del oso, Lobo Negro no se encontraba entre ellos…
– Gracias por avisarme Cuervo, por lo visto Lobo Negro ha formado su propia manada, y no parece tener muy buenas intenciones. Si te hubiese entendido el otro día, seguramente ahora Anik seguiría con nosotros, pero eso ya no importa ¿verdad? ahora ya es demasiado tarde. Ya comienzo a recordar, la dirección del aire impidió que percibiera la presencia del oso. Quizás pequé de exceso de confianza, de falta de experiencia, de todo lo necesario para conservar lo que más quería. ¡Que infeliz!

Cuervo seguía a mi lado, apoyado sobre el marco de la ventana. Sus ojos negros me miraban de uno en uno, como si estuviese entendiendo mis palabras, y las plumas de su cabeza y cuello se mostraban erizadas demostrando su estado de excitación por la presencia de los lobos…
– Creo que voy entendiendo lo que pasó. El aire que nos ayudaba a subir la empinada montaña, nos condujo hacia el oso, que enfurecido seguramente por las heridas que le había provocado otro de su igual, en lugar de evitarnos prefirió descargar su furia contra nosotros. Sí, así debió de ser seguramente. Y cuando bordeé las rocas ¡ahh…! “me llevé las manos a la cabeza, con la esperanza de minimizar el dolor que regresó de nuevo camuflado entre los recuerdos” ¡la cabeza de Anik, estaba dentro de la boca del oso, pero ¿qué pasó después, Cuervo? ya no recuerdo nada más, ¿qué ocurrió con el oso, quién le machacó la cabeza de aquella forma tan brutal?, lo siguiente que recuerdo, es cuando me despertaste con tus graznidos, ya de noche, no lo entiendo, si me desmayé, ¿quién mató al oso?, ¿acaso pude yo matar a un oso de unos 400 kg., sin haber recibido ni un solo rasguño por su parte?, y si fue así ¿por qué no lo recuerdo?!

Me miré las piernas, los pantalones y las botas estaban manchados por los restos del oso, al igual que el mazo “acoplado en la pata izquierda del pantalón”. No llevaba más ropa, pero mi cuerpo también estaba salpicado en su práctica totalidad.

La cabeza me seguía doliendo “aunque de forma leve”. Entendí que lo más lógico era pensar que había sido yo con mi mazo, quien mató al oso, pero me mortificaba el no poder recordarlo.

En ese momento los colores de Lobo Negro llamaron mi atención. Sus ojos amarillos continuaban incrustados en los míos, erizó su pelaje y comenzó a gruñir acercándose a la ventana lentamente. Seguro de sí mismo, se agachó con la clara intención de saltar. Cuervo se fue volando sin pensárselo dos veces, y yo sentí una especie de calambre en el estómago que me subió hasta la cabeza, y me hizo reaccionar de forma compulsiva. Lobo Negro saltó hacia la ventana, y yo hacia él anticipándome unas décimas de segundo.

En el salto, me vi forzado a girar el cuerpo para coger por el hueco de la ventana “de tan solo 0,60 m de anchura”. Al coincidir en pleno aire con Lobo Negro, la velocidad que tomé con el impulso, unida al giro de mi cuerpo, se aliaron para incrementar el efecto que los nudillos de mi puño izquierdo causaron al golpear el hocico de mi rival.

El tremendo impacto, hizo que los dos rebotásemos unos centímetros cayendo el uno junto al otro. Yo me desplomé sobre mi lado derecho, junto a la pared de la casa. Él dio una vuelta de campana en el aire y cayó de espaldas “ya sin vida”.

Reaccioné rápidamente para esquivar el ataque a mi cuello por parte de la loba alfa. Aprovechando el momento en el que abrió la boca con la intención de morderme, giré mi cuerpo con toda la rapidez y fuerza que pude, y atravesando sus largos colmillos, introduje entre sus fauces todo el grosor de mi brazo izquierdo. Su boca quedó tan abierta, que desde mi posición “volcada sobre su cuerpo”, me resultó relativamente fácil dislocar su mandíbula, provocándole una hemorragia y dificultad de respiración, que la dejó semiinconsciente.

Me dirigí de inmediato hacia el lobo más próximo de los dos que quedaban, pero éste decidió seguir con vida, y salió corriendo al igual que el otro.

Tomé el mazo, y machaqué la cabeza de la loba hasta que los colores de su vida desaparecieron por completo. Después, fijé las rodillas en el suelo, enderecé la cabeza de Lobo Negro agarrando su cuello con mi mano izquierda, y comencé a golpearla con los nudillos de mi puño derecho, hasta que agotado consentí al llanto y me dejé caer sobre su cuerpo mientras terminaba de desahogarme entre lágrimas, convulsiones y suspiros. Sin buscarlo, había encontrado la excusa perfecta para liberarme del odio que me estaba consumiendo.

Los colmillos de la loba me produjeron cuatro desgarros “dos a cada lado del brazo”, que me curé y cosí sin acordarme de las setas “tal era el estado de mis neuronas”. Con la primera luz del alba, me acosté y me dormí…
(Cuervo) – ¡Sar!

La llamada de Cuervo me despertó hacia el medio día, me levanté, le di un trozo de carne, y al verle marchar con su comida sobrevolando el huerto, me acordé de que yo llevaba tres días sin tomar alimento alguno. Comí y bebí todo lo que quise. Salí de la casa, agarré a los lobos por sus rabos, y los dejé caer por el barranco S del valle. Recogí las patatas del huerto y ya oscureciendo, me senté en el escalón que da al rellano.

Observaba el rojo anochecer sobre el horizonte del valle “como tantas otras veces lo había hecho en compañía de Anik”, cuando caí en la cuenta, de que por primera vez en mi vida había disfrutado matando.

Algo en mí había cambiado. Por más que pensaba en todo lo que había pasado durante los últimos días, no era capaz de sentir la más mínima emoción. Se suponía, que tenía que tomar una decisión sobre mi futuro, “quedarme en el valle, o marchar al pueblo en busca del Abuelo Bill”.

Cuervo se posó sobre el pasamanos del rellano. Le miré, y comprendí que no percibía motivación alguna en ningún sentido, por lo que cualquier decisión al respecto, quedaría postergada a la suerte de mi aleatorio destino.


Algunos miembros de la manada de Lobo Sabio,
ya sin Lobo Negro.






Mi amigo Cuervo es un gran cazador.



















UN BUEN AMIGO


Las nieves llegaron a los pocos días, y no salí de la casa durante todo el invierno. El trato con Cuervo, se limitó a darle comida cuando me la pedía. Nada de carreras, nada de juegos, nada de charlas, nada que pudiese entrever el más mínimo indicio de afecto.

Con el regreso del verano, los colores del valle consiguieron traspasar ligeramente mi acorchamiento emocional. Anik me había dicho que el tiempo lo cura todo, solo que cuando la herida es profunda, la cicatriz permanece siempre por muchos años que vivas. Supuse que eso era lo que me estaba ocurriendo, pues comencé a salir de casa aunque sin alejarme del valle. De todas formas, jamás había imaginado que el tiempo pudiese transcurrir tan lento como lo estaba haciendo desde que Anik perdió los colores de su vida.

El 1 de junio del 75, para celebrar mi casi 16 cumpleaños, decidí que había llegado el momento de volar. Subí a la montaña escarpada y tomando algo de carrerilla, me lancé desde su punto más alto en busca de la rama de abeto que durante tantos años me había estado esperando.

La sensación que sentí durante tan breve espacio de tiempo, fue más fría de lo esperado “a causa de mi estado anímico, supongo”. Por lo demás todo estaba saliendo según lo previsto, hasta que al apoyar los pies en la rama, las suelas de mis botas “totalmente lisas por el desgaste”, se deslizaron con tal suavidad, que me pareció pisar sobre el mismo hielo.

El primer impacto “sobre mi costado derecho” fue tan duro, que me hizo caer desplomado y sin respiración como si fuese un muñeco de trapo. Afortunadamente el espeso ramaje del abeto amortiguó mi caída, y gracias a ello sólo sufrí la fractura de dos costillas y eso sí, muchas contusiones. Los extremos de las costillas rotas no se acabalgaron, por lo que las consecuencias se limitaron al lógico dolor del tórax, durante un mes aproximadamente.

Desde que se me quebró la vida, sólo había cazado pequeños animales por los alrededores de la casa y saltamontes “que me comía asados”. Como resultado, a mediados de Julio, sólo quedaban algunas patatas grilladas en la despensa.

Cuervo me había llamado ya varias veces “como siempre, sin traspasar el sillar de su ventana”, pero yo seguía durmiendo porque no tenía comida para él (he de aclarar, que durante las pocas horas que dormía, mi cerebro apenas se relajaba. De tal manera mis sentidos se mantenían activos, que hasta me permitían tomar decisiones. Esto me sucedía desde que tenía uso de razón, y el tiempo me enseñó a entenderlo). Cuervo insistía pesadamente reclamando mi atención “haciendo gala de su obstinada personalidad”. Ante su empecinamiento, decidí despertarme y hablar con él “llevaba sin hablarle, desde que Lobo Negro perdió sus colores, en septiembre del 73, ya casi dos años me dije a mí mismo”…
– No tengo comida para ti, las patatas no te gustan y no me queda nada más “le grité levemente, sin levantarme de la cama”.
(Cuervo) – ¡Sar! “volvió a pronunciar mi nombre, mientras iba y venía aleteando, como incitándome a salir”.

Se me acabó la paciencia, me acerqué a la ventana con no muy buenas intenciones, y Cuervo se posó en su sillar.

Allí estaba él, confiando en mí como si el tiempo no hubiese pasado desde aquél día en el que dejé de hablarle. Mostrándome orgulloso su brillante plumaje negro, y alternando graciosamente la mirada con uno y otro ojo al compás que movía su cabeza alzada, como era costumbre en él siempre que yo le hablaba. Sus expresiones me relajaron, y me hicieron recapacitar…
– A ver ¿qué es lo que quieres, acaso no te das cuenta de que ya no soy el mismo con el que jugabas hace tiempo? ya no me apetece correr, ni saltar, ni nada. Y además, aunque me apeteciera, siento que ya no podría, mis músculos y mis reflejos están entumecidos, viejos, cansados y hartos de vivir.

Cuervo dio un gran impulso con sus patas y se echó a volar. Tomó altura rápidamente formando una hélice cilíndrica sobre la confluencia de los riachuelos, y cuando llegó a su cima, regresó junto a mí en picado como si se tratase de un halcón. Se posó en su sillar y volvió a pronunciar mi nombre…
(Cuervo) – ¡Sar!
– ¿Qué me quieres decir, que tú todavía estas joven, que tú si tienes ganas de vivir?

En ese momento me acordé de que él también había sufrido una gran pérdida…
– Tú también has pasado por algo parecido y has sabido recuperarte ¿verdad?, no se, puede que tengas razón, es posible que no me esté comportando como Anik hubiese esperado, quizás no soy tan maduro como ella creía.

Cuervo se lanzó al vuelo, y comenzó de nuevo a tomar altura formando su hélice al mismo tiempo que me mostraba todas las acrobacias que se le ocurrían. Supongo que se debió de marear o algo así, porque al bajar en picado, no calculó bien la frenada y se estampó contra mí. Retrocedí para amortiguar el golpe, tropecé con la mesita de la chimenea, y caí al suelo.

Cuervo huyó espantado por la ventana E con varias plumas de menos, y yo me quedé tumbado en el suelo con las leves heridas que me dejaron sus garras, y con lo que evacuó por su cloaca a causa del susto que se llevó el pobre.

Me di una ducha sin calentar el agua “como siempre, aún en pleno invierno”, y salí de la casa…
– ¡De acuerdo Cuervo, tú ganas! “le dije en voz alta, alejándome corriendo hacia el centro del valle para que me viese”.

No había pasado ni un minuto, cuando le oí saludarme con sus graznidos desde el aire, y su sombra volvía a burlarse de mí como en nuestros mejores tiempos. Al cabo de hora y media jugando sin parar, me senté sobre un gran canto rodado, y él respondió al unísono bajando de sus alturas para posarse sobre la hierba cerca de mí…
– Gracias por despertarme amigo, si no fuese por ti, no sé hasta cuándo hubiese estado sumido en ese lamentable estado letárgico, ya me siento mejor, ¿sabes qué?, estoy pensando que podemos formar nuestra propia manada aunque no seamos de la misma especie, lo más importante lo tenemos, tu me tienes a mí y yo a ti, y además, cada uno sabemos dónde está nuestro sitio, lo único que nos falta es marcar nuestro territorio, ¿qué te parece?

Cuervo jugaba con la hierba ajeno a mi conversación, pero a mí no me hacía falta que me contestase para saber que estaba de acuerdo con lo que le estaba diciendo.

Ése mismo día comencé a marcar nuestro territorio. Nos fuimos alejando del valle dando vueltas a su alrededor, formando una espiral irregular a través del accidentado terreno que lo bordea, plagado de montañas con fuertes pendientes, arroyos, barrancos y pequeños valles.

Al cabo de los tres días de continuo avance en nuestro recorrido espiral, entendí que el terreno marcado, era ya lo suficientemente amplio para los dos. Sus límites llegaban en dirección S, hasta el río Liard, al O terminaban en las primeras montañas de cima desarbolada, al N alcanzaban las planicies del territorio de Yukon, y en dirección E, nos acercábamos a los bosques de arces, de los que obteníamos la miel de maple tiempo atrás “cuando Anik estaba con nosotros”. En total unos 50 Km. de N a S, y 25 Km. de E a O.

Todos los días recorríamos el perímetro de nuestro territorio, y lo marcaba con mi orina en lugares estratégicos. Normalmente lo hacía sobre las marcas olorosas de otros predadores, como osos grizzly o negros, lobos, linces, coyotes y pumas, con los que más tarde o más temprano, nos tendríamos que enfrentar inevitablemente.

Recuperé la forma física con rapidez, y comencé a dormir fuera de casa. La diferencia entre nuestros biorritmos naturales, nos forzaba a separarnos con el ocaso solar. Al oscurecer, Cuervo detenía su vuelo y pernoctaba sobre una rama alta. Por mi parte, la decadencia del sol aumentaba más aún mi ya exagerada motivación por correr. Durante esas horas menos calurosas y de mayor colorido, aceleraba la marcha hasta las primeras luces del alba, momento en el que paraba para dormir unas tres o cuatro horas tumbado en el suelo.

Al despertarme, retomaba la marcha sin más dilación, y como por arte de magia, nada más emprender la carrera, aparecían Cuervo y su sombra para hacerme compañía hasta la noche “ante cualquier peligro, Cuervo repetía mi nombre sin parar, hasta que yo levantaba el brazo indicándole que le había oído”.

Diariamente marchaba durante 10 o 12 horas, manteniendo una media de unos 10 Km/h., y cada dos o tres días, visitábamos el valle “situación que yo aprovechaba para pesar las pepitas recogidas, almacenar comida no perecedera, lavar la ropa, asearme, y dormir cómodamente en mi cama”.

No me importaba que otros predadores frecuentasen nuestro terreno, claro está, siempre y cuándo no alterasen nuestra marcha. De vez en cuando nos cruzábamos con alguno de ellos, sobre todo por la noche “yo sólo”, y mi reacción era siempre la de seguir mi camino ignorándolos, actitud que hasta el momento me había ido bien.

Cuervo me avisó del peligro, y levanté el brazo. Me senté sobre una piedra, y mi amigo se paró cerca de mí en una rama de abeto…
– Ya lo sé, “le dije mirándole al ojo que me mostraba, y trasladé la mirada al supuesto peligro” lleva más de una hora siguiéndonos, por su olor y apariencia, ese macho solitario debe de tener poco más de dos años, no sé exactamente lo que quiere, pero me parece que es simple curiosidad.

Se trataba de un joven lobo de color gris “casi negro en el dorso y frente como la mayoría de los lobos de Alaska”, con la curiosa peculiaridad, de que sus ojos mantenían aún el típico color azul que caracteriza a un lobezno. Desde que comenzó a seguirme, se había ido acercando poco a poco cada vez más “digo que supongo guiado por la curiosidad, porque aparte de la información que me aportaban sus colores, los labios y orejas hacia atrás, y el rabo por completo entre las patas, mostraban un claro síntoma de sumisión”.

Me comporté con naturalidad, y sin mirarle a los ojos para no asustarle…
– Bueno Cuervo, todavía está un poco lejos, vamos a seguir nuestra marcha a ver qué hace.

Nos encontrábamos al SO, junto al río Liard, y proseguimos la marcha en dirección N, hacia los terrenos de la manada de Lobo Sabio “la única que compartía parte de nuestro territorio”. Después de recorrer unos 20 Km., el curioso animal continuaba con su obstinado seguimiento. Ya se acercaba hasta los 40 o 50 m, y al llegar a un riachuelo, decidí pararme de nuevo para poder observarle con mayor detalle…
– ¿Qué opinas Cuervo, crees que se trata de un simple lobo aburrido, o quizás de algo más?

El lenguaje corporal de nuestro seguidor seguía siendo el mismo, y a esa distancia, pude apreciar en su cuerpo numerosas heridas aparentemente provocadas por otros lobos, lo que me hizo pensar que pudiera tratarse de un lobo de rango marginal dentro de la jerarquía de su manada, y que arto de ser el blanco de todas las agresiones sociales, habría decidido convertirse en un lobo solitario…
– Pobrecillo, está lleno de heridas, y muy flaco.

Cogí un trozo de carne de mi cinturón, y lo lancé no demasiado cerca de él para no ahuyentarlo. Marqué la zona con mi olor, y sin esperar a ver su reacción, continué con mi marcha.

Sobre la media tarde, me llegó el olor de un corzo macho adulto “una de mis presas preferidas por el sabor de su carne”, le seguí el rastro y pronto di con él. Tardó demasiado en adivinar mi presencia, y la segunda piedra le arrebató la vida. Era un gran macho de unos 30 kg., con uno de los cuernos roto “seguramente a causa de alguna lucha rival durante la época de celo”. Con la ayuda del mechero de pescozón, hice una lumbre, y me comí un delicioso solomillo de corzo acompañado con setas. Mientras tanto, Cuervo se dio el lujo de escrutar el resto del cadáver antes de llenar su buche. Después de comer, me gustaba reposar un rato, antes de continuar disfrutando recorriendo nuestro territorio.

El flaco animal, apareció antes de reemprender mi carrera. Mantenía el rabo algo más relajado, y se paró a unos 20 m a mi derecha con la esperanza de pillar tajada de los restos de la cacería. Le arrojé una pata trasera del corzo y ahí comenzaron los problemas, ¡o no!

La manada de Lobo Sabio me guardaba las espaldas “situación a la que yo, no era ajeno”, esperando “como en otras ocasiones” a que Cuervo y yo nos fuéramos para apurar los restos de la presa.

Nunca se nos acercaban a menos de 40 m, y respetaban nuestra caza hasta que nos habíamos alejado una distancia similar. Pero en aquella ocasión, la situación era diferente. El flaco animal, no formaba parte de su manada ni de la nuestra, y por lo tanto, al tratarse de un intruso, no estaban dispuestos a permitir que les arrebatase ni tan siquiera una pequeña parte de los restos de corzo que por derecho les pertenecía. En total eran 19 los componentes del grupo de Lobo Sabio, aunque únicamente a 8 de ellos se les podía catalogar como adultos.

El demacrado animal, se acercó a la pata de corzo que yo le había lanzado. Lobo Sabio decidió seguir haciendo honor a su nombre, pero loba alfa, lobo beta “el tercero de abordo”, y dos adultos más “desacreditando la autoridad de su líder”, se lanzaron en carrera hacia el intruso.

Mi reacción fue un acto de puro instinto animal “en aquellos dominios, o te haces respetar, o te conviertes en subordinado en el mejor de los casos, y Anik no me había educado para ser un sometido”.

Me incorporé y corrí a toda velocidad para evitar el linchamiento, haciéndoles de esa forma entender de una vez por todas, quién era el que mandaba en aquel territorio.

El asustado animal huyó todo lo rápido que pudo, pero lobo beta no tardó en alcanzarlo. Revolcados por el suelo, la sangre del intruso comenzaba a brotar de sus heridas cuando loba alfa se unió a la masacre. El tercer lobo y yo, llegamos a la par. Le asesté en el hocico un golpe mortal con el mazo de izquierda a derecha, y a continuación destrocé la columna vertebral del lobo beta “que es esos momentos mordía el cuello del intruso”. La loba alfa cometió el error de mostrarme su poderosa dentadura, y el mazo “como con vida propia” se aseguró de que no me la volviera a exponer jamás. El cuarto lobo huyó y salvó su vida. Degollé a los tres lobos para evitar su agonía, cargué en mi hombro al curioso e infortunado intruso, y en compañía de mi amigo Cuervo, me dirigí a casa para intentar curarlo.

La pelea había dejado al maltrecho lobo en un estado lamentable. No tanto por las heridas sufridas en ella, como por las pocas reservas con las que contaba previamente. A penas conservaba la conciencia, y no le quedaban fuerzas para oponerse a mis intenciones, por lo que el viaje fue tranquilo.

Durante el camino, la falta de luz obligó a Cuervo a pararse sobre su rama. Al llegar al valle, entré en la casa con el animal, y le forcé a tragar un trozo de seta antes de curarle las heridas. Le dejé dormir recostado en el suelo bajo la ventana que da al valle, y esperé a que la pomada del rizoma de la sanguinaria de canadá hiciera el resto.

Uno de nuestros entretenimientos preferidos, era el lanzamiento del palo. Se trataba de un juego muy sencillo, con el que Cuervo y yo pasábamos muy buenos ratos. Yo lanzaba al aire un palo de tamaño apropiado, y Cuervo lo tenía que apresar con su pico en pleno vuelo. Después, él lo dejaba caer para que yo lo alcanzase antes de que tocase el suelo. El juego lo comenzaba indistintamente uno u otro, al igual que el resto de nuestros pasatiempos.

Me percaté de que el lobo comía unos trozos de carne “que para ese fin le había dejado bajo los escalones”, justo después de lanzarle el palo a Cuervo. Era la primera vez que nuestro invitado se levantaba desde que lo llevé a casa “hacía ya dos días”. Después se acercó al riachuelo a beber, y se tumbó en la orilla relajado. Cuervo tenía muy buena puntería, y por eso al despistarme observando al animal, el palo se estampó contra mi cabeza y perdí la partida.

Durante los días siguientes, me quedé por los alrededores del valle cazando todo lo que podía, hasta que el consumido lobo se recuperase. Dejaba junto al huerto la comida que nos sobraba a Cuervo y a mí, y nuestro huésped la devoraba cada día con mayor rapidez. Al cabo de los diez días, ya estaba lo suficientemente recuperado como para seguir sólo su camino, y sin embargo seguía allí sin alejarse del huerto.

La confianza entre Cuervo y yo, había aumentado hasta el punto de que cuando yo me paraba y no había ningún árbol cercano, Cuervo se posaba sobre la seguridad de mi hombro en lugar de hacerlo en el suelo “ésa fue una decisión exclusivamente suya”. Aquél día y desde ésa posición, Cuervo escuchaba mis palabras a la vez que nos acercábamos a la casa…
– ¿Y tú qué opinas, crees que debemos echarle del valle para que se busque la vida por su cuenta, o le ignoramos y que haga lo que quiera?, ahora mismo no parece peligroso, pero con el tiempo podría llegar a serlo ¿no?, ¡sobre todo para ti!

Cuervo miraba a nuestro invitado fijamente desde mi hombro, hasta que próximos a la casa, se acomodó sobre el pasamanos de la barandilla. Le lancé un conejo al lobo a sólo 10 m de distancia, y me senté en los escalones para observarlo con tranquilidad.

De inmediato y sin ningún reparo, se acercó a la comida mostrándome sumisión mediante su lenguaje corporal “arrastrando por el suelo la barriga, apuntando hacia mí con su hocico, moviendo la cola, y manteniendo la cabeza gacha”. Nuestro invitado se comportaba cada día con más confianza, pero siempre con la misma sumisión. No me hacía ninguna gracia tener a un lobo en mi valle “aparte de lo de mi Padre, mi experiencia con ellos tampoco había sido buena”, pero por otra parte, éste lobo me daba lástima, y no podía echarlo si no me daba un motivo.


Límite de mi territorio con la manada del N.










Río Liard, límite S. de mi territorio.



















AVIDOS DE SANGRE


Una vez recolectadas las patatas y almacenadas en la despensa, comenzamos de nuevo a recorrer nuestro territorio. El lobo se quedó junto a la casa, y supuse que cuando volviésemos ya se habría marchado. Hacia el mediodía, me llegó su olor, me di la vuelta y le vi a lo lejos. Decidí no hacerle caso y continuar con mi marcha.

Nos dirigíamos en dirección NE “por la ruta de los castores”. Las nieves se aproximaban, y quería cazar algún animal grande para llenar la despensa. A unos 20 Km. del valle, las partículas aromáticas de un alce macho, estimularon mi olfato…
– Localízalo “le dije a Cuervo mientras le indicaba con mi brazo estirado la dirección desde la que provenía el olor y aceleraba mi carrera hacia la presa”.

Cuando yo le hacía esa señal con el brazo, él me entendía perfectamente y volaba en la dirección que yo le marcaba. En realidad creo que él olía o veía a las posibles presas antes que yo, y sólo esperaba un gesto mío, para dirigirse hacia ellas.

A los pocos segundos, Cuervo voló en círculos para indicarme el lugar exacto en el que se encontraba el animal. El arce advirtió pronto nuestra presencia, y comenzó la persecución. Después de recorrer unos 12 Km., aligeré mi marcha al máximo para darle alcance antes de que llegara a los bosques espesos con ciénagas impracticables, donde pretendía refugiarse.

Cuervo le increpó revoloteando sobre él, hasta que provocó que sus enormes cuernos en forma de doble pala, tropezaran con el tronco de un álamo y le hicieran perder el equilibrio. Cuando se incorporó, ya estábamos frente a frente.

El acosado animal midió nuestras fuerzas durante unos segundos, y finalmente resolvió enfrentarse a mí. Su ancho y alargado hocico cedió ante el hierro dentado del mazo “como la hojalata al martillo”, y sus 400 kg. y 1,90 m de alzada hasta la cruz, se desplomaron con la misma rapidez con la que le abandonaron los colores de su vida.

Saciados de carne tanto mi amigo como yo, apagué con tierra la lumbre “como siempre”, y seleccioné los mejores trozos de carne para realizar una ristra de 90 kg. que me colgué a los hombros. El lobo se mantenía sumiso a una discreta distancia de 12 m. Sus colores totalmente estabilizados, los matices verde y cyan perfectamente definidos, y su intenso brillo, llamaron mi atención. Me extrañó no haber reparado en ellos hasta ése momento, ya que ni siquiera los colores de Cuervo inspiraban tanta nobleza. Le lancé un buen trozo de carne que devoró en un abrir y cerrar de ojos, y emprendimos el viaje de vuelta al valle. El hambrón de Cuervo no paraba de picotear la ristra “como temiendo pudiera tratarse de su último banquete”, y nuestro tenaz acompañante nos seguía a pocos metros.

Con la puesta del sol, Cuervo eligió la rama de un gran abeto para pernoctar, y el obstinado “o conformista” lobo, continuó siguiéndome ya tan cerca, que hasta oía su respiración. Era una de las noches más oscuras que recuerdo, y de repente, los incesantes aullidos que nos acompañaban desde el crepúsculo, se acallaron de manera inquietante.

Las voces de esos lobos, no correspondían a ninguno de los conocidos “era la primera vez que cazábamos fuera de los límites de nuestro territorio”. Mi marcha era lenta debido al peso de la ristra de carne “que se asemejaba a un gigantesco rosario”, y por si acaso, me fui preparando para lo que supuse se me venía encima “los lobos suelen aullar con voces diferentes y variando los tonos para aparentar ser más numerosos, aún así, mi capacidad para distinguir sonidos, me permitía aislar la voz de cada individuo del coro de la manada, por lo que pude estimar el número de lobos implicados en unos veinte, de los cuales, no más de la mitad podrían ser dignos adversarios”.

La dirección del aire les favorecía a ellos “la oscuridad, a mí”. Advertí sus colores entre los apiñados abetos, a unos 80 m detrás de nosotros. Caminábamos entre dos montañas con laderas de suave pendiente, y en pocos minutos nos vimos envueltos lateralmente por dos hileras de lobos, ávidos de sangre.

El vibrar de sus brillantes colores, con matices intermedios rojo y magenta, me advirtieron de que su estado de agresividad y grado de confianza eran tan elevados, que en cualquier momento iniciarían el ataque.

A unos 15 m a mi derecha, el lobo alfa y otros dos machos se sentían tan confiados, que ni siquiera se preocupaban ya por ocultarse entre los elementos del paisaje, y a la izquierda, a poca distancia más, tres hembras y dos machos, se nos mostraban con similar descaro.

Les había permitido acercarse tanto, que mis posibilidades de salir victorioso, eran poco menos que inexistentes. Fue entonces cuando me di cuenta de que algo no encajaba “por muy grande que fuese la manada, los 300 kg de arce que dejé pocos km. atrás, deberían haber sido suficiente como para saciar el hambre de todos, y un lobo no se arriesga a sufrir una herida en una cacería si no es por hambre, mucho menos si la presa es un hombre”.

El motivo de aquel acoso no era el hambre, si no el odio. ¿Odio por haber cazado en su territorio?, no me terminaba de convencer, en realidad les habíamos hecho un favor regalándoles un montón de carne fresca sin tener que trabajarse la cacería. Revisé escrupulosamente mi personal álbum de fotografías en cuatro dimensiones, y concluí relacionando el olor de la manada, con el que tenía mi curioso acompañante la primera vez que coincidimos. Miré sus lúcidos ojos azules…
– Entonces, ésta era tu manada ¿verdad? los que te despreciaron y agredieron hasta conseguir convertirte en un lobo solitario ¿no es así?, pues yo diría que te siguen queriendo de la misma manera, si no más, me parece que me has metido en un buen lío sabes. bueno, después de todo, tampoco es un mal final morir como mi Padre.

Le hablaba mirándole de vez en cuando y sin dejar de caminar. Lo que más me sorprendía era la relajación de sus colores, seguía mis pasos sin mostrar ningún síntoma de preocupación, como si todo aquello no fuese con él. Ocho lobos de 60 o 70 kg. estaban a punto de atacarnos, y él como si nada. Supuse que su inteligencia no daba para más, y continué mi camino preparado, y deseando ya que iniciasen el ataque.

Sin duda era una guerra psicológica, apenas nos separaban 10 m y seguían sin decidirse, como si se estuvieran burlando de mí. Ése pensamiento consiguió alterarme. Me detuve, solté la carne, me cargué de piedras, y sólo me dio tiempo a lanzar la primera “con la que dejé fuera de combate al lobo beta”. El lobo alfa dio un salto buscando mi cuello, y el giro de mi mazo se desequilibró y cambió bruscamente de dirección, al sentir hundirse en los gemelos de mi pierna derecha “sobre la que me apoyaba en ese momento”, los enormes colmillos de otro de ellos.

Caí al suelo, y empuñé el cuchillo afianzado en el lateral derecho del pantalón, al mismo tiempo que con la mano izquierda atenazaba la piel del cuello del lobo alfa. Le clavé el cuchillo en el corazón, y sus babas de rabia me cegaron los ojos. Sin dejar tregua alguna, otro de mis enemigos hundió su dentadura en mi antebrazo izquierdo “con el que sujetaba el cuello del lobo alfa”. Por otra parte, sabía que lo menos malo era mantener relajada la pierna derecha mientras estuviera presa “para no forzar mayores desgarros”, y conseguirlo, me ayudó a percibir el dolor en el más amplio sentido de la palabra.

Al extraer el cuchillo del cuerpo del lobo alfa, éste se desplomó sobre mí, y un chorro de sangre a borbotones aumentó aún más la agresividad de los que quedaban. Me giré con la mayor rapidez que pude, para evitar que otro de los lobos alcanzase mi cuello. El cuchillo se dirigía imparable “creí” hacia el lobo que pretendía desgarrarme el antebrazo izquierdo, en el mismo momento en el que las mandíbulas de otro me apresaron el brazo derecho, obligándome a soltar el cuchillo por puro reflejo del sistema nervioso, y cuando ya creía que había pasado lo peor, el que tenía detrás de mí me mordió entre el hombro y el cuello.

Con la pierna izquierda “que era la única extremidad que me quedaba libre”, no dejaba de patalear para que otro de ellos no la mordiese. Sabía que esa iba a ser mi última pelea, y a la vez que flaqueaban mis fuerzas, imaginé a mi Padre luchando con los lobos en medio de aquella ventisca, y de alguna manera me sentí feliz por encontrarme con un destino similar al suyo.

Procura ser siempre tú mismo, y ante las situaciones más difíciles, mantén la serenidad para poder pensar “me dijo Anik en una ocasión”. Así lo hice, y me mantuve concentrado a la espera de cualquier oportunidad de contraataque “de todas formas, no tenía nada más que perder”.

La bestia que me hacía presa junto al hombro, liberó el músculo para enzarzarse con otro de los lobos. Acto seguido, el que estaba aferrado a mi antebrazo derecho, hizo lo propio para implicarse en la misma pelea. Me giré hacia el lobo que zarandeaba mi antebrazo izquierdo, agarré la piel de su nuca, y le arranqué la nariz de un mordisco. Desprovisto de su apéndice nasal, abandonó la pelea con el rabo entre las patas gimoteando y ladrando. Hice acopio de las pocas fuerzas que me quedaban, sujeté el mazo con las dos manos, y me deshice de las dos fieras que tenía a mis pies.

Miré hacia atrás, y quedé sobrecogido al ver cómo los dos primeros lobos que me habían soltado, se ensañaban con mi acompañante de ojos azules. No me quedaban fuerzas para utilizar el mazo, pero sí el cuchillo de caza sujeto al lateral izquierdo del pantalón. Me dejé caer sobre el contrario más próximo, y aprovechando el peso de mi cuerpo, conseguí hundir en el suyo, hasta la empuñadura de asta de ciervo. A la vista del nuevo giro que había tomado la batalla, el último lobo enemigo que quedaba en la pelea, decidió salir huyendo.

Todo sucedió en pocos segundos. Uno de los ocho lobos, había decidido atacar a mi acompañante, y éste, en lugar de huir eligió luchar. Como resultó que salió victorioso, decidió “tal vez fortalecido moralmente por el triunfo, por ansia de venganza, por ayudarme, o por una mezcla de todo”, arremeter contra el de su especie que me descarnaba la clavícula derecha. Y el resto ya lo sabéis.

Una preciosa noche oscura, un nuevo amigo de mansa mirada, dos cuerpos inertes “dotados de inmensa hermosura, incluso privados del brillo de los colores de sus vidas”, y un cuerpo cansado, marcado por las heridas que comenzaban a producirme un dolor insoportable.
– Gracias Lobo, te llamaré así, no me gustan los nombres largos ni rebuscados y tampoco creo que vaya a tener más amigos de tu especie. Bueno, a partir de ahora si tú quieres formaras parte de nuestra manada, siempre que respetes a Cuervo claro.

Lobo estaba frente a mí, en posición de sumisión activa “con el cuerpo bajo, los labios y las orejas hacia atrás, la cola entre las patas, el hocico apuntando hacia mí, y la espalda parcialmente arqueada”. Tenía varias heridas, pero ninguna de gravedad. Miré las mías, desde mi posición arrodillada abierta. Mi pierna derecha, sangraba por los boquetes que me habían producido los colmillos de una traicionera loba. En similares circunstancias se encontraban mis dos antebrazos. La herida que más me dolía, era la que tenía junto al cuello y la clavícula derecha, pero no la podía ver bien.

No me podía permitir el ansiado tiempo del descanso o me desangraría. Me incorporé, corté por la mitad la ristra de carne, la colgué sobre mi hombro izquierdo y proseguí el camino de vuelta a casa.

Me embarré las heridas con el lodo del primer arroyo que encontré. Lobo siguió mis pasos con la paciencia y sumisión que le caracterizaba, y con los primeros rayos de luz, la sombra de Cuervo se unió a nosotros.

Aquellos 27 Km. se me hicieron eternos ¡tanto!, que tuve que recurrir a las setas para no desfallecer. Las montañas del O, mostraban orgullosas su silueta despejada y rojiza cuando entré en la casa. Habían pasado dieciséis horas desde la pelea, solté la ristra, me senté en la cama, y me dormí sin esperar a recostarme…
– ¿Qué sucede?

Había dormido durante siete horas seguidas, y al oír gruñir a Lobo, opté por despertarme. Al incorporarme, me sorprendió la debilidad de mis rodillas y un dolor generalizado por todo el cuerpo hasta entonces desconocido para mí. Lobo miraba desde la ventana S, y mostraba su enfado manteniendo las orejas erectas, así como su pelaje…
– ¡Tranquilo! la manada de Lobo Sabio ya aprendió la lección y no te va a volver a atacar “por el olor sabía que eran ellos sin necesidad de tener que verlos”, ellos comparten nuestro territorio y cruzan el valle a menudo siempre pasada la media noche, pero mientras Lobo Sabio mande no hay problema, nuestro espacio de terreno es muy grande y hay comida de sobra para las dos manadas “le dije dirigiéndome al baño”.

Al mirarme en el espejo, me quedé boquiabierto. Se me veía el hueso de la clavícula derecha, la piel que lo protegía colgaba hecha tirones, y el músculo trapecio, estaba parcialmente desgarrado. Eran las secuelas más graves que me había dejado mi última batalla, y desde el primer momento que las vi, tuve claro que su restauración por mucho que me esmerase, iba a ser una chapuza.

Me duché, lavé bien las heridas, y las cosí con la ayuda del espejo. Aunque el sentido del tacto lo tenía escasamente desarrollado, y las zonas a tratar no eran especialmente sensibles, me vi forzado nuevamente a tomar un trozo de seta, pues al estar la carne tan inflamada, el paso de la aguja “de cuerpo grueso y ligeramente curvado” me producía un dolor inaguantable “recordé a Anik sudando y mordiendo el cuero, mientras se daba los puntos en aquella profunda herida que se hizo en el muslo”.

En las incisiones de la pierna derecha y los brazos, apenas tuve que darme puntos. Unté las zonas afectadas con la pomada de rizoma y me acerqué a Lobo para untarle la pomada en sus heridas, pero al notar miedo en sus colores, decidí esperar a mejor momento y me volví a acostar.

El descanso nocturno para Cuervo era sagrado, al igual que lo era el regresar a mi lado con las primeras luces del nuevo día. Se posó en el sillar de su ventana y me saludó pronunciando mi nombre una vez. Lobo descansaba tumbado bajo la misma ventana, y yo contemplaba el valle desde uno de los sillones con balancín “cuanto más lo miraba más hermoso me parecía”.

Me mantuve tenso, porque hasta ese momento Cuervo y Lobo nunca habían estado tan cerca el uno del otro. Al pronunciar mi nombre Cuervo, Lobo se limitó a mover las orejas sin más y mantuvo sus colores inalterables. Por su parte Cuervo le miró con su ojo derecho y se mantuvo a la espera de mi iniciativa como si Lobo no estuviese, o mejor dicho, aceptando a Lobo como un miembro más de nuestra peculiar manada.

Justo en el momento en el que me iba a levantar para darle un trozo de carne a Cuervo, éste me sorprendió entrando en la casa y sirviéndose él mismo de la ristra de carne que todavía estaba en el suelo, junto a la ventana de la cocina. Supuse que entendió, que si Lobo podía pasar a la casa, él también tenía el mismo derecho, y por supuesto no tuve nada que objetar. Después de picotear y comer la carne que quiso, se acercó andando hacia nosotros, momento en el que me emocioné de manera contenida, al recordar las risas de Anik cuando me decía que andaba y corría como un pato.


El gran Alce.










Mi amigo Lobo.


















DESCUBRIENDO LÍMITES


Las nieves llegaron, y con ellas el invierno. El biorritmo de Lobo coincidía con el mío, la única diferencia era, que él necesitaba dormir algunas horas más. Durante la época de las nieves, no salimos del valle o sus proximidades. Lobo y yo nos despertábamos sobre las diez de la mañana, nos juntábamos con cuervo que nos esperaba pacientemente desde el amanecer, y jugábamos sobre el blanco colchón del valle hasta el medio día, momento en el que parábamos para comer. Después, mientras Lobo reposaba la comida durmiendo un rato más, Cuervo y yo nos seguíamos divirtiendo buscando nuevas aventuras. Sobre la media tarde, Lobo daba por terminado su descanso y se unía al grupo esperando ansioso la llegada de la noche al igual que yo. Y al oscurecer, Cuervo se retiraba a su lugar de descanso nocturno “en la rama de un gran abeto, detrás de la casa”, y Lobo y yo nos quedábamos disfrutando hasta el alba, de la dilatación de los sentidos que la oscuridad de la noche nos proporcionaba.

Los colores de Lobo terminaron por relajarse cada vez que Lobo Sabio y su manada cruzaban el valle. La verdad es que ellos lo ponían fácil. Mantenían siempre una distancia entre las dos manadas no inferior a los 40 m, se mostraban relajados y sin mirarnos a los ojos, y cruzaban el valle sin detenerse en ningún momento. Lobo Sabio tenía las ideas muy claras. Me caía bien.

Resulta curioso cómo cambia la velocidad del tiempo según las circunstancias en las que te encuentres. Aquel invierno se me antojó especialmente corto. Gracias a que las temperaturas no bajaron demasiado y a la rápida cicatrización de mis heridas, pude disfrutar tanto en la compañía de mis dos amigos, que apenas eché de menos el verano.

Durante el mes de mayo, me centré en la recolección de miel aprovechando el efecto que mi olor corporal le causaba a las abejas. Cuervo y Lobo, reaccionaban siempre de la misma manera cada vez que las abejas cubrían mi cuerpo. Se colocaban a mi alrededor e intentaban rematarlas según iban cayendo al suelo. Después, cuando recogía los trozos de panal y me dirigía de vuelta a casa, los dos me seguían con claros gestos de orgullo por haber ganado la contienda.

Con el valle cubierto de verdes hierbas, volvieron los juegos con largas carreras implícitas. Le lanzaba el palo a cuervo y seguidamente, Lobo y yo nos lo disputábamos cuando éste lo soltaba. Si era yo quien lo cogía, rápidamente se lo volvía a lanzar al aire, pero si lo atrapaba Lobo, éste salía corriendo con su trofeo en la boca, y no lo soltaba hasta que yo me hacía con otro trozo de rama y se lo lanzaba a Cuervo.

El 1 de junio del 76, no celebré mi casi 17 cumpleaños “aquello se acabó desde que Anik se fue”. Lo que sí hice fue medirme y pesarme como todos los años por la misma fecha. La estatura era la misma que desde los casi 15 años, 1,79 m; y el peso, 87 kg. “excesivo respecto al volumen de mi cuerpo”.

El estado físico y emocional de Lobo, se había recuperado progresivamente de forma considerable desde que estaba con nosotros “hacía ya diez meses”. En muchos aspectos, se comportaba como un perro lo hace con su amo. No puedo opinar en éste sentido del resto de los lobos, pero mi amigo me demostraba continuamente un alto grado de inteligencia. Se dejó pesar el mismo día que lo hice yo. Sus 76 kg. y su físico poco estilizado, eran el resultado de la buena vida de la que había disfrutado durante los meses de invierno. Comíamos los dos una vez al día y al mismo tiempo, pero él engullía el doble o el triple que yo, y sin embargo mi desgaste físico era mayor. Me figuro que lo hacía en parte como algo innato en su especie, aunque muy probablemente sobre todo, debido a su amarga experiencia como lobo marginado dentro de la manada “el que normalmente se conoce como lobo omega”.

La despensa guardaba ya suficiente miel, propoleo, goma de mascar y pomada de rizoma, para al menos un año más, y después de plantar las patatas, decidí que era un buen momento para medir nuestras fuerzas en la carrera, y así de paso obligarle a perder los quilos que le sobraban.

Aquella mañana de finales de Junio, Lobo, la sombra de Cuervo y yo, partimos en carrera desde la casa hasta el límite de nuestro territorio en dirección E, y desde allí continuamos recorriendo el perímetro de nuestras tierras en el sentido de la sombra del sol “o lo que es igual, en el sentido de las agujas del reloj”. Imprimí una velocidad más o menos constante de unos 20 Km/h., con la idea de no parar hasta que uno de los dos no pudiese más “lógicamente, contra Cuervo no podía competir en ese sentido”.

Lobo mantenía la marcha junto a mí, pero nunca por delante, ya que el itinerario lo decidía yo al ser el jefe de la manada. Después de cuatro horas sin parar, Lobo comenzó a mirarme con claros síntomas de confusión, pues ya deberíamos haber parado hacía tiempo al menos para beber. Cuervo pronunció mi nombre, y le lancé al aire una tira de carne que atrapó con su robusto pico mediante una peripecia acrobática.

Nunca había corrido tanto como para tener que parar por agotamiento, y tenía curiosidad en saber dónde estaba mi límite. En el caso de Lobo, tampoco tenía ni idea de cuánto podría aguantar a esa velocidad que le estaba imponiendo. Lógicamente el terreno por el que nos desplazábamos era accidentado, y requería continuos cambios de ritmo al tener que librar los diferentes obstáculos naturales.

Nuestras fuerzas estaban muy equilibradas tanto subiendo como llaneando o bajando, hasta que a las cinco horas de carrera Lobo comenzó a quedarse atrás, y por sus colores entendí que había tocado fondo. Habíamos recorrido al menos 90 Km. a una marcha bastante rápida teniendo en cuenta lo abrupto del terreno, y aunque si bien es verdad que me sentía cansado, aún me quedaban fuerzas para continuar corriendo a ese ritmo.

Según pasaban los días, tanto Lobo como yo fuimos recuperando nuestro estado físico. Bajé el listón de velocidad a unos 10 Km/h. y el 27 de julio, mantuvimos los dos una marcha sin parar desde las 10 h. hasta las 06 h. del día siguiente; 20 h. y 200 Km. sin detenernos absolutamente para nada. En aquella ocasión, los fluctuantes colores con rojo y magenta intermedios que emergían de nuestros cuerpos, me informaron de que ninguno de los dos debíamos de seguir corriendo. Al despertarme, comencé a sentir por primera vez en mis carnes, aquello de lo que Anik me había hablado y que ya comenzaba a creer que nunca conocería, “las agujetas”.

Por nuestro territorio también vagaban de vez en cuando algún que otro puma o gato montes, y aunque rara vez se dejaban ver, los conocíamos por sus olores.

En una de nuestras batidas nocturnas, paré al percibir un fuerte y anónimo olor de puma macho adulto. El olfato de Lobo también había detectado la presencia cercana del puma, y se mostraba inquieto. El terreno era algo rocoso y la vegetación espesa. Sabía que estaba escondido muy cerca de nosotros, pero no éramos capaces de localizarlo. Aquella era una situación extraña, ya que los pumas siempre me habían evitado, y sin embargo éste había decidido mantener su posición, lo cual me hizo pensar en la posibilidad de que nos pudiera atacar.

Caminábamos en fila india y con la máxima cautela. Apenas pude ver los colores del puma al rozar éste mi rostro de forma tan súbita, que cuando quisimos reaccionar, nuestro enemigo ya había desaparecido nuevamente entre la maleza y las rocas. Algo aturdido, entendí que en aquellas condiciones Lobo y yo teníamos las de perder, por lo que decidí evitar la confrontación alterando nuestro recorrido.

No fui consciente de las secuelas que aquel altercado me había originado, hasta la mañana siguiente al notar cierto dolor en el lado derecho de mi rostro y observar las manchas de sangre en mi pantalón y cuerpo. Me dirigí a la casa, y al mirarme en el espejo distinguí tres profundos cortes en el pómulo derecho, que parecían realizados con la destreza de un bisturí. Ya tenía tres cicatrices más que añadir a mi colección.

No tuvimos más percances dignos de mención hasta finales de Agosto, al bajar al río Liard en busca de salmones. La persistencia y obstinación de aquellos peces por llegar a los prístinos frezaderos en las partes superiores del río durante la época del desove, me resultaba difícil de entender y digno de mi más profunda admiración. Lobo y yo atrapábamos aquellos tremendos salmones de unos 7 kg. con relativa facilidad, gracias en gran medida a la relajación que nos proporcionaba el saber que Cuervo velaba por nuestra seguridad desde sus alturas, atento siempre a cualquier peligro que nos pudiese acechar.

Cuervo me nombró varias veces, miré hacia atrás, y vi acercarse hacia nosotros a tres osos grizzly “tres machos jóvenes de entre 3 y 5 años que se habían reunido como es habitual en ellos durante la época de cría del salmón”. Su número les hacía fuertes, y se estaban aproximando a nosotros con demasiada confianza y consiguiente peligro. En realidad no se dirigían hacia Lobo o hacia mí, sino al montón de salmones que habíamos apilado junto a la orilla del río, y que de ninguna manera estaba dispuesto a regalarles.

No se trataba solamente de una reacción natural en mí, sino que también tenía que hacerme valer como jefe del grupo “si te dejas arrebatar una captura por algún enemigo sin intentar al menos defenderla, tu condición de líder queda en entredicho”. Salí de las aguas y me dirigí hacia los osos con paso firme y templado, interponiéndome entre sus enormes cuerpos pardos y el botín que pretendían.

Lobo me seguía sin tener muy claro en qué posición colocar su rabo, y cuervo comenzó a revolotear sobre los osos cada vez a más baja altura, y sin dejar de hostigarlos con sus graznidos. El hocico del oso más adelantado, recibió el impacto de la piedra que le lancé desde unos 37 m., y acto seguido, gran cantidad de espumarajos ensangrentados salían despedidos en todas direcciones durante el tiempo que sacudía de forma compulsiva su enorme cabeza, y rugía desesperadamente cargándose de furia a la vez que calmaba el dolor.

Lobo hizo ademán de atacar estirando el rabo, mostrando los colmillos, y avanzando hasta sobrepasar mi posición, y yo reaccioné con rotundidad gritándole ¡nó!, mirándole a los ojos fijamente, levantando el puño, y obligándole a mostrarme sumisión pasiva hasta exponerme vulnerable su garganta “me comporté así porque en mi manada era yo quien tomaba las decisiones, pero sobre todo en éste caso, para proteger la vida de Lobo, ya que de haberle dejado atacar, un simple zarpazo le hubiese podido arrebatar los colores de su vida”.

El oso herido, decidió seguir avanzando hacia nosotros. Su paso zigzagueante y sus cortos y fluctuantes colores con matices intermedios en rojo y magenta, descubrían el miedo que su orgullo pretendía disimular. Tomé el mazo y me hice grande separando los brazos y gritando para tratar de evitar un enfrentamiento absurdo, más el tozudo animal siguió avanzando hacia nuestra posición manteniendo la mirada amenazante “quizás ajeno a la decisión de sus compañeros, ya que uno de ellos había resuelto desistir del enfrentamiento y nos observaba indiferente desde más de 50 m, y el otro se alejaba río arriba”. Sujeté el mazo con fuerza y me dirigí hacia el oso con toda rapidez. Sus 300 kg. intentaban adoptar la posición bípeda, cuando el mazo, con un giro de gancho, destrozó por completo su mandíbula y cayó semiinconsciente aprisionando mi cuerpo con parte del suyo. Lobo hizo presa en su cuello liberando por fin la furia que había estado acumulando durante el “interminable” proceso de medida de fuerzas, y en ese momento por alguna razón, el recuerdo de Anik bordeando aquellas rocas gritándome sonriente “¡nunca me pillarás!”, me produjo un inesperado dolor de cabeza que me impedía razonar con claridad.

Me liberé del moribundo cuerpo del plantígrado, y con la ayuda del mazo comencé a machacar su cabeza de forma compulsiva y tan violenta, que a cada golpe sus huesos se quebraban como si fuesen de barro cocido, mientras la gruesa piel que los cubría, trataba de evitar sin conseguirlo que sus restos se fueran esparciendo de forma aleatoria. La repercusión de los golpes provocaba que el resto del cuerpo inerte del infortunado animal, temblara al compás de ellos. Lobo, desconcertado ante tan desmedida agresividad por mi parte, optó por soltar su ansiada presa y alejarse de las embestidas del mazo, Cuervo volaba en círculos sobre nosotros, y el mazo continuó destrozando la cabeza del oso, hasta quedar tan irreconocible como la de aquél que sesgó la vida de mi Madre. El dolor que sentía en el interior de mi cabeza se agudizó de tal manera, que me vi obligado a soltar el mazo y apretar fuerte sobre ella con las dos manos, para evitar que los huesos salieran despedidos a causa de la enorme presión que me producía la dolencia.


A ésta coneja la dejé marchar...,
"sus colores la salvaron al indicarme que estaba preñana".







¡Le dolió la piedra!






Ellos tambien saben cogerlos.













LAS LEYES DE MIS MONTAÑAS


A los pocos días, ya con la despensa llena “patatas incluidas”, nos encontramos los restos de un lince “sin vida desde hacía pocas horas” en el límite E de nuestro territorio. Las heridas que le habían causado la muerte, eran sin lugar a dudas de un puma, y además, por el olor, se trataba del mismo puma que me atacó aquella noche sin motivo alguno.

El cuerpo del lince estaba entero, ni siquiera le había desgarrado el cuello para lamer su sangre, de lo cual se deducía que el motivo de la matanza, no había sido el hambre. El olor del puma se encontraba prácticamente por toda la línea E de nuestros dominios desde hacía ya varias semanas “algo inusual en un puma, pues no acostumbran a permanecer mucho tiempo en la misma zona, sino que prefieren vagar sin descanso”, y sin embargo nunca había conseguido verle, salvo la noche que me atacó, y aún así, apenas pude ver sus colores.

Con anterioridad, ya habíamos visto algún otro pequeño animal muerto en similares circunstancias, pero en éste caso, atacar a un lince macho de 30 kg. sin tener hambre, resultaba tan extraño que me invadió la curiosidad, y me dedique a seguirle el rastro con la intención de dar con él en un lugar abierto, para poder observarlo y analizar sus colores.

Mi sentido del olfato “que continuaba desarrollándose día a día”, me condujo hasta él con extraordinaria rapidez. Era de día, y el puma descansaba dormido sobre la rama de un gran abeto. Me mantuve a distancia, en silencio y con el aire en contra para que no advirtiese nuestra presencia. Su aspecto era extraño, el bello desordenado y más oscuro de lo habitual, y los colores de su cráneo “ausentes de brillo aunque largos y con matices intermedios rojo y magenta” revelaban una clara enfermedad mental que me llevó a tomar la decisión de acabar con su vida lo antes posible.

Tomé una piedra en cada mano y me aproximé despacio procurando no hacer ruido “el sentido del oído es el más desarrollado en los pumas”. Por su parte, Cuervo “que vigilaba como siempre desde sus alturas” interpretó que había peligro y me avisó. Como consecuencia y para mi desgracia, sus graznidos alertaron al puma y trucaron mi emboscada.

El felino dio un salto increíble desde su rama, y desapareció entre la maleza en un instante. Lobo seguía mis pasos y me entendía sin necesidad de hablarle, pero Cuervo no era capaz de comprender la situación, por lo que opté por seguirle a distancia, y volver a intentarlo de noche a partir de que Cuervo parase a dormir.

Al oscurecer, Cuervo eligió su rama para descansar, y comenzó la batida. El intenso e inconfundible olor del puma, nos guió hasta su ubicación rápidamente, el único problema era que nuestra presa era consciente de nuestra presencia. No sé que enfermedad tendría, pero fuese la que fuese, no le mermaba su instinto de supervivencia ni su capacidad de inteligencia animal. La vegetación no era espesa, pero el terreno “ligeramente abrupto” le favorecía gracias a su facilidad para dar enormes saltos verticales.

Esperé a que la noche me diera la ventaja de la vista, y con un simple gesto, Lobo entendió que le teníamos que rodear. El felino era listo, sabía que a la carrera le pillaríamos por agotamiento, y se dedicaba a esconderse mediante grandes saltos y desplazamientos cortos. Comencé a aceptar la idea de que aquella contienda se iba a prolongar durante muchas horas, a no ser que me arriesgase a sufrir más heridas por su parte, y elegí tener paciencia y confiar en mi capacidad de resistencia.

Por la mañana, los colores del puma evidenciaban el cansancio de tantas horas de huida sin descanso. Comenzó a sentirse acorralado, y la vibración de sus colores, me advirtieron de que en cualquier momento podría arriesgarse a atacar. Y así sucedió justo cuando Cuervo se unió al grupo. Como una exhalación, el felino surgió de entre las rocas lanzándose sobre mí.

Intenté esquivarle, pero todos mis esfuerzos fueron inútiles. Jamás me había enfrentado a un adversario tan rápido. Sus zarpas surcaban mi cuerpo con tal acierto y presteza, que anulaban por completo mi capacidad de reacción defensiva, y desequilibrado caí de espaldas. Los ojos del puma “justo sobre los míos” cambiaron de expresión, y gran cantidad de babaza comenzó a caer sobre mi cara al quedar su cabeza colgada de las mandíbulas de Lobo, que con oportuna maestría, rompió el cuello del rabioso puma haciendo presa sobre él, y manteniendo rígida su posición deseando “creo”, que el felino le diese algún motivo para prolongar el desafío.

Todavía hoy al recordar aquel altercado, me resulta chocante el hecho de que un simple puma de 65 kg., hubiese estado a punto de acabar con mi vida, y sin embargo osos de más de 300 kg. ni siquiera hubiesen conseguido llegar a causarme la más mínima herida.

Evidentemente ése no era un puma normal, ni por su aspecto físico ni por su comportamiento. Lo cierto es que una vez más, Lobo y yo habíamos conseguido ganar otra batalla gracias a nuestra colaboración en equipo. Ninguna de las múltiples heridas que me produjo el rabioso felino por los brazos y pecho necesitó de sutura, un buen baño de cieno en el primer arroyo que nos encontramos y algo de pomada de rizoma en días posteriores, fue suficiente para sanarlas.

La buena relación en nuestra manada aumentaba día a día. Cuervo tomó confianza como para jugar cuerpo a cuerpo tanto con Lobo como conmigo. Me conmovía especialmente la paciencia de Lobo cuando peleaba con Cuervo. La manera de soportar sus picotazos, y calcular todos sus movimientos “en apariencia agresivos” para evitar hacerle daño “como si de un cachorro se tratase”.

Lobo ya no era ni por asomo, aquel flaco y asustadizo animal que nos encontró hacía poco más de un año. Se había convertido en un fuerte y experto cazador. Tanto era así, que cuando jugábamos a pelearnos, cada vez me costaba más doblegarle sin tener que hacerle daño. Mi intención era la de prepararle para que pudiera formar su propia manada, y todo apuntaba a que ese momento estaba ya próximo.

Pensando en ello, y también “por qué no admitirlo” en mí mismo, decidí continuar recorriendo nuestro territorio incluso con la llegada de las nieves. Sentía curiosidad por conocer mis límites para soportar aquellos inviernos en plena naturaleza.

Los habituales -20º o -30º me resultaban incómodos a la hora de dormir, y para paliar el frío durante esas tres o cuatro horas, Lobo y yo dormíamos cuerpo con cuerpo al amparo de alguna cavidad natural. Durante el resto del tiempo no tenía ningún problema con aquellas frías temperaturas, protegido simplemente con botas, calcetines, pantalón largo de cuero y cazadora de piel de castor.

Con el aumento del espesor de la nieve, mi carrera se fue frenando hasta el punto de convertirse en un simple caminar a saltos. Según avanzaba el invierno y el espesor en la nieve aumentaba, la ventaja de Lobo en la carrera se hacía más patente, tanto que comenzó a separarse primero lateralmente, y después muy poco a poco como el que no quiere la cosa, adelantándose a mi posición “algo que hasta entonces sólo había hecho cuando nos enfrentamos a aquel oso en el río Liard”.

Entendí que era el momento de darle el relevo en el liderazgo de nuestro grupo, y por eso cuando por primera vez levantó la pata para marcar nuestro terreno con su orina, me sentí orgulloso de él, y satisfecho de su reacción me limité a mantener una actitud indiferente dejándole así el camino libre para convertirse en el lobo alfa de la manada.

Para Lobo, perseguir a las presas sobre la nieve no resultaba una tarea especialmente costosa. Sus anchas patas actuaban como raquetas al tiempo que por la distribución general de su peso, éstas se hundían menos en la nieve que las de la mayoría de sus presas, y por supuesto que mis botas. Además, también contaba con la ventaja de que al trote, el pie posterior se colocaba exactamente sobre la huella del anterior del mismo lado, con lo que ahorraba mucha energía. Normalmente dejaba que él fuera el protagonista de la cacería, salvo en alguna esporádica ocasión en la que abatía yo a la presa con alguna piedra para seguir siendo fuerte en la manada.

Nos cruzábamos con otros predadores de vez en cuando “aunque con bastante menos frecuencia que en verano”, y en todos los casos la reacción de mi guía, era la misma que la mía cuando yo mandaba.

Con el nuevo año, aumentaron los olores y avistamientos de lobos jóvenes en busca de pareja “motivados por el lógico instinto reproductivo una vez alcanzada la madurez sexual cumplidos los tres años de edad, o simplemente explorando nuevos territorios donde pudieran ser acogidos en el seno de alguna otra manada en el caso de que su presencia aportase equilibrio al grupo”…
– ¿Qué ocurre Lobo, te gusta el olor de esa hembra?

Los colores de Lobo, descubrían su excitación al oler aquella marca, y cuanto más la olfateaba más se alteraba su estado de ansiedad. Su hocico apuntó claramente en una dirección, y sin pensárselo dos veces comenzó a galopar sobre la nieve dando saltos de 4 o 5 m como si su vida dependiese de ello. Cuervo “que reposaba sobre mi hombro” graznó y emprendió el vuelo siguiéndole desde el aire, y yo me rezagaba con el paso del tiempo debido a mi desventaja en la carrera sobre la nieve. Enseguida perdí de vista el cuerpo de Lobo, y al agotarse la luz del día, el vuelo alto y circular de Cuervo dejó de indicarme su exacta ubicación.

El rastro aromático de mi amigo Lobo y el de la hembra que perseguía, seguían coincidiendo exactamente en la misma dirección, y poco antes de la salida del sol supuse por sus huellas y olores, que ya se habrían avistado “aunque todavía guardaban las distancias”. Relajé mi marcha para no acercarme demasiado a ellos, y asegurarme así de no interferir en su relación. Sobre el medio día, comprobé que sus marcas ya viajaban en el mismo espacio tiempo.

Me detuve un momento para terminar de asimilar la situación, y aunque plagado de sentimientos contradictorios, me encaminé hacia el valle convencido de haber tomado la decisión correcta. Cuervo también tuvo que resolver su enigma, y optó por seguir a mi lado.

La peor parte respecto a la ausencia de Lobo, era la incertidumbre sobre su suerte “saber de él me hubiese resultado relativamente fácil en cualquier momento simplemente con salir del valle y buscar su olor, gracias a que mi sentido del olfato podía distinguir las moléculas olorosas de una marca durante bastantes días”, pero no podía anteponer mi inquietud a su natural destino.

Desde que terminó el invierno, cada día me costaba más reprimir el deseo de alejarme del valle para recorrer nuestro territorio. Sabía que Lobo necesitaba al menos de 5 o 6 meses para crear su propia manada, y mi respeto hacia él me obligaba a no interferir en su vida durante ese tiempo “en la medida de mis posibilidades”.

Antes de acostarme, solía disfrutar observando la dispersión de los rayos solares durante el crepúsculo matutino desde la ventana de la cocina que da al E. Aquella mañana del 17 de agosto, la brisa me regaló un olor inconfundible que me erizó los poros de la piel.

Salí al rellano, y de entre los abetos del SO surgió la deslumbrante figura de Lobo caminando hacia mí con paso lento y seguro. Sus colores definían un claro estado de felicidad y no pude por menos que demostrar mi alegría gritando su nombre. Poco después, la decepción por verle sólo fue inevitable. Entré de nuevo en la casa y me acosté “decisión de la que nunca me he sentido orgulloso”…
(Cuervo) – ¡Sar!
– Buenos días Cuervo, ¿has visto a Lobo?

Cuervo “desde su sillar” me respondió girándose rápidamente y lanzándose a volar. Me asomé a su ventana y no vi a ninguno de los dos, sin embargo gracias a mi olfato, sabía que Lobo estaba muy cerca.

Salí de la casa en su busca, y su pista me llevó a la parte trasera donde le vi durmiendo junto al montón de leña. Sus erguidas orejas se giraron apuntando en mi dirección, y se despertó mostrando síntomas innegables de profunda alegría, aunque no de sumisión. Como Lobo dominante, se acercó hasta mi y comenzó a frotar su cuerpo contra el mío para marcarme como miembro de su manada, y yo por mi parte no pude disimular la alegría que sentía al tenerle de nuevo a mi lado. Tan absorto por su regreso, no reparé en nada más que en volver a casa y abrir la despensa por si quería comer algo. Lobo “que me había seguido” tomó un trozo de carne y salió de la casa. Me extraño que no se comiera la carne allí mismo como era costumbre en él antes de su aventura, y supuse que después de seis meses sin vernos, necesitaría algo de tiempo para retomar toda la confianza.


Realmente, aquel puma no era normal.


























EL FIN, LAS FORMAS, Y SUS CONSECUENCIAS


Me fui al vado para darme un buen baño de agua fresca, y estando en ello observé como Lobo salía de la casa frecuentemente con trozos de carne entre sus fauces, se dirigía hacia la parte trasera, y le perdía de vista. Por supuesto toda aquella carne no podía ser para él solo, era obvio que tenía compañía. Algún otro lobo “pensé” que de momento no se atrevía a acercarse a mí, y al que mi olfato no había detectado al estar marcado con su olor y sobre todo a mi estado abstraído por la reciente llegada de Lobo. Comprendí perfectamente su desconfianza hacia un ser humano, y decidí darle todo el tiempo que necesitase.

Al salir del vado y poco antes de llegar a la casa, creí soñar despierto. Me quedé sin aliento, y sin poder evitar que las fuerzas me abandonasen al unísono. Un lobezno escondido entre el montón de leña, asomaba su cabeza y me miraba con la curiosidad que caracteriza a cualquier cachorro. Continué hacia la casa conteniendo las ganas de acercarme a él para no asustarle, y me regalé un buen solomillo de ciervo con setas y patatas bien asadas para celebrar el evento.

En la casa, hacia la media noche, superado ya el impacto que me produjo ver de nuevo a Lobo, y que me había dejado sin capacidad para prestar atención a nada más, percibí el olor de aquella loba de la que mi amigo se enamoró hacía ya medio año, y cuyo rastro propio estaba camuflado con el de Lobo de tal manera, que hasta ese momento se me había pasado por alto. Me moría de ganas por acercarme al montón de leña y ver de cerca al lobezno y a su madre, pero entendía que era mejor aguantar y esperar a que fuesen ellos quienes tomasen la decisión de acercarse a mí. Marché para hacer mi ronda nocturna por los alrededores del valle, y al amanecer volví con un corzo y dos conejos que dejé frente a la casa antes de acostarme.

Abrí los ojos a la llamada de Cuervo, y me acerqué a su ventana para contemplar junto a él un día más, mi paisaje preferido. Lobo y su compañera dormitaban relajados frente a la casa en el lugar donde yo había dejado al corzo y a los dos conejos, a tan sólo 12 m de nosotros. Ellos estaban recostados muy juntos, y cuatro “todavía oscuros” lobeznos, jugaban a su alrededor con los restos de los conejos. Me confieso inculto para expresar lo que sentí en aquel instante, y me limitaré a deciros que fue uno de los momentos más felices de toda mi vida. Cuervo echó a volar, yo me senté en el rellano de la escalera, y me quedé allí observando ensimismado las correterías de los cachorros.

Uno de los lobeznos “precisamente el que se atrevió a mirarme el día anterior” se acercó hasta la base de los escalones, demostrando ser el más intrépido de los cuatro, y decidí ponerle el nombre del adjetivo que mejor le caracterizaba. Sus ojos amarillos-dorados “como la inmensa mayoría de los lobos a excepción de los cachorros con menos de tres meses”, miraban los míos con una expresión tan cándida, que me hicieron sentir algo que por aquel entonces fui incapaz de descifrar.

Intrépido, intentaba sin fortuna subir los escalones cuando la madre con claras muestras de enfado por el peligro que creía corría su hijo, se dirigió hacia mí mostrándome los incisivos. Mantuve inalterables mi posición y expresión, con la esperanza de que el enfado de la loba no llegara a más, y afortunadamente así fue. La madre se acercó hasta los escalones mostrando el enfado que su todavía desconfianza hacia mi persona le provocaba, y a base de golpes de hocico se llevó a su hijo junto a los demás. Lobo mientras tanto, se mantuvo imperturbable desde su posición de líder, limitándose a observar el suceso gracias a la ventaja que le proporcionaba el conocernos a los dos. Me sorprendió una vez más, cómo el innato instinto de Lobo, le estaba conduciendo a ser el gran jerarca en el que yo tanto deseaba que se convirtiese.

Según pasaban los días, Loba y sus cachorros se fueron familiarizando con mi presencia, y al cabo de la semana, los lobeznos “liderados por intrépido” ya jugaban conmigo y andaban por la casa con toda libertad al igual que sus padres. Cuervo prefirió guardar las distancias con los nuevos miembros de la manada, y creo que por su seguridad, decidió lo más adecuado.

Todas las mañanas me encargaba de dejar carne fresca frente a la casa, evitando así que Lobo tuviera que ausentarse para cazar y dejar desprotegidos a Loba y sus cachorros. El valle era parte del territorio de Lobo Sabio, y cuando éste y su manada lo cruzasen, el enfrentamiento sería inevitable al tratarse de dos machos dominantes. Mi amigo Lobo lo sabía perfectamente, y aún así decidió establecer su territorio en aquella zona. Por otra parte, yo podía “probablemente” evitarlo, matando o echando de aquellos territorios a la manada de Lobo Sabio, pero entendí que por mucho que me costara, debía abstenerme de intervenir, y dejar que Lobo se forjase su propio camino, aún a riesgo de perder sus colores.

La manada de Lobo Sabio cruzó el valle de madrugada mientras yo cumplía con mi batida nocturna, y no tardaron en enzarzarse en una lucha a muerte. Al advertir los primeros gruñidos, no pude evitar acudir en su ayuda y volver al valle todo lo rápido que pude. Apenas tardé siete minutos, pero fueron demasiados.

Lobo sabio yacía muerto bajo las firmes patas de mi amigo Lobo. Una de las hembras de su manada, gimoteaba agonizante junto a Loba y tres de sus cachorros mientras ésta lamía sin descanso el cuerpo desnucado de intrépido. Otros tres machos y una hembra jóvenes, mostraban sumisión activa mediante signos sutiles al nuevo maslo dominante de aquel territorio “mi amigo Lobo”.

Creo que Lobo Sabio fue quien provocó el enfrentamiento, porque la batalla se libró a pocos metros de la casa. Ya no había nada que yo pudiese ni debiese hacer, por lo que decidí mantenerme distanciado limitándome a observar. Lobo admitió en su manada a los cuatro jóvenes intrusos frotándolos con su olor, y después marchó con dos de ellos en dirección O.

Me dirigí hacia la casa. Al verme los dos machos jóvenes que se habían quedado con Loba y sus cachorros, se protegieron de mí ocultándose detrás del cuerpo de su nueva hembra alfa. Subí las escaleras sin prestarles atención, dejé como siempre la puerta y ventanas abiertas, y me acosté.

Aquella noche, soñé por primera vez en mi vida “o al menos, supe que soñé”. En aquella quimera recorría las montañas tan veloz, que ni la sombra de Cuervo era capaz de alcanzarme. El movimiento de mis piernas no se correspondía con la vertiginosa velocidad de mi carrera. Era como si mis pies no tocasen el suelo “supongo que para alguien que esté acostumbrado a soñar, estoy hablando de algo intrascendente, pero para mí supuso un acontecimiento muy especial”. Mantuve la carrera hasta que en el horizonte distinguí la figura del Abuelo Bill. Cada uno de los dos nos encontrábamos en lo alto de una colina, a varios Km. de distancia el uno del otro. Centré la mirada en sus ojos confiado en que él a malas penas podría ver mi silueta, sin embargo sus pupilas me observaban como si estuviesen justo frente a mí. Aquello me impresionó tanto, que me forzó a despertarme de manera involuntaria. Me quedé en la cama despierto tratando de entender el sueño “Anik me había contado en alguna ocasión, que los sueños siempre tienen alguna relación con la realidad”.

El olor de Lobo me rescató de aquel enigma sin solución. Me asomé a la ventana O “la que está junto a mi cama”, y le vi llegar con el resto de la manada de Lobo Sabio “el macho y la hembra jóvenes que habían marchado con él, la compañera de Sabio con sus siete lobeznos, dos hembras adultas, un macho veterano de unos once años “demasiado castigado ya como para marchar de caza”, y tres machos y dos hembras de la camada anterior, con la edad justa como para comenzar a cazar” en total, veinticinco bocas que alimentar.

El liderazgo por parte de Lobo estaba claro, pero ahora las dos lobas madres tenían que definir su posición dentro del grupo “en una manada de lobos, sólo hay dos dominantes, la pareja alfa, y después de éstos, el lobo beta, que en este caso podría ser una de las dos madres, o no”.

Loba salió al encuentro, y nada más ver a su rival le mostró los incisivos como muestra para hacer valer su rango dentro de la manada, la otra loba madre reaccionó de la misma manera, y se fueron acercando lentamente hasta que se retorcieron en una pelea tan rápida como mortal.

No tuvo piedad Loba con su contrincante, y le hizo presa en la garganta hasta acabar con su vida. Después, con un simple zarandeo, fue uno a uno fracturando la nuca de sus siete lobeznos. El rango beta quedó vacante “de momento”, y los diecisiete supervivientes de la criba, se instalaron detrás del montón de leña.

Una vez más mis sentimientos eran contradictorios, el fin respecto a Lobo había sido el deseado, pero no así las formas. No fui capaz de reaccionar hasta que vi a Cuervo volar sobre el valle. Salí de la casa a toda velocidad en su dirección, y comenzamos de nuevo a tratar de disfrutar recorriendo nuestro territorio, como en los mejores tiempos.

En la mañana del 7 de septiembre, al pasar junto a la casa y ver a Lobo y su manada en su nueva ubicación “detrás del montón de leña”, sentí una especie de vacío interior que me dejó totalmente desconcertado durante unos segundos. Cuervo se posó sobre una de sus ramas. Mis ojos miraban sin conseguir ver, y mis oídos se quedaron sordos.

A continuación y de manera fortuita, descubrí el significado de aquél sueño. Me fijé en los colores de Cuervo, que se acicalaba el plumaje cada vez con más frecuencia “intentando disimular la pérdida del brillo que los años le iban robando”. También en la manada de Lobo, que indiferentes a mi presencia continuaban conociéndose a base de expresiones con las que forjaban su rango dentro del grupo. En realidad nunca he llegado a entender bien aquel lapso de tiempo, lo cierto es, que fue en ese momento cuando decidí marcharme a Fort Nelson.

Para el equipaje no necesité de ninguna maleta. Unas botas desgastadas y parcialmente rotas “las últimas”, calcetines en las mismas circunstancias, calzones, pantalón de cuero fino cortado por encima de la rodilla, cinturón de caza, dos cuchillos con puño de asta de ciervo, un mazo, unos trozos de setas, algunas tiras de carne, las tres fotografías que decoraban la repisa de la chimenea en forma de pergamino enrollado, los diarios de mis Padres, y poco más de 7 kg. de pepitas de oro en sus bolsas “bien atadas al cinturón”.

Vacié la despensa y arrojé por la ventana del cuarto de baño toda la comida que quedaba. Seguidamente, sin mayor protocolo, salí de la casa dejando cerradas todas sus ventanas y puertas.

Miré de nuevo a Lobo, pero éste permanecía ajeno a mis circunstancias. Cuervo sin embargo sí parecía entender lo que estaba pasando, y de hecho en lugar de seguirme, se quedó volando en círculos sobre el valle “quiero creer, que despidiéndose de mí dedicándome sus más bellas acrobacias”.

Mantuve una marcha moderada y constante “calculé, unos 165 Km. en línea más o menos recta”, y al amanecer del día siguiente, localicé el rancho del Abuelo Bill “¡tan cerca, y tan distante!”.

Andaba junto a la fuerte valla de madera que marcaba los límites del rancho, acariciándola con la mano izquierda al mismo tiempo que intentaba descifrar con enorme curiosidad todos los nuevos olores, ruidos y colores que mis sentidos eran capaces de percibir.

El camino era de tierra pisada, y un señor que conducía un tractor en sentido opuesto al mío, fue la segunda persona que vi en mi vida. Me miró fijamente tratando de reconocerme, y yo observé sus colores de reojo eludiendo su mirada para evitar el enfrentamiento. Ése era mi mayor temor “tratar con otras personas”.

El ganado vacuno estaba disperso dentro de los límites del terreno del rancho, y los caballos a buen recaudo en su redil “todo conforme mi Madre me lo había descrito”.

Christopher se detuvo junto a la casa, y volvió la cabeza al darse cuenta de mi presencia. Indeciso, me paré en la orilla del camino hasta saber qué hacer. Él continuó mirándome con manifiesta intriga por saber quién era ese extraño muchacho que merodeaba el rancho y sin decidirse a soltar la carretilla que transportaba.

La puerta principal de entrada al rancho estaba abierta, y “con más miedo que vergüenza” me decidí a entrar. Caminé despacio hacia Christopher, y sus colores que inicialmente mostraban curiosidad, comenzaron a alterarse conforme mi cercanía le permitía reconocer en mi rostro cierto parecido con el de mis Padres.

Una escalera recta de madera, daba acceso a la vivienda “el bajo lo utilizaban de almacén”. La puerta de la casa se abrió, y las manos de Christopher se relajaron provocando el vuelco de la carretilla.

Mi Abuelo me reconoció de inmediato. Sus viejas rodillas flaquearon, y tuvo que apoyarse en la barandilla del rellano de la escalera para conseguir mantenerse en pié. A continuación, oteó el espacio que me rodeaba buscando a la persona que más amaba y añoraba. Al darse cuenta de que había llegado yo sólo, su cuerpo se fue resbalando sobre la barandilla hasta que sus rodillas se apoyaron en el suelo del rellano y sus negros y pequeños ojos comenzaron a sangrar lágrimas de dolor.


Con razón Lobo se enamoró de ella.











Loba y sus lobeznos.











Lobo y su compañera.









Intrépido junto a uno de sus hermanos.
















EL AVISO DE BILL YOUNG


Mis primeros días en el rancho, fueron “yo diría que” ambiguos. El corazón del Abuelo Bill, a malas penas consiguió soportar la terrible embestida que su voluble destino le había deparado. Se hacía fuerte ante los ojos de los demás “no gustaba de expresar sus sentimientos”. A mí no me podía confundir en ése sentido “la pérdida de brillo y longitud en sus colores, me desvelaban la triste realidad de la profunda mella que aquel suceso le había provocado”. En realidad, y ahora que lo pienso, creo que conmigo no tenía ése interés por esconder aquel dolor “del que ya nunca se recuperaría”. Anik, me aconsejó ser reservado en lo relativo al especial desarrollo de algunos de mis sentidos. Y así lo estaba haciendo “incluso con mi Abuelo”. Aún así, no sé explicar por qué, pero en algunas ocasiones “al coincidir nuestras miradas”, me daba la fría impresión de que él, sabía más de mí que yo mismo.

En las sobremesas “sentados en los sillones del salón el uno frente al otro”, le comentaba toda clase de datos y anécdotas sobre cómo nos habíamos buscado la vida en mis montañas “así me refería a ellas ingenuamente, como si en realidad fuesen mías”. Él apenas pronunciaba palabra, no obstante, me escuchaba con tan escrupulosa atención, que me incitaba a seguir hablando.

Un ingles treintañero experto en desbravar caballos “Darren Clapton”, acudía al rancho a menudo “solo por las mañanas” para cumplir con esa labor.

Observé su trabajo durante varios días, y por supuesto estudié los colores de los caballos. No cuento con la suficiente base como para poder dar una valoración seria sobre su profesionalidad “si se le atrancaba alguna doma, desde luego por falta de interés no era”, quizás él hiciese lo que debía “teniendo en cuenta sus lógicas limitaciones respecto a mí, claro está”. En cualquier caso, y si de mí dependiera la doma de aquellos caballos “pensaba por aquel entonces deseoso de que así fuese”, lo haría respetándolos más y disfrutando al máximo de cada momento, en lugar de despotricar contra ellos como acostumbraba Darren “preso de su tiempo”.

Habituado como yo estaba a tratar más con animales salvajes que con personas, y con las diferencias a mi favor o en contra ya consabidas. Me hubiese extendido en el proceso todo lo necesario, como para poder entenderlos y doblegarlos de manera individual, y así situar a cada uno en su correspondiente posición dentro de la jerarquía del grupo “en el cual me incluiría yo, por supuesto”.

Al cabo de dos semanas de mi estancia en el rancho, me aventuré a solicitar del Abuelo Bill su autorización para poder tratar yo a los caballos…
(Abuelo Bill) – Comienza con él.

¿Comienza con él? “pensé sobrecogido”. Ni siquiera se lo pensó. No sé cómo, pero mi Abuelo ya sabía que se lo iba a preguntar, y respondió tan escueto como acertado.

Se refería al macho alazán “canela intenso” que tanto me gustaba “interés que por cierto, nunca había comentado a nadie”, y le entendí perfectamente sin necesidad de que se extendiera más en su respuesta.

Ésa misma noche, en lugar de dedicarme a recorrer el perímetro del rancho, marché derecho hacia mi Alazán “un joven macho de poco más de dos años, aparentemente con todas las cualidades necesarias para llegar a ser un buen semental”. Los trozos de madera armados con listones que formaban el aprisco, recogían a diecisiete caballos. Los colores de Alazán, me recordaban a los de Lobo por su nobleza y energía. Los del semental jefe “un hito, negro brillante”, se parecían más a los de Lobo Negro por su evidente agresividad. Me limité a dejar pasar las horas dentro del redil, sin más pretensión que la de compartir el mismo espacio que el conjunto de los caballos. Sentado sobre unos troncos, me mantuve parado hasta el amanecer observando el comportamiento de todos y cada uno de ellos. Por mi sutileza, suerte, o cualquier otro motivo, la cuestión es que ninguno de los caballos se sintió molesto con mi presencia.

Llegué a Fort Nelson, con el convencimiento de que enseguida conocería a alguna muchacha de la que me enamoraría y con la que formaría una familia, pero por suerte o desgracia, la mencionada previsión resultó ser un tremendo fracaso.

Bill Young “como le gustaba que le llamasen todos, incluso yo” jamás salía del rancho, y Christopher, que lo hacía de tarde en tarde para visitar la tienda de Rick Moranis, nunca me invitaba a ir con él, por lo que a parte de mi Abuelo, Christopher y Darren, el único contacto que tenía con otras personas “y en esos casos solo visual”, era con las que pasaban por el camino que bordeaba la hacienda “normalmente, los mismos lugareños todos los días, obligados por la rutina del trabajo, y a los que parecía costar dar el saludo”.

En esporádicas ocasiones, algunos grupos reducidos de chicos y chicas jóvenes, pasaron por el mismo camino comportándose de manera similar. La única diferencia que observé en esos casos fue, que la causa de su paso por allí, se debía a la simple curiosidad hacia mi persona. En cuanto a las chicas, decepcionantemente no me sentí atraído por ninguno de sus olores.

Es verdad que Anik, me había explicado sobradamente que las personas no nos guiamos en ese terreno por las mismas pautas que los animales, y por lo tanto en teoría, ése aspecto de la vida lo debía de haber tenido muy claro. Tanto tiempo viviendo en las montañas yo sólo, debió de ser la causa de mi error “supuse”.

Ésa misma mañana, el Abuelo Bill se dirigió a mí para informarme de la decisión que había tomado…
(Abuelo Bill) – Siéntate Sharf, quiero decirte algo “eran las diez de la mañana, y yo salía del baño recién levantado, nos sentamos en nuestros sillones y me dispuse a escucharlo”. He hablado con mi amigo Trésor Lagouarde para que te eduque en los libros, a partir de ahora vivirás con él hasta que estés preparado para acceder a la universidad.

Al igual que en otras ocasiones, como no sabía que decir, no dije nada. Esa misma mañana me fui a vivir con Trésor “así quería él que le llamase”. La presentación fue explícita y correcta. Mi Abuelo Bill marchó de vuelta a su rancho, y Trésor comenzó de inmediato con sus clases lectivas y de comportamiento.

Trésor Lagouarde Abot, es amigo de mi Abuelo Bill desde que éste y Anik se instalaron en Fort Nelson. De origen francés, misma edad que Bill Young “los dos nacieron en el 1.911”, y Doctorado en Filología Francesa, Inglesa e Hispánica, soportaba aburrido el paso de los días desde que los problemas en la columna le obligaron a cesar en su actividad antes de lo deseado. Soltero, ateo, discreto, educado en las correctas formas de la vieja usanza real, y constantemente obcecado en ocultar sus tendencias homosexuales, la relación con sus vecinos era poco menos que inexistente, por lo que en el pueblo solía ser tachado de, raro “en el mejor de los casos”.

Su amigo Bill Young, le había hecho el mejor regalo que en aquella etapa de su vida podía imaginar, “la posibilidad de volver a la enseñanza”. Comenzábamos a las ocho de la mañana, parábamos el tiempo justo para comer, y continuábamos hasta las ocho de la tarde. Todas nuestras conversaciones tenían relación con mi educación, sin entrar jamás en temas personales. Le propuse jugar a cambiar constantemente de idioma mientras hablábamos, y aceptó de inmediato tomándoselo como un reto más en su vida profesional. Desafío que tardó poco en perder y que no le costó asimilar, ya que enseguida se percató de mi memoria fotográfica.

Al acostarse “allá sobre las once de la noche, y con su permiso”, yo salía a correr por los alrededores del pueblo hasta las cuatro de la mañana calzado con mis nuevas zapatillas deportivas, gracias a las cuales, mi velocidad y destreza en la carrera habían aumentado de forma considerable. Es posible que mi Abuelo Bill le hubiera comentado algo a Trésor en relación a mi necesidad de hacer ejercicio, sobre todo por las noches, porque en ningún momento mostró signo alguno de extrañeza.

La primera noche “como por supuesto no podía ser de otra forma”, me dirigí directo al rancho pensando en la doma de mi caballo Alazán. Entré en el redil y me senté en mi tronco. Después de dos horas de paciencia controlada con gran esfuerzo por mi parte, decidí pasar a la siguiente fase de mi plan. Al hacer el ademán de acercarme a mi protegido, el semental jefe me aclaró con su mirada y sus colores el gran error que estaba a punto de cometer.

Como ya os comenté, Alazán tenía todas las cualidades necesarias para llegar a ser un buen semental. La cuestión es, que eso, antes que yo ya lo sabía el semental jefe “el líder de la manada”. Si me acercaba a mi caballo preferido, no tendría más remedio que apartarlo del grupo o el semental lo mataría por considerarlo un rival. Me volví a sentar, y recapacité. Terminé resolviendo que Alazán era todavía demasiado joven como para apartarlo del grupo y convertirlo en un caballo solitario, y que en cualquier caso, yo no era quién para tomar esa decisión.

Los domingos comíamos en el rancho junto con Christopher y mi Abuelo Bill. Hablábamos poco y sólo de temas triviales. Después de una corta sobremesa, Trésor y yo volvíamos a su céntrica y modesta casa a continuar con mi formación.

Aparte de los ya mencionados, no llegué a relacionarme con ninguna otra persona del pueblo. Por algún motivo que desconozco, Bill Young se mostró con todos tajantemente reservado respecto a mí. Aquella decisión de mi Abuelo Bill, dio lugar a las lógicas murmuraciones sobre mi existencia por parte del resto de los habitantes del pueblo. Suposiciones y conjeturas que yo oía con todo lujo de detalles, cuando a mi paso se atrevían a comentar, convencidos de que los sonidos de sus palabras estarían ya fuera de mi alcance.

Lo mismo sucedió en las pocas ocasiones en las que me llegué a cruzar con chicas de mi edad. Susurraban cosas de mí, que por aquel entonces no conseguía entender, y para no perder la costumbre, tampoco en esos casos me sentí atraído por el olor de alguna de ellas.

En general lo que más les confundía a todos, era el tono lúcido “casi brillante” de los matices amarillos que mis ojos tomaban en la oscuridad. Aquello les provocaba una cierta sensación de inseguridad, y les inducía a barajar teorías fantásticas sobre mi persona. Por esa razón cuando salía a correr, evitaba discretamente la mirada de las pocas personas con las que me cruzaba.

Variaba el recorrido todas las noches. El único lugar fijo dentro de las diferentes rutas que tomaba, era el rancho de mi Abuelo Bill. Él observaba impasible “como siempre” desde la ventana de su oscura habitación, mientras yo le miraba desde cierta distancia sin parar mi carrera. Por más que lo intentaba, no podía dejar de estremecerme cuando sus pupilas me observaban como si estuviesen justo frente a mí “al igual que en el sueño en el que nos mirábamos desde la cima de distintas colinas, a varios Km. de distancia”. Cada noche pasaba por el rancho a una hora distinta, y no creo que mi Abuelo estuviese todas las horas de todas las noches, de pie junto a su ventana esperando para verme pasar. Nunca he llegado a entender a mi Abuelo Bill Young.

Trésor debía tener muy buenos contactos a los más altos niveles, pues en ningún momento tuve que salir de su casa para realizar gestión alguna. Cada tres meses aproximadamente, nos visitaban dos o tres amigos suyos para examinarme. Exámenes orales y escritos, que remataban con sus firmas y alabanzas hacia mis virtudes y méritos.

El 17 de junio del 80, mi Abuelo Bill llamó a la puerta…
(Trésor) – ¡Hola, Bill Young! pasa por favor, Sharf está en la sala, voy a avisarle “no le di tiempo”.
– Hola Bill Young, te oí llegar.
(Bill Young) – Sentémonos Sharf, quiero decirte algo “Trésor se retiró”. El jueves viajarás a Madrid para conocer a la familia de tu Padre.
– ¿Qué jueves, pasado mañana?
(Bill Young) – Sí, Trésor ya ha preparado todo lo necesario.
– ¿Trésor vendrá conmigo?
(Bill Young) – No, irás tú solo.
– Y ¿Cuándo volveré?
(Bill Young) – Eso lo decidirás tú cuando llegue el momento, Trésor ha contactado con tus abuelos paternos y te están esperando. Debes pasar una temporada con ellos, conocer la tierra y las gentes donde se crió tu Padre.
– Me da miedo, no sé cómo comportarme con los desconocidos, ya me costó superar ése temor cuando me decidí a venir en tu busca, pero Madrid, yo solo.
(Bill Young) – Hijo “me llamó así por primera vez”, nunca estarás solo mientras conserves tus recuerdos, estás perfectamente capacitado para enfrentarte al mundo sin tener que temerle, trata de entender y respetar lo que te rodea como lo has hecho hasta ahora, y todo irá bien.
– Sé que estás convencido de lo que me estas diciendo, pero Trésor no me ha instruido para afrontar una situación así.
(Bill Young) – Sí te ha preparado, lo que pasa es que no te has dado cuenta, no obstante, sí hay algo, que tendrás que aprender a resolver tú solo.
– ¿A qué te refieres?
(Bill Young) – Al lobo que llevas dentro.
– No te entiendo.
(Bill Young) – Tendrás que entenderlo por ti mismo, pero eso sí, o acabas con él, o él acabará contigo “las palabras de mi Abuelo Bill me dejaron intrigado y confundido. En aquel momento no tenía ni idea de lo que quería decirme. Era evidente que me estaba alertando sobre algo, pero ¿de qué?”.
– Y, ¿no sería mejor que terminase los estudios antes de viajar a Madrid?
(Bill Young) – Gracias a tu capacidad y a los contactos de Trésor, ya tienes los estudios documentados necesarios para acceder a cualquier universidad, tanto aquí, como en España si así fuese tu deseo, ahora debes pasar un tiempo con la familia de tu Padre y comenzar a tomar tus propias decisiones.

Los pequeños ojos negros de mi Abuelo Bill carecían de expresión, únicamente los colores de su vida descubrían la emoción que pretendía ocultar. Se marchó de la casa, despidiéndose como si nos fuésemos a ver al próximo domingo para comer juntos como de costumbre. Lamenté no haber sabido llenar el vacío que la perdida de Anik le había provocado.

El jueves por la mañana, trésor me acompañó en el viaje desde el pequeño aeropuerto de Fort Nelson hasta el de Victoria, y desde allí marché directo a Madrid.


Alazán.











Verano en Fort Nelson.













Fort Nelson nevado.








CÁLIDA BIENVENIDA


A las 8:10 a.m. del viernes 20, el avión en el que viajaba tomó tierra en el aeropuerto de Madrid-Barajas. En ambos vuelos tuve la suerte de sentarme junto a la ventanilla “la suerte de que Trésor se encargase de ello”, por lo que pude disfrutar de las vistas en todo momento. Una inmensa variedad de accidentes geográficos a cual más hermoso, vistos desde una perspectiva que jamás se me había ocurrido imaginar. Nuevas experiencias que colmaban mis sentidos a cada instante y el deseo de analizarlas sin perder el más mínimo detalle, conseguían mantener mi mente en un estado de excitación que paradójicamente me relajaba. Me acordé de Cuervo, y le envidié.

En una discreta mochila, portaba lo más imprescindible como equipaje; un par de zapatillas deportivas, otro de calcetines, un pantalón vaquero de tela fina cortado a la altura de la parte superior de las rodillas, un calzón bóxer, un polo gris marengo, un mazo, los diarios de mis Padres y las tres fotografías que formaban mi álbum familiar “el cinturón de caza y los cuchillos, quedaron con Trésor”. La ropa que llevaba puesta, coincidía en todo con el repuesto que llevaba en la mochila.

En el bolsillo izquierdo delantero del pantalón, llevaba 300.000 Ptas. que Trésor me había dado poco antes de despedirnos. Me dijo que me abriese una cuenta en algún banco de Madrid, y cuando yo quisiera le llamase para que me hiciera la transferencia del resto de mi dinero.

Un taxista me llevó hasta la casa de los padres de mi Padre, en la calle Alcalde Sáinz de Baranda. Durante el trayecto, mi mente se relajó de tal manera que llegué a perder la noción del tiempo. Lo que más me impresionó, fue que tanta gente viviera en un espacio proporcionalmente tan pequeño, y sin apenas vegetación que purificase aquel aire tan contaminado y desagradable de respirar; algunos parques insignificantes con “cuatro” árboles, intentaban sin conseguirlo camuflar la torpeza de aquella inmensa manada de personas.

Fermín “el portero”, se dirigió a mí con la autoridad que su cargo le confería…
(Fermín) – ¿Qué quieres, chaval?
– Buenos días, soy Sharf, el hijo de Jaime Prado.

Fermín se quedó clavado al oír mis palabras. Su cara enrojeció al tiempo que enormes gotas de sudor comenzaron a surgir de su frente, y su mente se bloqueó por completo hasta que pasados varios segundos consiguió reaccionar con claros síntomas de recelo…
(Fermín) – ¿Jaime Prado, Jaime Prado el hijo de Don Adolfo y Doña Mª Elena?
– Sí señor, he venido a Madrid para conocerlos.
(Fermín) – Pero, ¡si yo no sabía! ¿ellos saben? porque ¡a mí, no me han dicho nada!
– Sí, mi Abuelo Bill me dijo que me están esperando.
(Fermín) – Ya, hhh, a ver, ¡vamos a hacer una cosa! usted espéreme aquí, que yo voy a avisarles y vuelvo enseguida ¿vale?
– Muchas gracias, aquí espero.

La actitud y los colores de Fermín, cambiaron tanto desde el momento en el que pronuncié el nombre de mi Padre, que me desconcertaron. Se lo achaqué a mi falta de experiencia en el trato con otras personas, y me di cuenta de que llegar a entender a los de mi género, no iba a ser tarea fácil debido a la exagerada inestabilidad de sus colores en relación a la del resto de especies con las que yo estaba acostumbrado a tratar…
(Fermín) – A ver, ya está todo arreglado, he hablado con los señores, y efectivamente sabían que usted iba a venir ¿vale? pero claro, como usted no les ha avisado pues, claro, no sabían, ni el día ni la hora a la que usted iba a venir, pero me han dicho, que mañana a las siete de la tarde, le pueden recibir ¿vale? hhh, eso sí, sea puntual se lo ruego, a los señores de Prado no les gusta esperar ¿vale?
– No se preocupe, seré puntual ¿cómo se llama usted?
(Fermín) – A ver, yo me llamo Fernando ¿vale?, pero todos me llaman Fermín, por cierto ¿su nombre me dijo, Saf?
– Sharf, Sharf Prado Elliott.
(Fermín) – Ah, es un nombre raro ¿no?
– No lo sé ¿usted no había oído nunca mi nombre?
(Fermín) – Pues la verdad es que no, pero claro, a ver, yo, no viajo mucho ¿sabe?
– Me alegra haberle conocido Fermín, mañana vendré a las siete de la tarde para ver a mis abuelos.
(Fermín) – Vale estupendo, ¡ah, por cierto! ¿en qué hotel se aloja? por si me preguntan los señores, y si no es indiscreción claro.
– He venido directamente hasta aquí desde el aeropuerto, y todavía no sé dónde me voy a hospedar.
(Fermín) – Ah claro, a ver, si me lo permite le puedo recomendar el hotel Colón, que está muy cerca de aquí, en la misma calle Doctor Esquerdo, y el servicio es de lo mejorcito ¡según tengo entendido!
– Gracias Fermín, esta noche no voy a dormir, pero lo tendré en cuenta, hasta mañana.
(Fermín) – Hasta mañana señor Sharf “me dijo reprimiendo con gran esfuerzo los deseos de seguir interrogándome”.

Me resultó curiosa la manera de hablar de Fernando “o sea, de Fermín”, tenía buenos colores, me calló bien.

Al salir del portal, giré a la izquierda y me dirigí hacia el Parque del Retiro “bastante grande en relación al resto de los parques de Madrid que había visto hasta ese momento”. Después de recorrer sus caminos de tierra durante varias horas, paré en el chiringuito del estanque a comer un pan con un filete de ternera y rodajas de tomate en su interior “o pepito de ternera como le llamaban ellos”.

Allí, en el centro del parque, el aire era razonablemente sano, y protegido del sol en las sombras más espesas que encontré, pasaron lentas aquellas sofocantes horas diurnas de intenso y seco calor madrileño.

Con la caída del sol, retomé la marcha y anduve toda la noche por las calles del centro. Tantos nuevos datos “que mi mente almacenaba como siempre sin previa orden específica”, tantos colores por analizar, consiguieron hacerme disfrutar de un modo único.

Me llamó especialmente la atención, el contraste que resultaba de entre los viejos edificios aledaños a la Puerta del Sol, y la moderna construcción del Corte Ingles “a muy pocos metros del gran reloj”.

El asfalto comenzó a recalentarse nuevamente desde el mismo momento del alba, por lo que decidí volver a mi refugio sombrío en el Parque del Retiro y así protegerme del hiriente calor estival madrileño…
(Fermín) – Buenas tardes señor Sharf.
– Hola Fermín, no es necesario que me llames señor Sharf, con Sharf ya es suficiente, y además si me tuteas me sentiré más cómodo.
(Fermín) – A ver, claro, es que es la costumbre ¿vale?
– ¿Quieres que yo te trate de usted?
(Fermín) – ¡No por Dios, faltaría más, que cosas se le ocurren al señor! “comentaba Fermín algo acalorado y tímidamente honrado”, será mejor que suba, como ya le dije, los señores de Prado no toleran que les hagan esperar.
– Muy bien Fermín, ya nos vemos.

El timbre imitaba el sonido de una campana, alguien se acercó desde el interior de la vivienda y utilizó la mirilla. Se ausentó durante un momento, y al volver preguntó sin abrir la puerta…
(Alguien) – ¿Quién es? “era la voz de una mujer joven”.
– Buenas tardes, soy Sharf, el hijo de Jaime Prado “se ausentó de nuevo”.

A mi izquierda, en un rincón junto al montacargas, se entreabrió una puerta con la misma letra pero con marco menos ostentoso, y una muchacha que vestía un rígido uniforme negro a excepción de la cofia, cuello, puños y delantal “que destacaban por su blancura holista”, se dirigió a mí con claros síntomas de nerviosismo…
(Alguien) – Buenas tardes, pase por favor “la puerta daba acceso directo a la cocina”.
– Hola ¿cómo te llamas?
(Alguien) – Me llamo Benita, y soy la sirvienta de la casa, siéntese por favor, los señores le atenderán enseguida.

Me senté por no ponerla más nerviosa “aunque hubiese preferido seguir de pié”. Benita tenía unos veinte años; morena, ojos marrones, 1,57 m. y 60 Kg. “calculé”. Durante la espera, se entretuvo limpiando una tetera de plata, y se sonrojó al utilizarla como espejo para verme. A las 7:32 p.m. sonó un timbre en la cocina…
(Benita) – Me llaman los señores, enseguida vuelvo “alcancé a oír de lejos una conversación entre susurros, que no llegué a entender”. Los señores ya le pueden atender, pase por favor.

Seguí a la joven por un pasillo largo, oscuro, y con puertas cerradas a ambos lados excepto la cuarta a la derecha…
(Benita) – ¿Dan su permiso los señores?
(Doña Mª Elena) – Sí Benita, haz pasar al muchacho.
(Benita) – Pase por favor.
– Hola abuelos.
(Doña Mª Elena) – Cierra la puerta Benita.

La habitación era algo estrecha. Al fondo, unas oscuras y rizadas cortinas aterciopeladas y unos visillos blancos, apenas dejaban paso a la luz que atravesaba la ventana “cerrada” que daba a la Calle Alcalde Sainz de Baranda.

A la derecha de la ventana según mi posición, sentada en un sillón forrado en cuero marrón, sosteniendo con su mano diestra una pequeña versión de la Biblia y con la izquierda unas gafas para la lectura; la madre de mi Padre “Mª Elena” me miraba fijamente de arriba abajo sin mediar palabra.

Al otro lado de la ventana en sillón parejo, el padre de mi Padre “Adolfo” me miraba de la misma manera “algo menos descarado” al mismo tiempo que disfrutaba paladeando el humo que aspiraba al succionar la pipa de fumar que portaba en su mano derecha. Sus piernas cruzadas servían de apoyo al periódico del día “abierto me dio la impresión que por cualquier página”.

A mi izquierda “en el rincón” un ventilador de pié, removía el espeso aire de la habitación, y entre ellos, una pequeña mesa de camilla, servía de sustento a la vieja lámpara que les proporcionaba la luz complementaria para la lectura, y a un escrito con tres copias y un bolígrafo “que destacaban por su falta de consonancia respecto a su entorno”…
(Doña Mª Elena) – Bueno muchacho, no te quedes ahí parado, siéntate y cuéntanos.

Me senté en una de las dos sillas que en conjunto con los sillones rodeaban la mesa de camilla, y dejé la mochila a mis pies…
– He venido para conoceros, mi Abuelo Bill me dijo que debía conocer a la familia de mi Padre antes de decidir sobre mi futuro.
(Doña Mª Elena) – ¿Tu futuro?, ¡ya!, pues tú dirás a qué abuelo te refieres, porque nosotros hemos hablado con un tal Trésor, y según él, tu abuelo era francés y murió hace ya mucho tiempo “la madre de mi Padre me miraba fijamente a los ojos mientras me hablaba, y por alguna razón que yo desconocía, se esforzaba continuamente en estirar el cuello en sentido vertical todo lo que podía”.
– Así es, en realidad Bill Young es tío de mi Madre, pero se hizo cargo de ella desde que se quedó huérfana con tan sólo tres años, y por eso cuando me hablaba de él, siempre le nombraba como mi Abuelo Bill.
(Doña Mª Elena) – Pero, ¿es hermano de su padre o de su madre?
– De su Madre.
(Doña Mª Elena) – Entonces, es indio también ¿no?
– Es un jefe Haida.
(Doña Mª Elena) – ¡Ya!, la verdad es que no se puede decir que te parezcas mucho a tu padre, ¡en el caso de que Jaime fuese tu padre claro!
(D. Adolfo) – ¡Hombre!, evidentemente no tiene el porte de Jaime, eso salta a la vista, pero hay que reconocer que los ojos, si tienen cierto parecido, y si no fuese por la facha que lleva ¡esa melena y esa ropa! (Doña Mª Elena) – ¡Ya!, pues yo por más que le miro, sólo veo la cara de un indio, y además, fíjate, si no tiene ni un solo pelo en la cara, y Jaime a su edad ya tenía una barba muy cerrada ¡como es característico en los Prado, por supuesto!, en fin, y ahora que nos conoces, seamos claros y dinos qué es lo que quieres “la madre de mi Padre no se esforzaba lo más mínimo en disimular su desconfianza hacia mi persona. Abrí la mochila”.
– Ésta es la fotografía de mis Padres el día de su boda, aquí están con mi Abuelo Bill y Christopher, y éste es mi Abuelo Bill en sus tiempos de jefe Haida “sus colores apenas se alteraron al ver las fotografías”.
(Doña Mª Elena) – ¡Ya!, por lo que veo, lo que tú quieres es que te reconozcamos como a uno más de la familia, ¿no?
– Mi Padre era Jaime Prado Losada, sobre eso no tengo ninguna duda.
(Doña Mª Elena) – ¡Ya!, ¡Jaime!, el hijo que renegó de su familia a los veinticinco años, y del cual no hemos vuelto a saber nada hasta ahora.
– Murió muy joven, con tan solo veintisiete años.
(Doña Mª Elena) – ¡Ya!, eso nos dijo ese tal Trésor, la cuestión es que ahora, al cabo de los años, te mandan para que nos conozcas y así tener derecho a la parte que te corresponde ¿no es así?
– Quiero conoceros, simplemente.
(Doña Mª Elena) – ¡Ya!, pues en ese caso, seguro que no tendrás ningún inconveniente en firmar esto, ¿no? “me mostraba el escrito con tono amenazante”.
– Claro que no “le respondía a la par que firmaba con la mano izquierda”.
(Doña Mª Elena) – ¿No vas a leer lo que firmas?
– Ya lo he leído, y me parece correcto.
(Doña Mª Elena) – ¡Ya!, ¿qué pasa, que no sabes leer el Español, verdad?
– Tengo facilidad para la lectura, simplemente.
(Doña Mª Elena) – ¡Ya!, ¡mira Adolfo, y encima es zurdo! ¿qué te parece?, porque en nuestra familia no hay ningún zurdo ¿no?
(D. Adolfo) – No, nadie que yo sepa.
– En realidad soy ambidiestro, pero siempre firmo con la izquierda para que no existan diferencias.
(Doña Mª Elena) – ¡Ya!, si tú lo dices.

Al firmar el documento, renunciaba a cualquier derecho sobre la fortuna familiar, tanto en el presente como en el futuro. No me pareció ni bien ni mal el comportamiento de los padres de mi Padre, gracias a mi falta de imaginación, no había previsto ningún recibimiento…
(Doña Mª Elena) – En cuanto a tu documentación, nosotros nos encargaremos de ponerla en regla, danos tu teléfono para cuando nos tengamos que poner en contacto contigo.
– Todavía no me he hospedado en ningún lugar.
(Doña Mª Elena) – ¡Ya!, en ese caso, cuando tengas una dirección o un teléfono se la haces saber a Fermín ¿de acuerdo?
– Muy bien, así lo haré.
(Doña Mª Elena) – En fin, pues, como ya nos has conocido, Benita te acompañará a la salida “pulsó el timbre para llamar a Benita antes de terminar la frase”.
– Hasta pronto abuelos “ellos se despidieron con un retraído gesto, y me retiraron la mirada antes de salir de la habitación”.
– Gracias por todo Benita.
(Benita) – Adiós señorito Sharf.

La mal disimulada mirada de Benita, no se despegó de mi cuerpo ni un solo instante hasta que tomé el ascensor. Tanta curiosidad, me causó una sensación extraña.


Mi refugio sombrío en el Parque del Retiro.







Tambien yo me di un paseo en barca por el Estanque del Retiro.

















UNA NUEVA ETAPA


(Fermín) – ¿Ya se marcha señor Sharf?
– Sí Fermín, voy a buscar alojamiento, me gustaría encontrar alguna casa donde hospedarme mejor que en un hotel.
(Fermín) – ¡Hhh!, a ver, yo conozco a una Señora que alquila habitaciones en su casa ¿vale?, se llama Concha y vive muy cerca de aquí, ella es viuda, su marido era militar y murió hace ya muchos años, ¡claro!, lo que no sé es si tendrá alguna habitación libre ahora mismo ¿vale?
– Muchas gracias Fermín, si me dice dónde es, me acerco ahora.
(Fermín) – ¡Claro! a ver, es muy cerca de aquí ¿vale?, en el número diez del doce de Octubre, la Calle de aquí justo detrás, en el segundo A.
– Muy bien Fermín, ya nos vemos.

El edificio era menos señorial que el de los padres de mi Padre. La puerta de acceso al inmueble estaba abierta, y no había portero…
– Buenas tardes, me llamo Sharf Prado Elliott y vengo de parte de Fermín, estoy buscando alojamiento.
(Sra. Concha) – ¿Fermín?, ¡ah sí!, pasa, pasa, no te quedes ahí, deja la mochila aquí mismo si quieres, ¿me has dicho, Prado?
– Sí Señora.
(Sra. Concha) – ¿No serás de los Prado, los de la construcción?
– Mi Padre se llamaba Jaime Prado Losada, y mis abuelos se llaman Adolfo y Mª Elena.
(Sra. Concha) – ¡Válgame el Señor! ¿y vienes a mi casa a pedirme alojamiento?
– Así es, me gustaría estar cerca de mis abuelos, y prefiero alojarme en una casa particular mejor que en un hotel.
(Sra. Concha) – ¡Válgame el Señor, Virgen del amor hermoso, quién lo iba a decir, el nieto de Doña Mª Elena hospedado en mi casa, qué cosas!
– ¿Eso quiere decir que tiene alguna habitación libre?
(Sra. Concha) – Si, si, por supuesto, tengo una habitación libre, ven, pasa a verla y si te gusta es tuya.

Una cama de 0,80 m., una mesilla y un pequeño armario de una puerta con cinco perchas y dos cajones, apenas dejaban espacio para llegar hasta la ventana “que daba a un estrecho y sombrío patio de luces”…
– A mí me parece bien, ¿qué dinero le tengo que dar?
(Sra. Concha) – La habitación son ocho mil al mes más otras ocho de fianza, si quieres tener derecho a lavarte con agua caliente son dos mil más, y la comida cinco mil ¡desayuno, comida y cena, por supuesto!

Le di el dinero proporcional a todos los servicios, al tiempo que me interrogaba sobre mi situación familiar. Dejé la mochila en la habitación, y me presentó al resto de los huéspedes aprovechando que se hallaban todos en el comedor apunto de comenzar a cenar, a excepción de Don Pablo “un murciano extrovertido y simpático sesentón, que se ganaba la vida con la representación de los productos de la huerta de su pueblo, Molina de Segura”.

Don Pablo ocupaba de lunes a viernes una de las tres habitaciones que daban a la Calle doce de Octubre “la siguiente a la de la Sra. Concha”, y los fines de semana regresaba a su pueblo en busca del calor familiar.

En la tercera de las habitaciones que daban al exterior, residía Don Félix Álvarez del Castillo y Díaz-Faes, “un soltero madrileño de mediana edad y 193 cm. verticales de elegante porte, forzado a tener que vivir sin trabajar a causa de su noble ascendencia”.

Pedro y Merche convivían en la habitación contigua a la mía. Pedro tenía por aquel entonces 25 años, Merche 23, y residían en casa de la Sra. Concha desde hacía tres meses. Él trabajaba de peón en la albañilería, y ella en la casa a las órdenes de la Sra. Concha “a cambio de su trabajo, tenían derecho a todos los servicios y sólo pagaban las 8.000 Ptas. de la habitación”. Eran extremeños “de Villavieja de la Corneta”, y debido a la mala relación entre sus respectivas familias, para poder casarse no tuvieron otra opción que la de abandonar el pueblo.

Al fondo, al final del pasillo, el salón-comedor con vistas a la Calle doce de Octubre, era el lugar de encuentro entre los comensales. A la entrada a la derecha, a continuación del pequeño recibidor, la cocina “poco iluminada al dar su ventana a un pequeño patio de luces”, y el baño entre el salón y la habitación que yo ocupaba, completaban el total de las estancias de la casa.

La Sra. Concha me dio dos llaves. La más grande “con mucha diferencia”, correspondía a la puerta de entrada al edificio “que casi siempre estaba abierta”, y la otra, lógicamente la de su casa. Rechacé agradecido su invitación para cenar, y le informé sobre mis peculiares costumbres; comer nada más que una vez al día, y salir a correr por las noches hasta las seis de la mañana aproximadamente.

A partir de aquel sábado 21 de junio del 80, comenzó una nueva etapa de mi vida. Al medio día comía en Casa de la Sra. Concha junto con el resto de los huéspedes excepto Pedro, que comía en la obra. Por las tardes leía en el salón los libros que alquilaba en la librería de Manuel “muy cerca de allí, en la Calle de Antonio Arias”. Sobre las diez de la noche, marchaba a correr por el Retiro y las calles de sus alrededores hasta la mañana siguiente. Dormía unas cuatro horas, y salía a pasear tranquilamente para continuar disfrutando al examinar todos aquellos nuevos olores y colores que Madrid y sus gentes me ofrecían.

Tardé menos tiempo de lo que creí en un principio, en comenzar a entender los colores de las personas, y en cuanto a los olores en general, mi sentido olfativo se desarrolló en aquel período de manera asombrosa.

Merche cocinaba bien, pero el pescado y la carne rara vez formaban parte del menú. Llegué a un acuerdo “privado” con la Sra. Concha, para que incluyera pescado fresco en el menú de los martes y carne en el de los jueves “para mí, pescado los martes, y carne el resto de la semana”. El acuerdo se llamaba 15.000 Ptas. extras al mes.

El viernes 11 de julio por la mañana, al salir de la habitación, la Sra. Concha me dijo que llamase por teléfono a mi tía Rosa porque quería hablar conmigo “mi tía Rosa, había llamado la noche anterior después de salir yo”…
– Buenos días, soy Sharf ¿eres Mª Rosa?
(Tía Rosa) – ¡Hola Sharf! sí, soy tu tía Rosa ¿qué tal estas?
– Muy bien, contento de hablar contigo.
(Tía Rosa) – Mira Sharf, te he llamado porque éste domingo nos vamos a juntar la familia en casa de los abuelos para comer, y nos gustaría que tú fueras también y aprovechar para conocernos, ¿qué me dices?
– Pues, que me parece estupendo, estoy deseando conoceros a todos.
(Tía Rosa) – ¿Ah sí?, que alegría que me das, pensé que podrías estar enfadado por no habernos puesto en contacto antes contigo.
– No te preocupes Mª Rosa, ya sé que éstas cosas requieren su tiempo.
(Tía Rosa) – ¡Ah, ya!, pero es que, bueno, en fin, ya nos iras conociendo, entonces ya sabes, éste domingo nos vemos en casa de los abuelos a las dos, ¡ah! y por la ropa no te preocupes, tú ponte lo que quieras ¡ya sabes!, se trata de una comida informal, y si alguno te dice algo, tú ni caso ¡vale!
– Gracias Mª Rosa, allí nos vemos.
(Tía Rosa) – ¡Ah! por favor, llámame Rosa, o tía Rosa, como quieras, pero es que Mª Rosa no me gusta ¿vale?
– Claro, ningún problema tía Rosa, hasta el domingo.
(Tía Rosa) – Hasta el domingo Sharf…

– Buenas tardes Fermín.
(Fermín) – Buenas tardes señor Sharf, ya han llegado todos los demás hace rato, están deseando conocerle, pero Doña Mª Elena me ha mandado que le diga que no suba antes de las dos, y ¡como todavía faltan cinco minutos!
– No hay problema Fermín, y dígame ¿cómo es que está usted trabajando hoy si es domingo?
(Fermín) – ¡A ver! efectivamente, yo libro los domingos ¿vale?, pero ¡claro!, cuando los señores de Prado me necesitan, pues ¡claro!, ¡a ver!, como hoy venía usted, pues Doña Mª Elena me mandó que estuviera pendiente ¿vale?
– Lo dice como si trabajara para mi abuela.
(Fermín) – ¡A ver!, yo me debo a todos los vecinos ¿vale?, pero sus abuelos son los dueños del edificio, y ¡claro!, pues ¿qué quiere que le diga?
– Ya comprendo.
(Fermín) – Pues, yo creo que ya puede ir subiendo ¿vale?, porque sólo faltan dos minutos y, mientras sube y eso.
– Ya nos vemos Fermín.

Llamé al timbre de la puerta principal, y al rato, Benita me invitó a pasar por la de servicio. La joven muchacha estaba bastante nerviosa, me acompañó hasta el salón-comedor “al fondo del pasillo”, y previa autorización de Doña Mª Elena, me rogó pasar.

Se encontraban todos sentados alrededor de la gran mesa rectangular “construida con madera de roble, y tan grande, como para acoger a doce comensales cómodamente”…
(Doña Mª Elena) – Pasa muchacho y siéntate “con un leve gesto de cabeza y su mirada, me indicó el lugar donde tenía que sentarme, algo obvio por otra parte, pues era la única silla libre”.
– Hola a todos, tenía ganas de conoceros.

Algunos me contestaron con un retraído hola y otros mediante un gesto de asentimiento. En lo que sí coincidieron todos, fue en no mover sus posaderas. La madre de mi Padre “que presidía la mesa a mi derecha”, me presentó a mis tíos y primos sin recrearse en pormenores. A su derecha; en el lateral de la mesa opuesto al mío, Ernesto “el hermano de mi Padre”, con 1,82 m. y 135 Kg. formados a imagen y semejanza de su padre “D. Adolfo Prado”. A continuación, Esperanza “la mujer de Ernesto” parecía una frágil muñeca de porcelana, en gran parte debido a la exagerada cantidad de maquillaje que cubría el cutis de su cara. Jesús “El marido de mi tía Rosa”, me miraba con cara de resignación. Y mi tía Rosa “con cierto parecido físico a mi Padre”, hacía lo posible para disimular el nerviosismo que le invadía. El padre de mi Padre “D. Adolfo”, a sus 76 años y con 1,80 m. de estatura, seguía una dieta estricta mandada por su médico, con la que había conseguido bajar hasta los 115 Kg., y desde su posición en la mesa “en el extremo opuesto al de su esposa”, intentaba mantenerse distante al acontecimiento que nos ocupaba. Adolfito “El hijo de Ernesto y Esperanza”, con sólo 9 años, ya tenía la misma apariencia física que su padre. Estaba sentado a mi derecha “frente a su papi”, y no paraba de mirar mis cicatrices con el descaro que caracteriza a la mayoría de los niños. Entre D. Adolfo y yo, mis primas. A Cristina “un año mayor que yo, por aquel entonces 22”, le tocó acomodarse a mi izquierda, y algo nerviosa por la situación, evitaba mirarme y dirigirme la palabra para mantener la compostura que su abuela le exigía. Yolanda por el contrario “dos años menor que su hermana y más extrovertida”, se mostraba incapaz de reprimir su curiosidad, y aprovechaba cualquier excusa para observarme con torpe disimulo…
(Adolfito) – ¡Mira papi, está lleno de cicatrices, y lleva pantalón corto como yo, y todavía no se afeita, con lo mayor que es, y tiene el pelo largo como las mujeres! “su padre asentía con la cabeza”.
(Doña Mª Elena) – ¡¡Ya!! “Adolfito calló al oír la voz de su abuela, la miró de reojo, y al advertir su expresión, dejó de mirarme”. ¡¿Es que no tienes otra ropa, muchacho? porque si no recuerdo mal, es la misma que la del otro día!
– Sí, pero es igual que ésta, tengo dos unidades de cada prenda.
(Doña Mª Elena) – ¡Ya! bueno, al menos parece que vas limpio.
(Tío Ernesto) – ¡Oye tú ¿y esas melenas, qué pasa, que vas de indio por la vida? porque vamos, solo te falta el arco y las flechas!
– Mi Madre siempre me cortaba el pelo a la altura de los hombros, como lo llevo ahora, a ella le gustaba así.
(Tío Ernesto) – ¡Ah, que el pelo te lo cortaba tu madre! ¿qué pasa, que no había peluquería en aquel pueblo o qué?
– No vivíamos en ningún pueblo, vivíamos en las montañas.
(Doña Mª Elena) – ¿Cómo que en las montañas? ese tal Trésor que nos llamó, nos dijo que vivías en Fort Nelson.
– Anik murió cuando yo tenía 13 años, y con 17 marché a Fort Nelson en busca de mi Abuelo Bill Young.
(Tía Rosa) – Y ¿con quién viviste desde que murió tu Madre hasta que te fuiste con tu Abuelo?
– En aquellas montañas no habían más personas, pero me acompañaban mis amigos Cuervo y Lobo.
(Tío Ernesto) – ¡Lo que nos faltaba, tener un salvaje en la familia ¿nos estás vacilando chaval? por Dios mamá, éste tío está como un cencerro, ¿es que no os dais cuenta? además ¿quién nos asegura que realmente es el hijo de Jaime, qué vergüenza por favor, vamos a ser el hazmerreír de todos, cómo me presento yo en la oficina si esto se hace público? ¡esto es humillante!
(Doña Mª Elena) – Todo apunta a que efectivamente se trata del hijo de Jaime, de todas formas, tanto si lo es como si no, ya hemos tomado las medidas para que nos afecte lo menos posible.
(Tío Ernesto) – Pero ¿de verdad creéis que Jaime se pudo casar con una india, cuando por su condición podía haber elegido a la mujer que hubiese querido de entre las mejores familias de Madrid?
(D. Adolfo) – Después de lo que nos hizo al marcharse de aquella manera, me puedo creer cualquier cosa, además, tu hermano, bueno, digamos, que era diferente.
(Tío Ernesto) – ¡Y ahora, tenemos que cargar nosotros con las consecuencias de sus desvaríos, y admitir en la familia al desconocido éste ¿no?!
(Tía Rosa) – ¡Por favor ¿cómo podéis hablar así de Sharf? si sólo con mirarle a los ojos, ya sobra para saber que es hijo de Jaime!
(Doña Mª Elena) – ¡¡¡Ya!!!, vamos a comer, que se enfría la sopa “a la orden de la madre de mi Padre, respondieron al unísono y comenzaron a comer”.

Todos me miraban disimuladamente de vez en cuando sin mediar palabra excepto Esperanza “sentada justo frente a mí”, sus colores y su olor unidos a sus descaradas y continuas miradas, me dejaron entender lo que no podía decirme con palabras.

El semblante de Doña Mª Elena no cambió en ningún momento durante el transcurso de la comida, y como consecuencia de ello, ninguno se atrevió a romper el hielo, hasta que ella misma al final de los postres levantó el veto…
(Doña Mª Elena) – Bueno muchacho, pues ya has conseguido lo que querías, ya conoces a la familia de tu padre. Tu documentación ya está en regla, recuérdale a Benita que te la dé antes de irte “me hablaba al mismo tiempo que llamaba a Benita pulsando el interruptor del timbre”.
– Gracias por todo, me alegra mucho el haberos conocido.

No puedo decir que me esperase otro recibimiento, porque no me había imaginado ninguno, no obstante, aquella fría despedida por parte de la madre de mi Padre, me dejó un amargo sabor. Pensé que ya no volvería a verlos.


Fachada del Corte Ingles de Preciados, junto a la Puerta del Sol.




















INFLUENCIAS PELIGROSAS


El Abuelo Bill me había dicho que debía pasar un tiempo con la familia de mi Padre, conocer la tierra donde él se crió y comenzar a tomar mis propias decisiones. De momento decidí no tomar ninguna que alterase mi nueva situación, y seguir asimilando datos para entender aquella forma de vida que tenían los madrileños, tan diferente a la que yo había llevado o conocido hasta entonces. En relación a la advertencia sobre el peligro que suponía para mí el lobo que llevaba dentro, sencillamente seguía sin entenderlo.

El jueves de la siguiente semana, mi tía Rosa me llamó por teléfono y me invitó a cenar con ellos ese mismo viernes. Acepté por supuesto, y pasó a recogerme en su coche por la tarde al salir del trabajo “mis tíos Rosa y Ernesto, trabajan en la empresa de construcción propiedad de la madre de mi Padre”.

Me llevó directo a su piso, ubicado en un moderno edificio de la Vía Lusitana “frente al Parque Sur”. Cristina y Yolanda nos estaban esperando, Jesús llegó algo más tarde, después de cerrar el pequeño taller mecánico que tenía en la Av. de Abrantes “a un paseo de donde ellos vivían”.

Aquella velada familiar, no tuvo nada que ver con la anterior. Ellos no tenían servidumbre, y se portaron de forma tan natural, que me hicieron sentir como en mi propia casa. Jesús tenía que trabajar el sábado, y se acostó a las 2 de la mañana. Rosa y mis primas, continuaron disfrutando haciéndome preguntas sobre mi vida hasta que Jesús se levantó para ir al trabajo “a las 7:30 a.m.”.

También me informaron sobre la situación familiar, y como dato más destacable, me revelaron el secreto a voces que nadie se atrevía a mencionar en público “la madre de mi Padre, estaba embarazada cuando se casó con el ¡supuesto! padre de mi Padre”. Lo más curioso era, que el presunto responsable de ese embarazo, fue un apuesto galán del que Doña Mª Elena estaba enamorada, pero con el que no se podía casar por tratarse de alguien de baja condición social, y del que misteriosamente nadie volvió a saber nada a raíz de conocerse lo del embarazo.

Desde aquel día, todas las tardes al caer el sol, marchaba a pasar un rato con mis primas y sus amigos. Normalmente no utilizaba el transporte público “prefería ir a todas partes corriendo”, aunque sí lo hice en alguna ocasión como experiencia. La casa de mi tía Rosa estaba cerca de donde yo vivía “a unos 8 Km.”. Cruzaba el retiro hasta Atocha, y desde allí por el Paseo de Santa María de la Cabeza hasta la Vía Lusitana. Tardaba una media hora a una marcha cómoda.

El lugar de encuentro era el Parque Sur, en unos bancos de madera situados frente a la casa de mis primas. Cristina estudiaba económicas y le llevaba la contabilidad a su padre. Yolanda trabajaba de dependienta en una tienda de ropa cerca de su casa. Toni era el líder indiscutible de la pandilla y además novio de Yolanda, cargaba camiones de vez en cuando y visitaba el gimnasio regularmente para definir su voluminosa y proporcionada musculación. Pepe “apodado Tanque por su constitución física”, siempre que podía le daba trabajo al Toni en la empresa donde trabajaba de encargado. Mari se ganaba el jornal realizando las tareas del hogar en varias casas, y como novia del Tanque, hacía lo posible para que éste no se dejara llevar por las malas influencias del Toni. Iñaki, de apariencia alfeñique, y el más desocupado gracias a su falta de necesidad por adquirir cualquier compromiso afectivo o profesional, amenizaba las reuniones con sus continuas y divertidas ocurrencias. El bueno de Julián, trabajaba en la carpintería de su padre, y normalmente le tocaba a él tranquilizar al personal en los “afortunadamente aislados” momentos de tensión con la inestimable ayuda de Merche, la más joven del grupo “19 años”, administrativa y optimista incansable.

Si al siguiente día había que madrugar, mis primas se recogían sobre las doce de la noche, de no ser así, tenían permiso de mis tíos para trasnochar como máximo hasta las tres de la madrugada. En cualquier caso, si estaban en la calle a partir de las doce, debían de ir siempre juntas, y para mayor tranquilidad de mis tíos, yo las acompañaba hasta que cerraban la puerta de su casa. Después, me marchaba a recorrer las calles de Madrid hasta las seis de la mañana como de costumbre.

El lunes 3 de agosto sobre las once de la noche, comentábamos la rara ausencia de Iñaki, ya que nunca faltaba a nuestra cita y siempre llegaba el primero con diferencia…
(Cristina) – ¡Qué raro que no haya venido Iñaki ¿no?!
(Julián) – ¡Es verdad macho, además, ésta tarde no ha pasao por la carpintería!
(Toni) – ¡Hostias macho, te imaginas que hubiese pillao el figura! (Mari) – ¡Si hombre, qué dices chaval!
(Pepe) – ¡¿Qué pasa tú, que Iñaki no puede ligar, o qué?!
(Yolanda) – ¡Hombre! hablando de Roma, el tronco asoma.
– Está herido.
(Toni) – ¡Bah! ¿qué pasa tron, has pillao, o qué, macho?
(Pepe) – ¡Hostias ¿qué cojones te ha pasao?!
(Toni) – ¡Me cago en la puta, chaval ¿no me digas que te han fostiao?!
(Iñaki) – ¡Joder macho, el Flaco y dos más ésta tarde cuando venía para acá macho. Me vienen y me dicen que había sido yo el que había currao a uno de ellos el otro día los muy amorfos, y antes de que yo pudiera hablar, me han dao de hostias hasta en el carnet de identidad!
(Julián) – ¡No jodas macho ¿Los de la banda del Guerra?!
(Iñaki) – ¡Sí, esos cabrones de mierda, me cago en tos sus muertos!
(Toni) – ¡Hijos de puta, éstos tíos me tienen ya hasta los güevos, el Flaco ése de mierda se va a enterar de quién soy yo!
(Cristina) – ¡Qué dices chaval, si se te ocurre tocar al flaco o a cualquier otro de la banda del Guerra, estás muerto!
(Toni) – ¡A mí el Guerra y toda su panda de jilipollas, me la sudan, esta vez la han cagao macho, te juro que se van a arrepentir de haberte tocao, te lo juro, por ésta! “juró besando su medalla de oro”.
(Yolanda) – ¡Esos cabrones son muy peligrosos Toni, la mayoría están fichados por la poli, y el Flaco es muy amigo del Guerra!
(Julián) – ¡Tiene razón, y además, si tocas a uno se te echan encima todos!
(Toni) – ¡¿Y qué cojones quieres que hagamos macho, que nos quedemos cruzaos de brazos como si no hubiese pasao nada, y que nos fostien cada vez que les salga de los güevos?!
(Cristina) – ¡Lo mejor sería decírselo a la policía!
(Toni) – ¡No digas jilipolleces!
(Yolanda) – Haz el favor de no hablar así a mi hermana.
(Toni) – ¡Si vas a la pasma quedas como un mierda, éstos problemas hay que resolverlos en la calle, entre nosotros, si se nos ocurre decírselo a la pasma macho, entonces es cuando sí que estamos muertos, además, el que no tenga güevos, que no venga, yo desde luego voy a por el hijo puta del Flaco aunque tenga que ir sólo!
(Pepe) – ¡Tienes razón macho, yo voy contigo, si lo dejamos así vamos a quedar como unos cagaos!
(Mari) – ¡Mucho era que no te dejases convencer por el Toni!
(Toni) – ¡Oye tú, que yo no necesito convencer a nadie!
(Pepe) – ¡Joder Mari, siempre estas igual, macho!
(Mari) – ¡Haz lo que te salga de los cojones!
(Iñaki) – Yo estoy hecho una mierda macho, y.
(Toni) – Tranquilo Iñaki, tú ya tienes bastante macho.
(Julián) – ¡Joder macho, qué embolao!
(Toni) – ¿Eso quiere decir que vienes o qué, macho?
(Julián) – ¿Alguna vez os he dejao colgaos o qué?
(Toni) – Bueno ¿y tú que dices Sharf?
– Que os estáis equivocando.
(Toni) – ¡A sí ¿y por qué, chaval?!
– Lo correcto es poner una denuncia contra los que han pegado a Iñaki.
(Toni) – ¡Chaval, cómo se nota que no entiendes nada de cómo funciona esto macho, aquí es como en la selva, la ley del más fuerte chaval, ojo por ojo y diente por diente, si permites que te pisen una vez, te van a pisar toda tu puta vida, claro que tú ¿qué cojones vas a saber de todo esto, macho? si nunca has tenido que vértelas con nadie en tu puta vida para salir adelante, nada más que ahí en tus montañitas, y que si las patatas, y que si ahora le disparo a algún pobre animal y me lo como, no te jode, así tiene que dar gusto de vivir la vida chaval, sin complicaciones de ningún tipo, no te jode!
– Tienes razón, no tengo éste tipo de experiencias, pero eso no quita para que sepa lo que hay que hacer en estos casos.
(Toni) – ¡A claro, ¿y no será que lo que te pasa es que estás cagao chaval?!
(Cristina) – ¡Bueno ya ¿quieres dejar de meterte con él? mi primo tiene toda la razón, y además, estáis locos si os metéis con la banda del Guerra, esos tíos son capaces de cualquier cosa!
(Toni) – ¡Vale, vale, joder macho, que no pasa nada si no quiere venir, que no nos hace falta para nada, no te jode, solo se lo decía por cumplir, además, si no viene mejor, porque tampoco creo que nos sirviera de mucho!
(Cristina) – Lo que tú digas chaval, paso de ti, de todas formas vas a hacer lo que te salga de los huevos.

La única persona que conocía mi vida con casi todo lujo de pormenores era mi Abuelo Bill. Con los demás era muy prudente a la hora de comentar mis experiencias, omitía muchos detalles e incluso los falseaba con el fin de que no me tomasen por una persona rara o algo peor. Sobre las cicatrices, les decía que se debían a accidentes sin mayor importancia; caídas y cosas así.

Me corté el pelo al estilo de mi Padre; hacia atrás como ya lo llevaba yo, pero corto por los lados y por detrás. Intentaba pasar lo más desapercibido posible, y así, desde esa posición, poder estudiar mejor a los demás.

Los de la banda del Guerra, eran de la zona de Usera; al otro lado del Parque Sur. Esa misma noche, al despedirse de las chicas, comenzaron las batidas en busca del Flaco por parte de Toni, Pepe y Julián. Continuaron haciéndolo durante toda la semana, hasta que finalmente dieron con él en la noche del viernes.

El sábado, al vernos en nuestro lugar acostumbrado, nos informaron orgullosos sobre la gran proeza conseguida en la noche anterior. Localizaron al Flaco y a tres más de la banda del Guerra en la discoteca Flas, esperaron a que salieran, y al poco de seguirlos, se lanzaron sobre ellos dándoles una paliza en nombre de Iñaki. Una zurra, que según aseguraban nunca olvidarían.

Isidro, un joven conocido del barrio, se acercó hasta nosotros todo sofocado; venía corriendo a toda velocidad y sin parar desde el otro lado del parque…
(Isidro) – ¡Macho ¿sois vosotros los que anoche le disteis una paliza al Flaco y a otros tres más de la banda del Guerra?!
(Toni) – Sí chaval, les dimos una ensalá de hostias a esos hijoputas, que se van a acordar de nosotros para toda su puta vida.
(Isidro) – ¡Pues os están buscando como locos toda la banda del Guerra macho, lo menos treinta tíos; van el Guerra, el Cuqui, el Flaco y toda la basca macho, y dicen que cuando os pillen os van a matar, tenéis que salir zumbando a toda leche, ya!
(Mari) – ¡Os lo dijimos jilipollas, ahora que mierda vamos a hacer subnormales!
(Toni) – ¡Qué pasa hostias, a mi esos me la sudan, no te jode, que vengan aquí si tienen güevos!
(Mari) – ¡Pero ¿qué dices amorfo? tu estás grillao o qué ¿es que pretendes que nos enfrentemos a toda la banda del Guerra, subnormal? anda macho, que nos has metido a todos en un buen embolao, por anormal!
(Toni) – ¡Joder, el que no tenga güevos que se pire y ya está, cojones!
(Julián) – ¡No jodas macho ¿es que quieres que nos enfrentemos a toda la banda del Guerra, estás grillao o qué?!
(Iñaki) – ¡Vámonos corriendo ya, macho!
(Merche) – ¡Yo me piro ahora mismo macho, no pienso comerme vuestro marrón!
(Mari) – ¡Yo también me esfumo chavales, por mí os pueden dar por culo!
(Iñaki) – ¡Espera Merche que me voy contigo!
(Yolanda) – ¡Anda que la habéis cagao bien, macho!
(Cristina) – Anda sí, vámonos a casa antes de que lleguen esos cabrones y nos hinchen a hostias.
(Julián) – Deberíamos irnos Toni, ¿que cojones vamos a hacer contra todos esos tíos, macho?
(Toni) – No jodas tronco, ¿no me digas que te vas a achantar tú también?
(Pepe) – No sé macho, son demasiados.
(Cristina) – Venga Sharf, vámonos a casa, que éstos están gilipollas.
(Toni) – ¡Que te den por el culo, amorfa!
(Yolanda) – ¡Me tienes hasta los güevos Toni, ahí te quedas, y que te den por el culo a ti, gilipollas! vamos primo, que estos están como una puta cabra.
– Iros vosotras, yo me quedo.
(Cristina) – ¡Pero qué dices Sharf, ¿estás loco o qué te pasa?!
– Estoy bien aquí Cristina, no tengo motivos para irme.
(Toni) – ¡Hombre, si al final va a resultar que no es tan acojonao como creíamos!
(Yolanda) – ¡No me jodas macho, no te iras a dejar comerte el coco ahora por estos grillaos!
– ¿Por qué tengo que huir, si yo no les he hecho nada?
(Cristina) – ¡Pues porque esos cabrones, primero dan y luego preguntan!
(Pepe) – ¡Hostias troncos, me cago en la puta, por ahí vienen!
(Toni) – ¡Que hijoputas macho, vienen con palos los cabrones, y son muchos más de los que creíamos, vámonos de aquí cagando leches!
(Julián) – ¡Cada uno por un sitio para que se dividan, rápido macho, me cago en la puta!
(Yolanda) – ¡Te quieres mover de una puta vez, que al final nos van a pillar cojones!
– Iros vosotras si queréis, yo me quedo aquí.
(Yolanda) – ¡Pues, que te den por culo a ti también chaval, porque yo no me voy a quedar aquí para que me fostien porque a ti te dé la gana, no te jodes! venga Cristina vámonos a casa, y él que haga lo que quiera que ya es mayorcito.
(Cristina) – Sube tú Yolanda, que ahora vamos nosotros.
(Yolanda) – ¡Anda y que os den por culo a los dos, gilipollas, ya verás cuando vengan Papá y Mamá!

Yolanda subió al piso y Cristina se quedó conmigo en el banco, intentando convencerme para irnos a su casa antes de que llegasen los de la banda del Guerra…


Un divertido paseo...,
"si no fuese por la polución".
















RAZONAMIENTOS CONFUSOS


(El Flaco) – ¡Hombre! pero mira quién está aquí macho, ni más ni menos que la hermanita de la novia del Toni, no sabía que tuvieses novio, macho ¿pues tú no eras torti?
(Cristina) – Que te den, jilipollas.
(El Flaco) – ¡Joder con la jaca, que fuerte que está! ¿y qué dices que me vas a chupar, nena?
(Cristina) – Anda chaval ¿por qué no sigues tu camino y nos dejas en paz, vale?
(El Guerra) – ¡Tú, mamona, déjate de jilipolleces y dinos ahora mismo dónde están los que se metieron con el Flaco!
(Cristina) – ¡A mí que me dices chaval ¿y se puede saber quién eres tú para darme órdenes? Jilipollas!
(El Guerra) – ¡¿Que quién soy yo, niñata de mierda? pues el que te va a partir la boca como no me digas ahora mismo dónde están el Toni y los otros, te ha quedado claro, so amorfa!

Comencé a sentir un dolor agudo en la parte superior central de la cabeza, que se extendía poco a poco hacia ambos lados al compás que aumentaba la tensión dialéctica…
(El Guerra) – ¡Y el payaso de tu novio qué, ¿no tiene nada que decir?!
(Cristina) – ¡Es mi primo, subnormal, y él no sabe nada!
(El Guerra) – ¡Anda Cuqui, dale una hostia al julay ese haber si lo espabilas, que parece que está ajilipollao!

La cabeza me dolía cada vez más, parecía querer estallar…
(El Cuqui) – ¡Vamos macho, reacciona cojones ¿estás polao o qué?! “al terminar la frase, me dio una bofetada en el carrillo izquierdo; por llamarlo de alguna manera, ya que apenas la sentí”.
(Cristina) – ¡Serás hijoputa, si vuelves a tocar a mi primo te mato, Cuqui de mierda!
(El Cuqui) – ¡Al figura éste le daré cuando me salga de los güevos, y tú a mí me vas a chupar la polla cuando yo te lo diga, tortillera de mierda!

No sabía cómo debía actuar, nunca había discutido con nadie y por supuesto jamás había luchado con una persona “ni tenía interés en hacerlo”. La cuestión era, que aquellos individuos con sus continuas provocaciones, estaban consiguiendo que cada vez me resultara más difícil reprimir mis instintos naturales de autodefensa. La cabeza me dolía tanto, que apenas podía soportarlo...
(El Guerra) – ¡Pero dale con ganas macho, es que no ves que nos lo están pidiendo, cojones!

Mi prima Cristina y yo, estábamos sentados en nuestro banco “ella a mi derecha”. Ellos estaban todos de pie, el Cuqui frente a mí, el Guerra encarado a Cristina, y el Flaco en medio de ellos dos azuzándolos contra nosotros sin parar. Otros cinco miembros de la banda del Guerra “confiados y relajados debido a la situación de extrema ventaja por su parte”, nos rodeaban algo más distanciados que sus cabecillas. El resto de la pandilla se había ido a buscar al Toni y a los demás. El Guerra mostró al Cuqui la intensidad con la que había que dar los golpes, dándole a mi prima un fuerte guantazo que la dejó grogui “como dirían ellos”. Aturdida y sangrando por la boca, se tambaleó al intentar contraatacar…
(Cristina) – ¡¡¡Basta ya, por favor!!! ¡¡¡Sharf, déjalo ya!!! ¡¡¡basta por favor, basta!!!

Los gritos desesperados de mi prima, me ayudaron a recuperar la cordura. Ella lloraba aferrada firmemente a mi cintura, tirando de mí con todas sus fuerzas para tratar de impedir que mi puño continuara golpeando el rostro “ya irreconocible” del Guerra. El cuerpo sin vida del desafortunado pandillero, pendía de mi mano izquierda, como si de un harapiento trapo se tratara.

Miré a mi alrededor y me quedé atónito, incapaz de reaccionar ante la trágica vista que tenía ante mí. El Flaco “tendido en el suelo, con la cabeza de lado, y semiinconsciente” sangraba con fluidez por la boca y nariz junto al cuerpo abatido y retorcido de dolor de su compañero de desmanes, el Cuqui, que aún respirando con dificultad, todavía era capaz de producir alaridos y proferir toda clase de improperios. Los otros cinco “elementos”, se mantenían a una distancia prudente, a salvo “creían” de la bestia incontrolada en la que me había convertido, y no tardaron en salir corriendo en distintas direcciones al oír las sirenas de los coches de la policía.

No opuse resistencia a la autoridad cuando me esposaron y me condujeron hasta el interior del vehículo policial. Me tranquilizó el comprobar que mi prima Cristina “desalentada por la angustia que le producía la sensación de impotencia ante lo sucedido” ya no sangraba, y que los policías la estaban atendiendo correctamente.

Confundido, y todavía con un fuerte dolor de cabeza, intentaba reflexionar sobre lo sucedido mientras me conducían hasta la comisaría, pero por más que me esforzaba, no conseguía recordar nada desde que el Guerra golpeó a mi prima, hasta el momento en el que gracias a ella dejé de golpearle.

De nuevo recordé la advertencia de mi Abuelo Bill sobre ése supuesto lobo que llevaba dentro ¿acaso en esos momentos en los que perdía la consciencia, me convertía en una de esas criaturas legendarias presentes en tantas culturas?, el exagerado desarrollo de algunos de mis sentidos, podría deberse a eso, a que yo fuese un hombre lobo. Dejé de pensar en ello, supuse que el dolor no me permitía razonar con la suficiente sensatez como para poder llegar a una conclusión con sentido común.

En la comisaría, los dos agentes se empeñaban en preguntarme lo mismo una y otra vez. Se sentían tan convencidos de que se trataba de una reyerta entre bandas, que estaban dispuestos a sacarme los nombres de mis acompañantes costase lo que costase, de tal manera, que todos los esfuerzos por mi parte para convencerles de que no recordaba nada sobre la pelea, caían en saco roto.

Al tal Martínez se le agotó la paciencia a eso de la una de la madrugada, y con las mismas decidió pasar de las palabras a los hechos. Comenzó a golpearme en la cabeza, cada vez con mayor reiteración y contundencia. Los golpes me resultaban más molestos que dolorosos, lo peor era que con cada uno de ellos, aumentaba de nuevo el dolor de cabeza y los deseos de revolverme contra él…
(Agente López) – ¡Señor Comis!
(Comisario García) – ¡¿Se puede saber qué cojones están haciendo?!
(Agente Martínez) – ¡Señor, éste tipo!
(Comisario García) – ¡Que tipo, ni qué hostias, Martínez ¿a santo de qué viene el tener que golpearle? suéltele las esposas ahora mismo!
(Agente Martínez) – ¡Pero Comisario, éste tipo y sus compinches son muy peligrosos, si usted hubiese visto cómo han dejado al Guerra y a dos de los suyos, lo entendería perfectamente, y ahora el muy miserable alega no recordar nada para no tener que delatar a los cabrones que le acompañaban, con ésta gentuza sólo hay una forma de!
(Comisario García) – ¡Pero ¿qué gentuza ni qué ocho cuartos dice, Martínez? pero si éste chaval es el hijo de mi mejor amigo, el hijo de Jaime Prado Losada!
(Agente Martínez) – ¡¿El nieto de Doña María Elena Losada? joder, pero entonces, no entiendo!
(Comisario García) – ¡Ni puñetera falta que hace Martínez, haga lo que le he dicho y salgan los dos ahora mismo de ésta habitación, ah, y cuando yo salga de aquí quiero ver el informe en mi despacho!; bueno chaval, qué sorpresa, qué pequeño es el mundo, quién me iba a decir a mí que nos íbamos a conocer en estas circunstancias, tus tíos y tus primas están ahí fuera, ya he hablado con ellos y me han contado lo sucedido, la verdad es que le has echado un par de cojones, hay que joderse chaval como has dejado a esos delincuentes, tu padre a tu edad estaba fuerte de la hostia, pero tú te llevas la palma. Por cierto, ya me he enterado de lo de tus padres, lo siento mucho chaval, tu padre era un tipo cojonudo, mi mejor amigo sin lugar a dudas, y quiero que sepas que cualquier cosa que yo pueda hacer por ti, no tienes más que decírmelo eh, toma, quédate con mi tarjeta…
– Muchas gracias Comisario García, pero la verdad es que no recuerdo nada de la pelea.
(Comisario García) – Bueno chaval, no te preocupes por eso, en realidad le has hecho un favor a la sociedad cargándote a esos tíos.
– ¿Es que los he matado?
(Comisario García) – Al Guerra sí, a los otros dos, ya veremos. Al Cuqui le has hundido tres costillas en el pulmón derecho y lo tiene muy chungo, y al Flaco le has destrozado la mandíbula, la boca y la nariz. Ése es el que mejor lo tiene, pero en fin, da lo mismo, lo importante es que tú has sabido defender a tu prima que es lo que tenías que hacer ¿vale?, de lo demás, ya me encargo yo.

Mis tíos insistieron en acercarme en su coche, hasta la casa de la Sra. Concha. El recorrido fue corto y parco en palabras…
(Tía Rosa) – Bueno Sharf, en fin, lo mejor será que de momento no vuelvas por el barrio, ¿lo entiendes, verdad?
– No os preocupéis, no hay problema.


Parque Sur...,
"lugar de encuentro con mis primas y sus amigos".

















VACACIONES INSTRUCTIVAS


Supongo que tuve suerte. De no ser por la oportuna coincidencia en la relación por parte del Comisario García con mi Padre, el desenlace de aquel altercado no hubiese sido tan benévolo hacia mi persona.

Ese mismo domingo 3 de agosto, Pedro y Merche “la pareja de recién casados que residían en la habitación contigua a la mía” me alegraron el día con una excelente noticia “ella estaba embarazada de dos meses”. Se les veía muy ilusionados con el nuevo estado de Merche, aunque por otra parte también preocupados debido a su precaria situación económica; no tenían vivienda propia ni muchos ahorros, y el sueldo de Pedro no era gran cosa.

Aquella tarde al caer el sol, lo celebramos tomando un refresco en el bulevar de la Calle Ibiza a la altura de Maiquez, en una de las mesas que instalaban todos los veranos los de la taberna La Manchega “una humilde tasca familiar, emplazada en un exiguo edificio tan antiguo, que llamaba notablemente la atención por el contraste con su entorno”.

De carácter llano, se defendían con dificultad a la hora de leer y escribir. Merche aprovechaba sus ratos libres de la siesta para ponerse al día con los estudios; nos juntábamos en el salón, y yo le ayudaba con sus lecciones. Después de que ellos cenaran, solíamos hablar un rato los tres antes de irme a recorrer las calles de aquel Madrid; inmerso ya gracias a la ausencia de luz natural, en un mar de infinitos colores y olores nocturnos. Se puede decir que Merche y Pedro, eran mis mejores amigos.

El Abuelo Bill, dijo que debía pasar un tiempo con la familia de mi Padre y conocer la tierra y las gentes donde él se crió. Quizás esa etapa había terminado ya; y de ser así ¿qué se suponía que tenía que hacer, tomar una decisión? seguramente, pero ¿cuál?

Los colores y los olores de las montañas, me seguían gustando más que los de Madrid, y los echaba de menos; aunque por otra parte, los de la tierra natal de mi Padre, me atraían cada día más debido a su extraordinaria variedad y complejidad. Precisamente la necesidad de llegar a entenderlos como entendía los de mis montañas, fue lo que me llevó a decidir aplazar mi regreso al Canadá por algún tiempo.

El jueves de la siguiente semana, mi tía Rosa me llamó por teléfono para invitarme a pasar con ellos la segunda quincena de agosto; que era la temporada en la que menos trabajo tenía en su taller mi tío Jesús, y en la que se tomaban todos los años las vacaciones.

Acepté sin pensarlo dos veces, y ese mismo sábado por la tarde, nos fuimos los cinco a Murcia en su lujoso mercedes. Tenían una casa en primera línea de la playa de la Puntica de San Pedro del Pinatar “en el Mar Menor”, próxima a la famosa curva que da al Puerto de San Pedro “la zona donde se ubicaba la feria todos los años”.

Mis tíos solían pasar las mañanas junto al Molino de Quintín, dándose baños de lodo para prevenir las patologías de la piel. Mis primas y yo, nos bañábamos justo enfrente de la casa. Sobre las tres de la tarde comíamos el menú en la terraza del bar Paquito “con vistas al Puerto”, y después, durante las horas de la siesta, ayudaba a Cristina con sus estudios mientras los demás dormían.

Con la puesta del sol, salíamos los cinco a dar un paseo antes de que mis tíos se marcharan con sus amigos a pasar sus horas de esparcimiento nocturno “con la tranquilidad que les proporcionaba el que sus hijas se quedasen bajo mi protección”. Nosotros, por nuestra parte, solíamos reunirnos en la orilla de la playa en compañía de algunos amigos de verano de mis primas, y pasábamos largas veladas sentados directamente sobre la arena. Normalmente nos recogíamos antes de las seis de la mañana, y hasta esa hora, yo, fiel a mi costumbre, me mantenía en forma corriendo sin parar sobre la fina arena de aquella peculiar ribera.

Para evitar el malestar que me producía tanto calor mezclado con la húmeda y salina brisa del mar, me pasaba casi toda la mañana sumergido hasta el cuello en las someras aguas de la Playa de la Puntica.

Ellas pensaban que no las oía debido a la distancia que nos separaba, esa era una situación a la que yo ya me había acostumbrado. En un principio me sentía incómodo al escuchar lo que se suponía que no debía oír, pero con el tiempo tuve que asumirlo, ya que no lo podía evitar, y por otra parte, tampoco consideraba conveniente que los demás lo supiesen…
(Delia) – ¡Vaya con tu primito, pedazo cuerpo que tiene! ¿no?
(Yolanda) – No se, a mi me gustan más cachas, y además ¡tantas cicatrices por todas partes! lo que más me atrae de él es su olor tía, él dice que no utiliza ningún perfume, pero está claro que miente, porque siempre güele que alucinas.
(Delia) – Pues hija, a mí me pasa lo mismo con ese perfume que usa, y además, todas esas cicatrices me ponen que no veas, y sobre todo, esos ojos verdes ¡buahhh!
(Yolanda) – Pues, qué quieres que te diga chica, a mí, donde se ponga un tío con el cuerpo de Ezequiel, uno noventa, marcando músculos, rubio y con ojos azules; en fin, que a su lado, hasta el Toni se queda en mantillas.
(Cristina) – ¡El Toni también es alto, rubio, musculoso y con ojos azules!
(Yolanda) – Si ya, pero éste le supera.
(Cristina) – Qué dices, el Toni está más cachas.
(Yolanda) – Si ya, mucho músculo y poco paquete.
(Delia) – ¿Y tú que sabes del paquete que tiene Ezequiel tía, o es que acaso se lo has visto?
(Yolanda) – ¡Venga ya tía, como si no se preocupase el tío de marcarlo! (Delia) – ¡A propósito! ¿sigues con el Toni?
(Yolanda) – ¡Que va! si resultó ser un fantasma que te cagas, sólo es un bocazas, un chulo de mierda cabrón que a la hora de la verdad se caga el muy hijoputa.
(Delia) – ¡Joder, pues ¿qué te hizo?!
(Yolanda) – ¿Que qué me hizo? que te lo cuente mi hermana, que yo paso ya de seguir hablando de ese anormal.
(Cristina) – Pues nada, que el muy jilipollas provocó una gresca entre una banda de los más cabrones de Madrid y nosotros, y a la hora de la verdad, salió corriendo el muy cobarde con el rabo entre las patas sin importarle si nosotras nos íbamos o nos quedábamos.
(Almudena) – ¿Es que se fue él sólo?
(Cristina) – Que va, cuando vieron de lejos a los cabrones esos, salieron todos corriendo muertos de miedo, y allí nos quedamos nosotras dos y Sharf.
(Delia) – ¡Venga ya, ¿No me digas, que os quedasteis vosotras y tu primo para pegaros con los tíos esos?!
(Cristina) – ¿Qué dices? nosotras queríamos irnos, pero a Sharf no había quién lo moviese del banco.
(Yolanda) – Y entonces, a la Jilipollas de mi hermanita no se le ocurre otra cosa más, que quedarse con él.
(Almudena) – ¡O sea, que tu primo está loco y tú te quedas con él ¿no?!
(Cristina) – Hombre, pues la verdad, mi primo decía que él no había echo nada malo y que no tenía por qué huir de nadie, y yo no estaba dispuesta a dejarle solo en aquel fregao.
(Yolanda) – ¡Sí claro, como que yo me voy a creer que tú no sabías nada de cómo se las gasta nuestro primito, no te digo, estoy que me lo creo ¿tu te has creído que los demás somos tontos, o qué?!
(Delia) – ¡Joder tía! ¿pues qué coño es lo que pasó?
(Cristina) – Pues nada, si el caso es que Sharf, parecía estar muy tranquilo, pero cuando a uno de ellos se le ocurrió pegarme, Sharf se levantó y empezó a dar hostiazos a diestro y siniestro; y al que me había dado la hostia, le levantó con una mano y con la otra comenzó a darle puñetazos en la cara hasta que se la destrozó por completo; y se lo cargó, claro.
(Delia) – ¡No jodas tía!
(Yolanda) – Es verdad tronca, yo lo vi desde la ventana, ahí donde lo ves, hostia que da, tío que va al suelo, por qué te crees que éste año mis padres no nos ponen pegas con la hora, porque saben que mientras que vayamos con él estamos seguras.
(Delia) – La leche con el primito, pues no lo aparenta, lo que sí me choca de él es que nunca se ríe, no sé, es tan poco expresivo, de todas formas, no creo que tuviese mucho que hacer contra un tío como Ezequiel.
(Cristina) – ¡¿Que no? como se nota que tú no lo has tocado, mi primo tiene las carnes más duras que he visto en mi vida, un día nos pesamos y nos medimos allí en Madrid toda la panda, y resulta que el Toni, que mide uno ochenta y cuatro y tiene unos músculos que flipas, pesó ochenta y seis kilos, y Sharf que mide uno setenta y nueve y abulta la mitad que él, pesó noventa y tres, eh, ¿cómo lo ves? siete kilos más que el Toni, cuando todos pensábamos que iba a pesar unos diez kilos menos que él!
(Delia) – Pues lo veo, que estoy deseando tocarlo para comprobar si lo tiene todo tan duro.
(Almudena) – ¿Qué pasa, que no sabéis hablar de otra cosa?
(Delia) – ¡Hay hija, si lo prefieres, hablamos de tetas!
(Cristina) – ¡No te pases tía!

La relación entre mi prima Cristina y Almudena, era un secreto a voces. Hasta entonces sólo se veían durante las vacaciones de Cristina “Almudena vivía en San Pedro, a tres calles de la casa de mis tíos”, y por sus colores y olores corporales cuando estaban juntas, no me cabía ninguna duda de que el sentimiento era intenso, y recíproco.

Yolanda y Delia se disputaban las atenciones de Ezequiel, hasta aquella mañana…
(Delia) – ¡¡Sharf, Sharf!!
– ¡Dime Delia!
(Delia) – ¡Acércate un poco por favor, que a mí ya me cubre por aquí!; ¿Qué te pasa que siempre te vienes aquí tan lejos tú sólo, cualquiera diría que no quieres saber nada de nosotros?
– ¡Que va! es simplemente que no soporto bien el calor, y dentro del agua estoy más fresco, pero claro, en éstas aguas, para que te cubra un poco tienes que alejarte bastante de la orilla como tú sabes.
(Delia) – Bueno, tú más que yo, porque a mí ya me cubre desde hace rato; ¿no te importa que me agarre a ti, verdad? es que, parece que no, pero para llegar hasta aquí hay una buena caminata, y además como no hago pié, pues claro.
– No te preocupes, sujétate lo que quieras, no me molesta.

Los colores de Delia no dejaban lugar a dudas, deseaba sexo, y aparte de ella, la única persona que había por allí cerca, era yo. Mi experiencia en ese campo era nula, nunca me había llamado especialmente la atención ninguna chica en ese sentido. Yo esperaba que algún día conocería a alguna mujer cuyo olor me sedujera, pero hasta ese momento nada de eso había pasado. Delia era una muchacha muy atractiva; 22 años, 1,60 m, ojos marrones y curvas prominentes. Sin embargo su olor no me excitaba, y por lo tanto, ni se me había pasado por la cabeza el mantener relaciones con ella…
(Delia) – ¡Que tenso que estas, relájate un poco, que no te voy a comer!
– Estoy relajado.
(Delia) – Pues, quién lo diría hijo, porque estás duro como una piedra.

Delia se aferraba a mí con una de sus manos, y con la otra palpaba mi cuerpo comprobando su firmeza. Daba vueltas a mi alrededor rozando su cuerpo contra el mío al tiempo que me hablaba, y cuando me quise dar cuenta, los latidos de mi corazón latían acelerados como si estuviese haciendo algún gran esfuerzo físico…
(Delia) – ¡Que curioso! no tienes ni un solo pelo en la cara, ni barba ni bigote, si no fuese por las cicatrices, tendrías la piel suave como la de un niño.

Estas últimas palabras, las pronunció mientras rozaba su cara con la mía. Sus brazos se apoyaron sobre mis hombros, y sus piernas se ciñeron a mi cintura. Sentí una especie de calambre extremadamente agradable, que tensó involuntariamente los músculos de todo mi cuerpo, y como acto reflejo, mis manos sujetaron con firmeza la cintura de Delia presionando su cuerpo contra el mío…
– ¡Hahhh!

Fue algo inesperado, jamás me había sucedido despierto. Noté un intenso calor en el rostro y cierta flojedad en las piernas…
(Delia) – ¡Ey, ¿qué pasó, no me digas que?!
– ¡Lo siento Delia, no entiendo lo que me ha pasado, me siento muy avergonz…!
(Delia) – Calla chaval, qué dices, de vergüenza nada, pero si esto es lo más alucinante que me ha pasado en la vida.
– Es que verás, yo nunca.
(Delia) – ¡¿Quéee, no me irás a salir ahora con eso de que eres virgen? porque vamos, ni de coña te estoy creyendo!
– Nunca he estado con una chica.
(Delia) – ¿Quieres decir, que nunca has hecho el amor, es eso?
– Lo que quiero decir es, que nunca he estado con una chica.
(Delia) – ¡Pero vamos a ver Sharf, ¿es que te van los tíos, o es que te estas quedando conmigo?!
– Verás, ya sé que no es normal a mi edad, la verdad es que hasta ahora, jamás me había sentido atraído por nadie, ni hombre ni mujer, pero cuando me has abrazado y te he sentido tan cerca de mí, en fin, te aseguro que no se que hacer ni qué decir.
(Delia) – ¡Vaya tela! el caso es que por tu reacción, puede ser que estés diciendo la verdad, pero vamos, que tú no te preocupes por nada, porque si tú quieres, yo te puedo ir diciendo lo que tienes que hacer ¿sabes? por esa parte no hay ningún problema, todo lo contrario, por mí encantada.
– Lo que tú veas.

Comenzó a besarme por la cara y los labios.
(Delia) – ¿No has besado nunca? “me enseñó a besar y a acariciar como a ella le gustaba” ¡Joder cómo estas, pareces una roca tío, que bestia! ¿quieres hacerlo?
– Espera.

Me sumergí para ver de cerca el vientre de Delia y comprobar por sus colores su ciclo menstrual. No existía posibilidad de embarazo al menos hasta dentro de diez días, por lo que decidí acceder a su propuesta. Le acaricié y besé la zona para disimular, y al emerger tomé la iniciativa.
(Delia) – ¡Ey, espera, no seas bruto! déjame a mí “se ladeó la prenda inferior del bikini, y sujetó con fuerza al intruso para poder dirigirlo a su antojo”, así, despacio, despacio, poco a poco, un poco más, más.
– ¡Hahhh…!
(Delia) – ¡¡¡Joder, joder, no pares coño, sigue, sigue, Dios, Dios, que cabrón, joderrrrrrrrr!!!
– ¡Hahhh!

Delia, agotada, calló sobre mis hombros y se mantuvo en aquella posición sin hablar durante más de un minuto “hasta que los latidos de su corazón volvieron a su ritmo normal”. Yo me tranquilicé antes que ella, esperaba haberle agradado, ella a mí me hizo pasar unos minutos fantásticos.

A partir de aquella fecha, todas las mañanas, Delia se acercaba a pasar un rato conmigo dentro del agua, aquel era con diferencia el mejor momento del día para mí, momento que para mayor fortuna, se alargaba más con el tiempo. Lo pasé bien en la playa de la Puntica.



Terraza La Manchega...,
"en el bulevar de la Calle Ibiza".










La famosa curva de La Puntica.


















DE NUEVO EL DOLOR


De vuelta en Madrid, y comoquiera que todavía era poco aconsejable mi presencia en el Barrio de Abrantes y su Parque Sur, dejé de salir con mis primas, y me centré más en la lectura y en entender a las gentes de la tierra donde nació y se crió mi Padre. Aún me sentía mediocre a la hora de interpretar los colores y olores de sus gentes.

El 12 de septiembre recibí la llamada de Trésor; mi Abuelo Bill había vendido el rancho. Quería pasar sus últimos días en las tierras que le vieron nacer “allá en Alaska”, y necesitaba los datos de mi cuenta corriente en el banco, para ingresarme los treinta y dos millones de pesetas que me correspondían según las cuentas de mi Abuelo. Aquella noticia desordenó las pocas ideas más o menos claras que yo tenía respecto a mi futuro.

Los fines de semana “al oscurecer” salía a pasear con Pedro y Merche. Los tres primeros meses de embarazo, fueron para Merche bastante desagradables debido a las continuas nauseas, vómitos y mareos. Afortunadamente, la mejoría fue notable una vez superada esa primera etapa de la gestación. La ropa distorsionaba los colores del pequeño, no obstante y aún así, era capaz de interpretarlos hasta el punto de saber que no había ningún problema en su salud “al menos de consideración”.

El paseo terminaba siempre en la terraza de la taberna La Manchega. Nos solía servir un tal Juan “de aproximadamente mi edad”, y al que le teníamos que pedir las consumiciones una a una debido a su enorme despiste “era evidente que sus pensamientos estaban muy lejos de aquel lugar”.

En realidad, el singular talante del tal Juan; soportando siempre sobre su mano izquierda aquella vieja bandeja redonda, tan deformada ya hacia su centro por los golpes, que las botellas y vasos se sostenían casi milagrosamente entre ellos, y ataviado invariablemente con un desgastado pantalón vaquero, camisa blanca, y delantal a rayas horizontales verdes y amarillas; hacía todavía más curioso el escenario que envolvía aquella singular Tasca, que por alguna misteriosa razón, me atraía hasta el extremo de la intriga.

Por aquella fecha, Merche consiguió convencer a la Señora Concha para que le permitiese ausentarse de la casa de cinco y media a ocho y media las tardes de los lunes, miércoles y viernes, con el fin de poder asistir a una academia donde prepararse para administrativa “la Señora Concha se dejaba persuadir fácilmente con algo de dinero, y en aquel caso, le pedí que el acuerdo quedara entra ella y yo”.

El mes de octubre me liberó del sofocante calor madrileño. La gente comenzó a abrigarse, y yo, para no resaltar demasiado, opté por utilizar el pantalón vaquero largo.

Durante la hora de la siesta, continuaba ayudando a Merche con sus lecciones, sentados cómodamente a la mesa camilla del salón. Mi ayuda unida a su interés y agilidad mental, hacían que sus progresos fueran ciertamente significativos. Yo disfrutaba con aquella situación, además, como Merche era tan alegre, sincera y directa, me hacía pasar muy buenos ratos.

Como de costumbre a esas horas, me encontraba en la habitación con la puerta cerrada y tan abstraído en la lectura, que tardé varios segundos en apercibir los gritos que provenían del portal.

Salí de la habitación todo lo rápido que pude. La puerta principal de la casa estaba abierta, y junto a ella me crucé con D. Pablo y D. Félix, que intentaban averiguar lo sucedido asomados al hueco del ascensor “aunque desde el segundo piso, eran incapaces de sacar nada en claro del griterío armado en el portal”.

Las primeras palabras que entendí, me enajenaron hasta la ira. La cabeza comenzó a dolerme y bajé hasta el portal como una exhalación. En el rincón de los buzones, tumbada en el suelo con la ropa hecha tirones, y con evidentes síntomas de haber sido duramente golpeada y violada, Merche lloraba desesperada sin parar de gritar “mi bebé, mi bebé”.

La Señora Concha estaba a su lado intentando consolarla, y junto a ellas, otros vecinos no paraban de gritar improperios contra el violador. Al acercarme a Merche y captar los fluidos corporales del criminal, marche tras su pista sin mediar palabra “el dolor de cabeza aumentaba progresivamente”.

Giré a la derecha hasta Antonio Arias, y desde allí sus partículas odoríferas más volátiles me guiaron en dirección al Hospital Francisco Franco. A las nueve y cinco de la noche llegué a la Calle Ibiza, donde debido al aire racheado y cambiante, me vi forzado a olfatear a ras del suelo. En aquella esquina se había detenido algún tiempo, y después continuó por Ibiza en dirección al Retiro. A pocos metros, comencé a oír el forcejeo entre un hombre y una mujer a los que no conseguía ver por ninguna parte.

Al llegar a la altura del “en su tiempo” Pasaje San Juan de Dios, ya le tenía. Escondido entre los escombros amontonados en el fondo del Callejón, y protegido por la más absoluta oscuridad, se esforzaba por consumar el mismo abominable crimen que poco antes había conseguido completar con Merche.

El dolor de cabeza se me hacía insoportable. Salté los escalones de la vieja y oxidada barandilla que protegía a los viandantes del desnivel de metro sesenta que existía entre la Calle Ibiza y el arcaico y obsoleto Pasaje, y me dirigí apresurado hacia los malditos colores del inexorable criminal…
(Policía) – ¡¡¡Alto, policía!!!

La voz del agente y la luz de su linterna, consiguieron llamar mi atención. Entre mis rodillas ancladas firmemente al suelo, los restos machacados e irreconocibles de la cabeza del violador, ofrecían una imagen dantesca, y al igual que en las anteriores ocasiones en las que el dolor de cabeza había conseguido vencer mi resistencia, en aquella situación tampoco recordaba nada sobre el altercado.

Una multitud de curiosos reunidos a consecuencia del suceso, me increpaban histéricos sedientos de venganza “seguros de estar frente al depravado violador” mientras los agentes de la autoridad me conducían esposado hasta el coche policial, aparcado en la misma puerta de la taberna La Manchega; lugar en el que se había refugiado la muchacha agredida y desde el cual dieron el aviso a la policía.

De nuevo en las dependencias de la comisaría, el ya conocido Agente Martínez se limitó a quitarme las esposas, dar aviso urgente al Comisario García, y pedirme que le esperara sentado en uno de los bancos de madera situados frente al mostrador.

Poco después, llegaron más policías con la muchacha agredida acompañada de sus padres. Por fortuna, la joven solo tenía leves contusiones generalizadas por todo el cuerpo, y una pequeña herida en la mejilla izquierda protegida con una sutil tirita. Le tomaron declaración, y se marcharon sin reparar en mi presencia.

Todos los agentes que por allí pasaban, comentaban reiteradamente el suceso tachándolo unos de proeza, hazaña o heroicidad, y otros de salvajada, delito o locura. En lo que sí coincidían plenamente, era en mirarme de reojo y en intentar evitar “sin conseguirlo claro está” que yo escuchase sus comentarios.

A las cuatro y veinte de la mañana, llegó el Comisario García...
(Comisario García) – ¡Hombre chaval, nos volvemos a ver, la hostia, esta vez te has superado! pero, ¿es que no te han curado las heridas? ¡me cago en!
– No tengo ninguna herida Señor Comisario.
(Comisario García) – ¡Cómo que no, cojones! pero si tienes sangre por todas partes y, ¿qué coño es esto?
– Ah, no se preocupe, solo son restos de masa encefálica del canalla aquel.
(Comisario García) – ¡Me cago en la hostia chaval, vengo ahora de verle, o mejor dicho, de ver lo que has dejado de él, joooder, le has dejado la cabeza totalmente destrozada, en mi puta vida había visto nada igual, cojones!
– Yo no quería.
(Comisario García) – ¡Qué dices chaval, si tú supieses, mira por donde me acabas de hacer un favor de la hostia, porque se trata de Luis Jiménez, apodado el Burro de Vallecas, estaba en la cárcel cumpliendo condena por varias violaciones, y se había escapado hacía dos días!
– Ese tipo violó anoche a una amiga mía, y por eso salí en su busca.
(Comisario García) – Ya lo sé chaval, no te preocupes por nada, yo mismo redactaré el informe para que quede como un éxito de la policía y así no os tengáis que ver involucrados en éste asunto ni tú ni tu familia.
– ¿Sabe algo de mi amiga?
(Comisario García) – Ah sí, ella está bien, pero la pobre ha perdido a la criatura, lo siento chaval.
– Gracias.
(Comisario García) – El tipo ese era una bestia, me han dicho que te encontraron sólo con él en el callejón ¿es verdad?
– Sí, es cierto.
(Comisario García) – Y ¿me quieres explicar, cómo cojones un tipo como tú ha podido con un animal de dos metros y más de ciento cincuenta kilos de músculos, qué pasa, que eres un experto en artes marciales o algo así, o qué?
– No lo sé, no recuerdo nada.
(Comisario García) – ¡Ya claro!, entiendo, de todas formas ya te digo, entre lo del Guerra y esto, me estás poniendo a huevo lo del ascenso chaval.
– Gracias por todo, Comisario.
(Comisario García) – ¡Qué cojones, chaval! gracias a ti, y además, cualquier cosa que necesites, ya sabes donde me tienes eh, ¡Martínez!
(Agente Martínez) – Sí Señor Comisario.
(Comisario García) – Tenga las llaves de mi coche y lleve al chaval a su casa, que ya es hora de que descanse el hombre.
– No por favor, se lo agradezco, pero prefiero ir andando.
(Comisario García) – Como quieras chaval, pero por lo menos lávate un poco antes de salir, que vas hecho un cristo.


Me fui directo al hospital para ver a Merche. Pedro estaba sólo, sentado en uno de los bancos de la sala de espera. Al verme, me abrazó y se echó a llorar. Yo no sabía que decirle; me quedé allí con él haciéndole compañía. La pérdida del bebé fue un golpe muy duro en sus vidas.


Trayecto de la persecución al violador de Merche











El paso del tiempo hace mella en el singular edificio de La Manchega.




































EL MISTERIO DEL LOBO


A los tres días del suceso, por la tarde, recibí en casa de la Señora Concha la visita de Paloma “la muchacha a la que salvé de ser violada”. Quería darme las gracias personalmente, y salimos a dar un paseo.

Paloma tenía por aquel entonces veintitrés años “dos más que yo”, 1,71 m. y 1,79 m. sobre sus tacones. Vestía muy elegante; pelo castaño claro, liso y cortado a media melena, llamaba la atención por su belleza y formas de mujer sexy y modelo. Trabajaba de secretaria con horario de jornada intensiva, en una compañía de seguros ubicada en la Av. de Menéndez Pelayo. Hija única y algo mimada, vivía con sus padres en la Calle Ibiza esquina Doctor Esquerdo. Solía jactarse de ser una mujer libre, luchadora, amante de la libertad y reivindicadora de sus derechos. Debí de caerle bien, porque insistió en vernos nuevamente.

A raíz de éste último altercado, conseguí interpretar las palabras de mi Abuelo Bill sobre el lobo que llevaba dentro. Cómo llegó a saberlo él, era para mí un misterio que supuse jamás llegaría a resolver.

Comprendí, que por alguna razón que obviamente desconocía y ante situaciones violentas en las que algún ser querido estaba involucrado, emergía la furia del lobo que se suponía estaba en mi interior, provocándome ese dolor de cabeza que terminaba por anquilosar mi mente hasta anular por completo la capacidad para controlar mis actos; y ganada la contienda, el endiablado lobo actuaba según le marcaba su natural y sanguinario instinto animal, con el consiguiente peligro tanto para los demás como para mí, pues no siempre habría un Comisario García que me librase de las consecuencias de sus salvajadas. Llegado a esa conclusión, a partir de ese momento mi máxima prioridad no podía ser otra que la de encontrar la manera de controlar a esa bestia que formaba parte de mi ser.

Busqué ayuda exterior apuntándome a clases de Yoga en el gimnasio de Ruò sè; emplazado en la Calle de Francisco Silvela, junto a Diego de León. Como quiera que según los principios de la mencionada ciencia, el objetivo de su práctica busca purificar nuestro cuerpo y nuestra mente liberándonos de todas las perturbaciones, teniendo en cuenta que la armonía surge del equilibrio de las fuerzas del Yin y el Yang “fuerzas que se oponen y se complementan”; entendí que el estudio y la práctica de esta doctrina, me servirían de gran ayuda para alcanzar mi objetivo.

El lunes 2 de noviembre, me convertí en un yogui al comenzar las clases “de ocho a nueve de la noche, de lunes a viernes”. Al salir del gimnasio, seguía con mi hábito de recorrer las calles y los alrededores de Madrid hasta las seis de la mañana.

Esperanza “la mujer del hermano de mi Padre”, me llamó por teléfono el sábado 15 de noviembre para invitarme al cumpleaños de su hijo. Adolfito cumplía los diez años el lunes de la siguiente semana, y lo iban a celebrar en casa de sus abuelos paternos ese domingo. Le agradecí la invitación, y al día siguiente a las dos en punto de la tarde “tal y como me habían exigido” pulsé el timbre de la puerta de servicio.

La velada transcurrió a grandes rasgos de modo similar a la primera, ambiente sobrio y disciplina inflexible en un entorno familiar cargado de sentimientos reprimidos. Si acaso, la única novedad destacable digna de mención, fueron los disimulados roces de piernas que recibí por parte de Esperanza “sentada frente a mí al igual que en nuestra anterior reunión”, forzando con ello una situación que me llegó a resultar algo violenta debido a la información que me aportaban su olor y sus colores “brillantes, largos, oscilantes y cargados de matices intermedios verde y cyan”, los cuales no me dejaban lugar a dudas sobre sus adúlteras pretensiones.

En un principio, los fines de semana me llamaba Paloma y quedábamos para pasear por el retiro en las mañanas del sábado y domingo; además de elegante, guapa, culta y extravertida, también contaba con la suerte de haber vivido muchas experiencias en relación a su edad, lo que conllevaba que con ella las conversaciones fuesen muy variadas e interesantes. Y sin duda debían de serlo “para los dos” pues antes de terminar el mes de noviembre, ya nos veíamos todos los días, aunque entre semana fuese por poco tiempo.

Paloma detestaba los malentendidos, y para evitar posibles y desagradables confusiones, ella insistió en dejar muy claro el hecho de que su interés por mí era única y exclusivamente de índole amistoso. No obstante, como mujer actual y progre de lo que tanto le gustaba vanagloriarse, se empeñó “sin yo pedírselo”, en demostrarme su ausencia de prejuicios y tabúes instruyéndome en el conocimiento y las técnicas de los placeres físicos “caricias, besos…”. Paloma me caía muy bien, pero su olor corporal “al igual que en el caso de Delia”, no me llamaba especialmente la atención, por lo que la puntualización en cuanto a su interés hacia mi persona, no me supuso ningún inconveniente.

Por lo general, las mejores horas de cada día eran aquellas en las que me dedicaba a correr. Durante ese tiempo pensaba casi continuamente en mis montañas “sentía su ausencia, pero sin llegar a la añoranza”. En un principio la policía me paraba a menudo, extrañada al verme correr a tanta velocidad a esas horas de la madrugada como si estuviera huyendo de algo o de alguien “pensarían”; situación que fue mermando hasta extinguirse por completo con el pasar de los días y el transcurrir de los acontecimientos. De tal manera cambiaron de actitud, que incluso me saludaban amistosamente al cruzarse conmigo.

En el gimnasio de Ruò sè, además de la disciplina físico-mental del Yoga, se impartían otras como el Kárate, Full Contact, Boxeo… . Fue al ver combatir a otras personas en las distintas formaciones que se practicaban, cuando realmente me dí cuenta de la gran diferencia que existía entre ellos y yo. Nuestras fuerzas, rapidez de reflejos y resistencia, no tenían semejanza alguna.

El Maestro Ruò sè, se interesó por mí desde el inicio de las clases, y en gran medida gracias a su apoyo, mis avances fueron más diligentes de lo habitual. La práctica diaria de los ejercicios de meditación y relajación del Yoga, me ayudaba progresivamente a conectar la parte de mi mente consciente con la inconsciente. Gracias a ello conseguí controlar aún mejor mis sentidos, y lo más importante, comencé a preguntarme por el significado de las incógnitas más elementales de la vida, y a querer entenderlas.

A finales de noviembre, Merche “mi amiga y compañera de piso”, todavía afectada psicológicamente por lo sucedido, retomó los estudios con la intención de volver a hacer una vida normal “la misma que hacía antes de aquel horrible suceso”. Indudablemente, tanto ella como Pedro, jamás podrían olvidar tal trance; pero gracias a la fuerza de su juventud, a la pureza del amor que les unía, y al gran espíritu de superación con el que contaban, se iban recuperando progresivamente en un “relativo” breve espacio de tiempo.

Por entonces, mi interés en la lectura se había inclinado sobre todo hacia los idiomas “alemán, ruso, italiano, portugués, chino…”, cuantos más mejor. Gracias a mi memoria fotográfica y a mi afición hacia ellos, me resultaba extremadamente fácil asimilarlos. Casualmente, Merche también sentía esa misma vocación, y a mí me entretenía y gratificaba a nivel personal el hecho de poder ayudarla con el inglés y el francés “las lenguas que ella estudiaba”.

Nada más entrar en el gimnasio de Ruò sè el lunes 1 de diciembre, mi sentido del olfato quedó cautivado al percibir un olor personal tan especial y exclusivo, que me provocó la sensación de ser arroyado por una especie de tormenta eléctrica que erizó hasta el último poro de mi piel.

Los matices aromáticos eran femeninos, y la persona de la que provenían ya no se encontraba allí. La indeterminación de la duda no era ni mucho menos algo habitual en mí; no obstante, aquel olor me desconcertó de tal manera, que me hizo dudar sobre lo que debía hacer a continuación.

Superado el lapso, salí del gimnasio con la firme determinación de seguir el rastro de aquel efluvio aromático que me tenía embriagado como si de un hechizo se tratase.

No tuve necesidad de rastrear a ras del suelo, la persona a la que buscaba había salido del gimnasio recientemente, y las moléculas olorosas más volátiles de sus fluidos corporales, todavía eran abundantes y fáciles de seguir.

Me dirigí hacia Diego de León, proseguí por la acera de los números pares de la Calle de Francisco Silvela hasta llegar a Manuel Becerra, y al pasar la Calle de Alcalá, su rastro me forzó a cruzar la Calle del Doctor Esquerdo y continuar por ella en dirección a O’Donnell. Poco después, me vi forzado a parar y acercarme al suelo para poder seguir la busca. Me costó detectar sus moléculas de ácido butírico, por lo que deduje que las suelas de sus zapatos debían de ser gruesas y de goma.

Reanudé el rastreo por O’Donnell hacia la M-30, giré a la izquierda por la Avda. del Marques de Corbera, y al llegar a la altura del Parque de la Fuente del Berro, conseguí mi objetivo.

El aroma que tanto me atraía, provenía del interior del Parque. Frente a mí, a tan sólo 42 m. en línea recta, un grupo de jóvenes se daban palique ajenos a mi presencia “cinco chicas y cuatro chicos”. Mantuve la distancia desde un lugar en el que la dirección del aire me favorecía, para tratar de identificar a la chica del gimnasio.

Todas eran jóvenes, de entre dieciocho y veinte años “calculé”. Físicamente ninguna destacaba sobre las demás, aunque si bien es verdad; los ojos brunos, la piel morena, el pelo negro, liso y corto, la forma de hablar, y el brillo de los colores de una de ellas, llamó especialmente mi atención.

Pasados unos minutos decidí marcharme, pues al no tener más referencias y estar todas tan juntas, me era imposible distinguir cual de las cinco muchachas era la que yo buscaba.

Al día siguiente “martes”, me fui al gimnasio una hora antes con la esperanza de poder resolver lo más brevemente posible el renombrado enigma sobre aquel olor personal, que de tan singular manera me había cautivado. Ella no estaba, pero la magia de su olor “adherida a los inmuebles desde el día anterior”, todavía continuaba causando su fascinante efecto sobre mis sentidos.

Decidí quedarme en la calle junto a la puerta de entrada para verla llegar “en el supuesto de que volviese claro está”, pero no apareció, y a las ocho volví a entrar en el gimnasio para ejercer una hora más de aprendiz, en mi práctica diaria de Yoga. Me mantuve especialmente alerta durante toda la clase, e incluso esperé después en el interior del gimnasio trabajando los abdominales con las espalderas hasta que cerraron “a las once de la noche”. Toda la espera fue en vano, y muy a mi pesar, opté por olvidarme del asunto y marcharme a correr.

El miércoles, la dirección del aire coincidía con la mía “hacia Joaquín Costa”. Al acercarme a la puerta del gimnasio, la piel se me volvió a erizar y los latidos del corazón me golpearon más fuerte que nunca.


Parque de la Fuente del Berro.







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UN SIMPLE CONOCIDO


Nada más pasar, la vi practicando golpes de Full Contact contra el saco, y una ola de calor me subió por el cuerpo hasta concentrarse en la cara consiguiendo enrojecerla. Era ella, la chica de ojos oscuros y pelo liso, negro y corto. No lo pensé, directamente me fui al mostrador y le dije a Bruno “el encargado” que me cambiase a clases de Full Contact a partir de ese mismo día.

Con la excusa del frío, Paloma consiguió eludir poco a poco nuestras citas al aire libre. Salvo muy rara excepción, el lugar de encuentro era siempre el mismo, en su casa, en su habitación más concretamente. Las conversaciones eran cada vez más escasas e irrelevantes, no así las lecciones de sexualidad y erotismo, que por el contrario habían pasado a formar parte de un primer plano, debido a la insistencia por parte de Paloma para que fuesen progresivamente más reiteradas e intensivas.

Según me decía, siempre quedábamos solos porque los pocos amigos que tenía eran muy aburridos y no valía la pena quedar con ellos. Conforme nos íbamos conociendo, los colores de su vida tomaban matices diferentes, que al no ser capaz de entender con claridad, me tenían desorientado, llegando incluso a producirme una cierta sensación de malestar.

En el gimnasio, durante la primera semana de entrenamiento en las clases de Full Contact, me limité a practicar todos los movimientos y combinaciones posibles con ambas manos y piernas. Miguel “cinturón negro tercer Dan en la disciplina del Full Contact”, nos marcó como meta prioritaria conseguir la lateralidad a la hora de practicar éste deporte.

Al resto de los compañeros se les notaba una tendencia marcada hacia el uso de la mano y pié del lado derecho “excepto a Marcos, que por ser zurdo, la tendencia era contraria”. En mi caso, utilizar indistintamente un lado u otro del cuerpo a la hora de golpear, no me supuso dificultad alguna en ningún momento.

Miguel me permitió a los pocos días practicar el combate con los compañeros más avanzados, a los que indicó que se limitasen solo a marcar los golpes para evitar que me lesionaran “pese a contar para mi seguridad con todas las protecciones habituales”.

En un principio y como medida de precaución por mi parte “hacia los demás”, me limité a parar, bloquear y desviar los golpes del contrario. Por suerte o desgracia, mi disposición para evitar riesgos resultó efímera “Miguel me insto pronto a que golpeara yo también”.

Consciente de mi superioridad, procuraba aplicar la mínima fuerza en los golpes para no lastimar a mis rivales, y todo fue bien, hasta que lancé mi primera patada con revuelta.

Mi rival quedó aturdido durante unos segundos tumbado en el Tatami, aunque afortunadamente y gracias al casco acolchado que le protegía, el incidente no tuvo mayores consecuencias.

Miguel me pidió quedarme hasta las once para hablar conmigo. Cerrado ya el gimnasio, y con la única compañía del Maestro Ruò Sè…
(Miguel) – Bueno Sharf, ya se que nos has dicho que nunca antes habías practicado ningún arte marcial, pero entenderás que estemos confundidos por la rapidez con la que aprendes, no sé, quizás halla algo que quieras decirnos.
– Desde pequeño he tenido siempre una gran facilidad para la lucha, pero no se por qué.
(Miguel) – ¿Todas esas cicatrices, son marcas de las peleas que has tenido, te gusta pelear?
– Que yo sepa, sólo he luchado en defensa propia, y no, no me gusta pelear.
(Ruò Sè) – Hay algo en ti que te hace diferente a los demás, como por ejemplo ahora, que me has mirado a los ojos porque sabías que yo te iba a hablar, anticipándote incluso a mi decisión consciente de hacerlo; estoy convencido de que has venido en busca de ayuda, lo se desde hace tiempo igual que tu sabes que puedes confiar en nuestra discreción, queríamos hablar contigo para proponerte que nos eches una mano con las clases de Full Contact, el número de gente que viene al gimnasio ha aumentado mucho últimamente, y Miguel y yo ya no damos abasto para atender a todo el personal por las tardes; por supuesto te pagaríamos las horas, en realidad sería lo mismo que ahora solo que cobrando en lugar de pagar, no obstante y si no tienes inconveniente, nos gustaría hacerte una prueba ahora combatiendo contra Miguel, para saber realmente al nivel en el que estas.
– Combatiré contra Miguel pero sin darle golpes, sólo barridos y defensa, por esta noche no quiero más sustos.

El combate duró hasta que mi profesor se agotó físicamente “poco más de cuatro minutos”. Por más empeño que puso, no consiguió ningún punto. Yo cumplí con mi palabra y me limité a bloquear, parar, desviar sus golpes, y hacerle un barrido sin llegar a derribarle. Miguel intentaba disimular, pero como se suele decir, terminó con un cacao mental que no se aclaraba. Por fortuna, el Maestro Ruò Sè consiguió asimilar la experiencia bastante mejor que él.

Acordamos que les ayudaría con las clases de Full Contact, cuatro horas de lunes a viernes, de cinco a nueve de la noche “ellos querían que me quedase hasta las diez, pero la chica de pelo y ojos negros salía a las nueve, y yo mantenía la esperanza de poder acompañarla algún día con la excusa de terminar a la misma hora”.

Ajustamos el precio por hora a 350 Ptas., de esa forma los gastos de la pensión quedaban prácticamente cubiertos, y me quedaba tiempo para la lectura, ayudar a Merche con sus estudios, y por supuesto seguía teniendo toda la noche libre para poder correr todo lo que quisiera; bueno, en realidad ya no tenía toda la noche libre, porque en lugar de verme con Paloma antes de ir al gimnasio, lo hacía al salir, y entre unas cosas y otras, no marchaba a correr antes de las once.

En la mañana del sábado 20 de ese mismo mes, Paloma insistió en que la acompañase al Corte Ingles de Goya. Llevaba varios días empeñada en que hacía ya mucho frío como para seguir vistiendo de manga corta, y quería regalarme algo de abrigo con motivo de la Navidad. Me compró una cazadora vaquera y terminó convenciéndome para que me la llevase puesta.

Al salir del centro comercial, me forzó a realizar un giro brusco e inesperado pegándome un tirón del brazo izquierdo “del cual solía ir firmemente agarrada”…
(Jessica) – ¡Paloma!, ¡Paloma!
(Paloma) – ¡Ah, hola chicas, no os había visto! ¿cómo vosotras por aquí? “la cara de Paloma enrojeció”.
(Penélope) – Pues ya ves, de compras.
(Jessica) – Bueno chica, qué ¿es que no nos vas a presentar?
(Paloma) – Ah, sí claro, bueno, éste es Sharf, un conocido del barrio, hemos coincidido aquí y, bueno pues, ellas son, Jessica y Penélope.

Las dos me saludaron sonrientes con un beso en cada mejilla; por su parte a Paloma, la situación no parecía hacerle ninguna gracia…
(Jessica) – ¡Vaya pues, para ser sólo un conocido, se te veía muy acarameladita ¿no?!
(Penélope) – ¡Anda que sí, porque, ni siquiera a Ignacio le agarras de esa manera, claro que, hay que reconocer que un conocido así, no se pilla todos los días!
(Paloma) – Pero qué dices chica, si me agarré de su brazo porque había tropezado, ¿verdad Sharf? “la miré sin contestar, sus colores me tenían tan confundido, que no sabía qué decir”.
(Jessica) – Bueno, ¡tu conocido! parece que es hombre de pocas palabras, claro que, tampoco las necesita ¿verdad Penélope?
(Paloma) – ¡Venga ya chicas, dejar en paz a Sharf!
(Penélope) – ¡Bueno vale chica, no te pongas así!
(Jessica) – ¡Supongo que irá a tu casa en Nochevieja ¿no?!
(Paloma) – No creo, seguramente habrá quedado con sus amigos, ¿verdad? “me miró a los ojos con gesto de complicidad, a la que no quise someterme”.
– Pedro y Merche me han dicho que este año no van a celebrar la Nochevieja, me iré a correr como una noche más “la cara de Paloma se volvió a ruborizar”.
(Jessica) – ¡Qué dices chaval, si no tienes otro compromiso, vente con nosotros a casa de Paloma, allí lo celebramos todas las Nocheviejas y lo pasamos de fábula, ¿no, Paloma?!
(Paloma) – Pues no se, él no conoce a nadie del grupo y es muy tímido, no creo que se lo vaya a pasar bien, la verdad.
(Jessica) – Bueno Sharf, ¿tu que dices, prefieres pasar la Nochevieja en nuestra compañía, o haciendo futin?
– Si Paloma me invita, iré a su fiesta “los matices intermedios rojos y oscilantes de Paloma, eran más desconcertantes que nunca”.
(Jessica) – ¡Pues claro que te invita, faltaría más, ¿verdad Paloma?
(Paloma) – ¡Hombre, pues, claro!

De camino a casa, no mediamos palabra salvo para concretar la cita de Nochevieja. Había algo en la aptitud de Paloma que ni entendía ni me gustaba, pero tampoco quería anteponer mi curiosidad a nuestra amistad. Pensé que si debía decirme algo, era mejor que lo hiciese sin ser forzada a ello por mis preguntas.

Mi tía Rosa me llamó por teléfono para desearme feliz Navidad, y aprovechó para disculparse por no ser invitado a la cena de Nochebuena; sus padres y el hermano de mi Padre, se habían negado en rotundo a mi asistencia por más que ella la había requerido. Tampoco me informó sobre los motivos que tenían para tomar tal decisión, ni yo le pregunté, en realidad la noticia no me sorprendió en absoluto.

Esa Nochebuena, la Señora Concha le encargó a Merche un menú especial para celebrar el acontecimiento. Insistieron en que me quedara a cenar con ellos, y accedí gustoso por la compañía. El único ausente fue el campechano locuaz de Don Pablo, que había marchado a pasar las Navidades con su familia en Molina de Segura “su ciudad natal”.

Paloma dejó de llamarme desde el día que coincidimos con sus amigas, y no nos volvimos a ver hasta la noche del treinta y uno, en la fiesta que dio en su casa.

Llegué después de las uvas, tal y como ella me lo había pedido. Sus padres “de edad avanzada” descansaban ya en su dormitorio “al final del pasillo”. El resto de los invitados “inmersos en un ambiente de animado cotillón”, habían llegado antes de las doce para celebrar juntos los últimos segundos del 80.

Me abrió la puerta Penélope, y nada más verme se lanzó a mis brazos para felicitarme el nuevo año con tanta naturalidad y fogosidad, que parecía conocerme de toda la vida.

Llegué convencido de que pararía la mayor parte del tiempo con Paloma, dado que era la única persona en la fiesta con la que tenía confianza. Sin embargo y para mi desconcierto, ella no se despegó prácticamente en ningún momento de Ignacio “su novio desde que eran unos crios, según me enteré después”, de hecho, apenas me dirigió la palabra en toda la noche, manteniendo en todo momento hacia todos en general, un semblante paradójicamente enojado.

Penélope fue quien me presentó a los demás, y al poco, Jessica y Raúl se unieron a nosotros formando así el grupo de los sin pareja. Jessica y Penélope no pararon en toda la noche de atosigarme con preguntas graciosamente camufladas entre arrumacos, besuqueos y achuchones. Por su parte Raúl, se conformó con soportar la vela pacientemente hasta el final, como me temo estaba ya acostumbrado.

Para mí fue una noche entretenida, después de todo, los amigos de Paloma no resultaron ser ni tan escasos, ni tan aburridos como ella se había empeñado en hacerme creer.



Casa Don Pablo "Molina de Segura - Murcia".
               





















SOSPECHAS


Pasadas las fiestas, volvió al gimnasio Fanny “la muchacha de ojos brunos y cabello liso y negro”. Temía tanto hablar con ella, que de no haber sido yo su monitor, no creo que me hubiese aventurado a dar ese paso.

Fanny tenía una fuerte tendencia a mostrarse diestra a la hora de golpear, y le irritaba mucho el que yo la forzase a utilizar más su lado no dominante. Con las piernas se mostraba muy hábil, y también se enojaba cuando le pedía que practicase más los golpes de puño. En cualquier caso, lo que más me llamaba la atención, era el cambio de temperamento que le producía la práctica del Full Contact. Cuantos más golpes daba, más se enfurecía.

Por aquel tiempo, yo ya era capaz de interpretar con cierta precisión los colores de las personas “pese a la distorsión que la ropa producía en ellos”, y aquel lunes 26 de enero, los largos y oscilantes hilos con matices rojos intermedios que emergían de la zona más íntima de Fanny, terminaron por confirmar mis sospechas en relación a un daño que casualmente reaparecía todos los lunes “al menos desde que yo la conocía”.

No había vuelto a saber nada de Paloma, hasta el viernes de esa misma semana. El día anterior había cumplido los veinticuatro, y con ese pretexto insistió en vernos y aprovechar así para explicarme su extraño comportamiento.

Hacía frío “según ella”, paseábamos por el bulevar de la Calle Ibiza, y al llegar a la altura de Maiquez decidimos entrar en la taberna La Manchega. Nos sentamos al fondo a la derecha, en su rincón preferido “y el único, por cierto”. El mármol cuarteado de la mesa que ocupábamos y las patas de hierro forjado que lo soportaban, hacían honores al exiguo edificio que los albergaba.

No era la primera vez que tomábamos algo en el interior de aquella curiosa tasca. Desde el suceso del Callejón, Paloma estaba muy agradecida por las atenciones que en aquel momento recibió de aquella humilde familia, y le gustaba pasar a saludarlos de vez en cuando.

La Sra. Chón, nos puso una tapa de sangre frita con cebolla y guindilla picante, y el Chato “su hermano”, la cerveza y el agua…
(Paloma) – Veras Sharf, entiendo que estés molesto, pero, yo tampoco esperaba que las cosas fuesen a tomar éste rumbo.
– ¿A qué te refieres?
(Paloma) – Pues, ya sabes, supongo que te habrás dado cuenta de que mis sentimientos hacia ti, en fin ¿qué quieres que te diga?, ¡tampoco hace falta que me lo pongas tan difícil! digo yo.
– Se suponía que éramos amigos, y por eso no entiendo que no me dijeses que tenías novio, y mucho menos que hayamos estado manteniendo relaciones sexuales.
(Paloma) – Bueno mira, veras Sharf, Ignacio y yo nos conocemos desde que éramos unos crios, él tiene un buen trabajo y es de muy buena familia, yo que se, siempre he supuesto que era con él con el que tendría que formar una familia cuando llegase el día, pero la verdad es que entre nosotros nunca ha habido así lo que se dice, pasión ¿sabes?, es más, para él, se supone que soy virgen, ¡entiéndeme, no te vayas a pensar ahora, que yo voy por ahí acostándome con cualquiera!, pero la verdad es que la imagen que te he dado de mujer liberada y demás, difiere por completo de la que tengo ante mi familia y mis amigos; cuando te conocí, sin saber por qué, me inventé un personaje totalmente diferente al que corresponde con mi realidad cotidiana y aburrida, quizás fue por eso, por que estaba aburrida y cansada de llevar esa vida que cada día me resulta más patética, por lo que me comporté contigo de esa manera, lo cierto es, que me he dado cuenta de que tú has despertado en mí unos sentimientos muy especiales, y que hecho de menos, vamos, que es la primera vez que siento algo así por alguien ¿sabes?; veras, estoy pensando en cortar con Ignacio.

En esta ocasión era sincera, sus colores lo confirmaban...
– Ya sabes que tengo poca experiencia en este campo, pero si no estas enamorada de Ignacio, creo que haces bien en cortar con él, de esa manera evitarás hacerle daño a él, y a ti misma.
(Paloma) – Entonces tú y yo, podríamos pensar en una relación de algo más que amigos ¿no?
– ¿Más que amigos?, no te entiendo.
(Paloma) – ¡Pues está bien claro!, ya te he dicho que te echo de menos ¿no? y que lo que siento por ti va más allá de una simple amistad ¿entiendes? ¡¡y que hasta estoy pensando en dejar a Ignacio, coño!! ¡yo creo que está muy claro lo que quiero ¿no te parece?!
– Siempre me has caído bien Paloma, y juntos hemos pasado muchos buenos momentos, pero hasta ahora no he notado nada que me haga pensar que entre nosotros pueda llegar ha haber algo más que una buena amistad.
(Paloma) – Pero, ¡¿cómo puedes decir eso Sharf, y entonces, todas las veces que hemos hecho el amor, todos esos momentos no han significado nada para ti?!
– Yo no he hecho nunca el amor, ni contigo ni con ninguna otra persona, siempre que hemos mantenido relaciones ha sido a petición tuya, y se suponía que se trataba sólo de sexo y nada más, según tú dejaste muy claro desde el principio.
(Paloma) – ¡¡Por Dios Sharf, ¿pero en qué mundo vives, tan torpe eres como para no saber distinguir lo que siente una mujer cuando está contigo?!!
– Lamento decepcionarte Paloma, pero en lo concerniente a nuestra relación, yo siempre he sido honesto, eres tú quien ha jugado a no sé todavía qué.

Paloma se vino abajo. Inclinó la cabeza y se tapó la cara con las manos para ocultar la humedad de sus ojos, y los involuntarios espasmos en su rostro…
(Paloma) – Tienes razón Sharf, perdóname por favor, no quería decir eso, en realidad no sé ni lo que quiero decir, está claro que he metido la pata hasta el fondo, soy una tonta, no merezco ni que me hables.
– Anda calla, que si sigues diciendo esas cosas, no voy a tener más remedio que darte la razón, y pensar que eres una tonta de verdad.

Sonrió, tomó un trago de cerveza, y extravió la mirada durante el tiempo que necesitó para calmarse. Ése sábado, comía con sus padres en un restaurante para celebrar su cumpleaños. Acordamos proseguir con nuestra amistad, aunque con algunas cortapisas por mi parte “en lo sucesivo quedaríamos siempre en lugares públicos, y nos abstendríamos de mantener relaciones sexuales”. Paloma se reafirmó en su determinación de cortar con Ignacio, y se mostró convencida de conseguir enamorarme en poco tiempo.

Una tarde de corrillo en casa de la Señora Concha, comentaban las noticias sobre varios asesinatos ocurridos en Madrid durante los últimos meses, y que casualmente tenían el mismo modus operandi. Las cinco víctimas “varones y con antecedentes policiales por delitos de sangre” habían sido golpeados brutalmente en la cabeza hasta quedar irreconocibles. Unos aprobaban el gesto del supuesto asesino, y otros lo censuraban.

¡Cinco víctimas! “pensé”. Quizás yo conociese a dos de ellas, pero ¿y las otras tres?

Superada la comunitaria tesis sobre el asesino en serie, tomó la palabra Don Pablo. Como buen profesional de su trabajo, conocía a mucha gente y caía bien a todos. Hablador incansable y con una memoria prodigiosa; el afable murciano, disfrutaba y hacía disfrutar contando anécdotas sobre su interminable pasado, o conversando simplemente sobre cualquier tema que pudiera resultar de interés. En una de esas, mencionó su intención de invertir en algún piso del edificio que acababan de construir en la Avenida de Menéndez Pelayo esquina Ibiza. El promotor era amigo suyo y se lo había ofrecido como una buena inversión. Le comenté que yo también podría estar interesado, llamó a su amigo, y quedamos para ver las viviendas al día siguiente.

Don Pablo compró un piso en la segunda planta, y yo dos en la cuarta “todos muy amplios”. Los míos eran contiguos; el más pequeño contaba con 128 m. habitables y tenía vistas a la Calle Ibiza, el otro daba forma al chaflán del edificio “al igual que el de Don Pablo”. Las viviendas eran de lujo “como no podía ser de otra forma dado el lugar”, pero me salieron muy bien de precio gracias a la mediación de mi dispuesto compañero “poco más de veintidós millones entre las dos”.

Por las noches, cuando salía a correr y me cruzaba con perros callejeros; era frecuente que me siguieran. En el momento en que paraban presos del cansancio, les echaba algo de comida como muestra de agradecimiento por su compañía.

En las calles de Madrid y sus alrededores, mis únicos predadores naturales eran los de mi propia especie, algún que otro maleante despistado o simples gamberros que intentaban salir de su patético aburrimiento a mi costa, y a los que me resultaba extremadamente fácil eludir sin necesidad de enfrentarme a ellos.

Las cosas iban bien en el gimnasio. A mediados de Febrero, ya mantenía cortas conversaciones con Fanny “relacionadas con el Full Contact, por supuesto”, y ese miércoles, por fin me atreví a dar el paso…
– ¡Disculpa Fanny! ¿vas en dirección a Odonel?
(Fanny) – Si ¿por qué?
– No bueno, es que yo, voy en la misma ritención y, bueno pues, es sólo ppor si, podría acontamarte “jamás había sentido tanta vergüenza y miedo a la vez, se me trababa la lengua y la cara me ardía”
(Fanny) – Hhhh…, bueno, como quieras “sentí un alivio enorme, había superado ya lo más difícil, creí”.

Al igual que en otras ocasiones, como no sabía que decir, no decía nada; tampoco me hacía falta, me sentía tan afortunado por estar acompañando a Fanny, tan absorto en mi mundo de olores y colores, que perdí la noción del tiempo...
(Fanny) – ¡No eres muy hablador, eh! “la miré sin saber qué decir, y la cara se me volvió a calentar”, ¡joder! la verdad es que eres un tipo raro eh, en pleno invierno y de manga corta, y todas esas cicatrices por todas partes, y encima para colmo, cuando me pides acompañarme ¡te pones nervioso; un tipo como tú, que se supone que las debe de tener a pares! lo que te digo chaval, un tipo raro.
– Cuando hablo contigo me pongo nervioso, y algo así nunca me había pasado, si eso es raro, tienes razón, soy un tipo raro; verás, me gusta el frío, hasta hace poco vivía en el norte de Canadá y allí las temperaturas son mucho más bajas.
(Fanny) – ¡Anda, ¿eres extranjero?!
– Nací en Canadá, mi Madre era natural de Alaska y mi Padre Madrileño, vine a Madrid en junio del año pasado para conocer a la familia de mi Padre, y tengo las dos nacionalidades.
(Fanny) – Has dicho que tu Madre, ¿era?
– Sí, mis Padres fallecieron allí, en Canadá.
(Fanny) – ¡Vaya, joder que palo, lo siento tío!, ¿y con quién vives ahora?
– Tengo alquilada una habitación en un piso de la Calle doce de Octubre.
(Fanny) – ¡Ah!, pensé que vivirías con alguien de la familia de tu Padre, por cierto, ¿cuántos años tienes?
– Veintiuno.
(Fanny) – ¡Joder! pues yo te echaba veintitrés o veinticuatro, bueno, la verdad es que, si no fuese por lo de las cicatrices, no parecerías tan mayor, bueno, pues yo me quedo aquí, tú sigues para doce de Octubre ¿no?
– Todavía no, por las noches hago futin antes de recogerme.
(Fanny) – A mí también me vendría bien salir a correr de vez en cuando, pero entre el trabajo, el gimnasio, y los amigos, total, que nunca encuentro el momento, pues nada, hasta el viernes.
– Muy bien, ya nos vemos…

Esa noche, me pareció volar en lugar de correr “o en lugar de hacer footing, como lo llamaban ellos”. Cada día me sentía más atraído por Fanny; su olor, sus colores, su piel, sus ojos negros, su pelo, todo en ella era perfecto, y por fin aquel día, había conseguido acompañarla y hablar con ella fuera del gimnasio.

Deseaba, o mejor dicho, necesitaba seducirla de alguna manera; pero no sabía cómo. Pensaba en lo fácil que sería si me pudiese guiar por la misma ley que en mis montañas. Pelearía por ella sin otra opción que la victoria o la pérdida de los colores de mi vida.

Para mi desgracia, en Madrid no era tan fácil. Conseguir que Fanny se fijara en mí, se me antojaba una hazaña tan complicada e improbable, que temía estuviera fuera de mi alcance; aunque si bien es verdad, la insignificante probabilidad de poder lograrlo, me hacía sentir una misteriosa sensación de fuerza interior que nunca antes había experimentado; un sentimiento tan fuerte y contradictorio, que se volvía contra mí al impedirme pensar con claridad.


Mi primer paseo con Fanny.


















PATÉTICA ENCERRONA


El viernes de esa misma semana, Fanny se mostró más relajada y más segura en la lucha cuerpo a cuerpo de lo que era habitual en ella. Ni siquiera se enojó “como era su costumbre” al rectificarle alguno de sus errores...
(Fanny) – ¿Sales ya?
– Sí, siempre me voy a esta hora.
(Fanny) – ¡¿Hoy también me vas a acompañar?! “preguntó, en tono ocurrente”.
– ¿Puedo?
(Fanny) – ¡Pues claro hombre, anda vamos, que te espero!

Y así, como el sueño que me parecía estar viviendo, el acompañarla al salir del gimnasio se convirtió en algo normal; lo que me daba a entender que cuando menos, mi compañía le resultaba grata “que ya me parecía un mundo”.

El 3 de marzo cumplió 20 años “me lo comentó unos días después”. Lo celebró con sus amigos, entre los que para mi desgracia no me encontraba yo.

Como ya os dije, mi tía Rosa nació un 12 de Marzo. El domingo 15, iban a celebrar el 47 aniversario de su nacimiento en la casa de sus padres, como era costumbre todos los años; y con ese motivo me llamó por teléfono…
(Tía Rosa) – ¡Hola Sharf! ¿cómo estas? soy tu tía Rosa.
– Hola tía, yo bien, ayer fue tu cumpleaños, felicidades ¿cómo estáis?
(Tía Rosa) – Todos bien gracias, te llamo porque el domingo vamos a celebrar mi cumpleaños en casa de los abuelos, y nos gustaría que fueses.
– ¿Estas segura de que los abuelos y el tío quieren que yo vaya?
(Tía Rosa) – Pues claro que sí Sharf, me lo han pedido ellos precisamente, ah, y que a ver si puedes ir algo antes de las dos para charlar un poco antes de la comida.
– Muy bien, pues allí nos vemos.

Me extrañó ese cambio de aptitud; no sabía a qué se debía y tampoco quise darle mayor importancia.

En esa ocasión, Benita me hizo pasar por la puerta principal, y al entrar en el salón, todos expresaron alegría al verme; aunque en algún que otro caso, los colores de sus vidas y sus semblantes, eran más bien opuestos…
(Tío Ernesto) – Bueno, bueno, bueno, Sharf, y ¿qué tal sobrino, cómo te va por Madrid?
– Bien, gracias.
(Tío Ernesto) – ¡Oye, ya nos hemos enterado que te has comprado dos pisitos aquí al lado ¿eh?, que calladito te lo tenías, pillastre!
– Como nos vemos poco, no había tenido ocasión de comentároslo.
(D. Adolfo) – ¡Pero hombre por favor, precisamente eso lo hemos hablado nosotros en más de una ocasión ¿por qué no vendrá más nuestro nieto Sharf a vernos? ya ves, si nosotros estamos encantados cuando nos visitas!
– Bien, si queréis, vendré más a menudo.
(D. Adolfo) – Pues claro hombre, pues claro, ven cuando quieras, si nosotros estamos encantados de que te hayas venido a vivir aquí a Madrid, junto a tu familia.

Mis oídos no daban crédito a toda aquella parafernalia, y ya en la sobremesa…
(Tío Ernesto) – Estoy pensando papá, que, ya que Sharf es de la familia, como uno más por supuesto, pues, que lo correcto sería que formase parte de la empresa familiar, como por otra parte le corresponde por la sangre que lleva en sus venas, ¿no os parece?
(D. Adolfo) – ¡Hombre por supuesto, faltaría más, eso está hecho ¿cómo podríamos hacerlo Elena?!
(Doña Mª Elena) – Ah nada, en su caso y como excepción no habría ningún problema, él sólo tendría que aportar una pequeña parte de capital y automáticamente pasaría a formar parte de la sociedad familiar.
(Tío Ernesto) – ¡Oye ¿qué me dices? así, tan fácil, entonces, enhorabuena sobrinito, por fin te vas a poder integrar de pleno en la familia como te corresponde! “me felicitó con un efusivo abrazo”.
– Muy bien, y ¿cuánto dinero tendría que entregar?
(Tío Ernesto) – ¡Nada hombre, poca cosa ¿verdad mamá?!
(Doña Mª Elena) – Hombre, tratándose de él, con doscientos millones más o menos, sería suficiente.
– Yo, solo tengo poco más de nueve millones.
(Tío Ernesto) – ¡Como que poco más de nueve millones, estás de broma o qué, anda, es que no ves que nosotros tenemos contactos a todos los niveles y sabemos perfectamente que estás forrado, venga ya, déjate de coñas que con el dinero no se juega!
– Creo que lo mejor es que me vaya.
(D. Adolfo) – ¡¡Hombre, esto si que es bueno, después de todo lo que estamos haciendo por ti, que te estamos ofreciendo nuestra casa, nuestro negocio, nuestros corazones, todo lo que tenemos para que formes parte de nuestra familia como uno más, y encima vas y nos faltas al respeto con ese desaire ¿acaso crees que eso es serio por tu parte?!!
– No se por qué lo hacéis, pero se que no estáis siendo honestos conmigo, y por eso lo mejor es que me vaya, adiós.
(Tío Ernesto) – ¡¡¡Oye tú, se puede saber qué es lo que estás insinuando, a nosotros nadie nos hace un desplante así, te vas a arrepentir, vete, vete, vete y vuelve a tus montañas que es donde tendrías que estar, al fin y al cabo sólo eres un salvaje, y que sepas que aquí ya no tienes ninguna familia, sabes, ninguna, fuera de esta casa, animal…!!! “continuó intentando ofenderme con sus necios y exiguos insultos, hasta después incluso de haber salido de la casa”.

Al día siguiente me llamó mi tía Rosa. Avergonzada y dolida por lo sucedido, me pidió disculpas por haber sido ella la que de alguna manera me había metido en aquella encerrona, y aprovechó para ponerme al día sobre la situación familiar. Me comentó, que la empresa familiar “de la cual el 51% de las acciones estaba a nombre de la madre de mi Padre, y el resto en tres partes iguales”, necesitaba urgentemente de efectivo, por encontrarse en una difícil situación económica a causa del despilfarro y mala gestión por parte de su hermano, ya que al jubilarse los viejos “según palabras textuales”, éstos delegaron en su hijo varón todos los poderes “a pesar de que mi tía era economista, y él no pasó del bachillerato”, haciendo así gala de su consabido machismo, y habían pensado en mí porque alguien “no sabía quién” le había dicho a su hermano, que yo tenía una inmensa fortuna y que la estaba invirtiendo en pisos a diestro y siniestro. De haberlo sabido “me dijo”, jamás hubiese sido cómplice de semejante bajeza. Realmente se mostró muy afectada, y aunque lógicamente no podía ver sus colores a través de la línea telefónica, sus palabras me parecieron muy sinceras.

Pedro y Merche, me ayudaron a elegir los pocos muebles que compré para mi piso “el de la esquina”, y a primeros de Abril hice el traslado de mis enseres, o sea, la mochila, algo de ropa, los diarios de mis Padres, las tres fotografías de mi álbum familiar, y el mazo.

Mis dos amigos, estaban ahorrando para la entrada de un piso a las afueras de Madrid, y mientras tanto, les ofrecí vivir en el que yo tenía vacío; a cambio Merche me prepararía la comida del medio día, y se encargaría de la limpieza de mi piso. Ellos se negaron en un principio alegando que era un abuso por su parte, pero al final el buen juicio se impuso, y accedieron.

Por las mañanas me surgió la oportunidad “gracias a la Señora Concha” de dar clases de ingles y francés a tres chicos del barrio en domicilios diferentes. Después de la comida, seguía ayudando a Merche con sus estudios, y por la tarde, al gimnasio de 5 a 9. Entre unas cosas y otras, en el mes de Mayo, ya ganaba lo suficiente como para costear los gastos de los dos pisos, los míos y ahorrar algo.

Al llegar al la altura de O’Donnell…
(Fanny) – Éste fin de semana voy a ir con mis amigos a una cueva para hacer psicofonía ¿quieres venirte?
– Por mí sí, pero tus amigos no me conocen, no se ellos qué pensarán.
(Fanny) – ¡Ah bueno! pues si quieres te vienes ahora conmigo y te los presento, hoy estarán todos en el parque seguramente.
– Muy bien.
(Fanny) – ¡Hola chicos! mira, os presento a Sharf, mi profe de full contact.
(Gregorio) – ¡¡Ay va la hostia, pero si es el correperros!!
(Fanny) – ¡¿De qué vas, chaval?!
– No te preocupes Fanny, creo que sé por qué lo dice, supongo que ése es el apodo que me habéis puesto los taxistas ¿verdad?
(Gregorio) – ¿Es que me conoces?
– Claro, nos cruzamos casi todas las noches, tú en tu taxi y yo corriendo, y como a veces me siguen algunos perros, de ahí el mote de correperros ¿no?
(Gregorio) – Joder chaval, perdona, no era mi intención ofenderte, pero es que, tienes que reconocer que no es normal que un tío se tire todas las noches corriendo por las calles de Madrid, y además con manga corta en pleno invierno.
– No hay problema, correperros no está mal.

Resultó que casualmente, ya conocía de vista a uno de los amigos de Fanny, aunque no sabía su nombre. Gregorio conducía por las noches el taxi de su tío, y era uno de los mejores amigos de Fanny. Lola “la novia de Gregorio”, vivía en el mismo bloque que Fanny, y era su única íntima amiga. También estaban Paloma, Judit, Mónica, Nuria, Santiago, Julián y Lucas, todos con colores positivos y de carácter afable.

La cueva donde realizaban las pruebas de psicofonía se encontraba en Algete. Fanny y yo fuimos en el coche de Gregorio “un amplio SEAT 1500”. Lola se sentó delante, Julián detrás de Gregorio, y Fanny en el centro. Nunca había estado tan cerca de ella, salvo en el gimnasio, durante su entrenamiento, en aquellos anhelados y fugaces instantes en los que me propinaba sus livianos golpes. Seguramente por eso el viaje se me hizo tan corto “teniendo en cuenta lo poco que me gustaba montar en coche”.

Por aquellos tiempos, la cueva no tenía uso, pero anteriormente la utilizaban para cultivar setas. Se trataba de una cavidad artificial de unos 45 m. de longitud y forma de segmento oval completo, con una sola entrada “situada en el punto de la curva que daba origen a su simetría”, y que no tenía más de dos metros entre paredes.

Eran las cinco de la tarde, y la ausencia de nubes, permitía a la luz visible adentrarse unos metros en el interior de la cueva. Entramos en fila india; Gregorio y Lola los primeros, Fanny delante de mí, y yo el último. Teníamos que recoger la grabadora que una semana antes, ellos mismos habían instalado en la zona más alejada a la entrada.

Buscando la broma, Julián sugirió la posibilidad de que alguien pudiera estar escondido aprovechando la total oscuridad de aquel pasillo, que para algunos, comenzaba ya a parecer demasiado largo. Gregorio prendió un mechero “la única iluminación auxiliar de la que disponíamos”, y las sombras que la llama dibujaba aleatóriamente sobre las paredes y techo, comenzaron a causar un efecto de pánico para la mayoría de ellos.

El que más y el que menos, se esforzaba en seguir la broma, pero desde mi posición podía ver perfectamente cómo sus colores iban tornándose en tonos rojos fluctuantes. Julián y Gregorio, no paraban de bromear para meter miedo al personal, y los demás se lo recriminaban cada vez con más insistencia, algunos hasta con enfado.

Antes de llegar al lugar donde se encontraba la grabadora, el miedo doblegó la resistencia de Fanny, y cedió ante la necesidad de aferrarse a alguien que le ofreciera seguridad…
(Fanny) – ¡Joder, qué jilipollas! “exclamó, agarrando con fuerza mi brazo izquierdo con sus dos manos”.

La sensación que me provocó su reacción fue tan fascinante, que me hubiese sumido en un momento perfecto, de no ser por el contradictorio sentimiento de culpabilidad que me hacía sentir el saber, que aquella situación la había causado el miedo que Fanny sufría en ese momento.

Santiago recogió la grabadora, y al mismo tiempo se agotaron las bromas. El camino hacia la salida se les hacía eterno, y un silencio sepulcral invadió el ambiente. Al ver los primeros indicios de luz, comenzaron todos a correr hacia la salida como si el mismísimo diablo les siguiese; gritando sin parar entre bromas y miedos hasta subir la rampa exterior que daba acceso a la cueva.

Después, en casa de Gregorio, estuvimos escuchando los sonidos que quedaron registrados en la cinta, y que se suponía procedían de voces de algún que otro muerto. Desde aquel día, pasé a formar parte del grupo de los amigos de Fanny.



La oscuridad de la cueva, descubre los ojos del lobo que llevo dentro.














EL ROMPECABEZAS


Aunque seguía sin soñar “o al menos sin recordar mis sueños”, Fanny se había convertido para mí en una utopía que no me resignaba a asumir eternamente, y por eso en mis pensamientos le puse el sobrenombre de sueño.

El lunes 18 de mayo a las nueve y media de la mañana, sonó el timbre de casa. Era Esperanza “la mujer de Ernesto, el hermano de mi Padre”. Me puse el pantalón corto vaquero y abrí la puerta…
– ¡Hola Esperanza, ¿cómo tu por aquí?!
(Esperanza) – Buenos días Sharf, necesito hablar contigo, ¿puedo pasar?
– Claro, pasa por favor, siéntate.

Le ofrecí sentarse en uno de los sillones del salón-comedor y yo me quedé de pié. Llevaba falda corta, y al sentarse y cruzar las piernas, adoptó una postura que dejaba poco lugar para la imaginación... (Esperanza) – Veras Sharf, he venido porque la verdad, estoy muy disgustada por el trato que te está dando la familia, y quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que sea, debe de ser muy duro para un chico como tú, el estar tan sólo, sin una familia que te quiera, sin seres queridos en los que poder refugiarte en los momentos difíciles, en fin, no se si me entiendes.
– Muchas gracias Esperanza, agradezco tu interés, pero no te preocupes, estoy acostumbrado a estar solo, y además, en éste tiempo ya he hecho algunas amistades.
(Esperanza) – Bueno ya, pero yo me refiero a la familia, ya sabes, el cariño, el calor familiar “se había levantado y me estaba hablando al mismo tiempo que observaba con gran esmero las cicatrices de mi rostro y con sus manos me acariciaba el pelo como por capricho de despeinarme”, alguien como yo por ejemplo, alguien que esté dispuesta a estar contigo cuando lo necesites sin pedir nada a cambio, sin ataduras, sin compromisos, en la más absoluta discreción, ¡ya me entiendes! “apretó su turgente pecho contra mi desvestido torso, su boca buscaba la mía, y sus colores me decían más aún que sus palabras”.
– Veras Esperanza, ¡eres mi tía!
(Esperanza) – ¡Calla por Dios, qué dices, estoy casada con el engendro de tu tío, sí, pero eso no es ningún obstáculo, además, somos casi de la misma edad!
– ¡Eres doce años mayor que yo, el que seas una mujer casada sí supone un obstáculo, y además, aunque reconozco que eres una mujer muy atractiva, yo no me siento atraído por ti!
(Esperanza) – ¡Venga ya Sharf ¿me vas a decir ahora, que no te van las mujeres o qué?! “con su mano derecha estrechó firmemente una de mis nalgas, y con la izquierda trató de inmovilizarme aprisionándome la entrepierna”.
– Lo siento Esperanza, pero será mejor que te vayas.
(Esperanza) – ¡¡Joder tío, no sé si es que eres maricón, o es que simplemente eres de piedra, pero de todas formas, por si acaso!! “dejó su tarjeta personal sobre la mesa, y se fue sin decir más”.


Poco después de salir del gimnasio, el chispeo se convirtió en lluvia…
(Fanny) – Te vas a empapar, toma mi paraguas, yo me apaño con el chubasquero.
– No hace falta gracias, no me molesta la lluvia.
(Fanny) – ¡Pero si es que con lo que está cayendo, te vas a calar entero!
– No hay problema, de verdad, me gusta la lluvia, y la documentación la llevo plastificada.
(Fanny) – ¡Joder, que tío más raro que eres ¿y qué pasa, que tampoco te resfrías ni nada de eso?!
– No recuerdo haber estado enfermo nunca, salvo algún que otro dolor de cabeza.
(Fanny) – ¡Venga ya, chaval ¿nunca te has puesto malo?!
– Que yo sepa, no.
(Fanny) – ¡¿Ni siquiera de pequeñito?! “contesté encogiéndome de hombros”.

La lluvia frustró la cita con los amigos en el Parque de la Fuente del Berro. Acompañé a Sueño hasta su casa; en la Calle de Vicente Caballero “muy cerca del parque”. Poco antes de llegar, un repentino chaparrón desarboló el paraguas y nos exhortó a recorrer esos últimos metros, cabizbajos y con paso acelerado hasta el soportal de su edificio.

Fanny reía comentando la carrera “a cubiertos ya en el portal de su edificio”, y al advertir los restos del paraguas “que todavía sujetaba con su mano izquierda alzada, como si para algo le sirviese”, llegó incluso a soltar alguna carcajada “gesto muy poco habitual en ella”…

(Fanny) – Bueno pues, ya estamos aquí, joder como llueve ehhh, ¡ah, ya se me olvidaba! quería decirte que si tú podrías; verás, mi hermana Alicia está pasando por una temporada, ya sabes, doce años, la edad del pavo, y ha pegado un bajón en los estudios este año que no veas, y como tu das clases y eso, pues, había pensado que quizás podrías ayudarla, es que yo lo he intentado y no consigo nada, ¡y no porque no me sepa las cosas ¿sabes?! pero es que, no se, no consigo que se centre.
– Ya sabes que yo no soy ningún profesional de la enseñanza, pero por intentarlo no se pierde nada.
(Fanny) – ¡¿Eso es, que sí?!
– Pues claro.
(Fanny) – ¡Bien, ¿empezamos ya?!
– No creo que sea buena idea, llevo la ropa totalmente empapada, si paso ahora a tu casa, seguramente tu madre no me dejará entrar nunca más.
(Fanny) – ¡Joder, mira que te lo dije!, venga pues, entonces si te parece, ¿empezamos mañana?
– Mañana es martes.
(Fanny) – Y qué pasa ¿no puedes los martes?
– Los martes no vas al gimnasio.
(Fanny) – Bueno y qué, podemos vernos directamente aquí en mi casa ¿no?
– Ah, sí claro ¿a qué hora?
(Fanny) – Pues cuando salgas del gimnasio, a las diez o así ¿no?
– Salgo a las nueve, a las nueve y cuarto puedo estar aquí.
(Fanny) – ¡Hombre Sharf, tampoco hace falta que vengas corriendo como si fueses a apagar un fuego!
– Prefiero esa hora, si puede ser.
(Fanny) – Bueno, pues nada, como quieras, ¡ah, por cierto, no me habías dicho que llevases lentillas!
– No las llevo.
(Fanny) – ¡Pues el otro día en la cueva, algo te echarías en los ojos para que se te pusiesen así, joder, en mi vida había visto unos ojos tan alucinantes tío, ¿que te echaste?!
– Que va, no me eché nada, lo que pasa es que en la oscuridad se lubrican excesivamente y causan ese efecto.
(Fanny) – ¡Joder que pasada, con luz, verdes, y sin luz, amarillos, ¿no serás un hombre lobo o algo así verdad?!
– ¿Dejarías de ser mi amiga si lo fuese?
(Fanny) – ¡Anda mira, no sabía que tuvieses sentido del humor!

Lo de la lubricación se me ocurrió en ese momento, no sabía qué decirle y pensé que eso podría servir. No me gusta mentir, pero a veces, en fin ¿qué os puedo decir?

Comencé a ir a su casa los martes y jueves, tal y como habíamos acordado. Un piso pequeño y con poca luz natural, debido a que la única estancia que daba a la calle “o mejor dicho, al insignificante balcón”, era el salón-comedor. El resto de las habitaciones recibían la luz de un exiguo patio de luces. En uno de los estrechos dormitorios dormían los padres, y en el otro Alicia y el hermano pequeño “Zacarías, de ocho años”. Sueño dormía en el sofá cama del apretado salón comedor.

Su padre, Pedro Fernández “con barba de varios días, seboso, y maloliente”, bebía una cerveza tras otra frente al ruidoso televisor, indiferente a todo lo que sucedía a su alrededor, siempre y cuando hiciesen al momento cualquier cosa que él pudiera demandar. La madre, Remedios Delgado “sumisa esposa de apariencia abandonada, y seguramente guapa en su juventud”, ganaba un dinero extra cosiendo para la calle.

El primer día le di la clase en el salón comedor, aquel era el lugar donde su padre quería que estuviesen todos, y allí no conseguí que Alicia me prestara atención. Pedí a Pedro Fernández su autorización para trasladar la clase a la cocina, con la finalidad de lograr un ambiente más apropiado para el estudio, y éste aceptó con una desagradable e ilógica reticencia.

Los colores de Alicia estaban quebrados por la tristeza, el miedo, la inseguridad, tenían cierta similitud con los de Sueño cuando se desahogaba luchando en las clases de Full Contact. Las dos ocultaban algo en sus colores que me preocupaba y deseaba descubrir, “necesitaba descubrir”.

Alicia consiguió aprobar todas en Junio, eso sí, por los pelos, y la amistad entre Fanny y yo se incrementaba progresivamente con el paso del tiempo. Solíamos reunirnos los fines de semana en mi casa todos los amigos. Hablábamos, escuchábamos música, y nos entreteníamos con algún juego “o con algo más, algunos”. Todo dentro de un ambiente sano y entrañable.

Merche y Pedro tenían una copia de la llave de mi casa, la otra copia se la entregué a Fanny. Merche utilizaba la suya cada vez que lo necesitaba para realizar su trabajo. Para mi desdicha, la copia que le confié a Fanny, aún estaba sin estrenar.

El mes de Julio se me hizo interminable. Sueño se fue de vacaciones todo el mes con sus padres y hermanos; y para colmo de males, el seco y contaminado calor madrileño, favoreció todavía más la ya de por sí angustiosa espera.

Entretanto, los periódicos se hacían eco de un nuevo homicidio por parte “supuestamente” del ya popular asesino en serie, apodado por los medios de comunicación, como el Rompecabezas. Cada vez que pensaba en esos crímenes, una ambigua sensación confundía mis pensamientos. Sin saber por qué, algo en mi interior pretendía hacerme sentir culpable de aquellos seis asesinatos.

El regreso de las vacaciones de Fanny alivió mi tortura, y me ayudó a soportar mejor las todavía mayores temperaturas que aún le quedaban a aquel inagotable verano.

El lunes siete de septiembre, Sueño no fue al gimnasio. El fin de semana no había salido de su casa. Al parecer se encontraba enferma, y no quería que la visitásemos. No la vi hasta el miércoles de la siguiente semana, en la clase de Full Contact.

Ella no me comentó nada al respecto y yo tampoco le pregunté, sin embargo varias capas de maquillaje no fueron capaces de tapar algunos de los numerosos moratones que tenía por donde la mirases, y además para mi mayor información, sus colores me indicaban los lugares en los que la ropa tapaba el daño.










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Golpeó con rabia tantas veces como pudo hasta desahogarse, y de camino a casa, intentó en lo posible disimular el dolor “más que físico, sobre todo emocional” que sus colores me desvelaban traicionándola.

Necesitaba más información, pero sabía que preguntarle a Fanny no era la mejor idea. El jueves hablé a solas con Lola “su única íntima amiga”…
(Lola) – ¡¿Qué pasa Sharf, que es eso tan urgente que me tienes que decir? me tienes preocupada desde que me llamaste!
– Lo siento Lola, pero creo que tú eres la única persona que me puede ayudar en esto, veras, es por Fanny “los colores de Lola sufrieron un cambio brusco, expresando sorpresa y preocupación a la vez”.
(Lola) – ¿Ehhh, por Fanny?
– Sí, te explico, hace tiempo que se que tiene problemas en su casa, y más o menos creo saber ya de lo que se trata, pero necesito confirmarlo y no me gustaría tener que preguntárselo a ella ¿me entiendes?
(Lola) – ¡¡No por favor, a ella ni se te ocurra, eso sería lo peor!!
– Calma, no te preocupes, que no le he dicho nada, pero necesito saberlo, porque si es lo que yo creo, necesita ayuda ¡ya! y estoy convencido de que tú eres la única que me lo puede aclarar.
(Lola) – Ojala pudiésemos ayudarla, pero qué va, ya lo hemos intentado y no hay nada que hacer.
– ¡¿Que lo habéis intentado dices, quienes y el qué?, explícate por favor!
(Lola) – Está bien Sharf, tranquilo, te lo diré, pero esto no lo sabe nadie fuera de su casa más que yo, y tienes que jurarme por lo que más quieras, que Fanny nunca se enterará de que te lo he contado ¿de acuerdo?
– De acuerdo.

Nos sentamos en uno de los bancos de madera de nuestro parque…
(Lola) – Bueno pues, a ver por dónde empiezo, bueno, para empezar, resulta que Pedro no es el verdadero padre de Fanny ¿sabes? ehhh, me explico, el padre de Fanny murió poco antes de la boda, y Remedios lo pasó muy mal, ya te puedes imaginar, se quedó sola aquí en Madrid con su hija, y después conoció a Pedro que se casó con ella y le dio su apellido a Fanny, pero para mí que ella no estaba muy por él, solo que se ve, que para salir adelante, pensó que sería lo mejor, digo yo, bueno, el caso es que, el tío éste es un desgraciado, porque se emborracha todos los fines de semana, y cuando vuelve a casa “Lola no aguantó más, y se echó a llorar”.
– Lo siento Lola, lamento hacerte pasar por esto.
(Lola) – Bueno, ya está, no te preocupes, en fin, no sé lo que te imaginas, pero no creo que sea peor que la verdad.
– Cálmate, no hay prisa.
(Lola) – Pues nada, que el tío éste, es un cabronazo, y a Remedios la pega, que yo sepa de siempre, y la tiene amenazada con que va a matar a sus hijos si se le ocurre denunciarlo; pero es que eso no es lo peor, porque a Fanny “de nuevo los movimientos convulsivos del sollozo, le obligaron a dejar de hablar”, ¡por favor Sharf, si se entera Fanny de que te lo he contado, no sé! “no le dije nada, coloqué mi mano sobre su hombro sin hacer presión, y la miré a los ojos”, ¡¡ Joder, el muy cabronazo abusa de ella desde que era una cría!! “me miró con expresión de impotencia”, y lo peor es, que no podemos hacer nada por evitarlo, en una ocasión fuimos ella y yo a la policía para denunciarlo, después los polis hablaron con él, y ahí se quedó todo, bueno no, porque se cabreó más, y le dijo que si le volvía a denunciar, se cargaría a sus hermanos, y además cuando ve que con ella no puede, entonces se va a por su hermana Alicia, y ahí es cuando Fanny cede, para que por lo menos a su hermana la deje tranquila, eso sí, por lo menos Alicia de momento se ha podido librar, de todas formas yo sé que si abusara de Alicia, Fanny se volvería loca y lo mataría, y eso es lo que me temo que cualquier día pueda pasar, precisamente por eso el otro día se llevó tantos palos Fanny, porque el padre al no poder con ella se empeñó en abusar de la hermana, y Fanny se lió a palos con él hasta que el asqueroso borracho ese cayó agotado, pero claro, por mucho que Fanny sepa pelear, el otro bestia con el cacho cuerpo que tiene, pues ya ves, no sé Sharf, pero esto tiene muy mala pinta, porque ahora que Fanny ha aprendido a pelear y ya es capaz de contener a ese cabrón, me temo que en cualquier momento que Fanny no esté, abuse de su hermana, y entonces, conociendo como conozco a Fanny, ¡lo mata seguro, lo mata!
– ¿Y su madre?
(Lola) – Su madre, ya la has visto tú, yo creo que la pobre está más para allá que para acá, se ve que de tantos palos que ha recibido, ya no carbura bien, a veces parece un zombi, por lo que me dice Fanny, cuando pasa eso, se queda parada, como ida, no se, seguramente necesitaría tratamiento psiquiátrico.
– Pobre mujer.
(Lola) – ¿Y entonces qué Sharf, qué piensas hacer?
– No lo sé, pero algo se nos tiene que ocurrir, y rápido, como tú dices, no tenemos mucho tiempo.

La relación con Paloma terminó aquél mes de Septiembre. Desde fin de año cada vez nos veíamos menos, hasta que en nuestra última cita, me confesó haber perdido el interés por seducirme y su deseo de que no volviésemos a quedar “sus colores coincidían con sus palabras, sólo a medias”. A mí me pareció una decisión correcta, y además, ella no había llegado a cortar con Ignacio en ningún momento. Así lo hicimos, y desde entonces, las pocas veces que nos hemos cruzado por la calle, nos hemos limitado a dirigirnos un estricto y cumplido saludo.

El teléfono sonó, justo en el momento en el que decidía despertarme…
– Dígame.
(Comisario García) – ¡Hola chaval, soy García ¿cómo lo llevas hombre?!
– Buenos días Comisario, yo bien ¿y usted?
(Comisario García) – ¡Bien chaval, aquí estamos como siempre, peleando con lo mejor de éste puñetero Madrid para variar! esto, escucha, mira que te digo; supongo que habrás oído hablar del famoso asesino en serie ese, el Rompecabezas ¿verdad?
– Sí claro, cómo no, todo el mundo habla de él.
(Comisario García) – Muy bien, pues, ¡bueno, antes de nada, tienes que saber que ésta conversación es confidencial, vamos, que no ha existido, haber si me entiendes!
– No se preocupe Señor ¿es que hay algún problema?
(Comisario García) – Bueno, verás, no sé si tú sabrás cómo funciona esto, pero, en relación al Rompecabezas ése de marras, la verdad es que ¡nos tiene cogidos por losss huevosss el muy cabrón! ¿sabes?, se carga a los tipos en un abrir y cerrar de ojos y desaparece del lugar a toda velocidad el muy hijo de perra, lo único que sabemos de su apariencia física según algunos testigos es que mide aproximadamente 1,80 m., que tiene el pelo negro, y que corre como el rayo; bueno, el caso es que tenemos sus huellas, pero hasta el momento no hemos tenido suerte con ninguno de los muchos subnormales con los que hemos probado, en fin, verás, la cuestión es que el tipo éste, machaca la cabeza de sus víctimas tan salvajemente, que existe cierta similitud con esos dos cabronazos que te cargaste tú ¿sabes? y como además la apariencia física coincide con la tuya, ¡ojo, entiéndeme! que yo lo tengo claro, pero no hacen más que presionarme en éste sentido, y para acallar de una puñetera vez las gilipolleces de los payasos éstos, lo mejor será que te pases por aquí lo antes posible para cotejar tus huellas y quitarnos de encima la mierda ésta cuanto antes ¿sabes?
– Sí claro, no hay problema, cuando usted me diga.
(Comisario García) – Pues entonces pásate mañana por la mañana por mi despacho y lo arreglamos en un momento ¿vale? ¡ah, y tú tranquilo eh! que esto lo vamos a llevar con total discreción para que el buen nombre de tu familia no se vea involucrado, y además, que ya he hablado con el personal para que te traten con el respeto que te mereces ¿sabes? ¡no te vayas a pensar que te vamos a fichar ni nada de eso, no jodas ¿eh? que como te he dicho, solo se trata de un puro trámite para quitarme a algunos gilipollas de encima!

Así lo hice, y al día siguiente sobre las once de la mañana, me personé en su despacho tal y como habíamos acordado. Me atendió muy amablemente como era costumbre en él, e incluso al despedirnos se disculpó por las molestias que me había ocasionado.

Al salir de la Comisaría, se suponía que yo debería de estar tranquilo en cuanto al resultado del cotejo de las huellas, y sin embargo, nada más lejos de la realidad; esa incomprensible sensación de probable culpabilidad que me seguía acompañando cada día con mayor intensidad, se reforzó todavía más al saber que el aspecto de ése asesino coincidía con el mío, por lo que concluí tomando la decisión de intentar esclarecer yo mismo aquel “rompecabezas policial”. En esas condiciones, esperar a que el Comisario García se pusiera en contacto conmigo para comunicarme vete tú a saber qué, no era una opción.

Visité los lugares donde se habían cometido los crímenes, y me concentré al máximo con el propósito de discernir la mayor cantidad de olores que pudiese. Entre la inmensa cantidad de olores más recientes, pude distinguir algunos conocidos como el del Comisario García y los agentes López y Martínez, aunque la mayor parte de los efluvios, eran anónimos. En los cuatro últimos lugares “en el caso de los otros dos había transcurrido ya demasiado tiempo”, logré reconocer un mismo olor de identidad desconocida para mí, junto a los olores de los restos de las víctimas. Tenía que intentarlo, quizás diese resultado. A partir de ese momento, me dediqué en exclusiva a seguir la pista de aquellas feromonas.

No paré hasta dar con su paradero. Sin comer, casi sin beber, sin dormir, y con la contaminación como principal enemiga, a las 47 horas de búsqueda, conseguí mi objetivo. Le localicé en el Polígono A del Barrio de Moratalaz. Debía de ser él, todos los indicios así lo apuntaban. Llamé al Comisario García, y esa misma mañana le detuvieron. Hubo suerte, sus huellas no dejaron lugar a dudas de que efectivamente se trataba del Rompecabezas, y costó poco conseguir que confesara. El famoso asesino resultó ser un joven padre de familia, que perdió la cordura a consecuencia del asesinato de su única hija a manos de, no se sabía quién.

A raíz de aquel éxito policial, el Comisario García fue ascendido a Comisario Jefe, y como muestra de agradecimiento me invitó a comer en un lujoso restaurante llamado Le Valeur, situado en la Calle del Príncipe de Vergara. No reparó en elogios hacia mi persona, y en la sobremesa…
(Comisario García) – ¡Hay que joderse chaval, no sé cómo cojones lo haces, pero, qué puñetas, si tuviésemos entre nosotros a dos o tres como tú, limpiábamos ésta Ciudad de delincuentes en cuatro días!, ¿no has pensado en prepararte para entrar en la Policía?
– No señor, con todos los respetos, no me atrae esa idea.
(Comisario García) – No pasa nada chaval, cada uno tiene que buscar su camino según sus propios instintos, con tu preparación y tu juventud, seguro que encuentras el tuyo muy pronto, ya lo veras, bueno, y, de novias qué, ¡porque no me irás a decir, que no hay nada por ahí, eh!

Tardé en contestar algo más de lo habitual en mí; y no por la respuesta a su pregunta, sino porque a raíz de ella se me ocurrió una idea para intentar solucionar un asunto mucho más importante…









QUID PROCUO


– Hay una chica que me gusta, pero, no sé.
(Comisario García) – ¿Qué pasa, que tú a ella no le hacen tilín, eh? porque, mira lo que te digo chaval, si es así, ella se lo pierde, con las mujeres no puede hacerse uno el blando ¿sabes? cuanto más las sigues, menos caso te hacen, te lo digo yo, que soy perro viejo.
– No, no es eso, lo que pasa es, que tiene un problema grave con su padre y, en fin.
(Comisario García) – ¡Hombre Sharf, si yo puedo hacer algo, no lo dudes eh, lo que sea!
– Verá Señor, no sé si usted podría hacer algo o no, pero en cualquier caso, se trata de un asunto muy delicado.
(Comisario García) – Bueno, ya te he dicho, cuéntame y veré lo que se puede hacer.
– El padre de esta chica, abusa de ella desde que era una cría, y.
(Comisario García) – ¡¡¡Me cago en todos sus muertos, dime quién es el hijo de puta ése y me lo cargo ahora mismo!!!
– Tranquilícese por favor, le van a oír los demás.
(Comisario García) – Lo siento chaval, pero es que no puedo con ese tipo de gentuza, dime, perdona que te he cortado.
– No pues, eso, que, ésta chica se llama Fanny, tiene veinte años y vive con sus padres, una hermana de doce, y un hermano de ocho. Como ya le he dicho, su padre abusa de ella desde que era una cría, y ahora que es mayor y ya se puede ir defendiendo, el padre la amenaza con ir a por la hermana si ella no se deja. Yo la conocí en las clases de Full Contact, donde comenzó a ir para aprender a pelear y poder defenderse de su padre, pero la situación es muy complicada porque a la madre la ha amenazado siempre con matar a los pequeños, a ella con abusar de su hermana, y para colmo, en una ocasión que le denunció a la policía, solo sirvió para que se enfadara más, y le dijera que si le volvía a denunciar mataría a sus hermanos. Yo le conozco un poco, y lo peor de todo es, que creo que ese tipo podría ser capaz de cumplir sus amenazas. (Comisario García) – Bien muchacho, pues a partir de ahora, tú lo único que tienes que hacer, es mantenerte al margen de este asunto ¿vale? que de eso ya me encargo yo.

Mi mayor temor, era que llegase la noche del viernes. No estaba dispuesto a permitir que ese desalmado continuara destrozando la vida de Fanny. Pese a que el Comisario García me había pedido que me mantuviese al margen, lo tenía todo pensado; ese cerdo borracho, ese asqueroso repugnante y corrompido animal, no le pondría a Fanny la mano encima ni una sola vez más.

No fue necesaria mi intervención. Ese mismo viernes por la mañana, detuvieron en su trabajo a Pedro Fernández. Según la policía, le seguían la pista desde hacía tiempo por tráfico de drogas y asesinato. Encontraron en su coche una buena cantidad de cocaína, y una pistola con sus huellas que le inculpaban de un asesinato. Un crimen sin resolver, de alguien por el que nadie pregunta y de quién nada se sabe. El malnacido padre de Fanny, iba a pasar una buena temporada entre rejas.

No me llamó el Jefe García, ni yo a él. Tampoco hacía falta, “los dos sabíamos ya todo lo que teníamos que saber en relación a ése asunto”.

De nuevo el tiempo cumplió con su cometido balsámico, y pasados unos meses, los colores de Fanny comenzaron a recobrar el vigor perdido desde que era sólo una niña.

El Maestro Ruò sè, me ofreció un buen sueldo por trabajar en el gimnasio ocho horas al día de lunes a viernes más los sábados por la mañana, y lo acepté. Dejé las clases particulares excepto las de Alicia “que por supuesto impartía sin ánimo de lucro”.

La empresa donde trabajaba Fanny “Seia, s.a.”, tenía su sede principal en el Paseo de la Castellana, frente a los Nuevos Ministerios. Allí ejercía de Auxiliar Administrativo desde los 18 años. Había una buena combinación para realizar el trayecto en transporte público, pero salvo excepciones, siempre lo hacía andando “una hora aproximadamente en cada sentido, y el gimnasio a mitad de camino”.

Recuerdo bien todas las fechas como ya sabéis, y nombrar aquel 5 de abril del 82, todavía al día de hoy me provoca ira. Al ver entrar a Fanny en el gimnasio sonriendo y rebosante de felicidad, “y tan sólo en el ínfimo espacio de tiempo de ése instante”, pensé que quizás fuese ya el momento para decidirme a dar el paso.

Sueño giró la cabeza, y el sujeto que la seguía le devolvió la sonrisa. Jamás había sentido algo, ni remótamente parecido. Fue, como si me hubiesen vaciado las entrañas al mismo tiempo que me apuñalaban “por explicarlo de la menos torpe, de las muchas maneras que se me ocurre”. ¿Quién era ése tipo del que Fanny no me había hablado? ¿qué sentía por él que le suscitaba tanta felicidad? ¿por qué esa rabia que me atormentaba de forma tan despiadada?

¡¡¡¿Celos?!!!, eso debía ser. Hasta ese momento, me había librado de experimentar su significado. De haber acontecido en mis montañas, la tortura de los celos hubiese durado el instante justo de llegar a sentirlos. Pero no estaba en mis montañas, sino en Madrid, en el gimnasio de Ruò Sè, y dar rienda suelta a mis impulsos naturales, no era precisamente en ése momento la mejor de las elecciones posibles. Se despidieron con un leve gesto de manos, y me acordé de respirar.

De camino al Parque…
(Fanny) – ¿Qué te pasa Sharf? te noto raro, ¿estás enfadado por algo?
– ¡No, que va!, por cierto ¿quién era ese chico?
(Fanny) – ¿Qué chico?
– El que entró contigo en el gimnasio.
(Fanny) – ¡Ah, ¿Rogelio?! es un compañero del trabajo, ¿por qué?
– ¿Es tu novio?
(Fanny) – ¡¡Que dices chaval, ¿estás loco o qué te pasa?!!
– ¡Bueno, no sé, como se os veía tan alegres!
(Fanny) – ¡¡Pero tú crees que voy a tener novio y mis amigos no lo van a saber!!, ¡joder tío, tienes cada cosa, de verdad que no me explico cómo puedes ser tan listo para unas cosas, y tan torpe para otras eh, de verdad, y además, joder Sharf, que ya nos conocemos tío, de sobra sabes que paso de esos rollos!

Los celos habían conseguido que me comportase tan inoportunamente indiscreto y poco inteligente, que no tuve por menos que sentirme el más idiota de los ineptos. Efectivamente, de sobra sabía el problema que tenía Sueño con ese tipo de relaciones. Ella nunca había sentido por un chico algo que fuera más allá de una simple amistad, y tampoco tenía intención de que eso cambiase. Sin embargo, en mi caso y para mi desdicha, el afecto, el cariño, y la pasión que yo sentía por ella, se habían unido para tramar la peor de las trampas posibles, “el primer amor”. Un anhelo apasionado no idealizado “y no por ello menos intenso”, cargado de ternura y admiración hacia la persona que había conquistado mi corazón sin proponérselo, y al que no me resignaba a calificar de platónico pese a la aparente evidencia, aún a riesgo de convertirme en el más crédulo y necio de todos los enamorados.

Una vez más, mi terquedad superó los escollos que la suerte me legaba, y volví a confiar en la ayuda del tiempo para poder ser yo quien consiguiera derribar aquella inclemente e infame barrera psicológica, que privaba a Fanny de su legítimo derecho a dejarse llevar por esa parte del ser humano opuesta a la inteligencia y a la razón, gracias a la cual somos capaces de experimentar el más esencial de los sentidos de la vida.

No obstante, el confiarme en el tiempo conllevaba el riesgo de que éste pudiese llegar a ser tan traicionero como relativo, y a los siete meses de torpe galanteo, la situación comenzó a resultarme más patética que acertada.

Por una parte, la madre y hermanos de Fanny me trataban ya como a uno más de la familia, y por otra, Sueño y yo habíamos alcanzado tal grado de confianza, que hasta yo me sentía confundido en ocasiones respecto a mis sentimientos. En realidad hubiese podido esperar aún más, de no ser por la continua pesadilla de ese personaje llamado Rogelio.

Él si había conseguido avances significativos en su relación con Fanny. Con la típica y poco trabajada excusa, de que le pillaba de paso, seguía acompañando a Fanny todas las tardes al gimnasio o hasta el mismo Parque de la Fuente del Berro, donde se quedaba a charlar con nuestros amigos “o quizás mejor tendría que decir con sus amigos, ya que había logrado integrarse en el grupo de tal manera, que parecía conocer a todos desde siempre, eso sí”, hasta que se inventaba cualquier excusa, para poder marcharse antes de tener que coincidir conmigo.

Él sabía perfectamente que éramos rivales, y eludía en lo posible tener que soportar mi mirada. Yo no distinguía en Sueño colores hacia él que me preocupasen en exceso, pero por el contrario, los suyos eran tan descarados, que cada día me resultaba más difícil evitar el enfrentamiento. Llegados a ese punto, y ante la más absoluta ausencia de ideas con las que poder conseguir algún progreso en mi eterno y aburrido galanteo, resolví atreverme a dar el paso definitivo, que suponía exponer claramente a Fanny mis auténticos sentimientos hacia ella.

No sabía cómo decírselo, pero tenía que ser ya…
(Remedios) – ¿Te vas ya, Sharf?
– Si, voy a ver si me relajo haciendo un poco de futin.
(Remedios) – ¿Que tal va Alicia con las matemáticas, la has tenido que poner deberes otra vez para el fin de semana?
– ¡No, que va, esta semana ha ido muy bien y no los necesita!
(Fanny) – Bueno Sharf, te acompaño a la puerta.
– Esto, me gustaría hablar contigo, a solas ¡sabes! eh, es que, tengo que decirte algo importante.
(Fanny) – ¡Joder Sharf, me estás dejando preocupada! ¿qué es lo que pasa?
– ¡Ah, no no, no te preocupes, no pasa nada malo, que va! eh, es sólo una cosa que quiero que sepas.
(Fanny) – ¡Bueno chico, pues dime ya venga, que me tienes en ascuas joder ¿a qué esperas?!
– Es que, me gustaría contártelo más tranquilamente, yo había pensado que, por ejemplo, si pudiésemos quedar mañana por la noche para dar una vuelta tú y yo solos, pues.
(Fanny) – ¡Joder Sharf! precisamente esta tarde he quedado con Rogelio para ir mañana por la noche al cine, si me lo hubieses dicho antes, pero si es importante le llamo y le digo que no puedo ir.

Otra vez, ese Rogelio. No pude aguantar más, aquello ya era demasiado para mí; ni relajación, ni meditación, ni concentración, ni moderación, ni respiración, nada pudo evitar que el hasta entonces para mí desconocido “odio”, me invadiera por completo. Me quedé paralizado, el estómago se me encogió y comenzó a vibrar como si de una fina y tensa vara electrificada se tratase, y una enorme presión comenzó a aplastarme la cabeza desde el punto justo donde ya la tenía algo hundida “en la fontanela anterior”, provocándome un tremendo dolor…
(Fanny) – ¡Eh, eh, ¿qué te pasa, qué te ocurre Sharf? te has quedado blanco de repente, pasa, pasa, apóyate en mí!
– Ya está, ya está, tranquila, solo ha sido un pequeño mareo, pero ya se me ha pasado de verdad.
(Fanny) – ¡Pero qué dices, si estás más blanco que el papel! anda venga, pasa por favor, siéntate un rato y tómate un poco de agua a ver si se te pasa.
– Tranquila Fanny, ya estoy mejor de verdad, es simplemente que me duele un poco la cabeza.
(Fanny) – ¡Bueno vale joder, de todas formas, cuando te pones cabezón no hay quién te haga cambiar de opinión, pero lo que si quiero por favor, es que ahora te vayas a tu casa y descanses ¿eh? joder tío, si es que en realidad no me extraña que estés hecho polvo, si no descansas prácticamente nada, lo que no me explico es, cómo no te ha pasado esto antes, joder!

Me despedí de Fanny con una mentira piadosa, y ya en la calle comencé a correr “en ésta ocasión con más esfuerzo de lo normal”, esperando así poder relajarme lo suficiente como para evitar que el dolor de cabeza consiguiera hacerme perder la consciencia como ya lo había hecho en otras ocasiones. Teniendo en cuenta lo que mis instintos naturales deseaban en ese momento, me temía que la vida de ése tal Rogelio tenía los minutos contados si no conseguía mantenerme lúcido.





















AMISTAD Y CONFIANZA


La carrera apenas duró unos metros. Con el movimiento de cada salto, un mazo me golpeaba la cabeza cada vez con mayor fuerza causándome un efecto contrario al deseado, y no tuve más remedio que reducir la zancada hasta convertirla en un tranquilo caminar. Aún así, el dolor, lejos de ceder, aumentaba progresivamente; por más que me esforzaba en ello, no conseguía evitar la tortura que me suponía pensar en ese endiablado personaje junto a Fanny en la oscuridad del cine.

En el bulevar de la Calle Ibiza “a la altura de la taberna La Manchega”, pare un momento a beber agua fresca de la antigua fuente de hierro que para ese menester mantenía el Ayuntamiento desde tiempos “para mis efectos” inmemoriales. Por las calles no se veía un alma, la noche era oscura y seguramente fría para cualquier otro. Clemente “el abuelo de la Taberna la Manchega” echó el cierre de la puerta principal, y al cerrar las viejas puertas de madera de la ventana que daba a la Calle Ibiza, coincidieron nuestras miradas y me saludó con un cohibido ademán, cortesía que yo devolví con un leve gesto de mano. Coloqué la cabeza bajo el grifo con la esperanza de que cediese el dolor, pero no conseguí ningún resultado positivo. La imagen de ése tal Rogelio no se me iba de la mente, y la fuerza de mi peor enemigo “el lobo que coexistía en mi interior” lejos de calmarse, aumentaba progresivamente con el dolor.

Allí, en las calles, al aire libre, no conseguía relajarme. Tomé dirección a casa, quizás en la tranquilidad de mi morada consiguiera relajarme lo suficiente como para vencer al lobo sobre el que me había advertido mi Abuelo Bill Young. En algunos momentos creí no poder llegar, el dolor era tan intenso que temí desfallecer en cualquier instante.

Cerré la puerta con llave, y lancé la pieza de metal a la calle sin mirar a donde. No podía más, ése lobo era un rival demasiado fuerte para mí. La temperatura en la calle era agradable “tres o cuatro grados máximo”, abrí todas las ventanas de par en par, me quité la ropa a excepción de los calzones, y me tumbé en la cama convencido de haber perdido la batalla.

Debí de entrar en una especie de hibernación profunda o algo similar, porque no me enteré de nada hasta que oí su insistente voz…
(Rogelio) – ¡¡Sharf, Sharf, despierta Sharf!!
– ¿Rogelio?
(Rogelio) – ¡Hombre por fin, ya era hora tío!
– ¡Estás vivo!
(Rogelio) – ¡Anda la hostia, pues claro que estoy vivo no te digo, joder tío, yo no sé que es lo que tomas, pero sea lo que sea, te sienta fatal está claro!

Aparentemente no había sucedido ninguna desgracia. Me encontraba en el mismo lugar y posición que justo antes de perder la consciencia. Rogelio había conseguido despertarme a fuerza de zarandeos y chillidos, y el dolor de cabeza a penas persistía.

¡Ese olor! “pensé”, me incorporé y miré hacia el lugar del que provenía. Fanny estaba en el rincón de la habitación opuesto a la cabecera de la cama “a mi izquierda”, junto a la ventana. En cuclillas, con la cabeza entre las rodillas, y sin parar de llorar…
– ¡Fanny, ¿por qué lloras, qué ha pasado, como es que estáis aquí?!
(Rogelio) – ¡Joder tío, y todavía lo preguntas, menudo morro que tienes, pero se puede saber qué mierda es lo que pasa contigo tío, tú de qué vas, anoche dejas a Fanny toda preocupada porque al niño le dan mareos, y en lugar de venirte a tu casa, si tan malo estabas, coges y te vas por ahí toda la noche y vete tú a saber cuándo habrás vuelto, porque Fanny lleva todo el día llamándote al teléfono y tú ni puto caso, y para colmo, cuando viene la pobre a ver que es lo que te pasa, te encuentra en gayumbos con una cogorza de tres pares de narices y con todas las ventanas abiertas en pleno invierno, me cago en la hostia tío, si quieres suicidarte hazlo sin complicarle la vida a nadie cojones, subnormal, que no eres más que un niñato de mierda mimado que se cree más que nadie y.
(Fanny) – ¡Vale ya Rogelio, vale ya por favor!
(Rogelio) – ¡Joder Fanny, pero si es que el tío éste os tiene engañados a todos, es que no te das cuenta de que está loco de remate y va por la vida a su puta bola sin importarle nada los demás! ¿pero es que.
(Fanny) – ¡¡Haz el puñetero favor de callarte de una jodida vez!! y además, mira lo que te digo, lo mejor será que te vayas antes de que digas más gilipolleces.
(Rogelio) – ¡¿Que me vaya, cómo que me vaya, pues no íbamos a ir al cine ésta noche, que hago te espero abajo o qué?!
(Fanny) – No Rogelio no, no me esperes ni abajo ni en ninguna otra parte, te agradezco de veras que me hayas acompañado hasta aquí para ver qué pasaba con Sharf, pero ahora lo mejor es que te vayas y ya nos veremos el lunes en la oficina ¿de acuerdo?
(Rogelio) – ¡No pensarás que te voy a dejar aquí a solas con el tío loco éste vamos, eso ni de coña!
(Fanny) – ¡¡Mira Chaval, me estás poniendo ya de los nervios eh, con todo el cuerpazo ese de metro noventa que tienes, o te vas ahora mismo o te echo yo a patadas, lo tienes claro ya o todavía no!!
(Rogelio) – ¡Eh eh, vale tía, tranquila, que si es eso lo que quieres ya me voy, pero que sepas que a mí una mujer no me hace esto dos veces eh, te enteras, hala, aquí os dejo a los dos solitos, joder, Dios los cría y ellos se juntan, anda y que os den por culo a los dos, no te jodes, pues si que…!

Se marchó dando un portazo y sin parar de insultarnos para intentar camuflar así, lo que él entendía sin duda como una estrepitosa y humillante derrota.

Sueño, de pié en la puerta de la habitación, siguió a Rogelio con la mirada hasta que éste se despidió de aquella manera tan tragicómicamente ordinaria. Bajó la mirada durante unos segundos, y después giró la cabeza con cara de pocos amigos y colores imposibles de descifrar…
(Fanny) – Y tú ponte algo de ropa anda, y vente para el salón que tenemos que hablar.

Me puse el pantalón vaquero corto, las zapatillas de estar por casa, un polo de manga corta color gris marengo “como todos los que tenía”, y me lavé la cara antes de dirigirme al salón.

Todavía me sentía aturdido a causa del desvanecimiento. Todo había sucedido tan rápido y de manera tan inesperada, que mi confusión era total. Fanny estaba de pié revisando los pocos objetos que decoraban la Sala, intentando así disimular su manifiesto estado de preocupación…
(Fanny) – Bueno Sharf, siéntate por favor, y vamos a ver si eres capaz de explicarme qué coño es lo que pasa contigo.

Me senté en uno de los dos sillones que acompañaban al tresillo…
– Me gustaría saber a qué te refieres exactamente, porque si te soy sincero, no entiendo nada de lo que está pasando.
(Fanny) – ¡Vamos a ver, anoche te fuiste de mi casa hecho polvo, y se suponía que te venías para acá claro está, ésta mañana te llamo por teléfono y no me lo coges, te llamo más tarde y tampoco, al mediodía tampoco, por la tarde tampoco, lógicamente me preocupo porque pienso que te ha debido de pasar algo, llamo a Rogelio y le pido el favor de que me acompañe a ver que pasaba, y cuando entramos, te veo tumbado en la cama boca arriba, más blanco que el papel, y con todas las ventanas de la casa abiertas, con el puto frío que hace, y claro, qué pasa, que lo primero que pienso es, que te habías quedado tieso, normal, qué quieres, y claro, pues me ha dado un ataque de nervios que joder la hostia, tío!
– Vaya Fanny, lo siento mucho de verdad, lo último que yo quiero es hacerte daño, pero es que en realidad no he hecho nada de lo que me tenga que arrepentir ¡que yo sepa al menos!, anoche me dolía bastante la cabeza y me vine aquí directamente, abrí las ventanas porque el aire fresco me calmaba el dolor, y ya no recuerdo nada más hasta que Rogelio me ha despertado; y respecto a él, no se por qué tiene ese concepto de mí.
(Fanny) – Pues la verdad es que lo de Rogelio también me ha sorprendido a mí, pero después de lo de ésta tarde, pues qué quieres que te diga, que para mí, ése ya, ni existe vamos, de todas formas, mira Sharf, yo sé que eres una buena persona, porque me lo has demostrado ya más que de sobra, pero tienes que reconocer que hay cosas en ti que no son normales, y tú siempre me das la vuelta con tus buenas palabras que al final nunca me aclaran nada joder, y si seguimos así voy a terminar volviéndome loca, de verdad, te lo aseguro, joder tío, pero si es que lo pienso y en realidad no sé nada de tu vida joder, no es normal con el tiempo que hace ya que nos conocemos tío, vamos, que ya me dirás tú, qué clase de amistad es ésta, digo yo ¿no?
– Está bien Fanny, ya sé que la base de la amistad es la confianza, lo que pasa es que a veces, contar la verdad da miedo por miedo a que te rehúyan, pero llegados a éste punto y si tú lo quieres; estoy dispuesto a sincerarme contigo y que sea lo que tenga que ser, así que tú dirás, puedes preguntarme lo que quieras.
(Fanny) – ¡Hombre, no me digas que de verdad me vas a contar algo sobre ti ¿de verdad que puedo preguntarte lo que quiera?!
– Pues claro, venga dime.
(Fanny) – A ver, lo primero, tus cicatrices; me has dicho que son de caídas, que de pequeño eras muy travieso, verás, eso, pues, como que no cuela ¿sabes? además, excepto la de la ceja, las demás no parece que los puntos los haya dado ningún profesional precisamente ¿sabes?
– Bien, mis Padres como ya te dije, se conocieron en Fort Nelson, pero no se quedaron en ese pueblo por mucho tiempo; al poco de casarse, se marcharon a vivir a las montañas del Noroeste, y se quedaron a vivir allí.
(Fanny) – Pero ¿se marcharon ellos solos a vivir en las montañas?
– Sí, deja que te explique; localizaron un lugar precioso, un valle cruzado por un riachuelo, allí se construyeron una pequeña casa de madera y, simplemente, decidieron quedarse a vivir en aquel lugar; a los pocos meses mi Madre quedó embarazada, llegaba el invierno y mi Padre salió a cazar, le sorprendió una inesperada ventisca de nieve y unos lobos le hirieron de gravedad, como no llegaba a casa, mi Madre salió a buscarle, y cuando le estaba buscando me dio a mi por nacer; Anik me contó que mi Padre llegó a tenerme en sus brazos poco antes de morir.
(Fanny) – Joder Sharf “Fanny se sentó en el tresillo, visiblemente afectada”.
– Anik no tuvo más remedio que quedarse allí a pasar el invierno, si hubiese decidido volver al pueblo, hubiésemos muerto los dos presa de los lobos, osos, pumas, o incluso por el propio frío; después, con el tiempo, se fue dando cuenta de que yo no era un crío normal, y entre unas cosas y otras, un año por otro, allí nos quedamos.
(Fanny) – Pero, que no eras normal, ¿por qué?
– Pues por ejemplo, porque con ocho meses ya manteníamos conversaciones, o porque a los nueve salí con ella de caza por primera vez.
(Fanny) – ¡¿Con ocho meses hablabas y con nueve salías de caza, me estás vacilando?!
– ¡Te das cuenta ahora de por qué siempre evito dar detalles sobre mi vida; si tú no puedes creerme, tú que eres mi mejor amiga y quien mejor me conoce, ¿qué puedo esperar de los demás?!
(Fanny) – ¡Joder Sharf, es que lo que me estás diciendo.
– Piensa un poco Fanny, no dices que soy raro, que hay muchas cosas en mí que no eres capaz de entender.
(Fanny) – ¡No si ya, pero es que, joder tío, tampoco me esperaba algo así la verdad, si no es que no quiera creerte, lo que pasa es que, yo que sé, se ve que necesito algo de tiempo para asimilarlo, pero nada más.
– Pues, cuando creas que estás preparada para seguir me lo dices porque, lo que sigue es bastante más fuerte, o sea que, tú dirás.

Sueño agachó la cabeza y se tapó la cara con las manos durante unos segundos…
(Fanny) – Está bien Sharf, puedes seguir, yo confío en ti.

Sueño me miraba atónita mientras yo le contaba los detalles más trascendentes de mi vida. De vez en cuando me interrumpía, para pedirme aclaraciones sobre el sorprendente desarrollo en mis sentidos de la vista, olfato y oído. El tiempo pasó rápido…
(Fanny) – ¡Joder, las dos de la madrugada! se me ha pasado el tiempo sin darme cuenta, será mejor que me vaya.
– Espera, te acompaño.
(Fanny) – A propósito, ¿no decías que tenías que contarme algo a solas?, ¿era esto?
– ¡No, que va!, no era esto.
(Fanny) – Bueno pues, ya que estamos, venga, dime lo que me tengas que decir, de todas formas como mañana es domingo, tampoco tengo ninguna prisa por acostarme.
– Quizás sea mejor dejarlo para otra ocasión, es tarde y tu madre se va a preocupar.
(Fanny) – Ah bueno, pues la llamo y ya está “llamó a su madre, y la tranquilizó diciéndole que estaba conmigo en mi casa”, bueno, pues ya está todo arreglado, mi madre sabiendo que estoy contigo, ya sabes que se queda tranquila, así que, venga, dime qué es eso tan importante que tienes que decirme, la verdad, después de lo que ya me has dicho, estoy preparada para cualquier cosa.

Yo seguía sentado en el sillón, y Sueño de pié frente a mí…
– Bueno, no sé, ya veremos, se trata de mis sentimientos.
(Fanny) – ¿Tampoco son normales tus sentimientos?
– No, no es eso, lo que sucede es que, me he enamorado.
(Fanny) – ¡¿Qué?, pero si no sales con ninguna chica, ¿o es que sales con alguien y no me lo habías dicho? joder Sharf, no me fastidies tío!
– Me he enamorado de ti.
(Fanny) – ¡¡Que quéee!!! “Fanny se puso roja, y los colores de su vida parecían querer salirse de la habitación”, ¡¡Y para esto me has estado contando toda esta película sobre tu vida!!, ¡¡¡joder, joder, joder…!!!










EL SENTIMIENTO MÁS BELLO


Se acercó, y comenzó a darme bofetadas sin dejar de pronunciar la misma palabra una y otra vez. Hincó las rodillas en el sillón, apretó las manos, y continuó su particular somanta golpeándome el pecho con la base blanda de sus manos cerradas. Yo no le opuse la menor resistencia en ningún momento; según le flaqueaban las fuerzas, las lágrimas comenzaron a surgir hasta convertirse en llanto. Agotada y sollozando, dejó su cuerpo descansar sobre el mío, y paró de hablar…
(Fanny) – Vaya Sharf, joder, y ahora qué vamos a hacer.
– Pues no hay por qué hacer nada, sólo quería que lo supieses, yo hace ya mucho tiempo que estoy enamorado de ti y como verás no hemos tenido ningún problema por ese motivo, la única diferencia que hay ahora es que tú lo sabes, pero nada más, yo ya sé que tú no estás enamorada de mí y lo tengo asumido; y además, después de lo de anoche ya estoy tranquilo.
(Fanny) – ¿Después de lo de anoche, qué quieres decir?
– Sí, cuando me dijiste que habías quedado con Rogelio para ir al cine, me volví loco de celos, y por eso me pasó lo que en aquellas otras ocasiones con lo del dolor de cabeza; el lobo ese que llevo dentro me pedía matar a Rogelio, y pasé mucho miedo pensando en que si perdía la consciencia, al despertarme Rogelio pudiera estar muerto; y por eso me llevé tanta alegría cuando él me despertó y me di cuenta de que estaba vivo.
(Fanny) – Joder Sharf, que palo.
– Que va, ahora está ya cada cosa en su lugar, lo peor ya ha pasado, cualquier día conoceremos a alguien y ya está, no hay prisa, somos jóvenes.
(Fanny) – Ya, claro “Sueño se levantó, y volvió a llamar a su madre”; soy yo otra vez mamá; no, estoy con Sharf en su casa; sí, ya está mejor, pero me voy a quedar aquí con él esta noche para mayor tranquilidad; hasta mañana, un beso; bueno, qué dices, ¿nos vamos a la cama?
– Nada más que hay una cama, ya lo sabes, pero si te quieres quedar no hay problema, porque yo no tengo sueño, y además está el tresillo.
(Fanny) – Que vayamos a la cama no quiere decir que tengamos que mantener relaciones, o es que acaso no te crees capaz de poder respetarme en una situación así.
– ¡No, que va, no es eso, si yo lo decía por ti!
(Fanny) – Pues si es por mí, puedes estar tranquilo, pero la verdad es que esta noche, me gustaría mucho dormir contigo, si tú quieres claro.
– Pues claro que quiero, yo siempre quiero estar contigo.

Fanny y Rogelio, habían cerrado las ventanas y conectado los radiadores cuando llegaron a la casa. Acomodé la cama con sábanas nuevas, y una manta en el lado opuesto a la ventana para que Sueño no pasara frío. Me quité la ropa a excepción de los calzones, y me acosté boca arriba como siempre “en ésta ocasión me tapé con la sábana por decoro”.

Sueño “con mayor espontaneidad de lo que hasta entonces me tenía acostumbrado”, salió del baño vestida con uno de mis polos. Al verla, un acto reflejo me forzó a retirar la mirada de inmediato; clavé la vista en el techo, y recordé las técnicas de relajación para intentar reprimir los impulsos naturales que mi instinto animal demandaba al recordar la radiante figura de Fanny ataviada con aquella prenda de vestir. Me fue imposible evitar mirarla de reojo, y gracias a mi flaqueza, mis ojos disfrutaron de la expresión más dulce que jamás había visto o imaginado. En la cama, recostada sobre su lado izquierdo y sin mediar palabra; se sirvió de mi brazo derecho para utilizarlo de improvisada almohada. Colocó su mano diestra sobre mi pecho, me pidió que apagara la luz, y me dio un beso de buenas noches en la mejilla antes de dormirse.

Sobra decir “supongo”, que no cometí la torpeza de dormirme ni un solo instante; de haberlo hecho, no me lo hubiese perdonado nunca. Aquella podía ser la primera y última vez que el destino me concediera semejante regalo, y me esforcé al máximo en aprovecharlo.

Fanny apenas se movió durante las poco más de seis horas que duró su profundo estado de reposo. Sus colores se expusieron a mi vista en todo momento con una estabilidad y belleza tal, que con toda seguridad hubiese sido la envidia de la mismísima Afrodita. Los distintos olores que exhalaban su pelo, piel y aliento, me cautivaron hasta el punto de acelerar el ritmo de mis latidos, y como remate, el tacto de su piel coligado al perfume natural de su intimidad, terminaron doblegando por completo mi fuerza de voluntad, “por primera vez en mi vida en estado de conciencia”. Pese a lograr mantenerme inmóvil “en la medida que mi sistema nervioso voluntario me permitió”, me fue imposible evitar la vergüenza de sufrir varias emisiones totalmente involuntarias; si bien debo reconocer, que gracias a ellas se fue aplacando el palpitar de mi pecho, aunque lejos de aliviar mi sentimiento de culpabilidad, me hundieron en el más profundo de los bochornos.

Abrió los ojos, y directamente me miró con expresión sonriente…
(Fanny) – Hola “pronunció en voz baja mirándome a los ojos”.
– Hola “contesté evitando coincidir directamente con los colores de su mirada”.
(Fanny) – ¡Qué curioso!, es la primera vez que no recuerdo lo que he soñado, ¿y a ti qué tal, cómo te ha ido?
– Pues yo no he parado de soñar.
(Fanny) – ¡Anda, has soñado!
– Todo el tiempo, pero despierto.
(Fanny) – ¡Joder Sharf! “exclamó con claro indicio de culpabilidad; a continuación, me abrazó con mayor intensidad y apoyó su rostro sobre mi pecho”, eso que me acabas de decir es muy bonito, mira, yo no sé lo que nos deparará el destino, pero sea lo que sea, puedes estar seguro de que para mí, tú siempre serás la persona más especial de todas.

Como no sabía qué decir, no dije nada. La miré por un instante, y de inmediato volví a contemplar el techo por temor a que se volvieran a turbar los latidos de mi corazón. Rogué sin rezar para que Sueño no se percatase de mis debilidades fortuitas, y mi súplica fue atendida “o en cualquier caso, si se dio cuenta, reconozco que lo disimuló a la perfección”.

Algo cambió “o mejor dicho y para no engañaros, comenzó a cambiar”, en el aspecto más significativo de su existencia desde aquella mágica noche. Me refiero a un sentimiento que hasta entonces había permanecido oculto, vetado por su subconsciente. En realidad no era necesario poseer ningún poder especial para darse cuenta de que Fanny ya no era la misma; el brillo de sus ojos competía en belleza con el resto de las estrellas, y todo su ser desbordaba una alegría perdida ya hacía tanto tiempo, que a malas penas su propia Madre conseguía recordar, “con la lógica aflicción”.

Todos los que la trataban notaron el cambio desde el primer día, y todos sin excepción bromeaban con el típico-tópico comentario al respecto; ¡vaya Fanny, que cambiada que estás, ni que estuvieses enamorada, ¿eh?!, ¡mira con Fanny, que calladito se lo tenía!, ¡bueno qué ¿y no nos vas a decir quién es el afortunado?!. A Sueño no le importaban las continuas bromas y rumores sobre su nuevo estado anímico; al contrario, disfrutaba sin tapujos con todos ellos, y sin desvelar la más mínima pista sobre lo que había de cierto o no en los mencionados supuestos, y mucho menos “en caso de que lo hubiere” el nombre del afortunado.

Por mi parte quería entender, que ese cambio radical en su vida, se debía a mi “declaración de amor”; aunque en sus colores no apreciaba signo alguno de deseo carnal, no perdía “ni quería perder” la esperanza de que con el tiempo, su mente le permitiera acceder a ese sentimiento tan elemental en la vida de toda persona.

El vínculo que nos unía, se fue convirtiendo “sin darnos cuenta y sin previo acuerdo” en algo, más parecido a una relación de pareja que de simples amigos. Nos veíamos diariamente; no era necesario preguntar si quedábamos para el día siguiente o no “eso ya se daba por hecho”. Resultaba evidente la alegría que sentíamos al volver a vernos, y de igual modo, cada día se nos hacía más penoso el trance de la despedida.

Sucedió de forma tan gradual, que no se deciros en qué momento Sueño comenzó a sentirse atraída por mi olor corporal. Pensé que aquel acontecimiento, era el principio del final de su sobrenombre. En cualquier caso, se podría decir que me enteré de manera ilícita, ya que fueron los colores de su vida los que me informaron de tan anhelado suceso por mi parte y no ella, mediante dichos o hechos como hubiese sido lo normal. Una barrera psicológica y perfectamente comprensible, impedía a Fanny admitir cualquier sentimiento de atracción física.

En Nochebuena cené con mi tía Rosa, Jesús “su marido” y mis primas. Pasamos una grata velada, y aprovecharon para ponerme al día en cuanto a los últimos acontecimientos familiares. A ellos no les iba mal; por aquel tiempo era mi tía la que se encargaba de llevar la contabilidad del taller. Me contaron que Ernesto “el hermano de mi Padre”, había derrochado el dinero y los bienes de la empresa familiar hasta conseguir llevarla a la quiebra; se quedó sin trabajo, sin piso, sin coche, y decidió irse a vivir con sus padres. Esperanza le abandonó “a él y al hijo de ambos” antes de tener que marchar a vivir con los abuelos, y de momento no se sabía nada sobre su paradero.

Según me dijeron, mi tía se negó a pagar las deudas que su hermano tenía pendientes, y por tal motivo, fue repudiada por éste y por sus padres. Rosa tenía la conciencia tranquila; había advertido a su hermano en multitud de ocasiones sobre su mala gestión y de los riesgos que ello conllevaba, y además aunque hubiese querido, tampoco tenía dinero para hacer frente a todo lo que debía Ernesto. Afortunadamente para ella y los suyos, mi tía supo cuidar bien de sus intereses, y cuando llegó el desastre empresarial, no salió tan mal parada como su hermano y sus padres.

Por parte de mis primas; la pandilla de amigos con los que se juntaban y a los que yo llegué a conocer, se había disuelto por completo. Cristina trabajaba ya de economista desde primeros de octubre, y tenía una, muy buena amiga “me confesó en privado”. Yolanda salía con un muchacho menos musculoso que Toni, pero bastante más inteligente y con muchos más cojones “según sus palabras”.

La madre de Fanny, insistió para que cenara con ellos en la noche de fin de año de aquel 1.982. Remedios se esmeró en la cocina probablemente más que nunca; la mujer comenzaba a dar síntomas de recuperación anímica desde hacía unos meses. Por su parte, los hermanos de Fanny “Alicia y Zacarías”, cantaban sin parar al compas de las panderetas, los tres villancicos que se conocían.

Después de la última uva, todos se apresuraron para cumplir con el ritual de los besos más tradicionales de todo el año. Con las últimas campanadas, logré apartarme de Fanny disimuladamente con la idea de felicitarla en último lugar, y así prolongar en todo lo posible ese momento para mí tan esperado; después tuve la impresión, de haberlo conseguido con la complicidad del resto de los presentes.

Ya no quedaba nadie más por felicitar, solos ella y yo mirándonos a los ojos, esperando a ver quién daba el primer paso. En otra dimensión “entendido desde el punto de vista en el que me encontraba en ese momento”, su madre y hermanos se hacían los desinteresados, con un disimulo que de ser calificado, no pasaría de mediocre.









EL PRINCIPIO DEL FIN


Todo sucedió muy rápido “cuestión de pocos segundos”, y sin embargo, estoy convencido de que podría extenderme eternamente expresando lo que sentí en tan breve espacio de tiempo.

Sueño debió adivinar por mi expresión, que el lamentable estado de nervios en el que me encontraba, me impediría tomar cualquier tipo de iniciativa por mucho tiempo que pasase. Se acercó a mí con un gracioso gesto de complicidad y se abrazó a mi cuello con firmeza…
(Fanny) – Feliz año nuevo Sharf “me susurró al oído”, ¡qué bobo que eres, te has puesto rojo como un tomate! “tan cerca de mi cara sus labios, que me besaba con cada sílaba que pronunciaba”.
– Lo lamento Fanny, supongo que estoy haciendo el ridículo, no sé qué decir “contesté con el tono de voz más bajo que pude y sin gesticular, para evitar llamar más aún la atención de los demás”.
(Fanny) – Pues para empezar, felicítame el año “continuaba besándome al hablar”.
– ¡Ah claro, felicidades, eh bueno, feliz mil novecientos ochenta y tres!

Lejos de tranquilizarme, mi excitación aumentaba ante la nueva situación. Fanny alzó la vista, y me miro de frente sin aflojar la presión de su abrazo. Su cuerpo continuaba rozando el mío, haciéndome sentir culpable de mi naturaleza…
(Fanny) – Bueno, y para continuar “me besó en los labios”.

Un beso corto, sutil, sin mayor importancia que diría cualquiera; pero que a mí me bloqueó por completo. Perdí la firmeza en las rodillas hasta el punto de sentirme inestable. Aún así, mis manos continuaron flotando en el espacio sin uso alguno. Fanny se percató de inmediato…
(Fanny) – ¡Eh, eh, tranquilo, abrázame y apóyate en mí, que no pasa nada! “le hice caso por temor a caerme, y recordé mis conocimientos del Yoga para intentar relajarme”.
(Zacarías) – ¡Se han besado, se han besado! "gritaba con júbilo desvelando el hasta entonces oculto deseo tanto de él, como de su hermana y madre”.
(Fanny) – ¡¡Zacarías, eres tonto o qué, te vas a!! “al mismo tiempo que recriminaba a su hermano, liberó mi cuello e hizo ademán de ir a por él”.
– ¡No por favor no, ahora no te separes! “le rogué atemorizado sujetándola por la cintura, e indicándole el motivo con la mirada”.
(Fanny) – ¡Joder Sharf! “reaccionó con presteza y conteniendo la risa, una vez comprobada la razón de mi vergüenza”.
(Zacarías) – ¡Es verdad mamá, es verdad, se han dado un beso! “su hermana Alicia daba buena fe del acontecimiento, asintiendo con la cabeza y manoteando sin parar”.
(Remedios) – ¡Ya vale Zacarías, ya está bien, cállate ya o me tendré que enfadar contigo, Alicia, venir los dos para acá a ver la televisión!

Remedios recriminó a su hijo sin apartar la vista del televisor, tratando así de restar importancia al incidente. Me conocía lo suficiente como para darse cuenta de la situación de aprieto en la que me encontraba, y recogió a sus dos pequeños para intentar ayudarme en lo posible. Desde luego, la idea que no se le pasó por la cabeza en ningún momento “ni por asomo”, fue la de amonestar a Fanny por su acción; los colores de su vida eran muy claros en relación a ese asunto.
(Fanny) – ¡Mira que eres bruto eh, anda, apóyate sobre la pared, que yo me quedo aquí hasta que eso se te calme! “me censuro en voz baja sin indicio alguno de estar ofendida, al mismo tiempo que me guiaba hasta la pared y una vez allí, se despegó de mí ligeramente para que corriese el aire”.
– Lo siento mucho Fanny, te aseguro que quisiera evitarlo pero no puedo, es que, no sé qué me pasa contigo pero.
(Fanny) – ¡Vale vale tranquilo, que no pasa nada, a ver si es que te crees que no me había dado cuenta hasta ahora joder, que no soy jilipollas “continuaba hablándome en voz baja”, supongo que si estás enamorado de mí, será normal digo yo!

Por fin unas palabras que conseguían tranquilizarme. Al poco llegaron Lola y Gregorio; brindamos con sidra por el nuevo año, y sobre la una nos fuimos a mi casa con el resto de los amigos “que ya esperaban en el portal”.

Aquella noche fue el principio del fin, de una barrera psicológica que nunca debería haber existido. Nuestros amigos se dieron cuenta enseguida; concretamente ésa misma noche, en mi casa, durante nuestro primer baile. En aquella ocasión, Fanny reaccionó afirmando con rotundidad ante las continuas insinuaciones por parte de todos en general…
(Fanny) – ¡Bueno sí, qué pasa, me gusta Sharf ¿pasa algo o qué?!

Los demás aplaudieron su reacción, satisfechos de haber conseguido el reconocimiento formal por parte de Fanny, de lo que ya todos sabían desde hacía tiempo. Yo simplemente, tenía miedo de despertar…
– ¿Estoy soñando?
(Fanny) – ¿Tú qué crees? “me mordió con fuerza en el hombro izquierdo”.
– ¡Ah, ¿qué haces?!
(Fanny) – Es que si te pellizco no te enteras, ¿todavía crees que estás soñando?
– ¡No no que va, no insistas de verdad que ya sé que estoy despierto, seguro, seguro que estoy despierto!
(Fanny) – ¡Perdona “decía sin poder evitar la risa”, me parece que me he pasado un poco con el mordisco, pero que sepas que en realidad la culpa la tienes tú por estar tan duro eh!, venga va “levantó un poco la manga corta del polo, y descubrió el hombro afectado” ¡joder, pues si que me he pasado con el mordisco, si te he hecho sangre y todo!, a ver, déjame que te cure “se inclinó levemente y me acarició varias veces la herida con la lengua” ¡joder que bien que hueles!, de verdad que es que, me da miedo acercarme a ti eh, porque, bueno, en realidad, lo que me da miedo es, bueno ya sabes, yo nunca”.
– Eh eh, lo sé, no pasa nada, en serio; yo no sé quién tiene más miedo de los dos, pero seguro que lo superamos, no hay prisa, tenemos todo el tiempo que queramos.
(Fanny) – ¡Si claro, pero es que para ti todo esto es muy fácil, porque como ya has estado con otras chicas pues ya ves, pero para mí, la verdad, bueno ya has visto, soy tan bruta que no sé ni dar un simple mordisco!
– ¡Si es por eso no hay problema, yo soporto bien el dolor, puedes morderme cuanto quieras!

El dialogo nos relajó hasta el punto de sentirnos cómodos bailando lento durante toda la noche “independientemente del tipo de canción que sonara”.

Simples gestos de cariño como el de ir por la calle cogidos de la mano o besarnos en los labios, suponían para Fanny una barrera psicológica muy difícil de superar “sin duda, debido a la inhumana y nauseabunda experiencia de haber sido violada durante años por su padre”. Felizmente y como no podía ser de otra manera, gracias al paso del tiempo y al sincero amor que nos unía, los colores de Sueño fueron cediendo progresivamente al deseo más vital de cualquier persona hacia su pareja.

¡Venga ya, tienes que apagarlas todas de un solo soplo, biennn, cumpleaaaños feeeliz!

Celebrábamos el vigésimo segundo cumpleaños de Fanny en la casa de su madre. En realidad los había cumplido el jueves anterior “el tres de marzo del 83”, solo que por motivos obvios, decidió aplazar la fiesta para el sábado 5 por la tarde. A malas penas cogíamos en el salón los 14 asistentes al convite “incluida la Madre de Lola, amiga de Remedios”; pura anécdota que en lugar de entorpecer, ayudó a conseguir un ambiente más alegre, natural y desenvuelto.

Después del convite, nos fuimos con los amigos al Parque de la Fuente del Berro para continuar con la celebración al aire libre. Nuestros amigos se fueron excusando aludiendo mentiras piadosas con el fin de dejarnos solos lo antes posible, y conseguido el objetivo, Sueño y yo comenzamos a pasear sin rumbo determinado; aunque “casualmente” los dos decidíamos al unísono el momento justo en el que debíamos cambiar de dirección.

Clemente y el Chato cerraban La Manchega a la hora de costumbre, y nos saludaron desde el interior a través del cristal de la arcaica ventana que daba a la Calle Ibiza.

No le pregunté si quería o no que subiésemos. Sus colores no dejaban lugar a dudas, y yo lo deseaba tanto o más que ella. Cerré las ventanas y conecté la calefacción. Fanny puso música romántica e iluminó el salón con luz tenue. ¡Lo que me faltaba ya “cavilé”, un ambiente romántico, como si yo necesitara que me despertasen o volviesen más receptivos los sentidos!; la situación se me presentaba en el asunto que ya os imagináis, realmente difícil de controlar.

Fanny se acercó y me miró a los ojos sin pronunciar palabra. Rodeó mi cuello con sus brazos y comenzamos a bailar despacio, muy despacio. Bajó sus manos, tomó las mías “como siempre tan indecisas” y las colocó en su cintura. Me abrazó de nuevo, y recostó la cabeza sobre mi hombro forzando la mirada hacia mi rostro. La respiración se le tornó entrecortada al acariciar con sus labios la piel de mi cuello. Oí los latidos de mi corazón, y mis manos perdieron su reparo comenzando a palpar lentamente y con escrupulosa precisión la cintura de Fanny. Las caricias de sus labios se convirtieron en tímidos y espaciados besos que nublaron mi razón, y temí lo peor al apretar sobre su vientre mi desenfrenada naturaleza. Sueño continuó con sus cohibidos y graciosamente inexpertos besos en ambos lados de mi cuello; dándome así a entender con exquisita delicadeza, que aceptaba mi premioso estado de agitación. Su olor me excitaba más a cada momento, levantó la vista y sus labios me embaucaron de tal manera que me hicieron perder la moderación. Las palmas de mis manos sujetaron ambos lados de su cara, y mis dedos se escondieron entre su negro y liso pelo asegurando la posición de su mirada. Acerqué mis labios a los suyos y saboreé el dulce néctar de sus comisuras antes de humedecer sus labios y besarla al estilo francés por primera vez.









INSTANTES


No podía quitarme de la cabeza, el miedo a que el recuerdo de su padre terminara con aquel momento tan especial. Un temor que aumentaba gradualmente con cada nueva muestra de amor.

Fanny se dejó llevar dada su inexperiencia, y los besos “cada vez más apasionados” encubrieron unas caricias hasta entonces impensables. Sueño me miró con semblante serio…
(Fanny) – Quiero hacerlo “me quedé paralizado por el miedo”, ¡joder, me estás escuchando!
– Sí sí, claro, pero, es que, no sé si “temí que el corazón me estallase”.
(Fanny) – Tranquilo Sharf, tranquilo “colocó su mano en mi pecho”, no te preocupes por nada, todo va bien “sus palabras consiguieron calmarme y se abrazó con fuerza a mi cuello”, anda, tómame en brazos y vamos donde tú ya sabes.

La llevé en brazos hasta mi dormitorio y la dejé descansar sobre la cama. Me recosté de lado junto a ella, acaricié su mejilla y observé su mirada en la penumbra que envolvía la habitación. Sus ojos brillaban con inmaculada intensidad debido a las lágrimas que los cubrían, y sus colores reflejaban una mezcla de sentimientos que consiguieron sedarme en el más amplio sentido de la palabra…
(Fanny) – ¿Qué ocurre Sharf, no estás a gusto, he hecho algo que?
– ¡No no, que va!, es que tengo tanto miedo, que.
(Fanny) – Bueno, no pasa nada, como tú dices, tenemos todo el tiempo que queramos.

Las palabras se callaron, y con ellas los latidos de nuestra excitación hasta quedarnos dormidos.

Soñé que hacíamos el amor, libres por completo de cualquier tipo de miedos y desasosiegos. Estaba soñando; por segunda vez en mi vida soñaba, y por supuesto se trataba del mejor sueño que me pudiese haber imaginado. Tan real como en aquella primera quimera en la que vi a mi Abuelo Bill Young mirándome fijamente a los ojos desde lo alto de su colina, o incluso más patente en ésta ocasión. Fanny y yo hacíamos el amor por primera vez en nuestras vidas, inmersos en nosotros mismos como si no existiese ni jamás hubiese existido nadie más en nuestros universos. Solos nosotros, sin nada más en que pensar que en nuestro amor, sin límites impuestos de ningún tipo, desinhibidos de toda influencia exterior. Un sueño que deseaba se hiciese eterno, aún siendo consciente de que por ser lo que era, pasaría fugaz en el tiempo como pasa la más bella de las estelas ante nuestra vista.

Fanny hundió con fuerza las uñas en mi espalda en el momento en el que comenzó nuestra máxima excitación. Después llevó sus manos a mi cabeza, y me agarró de los pelos tirando de ellos al tiempo que gritaba extasiada de placer y mi naturaleza liberaba con furia contenida el fruto de su pasión.

Me pareció entender que fue el tirón de pelos lo que provocó que el sueño se precipitase hacia su final. Al abrir los ojos, Fanny estaba frente a mí “con diferencia más hermosa que nunca”. Sus jadeos desbordantes de felicidad y su radiante mirada me confundieron.

¡Estoy despierto! “intenté reflexionar”…
(Fanny) – ¡ha sido maravilloso Sharf, nunca había imaginado algo así, te amo Sharf, te amo! “lloraba de felicidad y me abrazó con fuerza”.

Al sentir el tacto de su cuerpo desnudo, mi naturaleza se reafirmó. Apoyé los puños en la cama, levanté la cabeza, la columna se me arqueó en su zona lumbar hasta llegar a su límite y empujé por el efecto de la culminación…
– ¡Hahhh!... “Fanny soltó una risotada y besó con ternura las cicatrices de mi rostro”.

¡Había hecho el amor dormido!, tanto tiempo esperando ése momento, y cuando por fin conseguí hacerlo, resultó que lo había hecho mientras dormía, sin haber podido disfrutar de cada instante de cada momento, de cada instante de cada segundo, de todo. Me sentí la persona más torpe del mundo, avergonzado de mí mismo, abatido por la realidad que me tocaba asumir. No sabía si Fanny era consciente de lo que me había sucedido y tampoco si debía decírselo. Mi mente quedó en blanco durante unos segundos…
(Fanny) – De verdad que debes de estar muy enamorado de mi para haber tenido tanta paciencia, me gusta mucho cómo me tratas, siempre me ha gustado, haces que me sienta especial, tan fuerte y seguro de ti mismo ante los demás, y sin embargo cuando estás conmigo te comportas con la ingenuidad de un niño, te quiero “sujetó mi cara con las manos y me beso en los labios repetidas veces”.
– Esto, ¿tú has llegado a dormir algo?
(Fanny) – ¡¿Dormir, estás de broma o qué, tan mal lo he hecho como para parecer que dormía?!
– No que va, no es eso, lo que pasa es que como al principio de acostarnos nos quedamos tan relajados, pues.
(Fanny) – ¡Joder, pues menos mal que te relajaste que si no?
– Bueno, no me hagas caso, ya sabes, tonterías mías.
(Fanny) – ¿Tonterías?, pues llevas tres horas dentro de mí sin relajarte prácticamente nada, ¿eso también es una tontería?
– ¡Ah, perdona Fanny, no me había dado cuenta, ya!
(Fanny) – Eh, eh ¿dónde vas? ni se te ocurra “se aferró a la zona inferior de mis nalgas impidiendo que me continuara equivocando”.
– Yo no sé dónde está mi límite Fanny, y lo último que quiero es hacerte daño.
(Fanny) – Pues ya somos dos, y por hacerme daño no te preocupes, que cuando me lo hagas te enterarás, seguro.

A partir de ahí, si que disfruté de cada instante de cada momento, de cada instante de cada segundo, de todo.

Al terminar, caí en la cuenta de que no había comprobado previamente su estado de ovulación.

Los acontecimientos se precipitaron desde aquella noche, sin apenas enterarnos. Embelesados continuamente el uno en el otro, o sea, enamorados hasta la médula “como se suele decir”.

No teníamos intención de tener descendencia todavía, la verdad es que ni siquiera nos lo habíamos planteado, pero como tampoco hicimos nada para evitarlo, pues claro, como suele pasar en esos casos, Fanny quedó embarazada.

Antes de notar ella los síntomas, ya lo había detectado yo en sus colores. Fue lo mejor que nos pasó en nuestras vidas. Estábamos tan ilusionados con el acontecimiento, que con poco más de un mes de gestación ya nos habíamos convertido en unos padrazos.

Nos casamos el sábado 14 de mayo de ese mismo año “el 83”. Fanny no podía estar más hermosa, y yo no podía sentirme más nervioso. Después de la Iglesia, las fotos en el Retiro, y para celebrar el convite, elegimos la peculiar taberna La Manchega.

De la familia de mi Padre, sólo aceptaron la invitación mi tía Rosa con su marido y mis primas, y por parte de Fanny, su Madre y hermanos. De nuestros amigos, fueron todos, incluidos Pedro y Merche por supuesto. También dos compañeras de trabajo de Sueño “Loli y Sión”, el maestro Ruò Sè, Miguel “el profesor de Full Contact” y Bruno “el encargado del gimnasio”.

El viaje de Luna de Miel, decidimos aplazarlo “de momento”. Hicimos muchos planes para el futuro. Cuando nuestro hijo o hija tuviese cinco o seis años, viajaríamos al Canadá para visitar mis montañas. Yo estudiaría arquitectura “por la ilusión de honrar a mi Padre”, y Fanny dejaría el trabajo para poder disfrutar más de nuestro pequeño.

Sueño quiso dejar las clases de Full Contact desde el mismo momento en el que nos enteramos que estaba embarazada. No obstante, después del trabajo pasaba por el gimnasio y me esperaba “charlando con Bruno normalmente” para irnos juntos a casa.

Pedro y Merche vivían en su nuevo piso de Moratalaz desde el mes de Abril, y a petición nuestra, la madre de Fanny y sus hermanos se trasladaron a vivir junto a nosotros.

El viernes 17 de junio, me extraño la tardanza de Sueño, eran más de las ocho y media y nunca se había retrasado tanto. A menos cuarto no pude esperar más y salí en su búsqueda. Me dirigí en carrera hacia su trabajo siguiendo el camino que ella utilizaba habitualmente, y nada más pasar la Avda. de América, un gran gentío, dos coches de policía y una ambulancia, llamó mi atención haciéndome presagiar lo peor.









SUEÑO O PESADILLA


Desperté a los dos días en una habitación del hospital La Paz. El Doctor Sergio me informó sobre los detalles del mal que padezco; con toda seguridad “me dijo”, al nacer debí recibir un golpe en la cabeza que me produjo el hundimiento que tengo en la zona de la fontanela anterior, y a consecuencia del cual quedó dañada una pequeña parte de mi cerebro, causa de mis dolores de cabeza y desvanecimientos. No se anduvo con rodeos; sin entrar en tecnicismos para no aburriros, me aseguró que el mal no era operable y que aumentaría gradualmente con el paso del tiempo.

Al fin conocía al famoso lobo que llevaba en mi interior, y del cual me previno en su día el Abuelo Bill. Supongo “por pura lógica” que al nacer, mi cabeza impactó contra la losa sobre la que dio a luz mi Madre “en aquella oquedad natural en la que se refugió”, limitada por los efectos de las setas alucinógenas que había tomado, y gracias a las cuales consiguió que sobreviviéramos. Si fue cierto o no lo de aquella loba que supuestamente me amamantó nada más nacer, nunca lo sabré; aunque muy poco probable, por lo que conozco de las lobas, sí que pudo haber sucedido, pero claro, teniendo en cuenta la dosis de setas que tuvo que tomar para sobrevivir, tampoco me atrevo a dar mucho crédito a lo que según ella había sucedido. En cualquier caso entendí “y sigo entendiendo” que todas mis grandes anomalías “malas y buenas”, se deben a esa parte dañada de mi cerebro.

En el pasillo, junto a la puerta de mi habitación, siempre había algún policía custodiando el acceso a la misma, y por supuesto no me permitían salir para nada.

La primera visita que recibí, fue la del Comisario Jefe García. El buen hombre comenzó a relatarme lo sucedido; el dolor de cabeza me volvió a vencer, y el comisario sobrevivió gracias a la ayuda del agente que estaba en el pasillo, a la de varios auxiliares, y sobre todo a mi oportuno desmayo.

Abrí los ojos. El dolor de cabeza cedía, y el Comisario descansaba en un sillón ubicado a mi izquierda, cerca de la puerta “entreabierta”…
– ¡Comisario ¿qué le ha pasado, ha tenido un accidente o ha sido alguien? porque si es así, le aseguro que yo ¿eh, qué sucede? no me puedo mover Comisario! “me habían inmovilizado por completo a excepción de la cabeza, me sentía aturdido y el dolor retomó de nuevo su progresiva intensidad”.
(Comisario García) – ¡Cálmate chaval, por favor Sharf, por favor, trata de calmarte, si no te relajas te volverás a desmayar ¿es que no lo entiendes?! “sus palabras consiguieron tranquilizarme y aplacar el dolor”.

Su estado era lamentable. A simple vista, un collarín y el brazo izquierdo escayolado era lo más reseñable, aunque en realidad sus colores revelaban contusiones por prácticamente todo el cuerpo. Se había incorporado “con gran esfuerzo” y me hablaba sin acercarse a la cama, apoyado en la pared y sujetando la puerta…
(Comisario García) – Vamos a ver chaval, esto, mira, los médicos ya te han informado del problema que tienes en la cabeza, así es que lo que debes de hacer, es poner de tu parte todo lo que puedas para conseguir no ponerte nervioso ¿sabes? porque sólo así podré explicarte lo que ha pasado ¿entiendes?
– Sí claro, disculpe, tiene toda la razón, pero es que, al verle en ese estado, y como se que usted por su profesión tiene que tratar con tantos delincuentes, no sé.
(Comisario García) – Nada nada, no pasa nada, yo ya estoy bien, ahora lo importante es que consigas mantenerte sereno mientras te cuento lo que ha pasado ¿de acuerdo?

Otorgué con un gesto de cabeza y me dispuse a escucharle.

No se permitía la entrada a la habitación, a nadie que no fuese el Comisario García o personal autorizado del hospital. Por más que yo ponía de mi parte, el dolor terminaba haciéndose insoportable y teníamos que dejarlo “de momento”. El paciente y obstinado Comisario, necesitó varios días para conseguir explicarme con detalle, todo lo que había acontecido desde mi último recuerdo; el gentío, los coches de policía, la ambulancia.

Al parecer, y siempre según los testimonios de algunos testigos, Fanny fue víctima de un absurdo tirón de bolso por parte de dos jóvenes en moto. El que montaba detrás, tiró del bolso sin éxito, Sueño cayó al suelo, y los colores de su vida y la de nuestro hijo se desvanecieron al instante. Los miserables rateros pararon, tomaron el bolso de la mano de Fanny, y se fueron como si nada hubiese pasado.

Cuando me acerqué a Fanny, mi semblante era serio pero no alterado. No respondí a las preguntas de nadie. Aunque daba la impresión de que atendía a todo lo que allí se comentaba, parecía encontrarme en un estado de ausencia, inmerso en mis pensamientos. Olí el cuerpo de Fanny centrándome especialmente en una de sus manos “la que tocó el asesino para poder llevarse el bolso”, y acto seguido salí corriendo en la misma dirección en la que habían huido los que me quebraron la vida.

En plena carrera salté sobre ellos a la altura de Cuatro Caminos. El tráfico se detuvo, y gran cantidad de personas vieron sin atreverse a intervenir, cómo destrozaba sin piedad y con mis propios puños, el cráneo de aquellos dos hijos de perra. Al llegar la policía, los agentes me ordenaron parar con mi agresión de inmediato, pero todo era inútil. Yo seguía machacando los restos de sus cabezas, ajeno a todo lo demás y sin expresión alguna en mi rostro. En un principio intentaron sujetarme entre varios, pero al comprobar que lo único que conseguían era recibir golpes indirectos, no tuvieron más remedio que utilizar las porras hasta dejarme inconsciente.


El Comisario Jefe García, tuvo que echar mano de toda su influencia para sacarme de aquella. Fue él quien ordenó por seguridad la continua vigilancia de la habitación durante todo el tiempo que estuve ingresado.

En aquella su primera visita, y nada más comenzar a contarme lo sucedido, perdí la consciencia y salté sobre él. Apenas fueron unos segundos, me limité a cogerle del cuello con mi mano izquierda, y estamparlo en volandas contra la pared al tiempo que gritaba atormentado “¡¡¡no, no…!!!”. Afortunadamente no llegué a golpearle “supongo que porque no era esa la intención de mi subconsciente”. El caso es, que los golpes de la porra del agente que custodiaba la habitación caían en saco roto, y sólo mi desmayo fortuito y una buena dosis de calmantes, lograron acabar con aquella breve en el tiempo, pero interminable pesadilla a efectos de mi buen amigo el Comisario García.

También fue el propio Comisario quien me aconsejó, dadas las circunstancias, el regreso a Canadá.

Tomé pronto mi decisión, y así se lo hice saber al Comisario “para su mayor tranquilidad” antes de que me dieran el alta. Como él dijo “dadas las circunstancias”, lo mejor para todos era volver a mis montañas. De continuar en Madrid, las posibilidades de volver a tener problemas con la policía por destrozar la cabeza de cualquier delincuente, serían cada vez más altas a medida que el mal que padecía fuese aumentando, y por otra parte, tampoco había en Madrid nada ni nadie que me retuviese emocionalmente. Deseaba volver a mis montañas y sentir de nuevo esa sensación de total libertad que perdí al dejarlas.

Intenté despedirme del hermano de mi Padre y de sus padres, pero fue inútil. Benita entreabrió la puerta de servicio y me dijo “con evidente bochorno” que los señores no tenían nada que hablar con un innoble como yo.

Con mi tía Rosa y amigos no tuve ningún problema en ese sentido. Dejé los pisos a nombre de los hermanos de Fanny, y a Remedios el dinero que me quedaba a excepción de lo justo para realizar mi viaje.

A las once de la mañana del domingo 3 de julio del 83, despegó el avión que me trajo de vuelta al Canadá. Mi tía Rosa, Jesús, Cristina y Yolanda, se quedaron en el aeropuerto de Barajas hasta que el avión levantó el vuelo. Los cuatro habían insistido en que me quedara a vivir con ellos una temporada; “después del verano ¡ya veríamos!, me decían”, y por sus colores me consta que lo sentían de verdad.


Trésor Lagouarde, se empeñó en ir a esperarme al aeropuerto de Victoria. Los dos nos alegramos de volver a vernos, y durante el viaje a Fort Nelson le conté “sólo” los detalles que necesitaba oír en relación a mi aventura madrileña. De mi Abuelo Bill Young, no tenía noticias desde que partió rumbo a su tierra natal en Alaska, y tampoco de Christopher que se fue con él, haciendo gala una vez más “y quién sabe si quizás la última” de su carácter errante.

También Trésor insistió para que me quedara en Fort Nelson al menos durante algún tiempo, pero todo su esfuerzo fue inútil. Mi decisión era firme, y el 7 de Julio por la noche marché hacia el N.O., en dirección a mis montañas.

Portaba la misma mochila que me compré para viajar a Madrid, y en su interior; botas, calcetines, calzones, cazadora y pantalones de cuero cortos y largos, los diarios de mis Padres y mi álbum familiar “ahora ya con más de tres fotografías”. Bien amarrado a mi talle, el cinturón de caza con sus dos cuchillos de asta de ciervo, y acoplado firmemente a la pata izquierda del pantalón, mi mejor aliado en las montañas “el mazo”.

Los poros de mi piel parecían querer liberarse de su cautividad en mí cada vez con mayor terquedad según se acercaba el final de mi éxodo. Parado en la cima de las montañas del S.E. que bordean mi valle, me detuve a contemplarlo durante unos minutos; los olores, los colores, por un momento quise creer que todo había sido un sueño “¿o tendría que decir mejor, una pesadilla?”.

Cuervo no salió a las puertas del valle a esperarme como yo hubiese deseado. Tampoco había rastro reciente de lobo alguno. Las puertas y ventanas de la casa continuaban cerradas, y dentro de ella, la única diferencia era una buena capa de polvo.

Han pasado dos años, y dudo mucho que sobreviva al próximo invierno. El dolor de cabeza terminó por hacerse crónico; al principio insoportable cuando corría, y en la actualidad a penas puedo lanzar piedras sin que me desvanezca por la dolencia de mi daño.

No he vuelto a saber de Cuervo, pero sí de Lobo. A veces le veo cruzar el valle con otros de su manada; se ha convertido en un gran líder, de momento muy superior a su inmediato “aunque con el tiempo, ya se sabe”. No hemos tenido ningún percance entre nosotros, quizás porque cada uno estamos donde tenemos que estar.

Ahora sueño todos los días “siempre con ella”. Haberla conocido es lo mejor que me ha pasado, aunque para mi desgracia “dadas las circunstancias”, su recuerdo es mi mayor agonía. Una pena que me ahoga continuamente sin la piedad de apagar los colores de mi vida.

Debo despedirme sin más dilación, de quien pueda estar en ése otro lado del espacio tiempo; si no terminase ya con mi narración, mi último desmayo truncaría la cortesía del adiós.

Así ha sido mi vida; la buena o mala vida, de un privilegiado con súper poderes. Si ha merecido la pena o no el vivirla, no me corresponde a mí valorarlo, sino a quienes la lean “¡si es que hay alguien ahí!”.








fin